Samuel Noyola (Monterrey, Nuevo León, 1965). Selección de Fernando Salazar Torres
La presente selección forma parte de la edición El cuchillo y la luna. Poesía reunida (Ediciones El Tucán de Virginia, 2011), bajo la colección Ráfagas de Poesía cuya dirección estaba a cargo de los poetas Minerva Margarita Villarreal y Víctor Manuel Mendiola.
Samuel Noyola (Monterrey, Nuevo León, 1965)
vocales, diré algún día
vuestros latentes nacimientos
Rimbaud
Larva o palabra: duermo horas de horas
buceando al destello de las sílabas,
encerrado en una oscuridad de cobijas
por respirar el otro tiempo de mí.
No la ciega artillería contra las páginas,
que teclea y teclea como un kamikazi
en el azar de muchas líneas de vuelo
que a veces da en blanco por exceso de todo,
sino provocar la espuma del silabeo
en un hermoso choque lúcido de sintaxis
contras las rocas del balbuceo cotidiano.
Ese primer grito del gallo es la poesía.
Señora del fuego
Asombrada la luz del día estalla
ebria de resplandor contra el asfalto:
luz como de lima, ácida, de un salto
se abre paso entre la savia y destella.
Savia del corazón y de la estrella,
ritmo de uva dorada, cantar alto,
que hondo al cielo toma por asalto
y cae como cae un ángel de batalla.
Contra ese chorro oscuro de tu pelo
late la luz de mango enamorada:
mujer y fruto empujan todo al vuelo.
Señora de los hombres y la nada,
que alimente tu sangre mi desvelo,
si ella olvida su dura luz de espada.
Nocturno de la calzada Madero
A Roberto Vallarino
Aquesta viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche
San Juan dela Cruz
No le temo a los perros que me saludan
en el fondo de la noche
como niños hambrientos de luna,
con aullidos de alucinante sombra
y viento extraviado en las esquinas.
Porque mis días se han levantado
contra una ciudad enjoyada de mendigos,
circos donde la razón atraviesa aros de fuego,
pirámides con sacerdotes adorando la cifra y el puñal.
Y donde ciertas desnudeces de cantera
—imitadoras del pulso de Miguel Angel—
se alzan virtuosas de muslos y de pechos
en el centro de la plaza pública;
pero con una mueca de asombrada Medusa,
ya vuelta piedra con el destello
del espejo arrullado por el terror, transparente
como la respiración de los ciudadanos;
cuando corre un alcohol dividiendo la sangre
de otras ninfas de cintura anochecida.
Y donde los frutos de un follaje centenario
altos y eléctricos,
se debaten
como galeón anclado por un tonelaje de peste,
contra el aire podrido de fábricas y tubos oxidados;
cuando ya silba el maguey de filosa punta
—violenta ceniza desde la orilla del siglo—,
por los desiertos del norte,
helado y sonoro monzón de la sierra
hinchando la carpa de una comedia desconocida.
Y porque los pasos de la bellísima
resuenan como cascos de caballo en mi memoria,
casi trayéndose espectros de carreras tristes
y elegantes sombreros de ala tuteadora
a este bulevar, hasta aquí,
donde el resplandor de su nunca lejana y dormida
ya baja por mis hombros,
se instala como una canción
en el centro de mi pecho cerrado,
hasta el pozo de tiempo de mi corazón.
De este corazón que limita al norte con esa madre loba de dulce camada,
y al sur, un poco al poniente,
hacia los bares donde el miedo también sueña,
y la vida modorrea con la mejilla rasurada
contra el piso vomitado de la cantina,
junto a los ciegos que palpan la música y la moneda
frente a vitrolas luminosas como dentadura de calavera.
Allí donde la puta, el califa y el maricón
se deslizan orgullosos de su techo de estrellas,
como una corriente amazónica que va gastando las mesas,
el vidrio turbio de las botellas
donde respiran rumorosas abejas,
orillan la espuma de la cerveza
y levantan burbujas hasta el ojo ebrio,
que revientan con el tambor y las maracas
si dos bailarines se tallan
entre el viento dorado de una cumbia.
En el sitio donde lento enviuda el filo de los puñales,
cuando un vértigo de águila o mosca
entra en la noche…
Como el aciago brillo de aquel farol.
Creo en los sacrificios sobre la piedra oficial,
donde la retina de los policías se contrae,
siseando madrugadora la sangre en la cuneta
al tibio encuentro con la tinta de los periódicos.
El señor de las leyes —gordo como un gusano—
se entroniza, y a su mirada ciega
responde la ciudad entera
con un silencio como de cementerio.
Un rojo de semáforos late en mis sienes.
Allá, donde se empieza a abrir el horizonte
silba un tren fantasma,
chispean fuego sus ruedas,
como incendiando un tiempo de catedrales profanadas…
No le temo a los perros que me saludan en el fondo de la noche.

Samuel David Noyola García (Ciudad de México, 8 de febrero de 1964), es un poeta y autor de Nadar sabe mi llama (SEP), Tequila con calavera (Editorial Vuelta), Palomanegra Productions (Conarte) y El Cuchillo y la Luna (Obra reunida, Conarte / Ediciones el Tucán de Virginia). La primera lectura pública de sus poemas la realizó en el Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de México, organizado por el poeta Homero Aridjis, (poemas recogidos en el libro Antología del Festival Internacional de Poesía, Ediciones el Tucán de Virginia). Como joven poeta fue publicado por Octavio Paz y por Víctor Manuel Mendiola en Ediciones la Centena (Verdehalago / CONACULTA); Noyola tradujo del portugués al poeta Brasileño Horacio Costa (ediciones el Tucán de Virginia). A partir de 1998 intensificó su vida nómada y bohemia hasta desaparecer en el año 2008. El periodista Diego Enrique Osorno, quien lo conoció en su juventud, realizó un documental sobre su vida y su desaparición, titulado Vaquero del Mediodía (Bengala / Detective, 2019), el cual fue estrenado en territorio del EZLN en 2019 y recibió una nominación al Ariel como Mejor Documental Mexicano.
Fotografía. Fuente: https://literatura.inba.gob.mx/nuevo-leon/4558-noyola-samuel.html