Poesía joven: Xochipilli Hernández (México)
Buffalo Bill
and what i want to know is
how do you like your blue-eyed boy
Mister Death
e. cummings
Conocí a Buffalo Bill porque le gustaba leer a Hemingway. Nuestra amistad ha sido larga, pero debe suponerse: no sabía mucho de él hasta hace unos días. La primera vez que intuí algo fue: “hoy desayunamos con el novio de mi mamá”, y una cara de fastidio fugaz en un rostro de eterna sonrisa. Así era Buffalo Bill. Intrépido en emociones. La segunda vez casi se me escapa: “mi papá trabaja en la central de abastos y, cuando era niño, me llevaba.” Yo sólo lo veía con atención: un hombre, con todo lo que ello implica. Un hombre-espejo. Un hombre atrapado en carne dura. La tercera vez fue debido a una pelea absurda. Debíamos reconciliarnos. Entonces, con ciertas incertidumbres en mi alma, acepté que llorara en mi hombro, como un niño. Él me dijo: “eres la primera que ve esto”. Yo le creí.
Dios, él es un hombre de verdad.
Llegando a casa lloré todas las lágrimas que Buffalo Bill se había guardado.
Gallo
Es simple.
Al amanecer
uno es tu afán:
cantar.
Te coronas solo
y solitario eriges el feudo
donde tú, rey sol,
inauguras el día
y escancias el tiempo
Rey generoso:
Reparte tu melodía sin vanidad.
Mi relojero nunca es más preciso
pero a cada golpe sonoro
mi corazón tiene un preso menos.
Una vez libre me condena a la muerte.
Nunca la música es más preciosa y traicionera.
Sacerdote de Apolo:
Ni Calcas, ni Tiresias –mucho menos Casandra-
tienen tu suerte.
¿Por qué, entonces, tu único augurio es la duda
-duda burocrática-
de que hoy entonarás mi marcha fúnebre?
Diente de león
Ni eres feroz ni tienes cola
pero he aquí que, ante dios,
formas parte de la corte vegetal
de primer orden.
Universo en expansión,
estrella de amarillos que al secarse
retorna en supernova infantil y taciturna.
Travesura de un Eolo terrestre
o repositorio de libélulas.
Sin garras ni colmillos,
no te conformas
con tu obligación imperialista
de las flores.
Qué más da.
Allá, a lo lejos, indefenso,
está tu espejo brillando
con una luz desde hace siglos.
Y acá,
el pelo de tu melena corre,
seguro y puntual,
a su cita con el culto a la vida,
sin derramamiento de sangre.
Noche de silencio
La flecha más segura cuando dijiste: “yo”
Pedro Salinas
¿Y quién sabe?
Ya tú lo sabes,
el secreto del anonimato
que eras tú
acaba de soltar
su último pétalo.
De otoño a otoño,
en travesía,
los vientos
que repitieron tu Nombre
se van, ¡qué lejos!
Y poco a poco
tu nombre
se va deshojando.
¡Ah, el silencio!
Ya llega con su hoz
a implantar su reino.
Declarado mendigo
asfixiado eco,
declarado silencio
por ti declarado.
Toque de queda
en madrugada.
A la deriva, sí, a la deriva,
sabiendo que omites
lo que sabes y yo sé
y tu corazón no sabe.
Falta tu nombre aquí,
aunque sé:
lo que se comprime a cenizas
debe ser lanzado al río.
Rezo por tu nombre
y aquí me faltas,
y rezo y rezo y rezo
en voz bajita,
para que tu nombre,
aunque sea él,
sobreviva al invierno.
Declaración de vida
He dejado reposar mi poesía
como un epitafio de aire cementérico:
No hay redención.
La conciencia del mañana
es una paloma entre dos edificios umbrosos.
El aire, un diluvio de olvidos.
La risa, trivial acorde unísono.
Las lágrimas, fugaz misterio entre el cielo y los hombres.
De mis pasos no recuerdo ni la sombra
y la juventud apunta a no ser más
que una época de mala higuera,
con el color de lo incomible.
El tiempo no hace otra cosa
que dejar hojas secas en el suelo.
Sin embargo,
soy mis dos últimos suspiros.
Me alberga el ansia de infinito
liviano como virgen a campo abierto.
Me habita una tierra de númenes y aristas
y doy fe de algunos hombres y mujeres
que creyeron en el pan de todos.
Me declaro infértil a lo etéreo,
que la vida se declara como un romance.
Mientras el retraso de la muerte sea constante eterna
no ha de ceder lo mortal ante lo efímero;
no han de ceder mis manos
que te buscan en la avaricia del mundo;
no cederá la poesía
pecaminosa e inútil para los diestros;
no cederá mi voz para llamarte
desde la más mísera tierra,
desde los tumultos más atroces de hombres y maledicencias,
de alaridos y mohos y sofocos mundanos;
no cederán mis pasos,
los dejaré hacia ti.
He de renunciar al tiempo, pero no a la vida:
mientras un respiro sea tuyo y otro mío,
la muerte tiene los días contados.
Xochipilli Hernández. Tamazunchale, S.L.P. (1995). Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la FES ACATLÁN, UNAM. Forma parte del comité editorial de la revista De-lirio. Ningún miembro de su familia ha muerto de amor, ni ha leído a Szymborska. Cree que la poesía es como el pan, de todos.
Estuvo padre el poema del Gallo?
Diente de León, cierto no tiene dientes ni cola, me gusto mucho, la disfruté