Poesía

Primer Encuentro de Poetas Iberoamericanos: José Antonio Santano (España)

 

 

 

Para el Primer Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Ciudad de México, se contará con la participación de 90 poetas, además de la implicación del Ayuntamiento de Salamanca y de la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. Despuès de XXV ediciones celebradas en Salamanca, España, el prestigioso Encuentro de Poetas Iberoamericanos, que dirige Alfredo Pérez Alencart, cruza el Atlántico y tiene nueva sede en Ciudad de México, ahora coordinado por la poeta hispano-mexicana Carmen Nozal.

https://www.tribunasalamanca.com/noticias/324440/ciudad-de-mexico-prepara-para-septiembre-un-encuentro-poetico-iberoamericano-siguiendo-el-modelo-salmantino

 

 

 

 

 

 

 

 

José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957)

 

 

MADRE LLUVIA TU NOMBRE

entre gotas de lluvia

golpeando ventanas

corazones ausentes

cuando mudos los ojos

acarician las nubes

que la tarde dibuja

en el ángulo oscuro

de una sala silencio

y un sillón de orejeras

los cabellos nevados

la sonrisa en el aire

de los dedos la artrosis

una herida profunda

en la rosa marchita

los recuerdos que sangran

y en la hora más negra

los cuchillos se clavan

como música antigua

y la casa es infierno

en la ausencia y la carne

de ese vuelo infinito

al abismo nutriente

de la muerte y la nada

que al abrigo del tiempo

a la tierra enardece

en la impía frontera

de un eterno sollozo

que al sueño despierta.

Madre lluvia tu nombre

cada día como el pan

alimento de lluvia

de un otoño infecundo

cuando solas las aguas

en la mar son herida

que los años invocan

pero ya no hay salida

que nos lleve al edén

de las risas primeras

cuando todo era luz

en los campos de olivos

y en los ojos el agua

avivando la tarde

repicar de campanas

y en la sala el vacío

invisible a la lluvia

a su tacto de diosa

a su muerte imposible

por la puerta cerrada

de su nombre la espera

el perfume de rosas

que la tierra sea leve

un enorme silencio

una lágrima inmensa

en los labios del aire

que me trae sus aromas

de mujer madre lluvia

y el sillón de orejeras

que en la sala no existe,

la cabeza caída

sobre el filo del sueño

una siesta profunda

en las venas ya mustias

por venir el desierto

de los pasos a golpes

en negror del asfalto

de las horas urgentes

en la voz del silencio

atrapado a los muros

de una casa encalada

en la esquina del tiempo

cuando fueron las lluvias

en la calle humedal

de una senda secreta

conjurada en su nombre.

Sin embargo es ahora

cuando todo es neblina

y los versos guadaña

que vacía la sala

y el retrato una sombra

muy adentro en la sangre

y su voz todavía

una luz infinita

que se agolpa en las sienes

y me nombra los nombres

de otro tiempo aviejado

en las gotas de lluvia

que incesantes destilan

soledad en el rostro,

la cabeza caída

moribunda la tarde

en otoño de lágrimas

poco a poco cayendo

sobre las blancas manos

de la tierra al abrigo

en un día cualquiera.

Para siempre el silencio

la invisible mirada

esa música sorda

de las gotas de lluvia

que monótonas caen

en los ojos cansados

y en la luz de los labios

                         madre lluvia la vida.

 

(Del libro Madre lluvia, Olifante, Zaragoza, 2021)

 

 

 

 

Cierra tus ojos, ruiseñor, pues nosotros

ya los hemos cerrado para oírte cantar.

Antonio Colinas

 

 

                                               Estos días de confinamiento tengo la sierra a la vista

                                               como una tentación constante. Allí está, frente al ventanal

                                               del salón de casa. Recorro con la imaginación sus callejas

                                              y los caminos que trepan hacia el agua. Comprendo la

                                             dureza de la condena de Tántalo.

 

                                                                                              Pedro Ojeda Escudero

 

 

                                                                       Estamos confinados.

                                                                       Salimos al balcón algunas veces

                                                                       por una buena causa.

                                                                       Cumplimos con las normas en silencio.

Antonio Rodríguez Jiménez

 

MORIR NO ES SUFICIENTE

 

Hay que sentir el tiempo entre las manos,

acariciar su piel de pez cristal,

ascender a la nada de lo bello

y regresar callado a los orígenes.

 

Morir no es suficiente.

 

Hay que adentrarse en las sombras azules

de la tarde, en su alquimia de grito

y esperar el designio de los dioses

confinados y ajenos a este mundo.

 

Morir no es suficiente.

 

Salvar la vida en el último instante

requiere de un valor extraordinario,

hay que vivir los días de soledades

y sostener el cuerpo sobre el aire.

 

Morir no es suficiente.

 

Un desierto de calles y de plazas

dibuja el triste son de las ciudades,

la soledad se crece en su espesura

en la nada sin luna de la noche.

 

Morir no es suficiente.

 

Abrasarse de nuevo en el abrazo

con el miedo silbando en los oídos,

traspasar la tupida red del drama

sin alivio ninguno en las pupilas.

 

Morir no es suficiente.

 

En los fríos pasillos de hospital

se acumulan los cuerpos imprecisos,

el horror se mastica en el anuncio

de una muerte tras otra en las noticias.

 

Morir no es suficiente.

 

Fue marcada la hora en el reloj

y ya nada será como lo fuera,

al principio de todo, en el edén

desnudos en la grandeza del mundo.

 

Morir no es suficiente.

 

En la ciudad de los sueños perdidos

no existen avenidas ni automóviles,

el cielo es extensión de las heridas,

de la lluvia que sangra a borbotones.

 

Morir no es suficiente.

 

Hay que vivir el pulso de lo amargo,

abismarse en el fondo de una lágrima,

descender para siempre a los silencios

en el límite exacto de la nada.

 

Preciso es el morir

si huérfano el corazón

del amor no es refugio,

si en el otro no somos

carne y espíritu

                           vida.

 

 

 

 

ÁNGEL Y PRINCESA

 

                                                                                  A Jacqueline Alencar. In memoriam

                                                                                  Princesa, tu mirada me alimenta,

                                                                                  amor, feliz me entrego a ti.

                                                                                              Alfredo Pérez Alencart.

 

 

                               Como tu nombre de ángel o princesa.

                               Inmensa luz que aviva el río Tormes

cuando atardece en la carne del verbo

y en él proclamas tu fe y bonhomía,

para luego crecer hacia las nubes,

desnudo el mundo, el canto de los pájaros

sobre la extensa sombra de la infancia

que renace con la última luna

para seguir viviendo entre los náufragos

y los desposeídos. Humilde tú

entre la multitud, discretamente

apareces y sonríes colmando

la noche con la llama de tus ojos.

 

Como tu nombre de ángel o princesa.

Así el corazón abierto espera

la llegada del pájaro a tu patria

boliviana, allá en Cobija o las aguas

del Acre que avizora de soslayo,

de nuevo, tu sonrisa, y del tucán

el vuelo en las alturas del bosque.

Gracia plena en la cornisa del cielo,

temblor en la Amazonia de tus manos,

ciclón del tiempo, estallido de luz

en tu modesta casa de Tejares,

en sus plazuelas y calles de antiguo,

en la farmacia o la peluquería

de Noelia, el supermercado Gama

o el kiosko Don Miguelón, tal vez

en cárnicas don Daniel o en la iglesia

la casa donde anidan las cigüeñas.

 

Como tu nombre de ángel o princesa.

A la hora bendecida del ángelus

regresas, del amor sin fronteras,

como antaño muy de frente miraste

a la muerte y en la muerte toda el alma

serena fluye ceñida entre rosas;

a la hora más cierta, abrazada

de auroras renaces, alzas el vuelo

tal la vecina garza o cormorán

y subes y subes, inalcanzable,

hasta el jardín de los silencios

y toda luz en su verdor floreces,

eterna en los versos del poeta

amigo, dulce esposo y fiel amante,

y atrapada en su música miras

la levedad del día en los estanques

la escritura en sus aguas de tu nombre,

inextinguible, de ángel y princesa.

 

 

 

 

 

José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957). Cultiva la poesía, narrativa, ensayo y crítica literaria. Es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Almería y autor de más de 20 libros, entre los que destacan: Profecía de Otoño, (Sevilla, 1994), Exilio en Caridemo (Almería, 1998), Íntima heredad (Madrid, 1998), La piedra escrita (Alhulia, 2000), Suerte de alquimia, (Alhulia, 2003), Trasmar, de narrativa, (Alhulia, 2005), Las edades de arcilla (Alhulia, 2005), Razón de ser (La Laguna, 2010), Caleidoscopio (Almería, 2010), Estación Sur (Alhulia, 2012), Tiempo gris de cosmos (Nazarí, 2014), Memorial de silencios (En Huida, 2014); Los silencios de La Cava (Alhulia, 2015),  La voz ausente (Alhulia, 2017), Lunas de oriente (Ediciones Dauro, 2018), Cielo y Chanca (Alhulia, 2019), Tierra madre (Alhulia, 2019), Marparaíso,” (Diputación de Córdoba, 2019), Madre lluvia (Olifante, 2021), Alta luciérnaga (Diputación de Salamanca, 2021) y Silencio[Poesía 1994-2021] (Alhulia, 2021). En la actualidad es miembro de la Asociación Colegial de Escritores de España y de la Asociación Española de Críticos Literarios, además de cofundador de la corriente Humanismo Solidario.