Primer Encuentro de Poetas Iberoamericanos: Javier Alvarado (Panamá)
Para el Primer Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Ciudad de México, se contará con la participación de 90 poetas, además de la implicación del Ayuntamiento de Salamanca y de la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. Despuès de XXV ediciones celebradas en Salamanca, España, el prestigioso Encuentro de Poetas Iberoamericanos, que dirige Alfredo Pérez Alencart, cruza el Atlántico y tiene nueva sede en Ciudad de México, ahora coordinado por la poeta hispano-mexicana Carmen Nozal.
Javier Alvarado (Panamá, 1982)
EL RASPADERO
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
Yo soy el guardián del hielo.
José Watanabe
El raspadero -sin saberlo- es el guardián del arcoíris sobre el hielo.
Regala rosas rojas derramadas sobre el cono
O amaneceres fúlgidos
Como la yema de un huevo
O el púrpura de unas uvas
Cuyo racimo
Es desprendido por las sacerdotisas de la carne,
O el grito de los monteadores que se saludan desde las arterias del calor
Cuando nos penetra la luz por las membranas de un espejo
Y los ojos de la piña vienen a recibirnos en las jarcias del sirope
O el naranja
Destellando
Junto al verde de la menta
Mientras van vociferando las pulpas del tamarindo; así para que vayan como una ofrenda a tus labios
Los sabores
Naturales
Y artificiales
Con la leche condensada del amor
Junto con la miel de las cañas
Que se acostaron para ser molidas y acariciadas por tu lengua
Para degustarte, lambisqueando, mordisqueando
El sabor y la coloración de las estaciones.
Amala rápido me dijo el sol
Y cumple con la vida.
Ámala en todas las transfiguraciones
Desde el hielo
Y cumple
Con la momentánea eternidad.
Ámala en todos los raspaos de tu reino.
MEDARDO ÁNGEL SILVA
ANTE LA NOCHE GUAYAQUILEÑA
A Ernesto Carrión
Muchas veces, me he llegado a preguntar
Por qué el río Guayas en Ecuador
Corre hacia una dirección y hacia la otra,
Cambiando su curso,
Controlando la dirección y los destinos,
Sin desorientar a algunas garzas que provienen del Daule y el Babahoyo
Y aletean sobre los carteles publicitarios de las Menestras del Negro
Y regresan a descansar sobre las plantas flotantes
Como si fueran fragmentos prófugos
De una gran red que remienda un pescador
Desde alguna orilla.
Ayer fueron los ángeles y el verano soleado.
Ayer fue el invierno y el temblor de las golondrinas.
Ayer fueron las botellas acumuladas por la bohemia.
Ayer fue el baile en la fiesta de los mulatos.
Ayer fueron las orquídeas floreciendo en las lenguas de las iguanas.
Ayer fue un barco con el pecho descubierto y los versos de Medardo.
Hoy es el malecón de Guayaquil
Como el nombre de la mujer que él amó:
Rosa Amada Villegas
Sin más divinidad que de las luciérnagas distendidas sobre el alma voluntaria
Y recordamos entonces aquella vida de cronista,
A aquel poeta del Modernismo que desplegó
El testimonio de la noche guayaquileña
Silbando y galanteando hasta ese punto donde las casas parecen trepar
Las serranías
Para fraguar un clavado hacia el océano.
.
Viene la inmersión y emersión de aquel poema en tinta roja desde el Parnaso,
Sobre el puerto y las riberas: el alma en los labios
Y nos encontremos con la imperfección del silencio del amor y un disparo,
De un suicidio o de un acto criminal
Que muy pocos logran resolver
Y sigue ardiendo toda la trama
Sobre las calendas y la historia
En la impresión de las hojas
Del diario El Telégrafo
Con su llama apasionada,
Evocando en cada boca,
Todos los labios que tu palabra besaría en una noche guayaquileña.
BERTOLT BRETCH, BERLIN DEL ESTE 1956
No es posible hallar la capa o el sombrero
E irse a envejecer bajo ese ruido de la lluvia
Golpeando la ventana de la madre,
O de alguna mujer que amamos
Y que aún despelleja las rosas
De algún jardín muerto en invierno
Y que hurga en la memoria colectiva del olor, traza los colores en el espacio
Juega a la inmortalidad en cada uno de los versos que se escriben,
Para pertenecer a esos recuerdos resinosos de acuarela,
En donde vaciabas al pueblo de su niebla espiritual,
De esas sílabas de tonelero que flotaban en las jarras de cerveza,
Donde perviven las escenas de las buenas familias burguesas, de los veranos en la playa
Los toques de laúd y las estrategias de ajedrez
Para alguna sátira representada en entreguerras
O en el exilio de portar un parlamento
Nuevamente acercándonos a esa exhumación del peligro:
A ese teatro que nos hace gestos de mimo y que mantiene las luces apagadas,
Ese teatro que hoy se entiende mal y que hay testimonios de ello en todas partes,
Que hay tras bambalinas directores que marcan la noche del incendio
Que no creen en el relevo generacional y en los actores que se forman
En soledad
Y los mandan a sentarse entre las butacas, siendo los apuntadores
Del miedo, de la asfixia, del elixir quemante; donde temimos fugarnos solos
Y ser los únicos pájaros que colmaban en secreto
La rama cotidiana
O ser como esos jefes de escena o de utilería y que portan máscaras
Para no ser reconocidos luego.
Esta noche previa que es el desenlace de toda trama irreal,
Esta noche que es el distanciamiento del rostro y de las lágrimas
Este viento que cruza los árboles y teme enredarse entre los cabellos
De los espectadores,
Ese programa de mano que avanza entre las manos como un carbón encendido
Esto que no soy y que sin embargo sigo siendo para desmaquillar
Al sonámbulo deiforme
La experimentación de la técnica teatral y su larga mancha de huevo.
Ese entrenamiento que es separar el alma del objeto corpóreo, la herida de la adulteración de la sangre,
De la sensación múltiple de lanzar metáforas sobre un estanque que se ha congelado para no respirar más,
Para ser una orientación de los labios en el frio, un tren que se desmadra
Arrojando panes frescos, panes de furia, panes de libertad,
Panes con levadura de hambre
Con un patinador que improvisa a cada instante su diáfana caída.
Eso de recordar los cementerios bombardeados y el exilio de aquellos muertos
Que hoy socavan la residencia de los vivos,
Tibias y fémures vienen a ser aquellas plantas que hoy riegan las señoras y las hijas de éstas para no condenarse.
Esto de caminar y oírte estornudar en las calles de Berlín del Este.
Es 1956 y me atrevo a colocarte una taza del té y arrullarte en el vapor
Para entender entre los aires esa carta que siempre lees, esa remembranza
Que siempre escribes, esa epopeya que da paso a la mueca, a la victoria, a la sonrisa cortada en la médula.
Estas son las canciones que convergen de la niebla, de la parábola a futuro.
Este es el viejo Bertolt que camina por Berlín del Este.
Este es el eterno Bertolt que quiere mirar a las estrellas.
Galileo Galilei le tiende un telescopio y las campanas se suceden
Mostrándole en cada eco, la cresta de la orilla.
La muerte viene con Madre Coraje y su carromato a recogerlo
Y hay algo de tinta chorreada en las acequias,
En la mesa donde respira la medianía del libreto
Y donde la hija muda con sus manos le dice:
Sólo una ópera y tres centavos para cumplir el viaje.
PARTIDA EN NIEVE
Leche negra de la madrugada te bebemos de noche
Muerte en fuga, Paul Celan
Mi madre, al vernos partir dio puñetazos en la nieve
A mi padre y a mis dos hermanos nos llevaban al trabajo forzado.
Mi madre se quedó sola tejiendo para los nietos que nunca habría de tener y para las legiones de la muerte.
Fue cosiendo una a una las mortajas de todos, dominó a los badajos y a las serpientes.
No tuvo miedo al vigilante y se quedaba a llorar junto a los horarios de espera en las abandonadas estaciones.
Fue una pequeña araña en los desvanes de Europa.
No desafió a ninguna diosa, tejió la placenta de nuestros cuerpos; alcanzaba a morder las frutas de un
desmantelado paraíso, donde la fábula constreñía su tristeza con palomas mortales.
Se valió de todos los hilos de la derrota.
Nos tejió una bufanda con su cementerio de sonrisas.
Amamantándonos de leche negra,
Calentando en la hornilla la leche negra,
Entonando rondas de juego y colocándonos en el biberón la leche negra.
A nuestro regreso la casa yacía con pintura nueva y colocó sobre nuestras camas las sábanas durmientes.
Nuestros juguetes nos abrían los brazos
Y ella había muerto
Sobre la mecedora,
Como una palabra enorme de melancolía.
MUERTE DE UN POETA NATURALISTA
Esta es la primera noche en que el anciano, tomando su meditada lámpara nos dirá:
“Hoy empieza el ayuno por Seamus Heaney”...
Entonces, nos levantaremos de la mesa y soñaremos con las migajas del banquete de la jornada anterior.
Ya no queda agua, ni siquiera una brizna de algún alimento para las aves pendencieras.
Es la nostalgia de un cosechador sobre sus piñones de saliva;
Un toro inmenso que va aguardando la puesta de sol para ir a resoplar con las luces del terruño.
Yo aguardaré el paso del calor al frio observando el prisma del hogar y la danza de las luciérnagas sobre los contornos ágiles;
sobre estas pequeñas epopeyas donde un labrador puede ser Ulises,
Mientras haya metáforas hibernando con los animales en sus madrigueras
O rebullendo en medio de un estanque junto a los huevecillos de los anfibios, copulantes en su furia
Mientras se encienda alguna chimenea y el humo arengue
Que hay poesía sobre los marjales
Una rapsodia para la hambruna mientras arrancamos inquisiciones a las estirpes de la hierba,
Un intervalo de voces que entran y salen de las cocinas,
Horneando alguna tarta de cerezas o de frutillas del bosque para que el viejo Seamus
Vaya satisfecho a reencontrarse con los muertos;
Con William Butler Yeats y las almas generadas,
Limpiándose los labios luego y entonando un credo que se hinche como una levadura sobre los aguajes y los páramos
Aunque no se tenga una litera en donde arrullar a la conquista,
Una espada gradual que vaya ascendiendo
Entre la grupa de plantas parasitarias,
Entre las cosas mortales que se culebrean por los campos de Irlanda,
Por donde avizora
El alpinista su último suspiro antes de tocar la cima;
Antes de encontrar el caldero con las monedas de oro y la continuidad del arcoíris,
Ese envejecimiento prematuro de nuestro pasado, de las clínicas boreales
En su tambor de carne viva,
Cuando en tu poesía oímos las detonaciones y los bombardeos en Belfast;
Y escuchamos también a una rana croar infinitamente en nuestro pecho, en nuestra cueva del azar
Demarcando fronteras, recogiendo pequeñas imágenes del condado de Derry para engarzar en nuestros parietales,
En nuestros riñones colmados, en nuestras manos que toman un azadón para cavar en la tierra,
Para pulir esa música de las asombradas esferas,
Esa inclinación de reencontrarnos con nuestras generaciones enterradas,
Dispuestas a retoñar ahora que te observo sonreírme destapando la botella de leche y beber a grandes sorbos
Esa lactescencia del mundo
Para saber que estamos solos,
Para saber que estamos solos,
Para saber que estamos solos,
En ese dolor hirviendo de los mares poseídos,
De la lluvia ancestral,
De la tiniebla coagulada que tintinea en la escarcha de los tejados
Como una antigua herida
Que sigue supurando
Los eriales en nosotros;
Esa marcha caduca de los espejos como un secreto del aire,
Como la pieza de cacería llevada en hombros, que con algo de nostalgia mira el paisaje dejado atrás
Donde te has quedado copiando imágenes de la tierra,
Plagiando entonces la muerte de un naturalista.
Javier Alvarado (Panamá, 1982)- Ha obtenido diversos premios nacionales e internacionales de poesía como el Ricardo Miró, Pablo Neruda, Rubén Darío de Nicaragua, Nicolás Guillén, Mención de Honor Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo, Rey David de Poesía Bíblica Iberoamericana, Segundo Premio Antonio Machado de los Ferrocarriles Españoles, Sor Juana Inés de la Cruz. Cuenta con una veintena de poemarios y varias antologías y traducciones.