Poesía joven: Miguel Ángel Pozo Montaño (Madrid)
Miguel Ángel Pozo Montaño (1985, Madrid)
Naciste entre juguetes, parques y columpios.
En la tierra donde brota el lenguaje,
donde no enferma la muerte.
Donde tus caminos están descritos
por mujeres que siembran con la mirada,
por niños que juegan al escondite en las literas del bosque.
Eres de la ciudad donde
un minuto antes de caer la bomba
seguían los hogares y los girasoles intactos,
las terrazas con vistas a campos de plegaria,
las ventanas de besos fronterizos.
Y es ahora cuando te toca recoger
toda la memoria y extinguir ese miedo ronco
y extinguir ese miedo, ese
que no te deja hacer el equipaje.
Comienza un camino de llanto
abriendo puertas desnucadas y sin pan sobre el tablero,
en el que el sueño sacude las cortinas
y narra la vertiente de los gritos.
Comienza un viaje verdugo,
en el que correr está vencido por otras cicatrices.
Así es. Así que, ahora que llegas con tu maleta,
no la deshagas los días de lluvia.
ya no te pesa el óxido excedente de los gritos
el relámpago
de la distancia con la horca,
el ladrillo
que levanta un muro,
el tropiezo
de piedras invidentes,
la emboscada
de ruinas sin atajo.
ya no te pesan las oleadas
de apellidos que pierden su nombre
el ataque,
ya no te pesa.
este lenguaje de traiciones.
pero no quieres nombrar a tu maleta
tú no;
porque tienes escondida
la mano de quien te dio la palabra,
el reducto del último cuaderno,
el grafito suicida que se hace en ti,
porque encuentras un miedo mosaico
amordazado contra la llaga morada de la tortura.
y no te tiñes
con hombres y mujeres que luchan por no dar la vuelta a la noria.
y no tiñes los pasos,
tú no;
porque gritas como una mosca
revuelta sobre el espejo.
porqué gritas.
y dime tú, entonces,
quién nombra tu equipaje.
y a ti,
a ti, quién te nombra.
para que te cosan
los soldados y te manden al incendio.
para que te busques,
en un régimen de reclusos y firmes la mansa podredumbre.
para que después seas
un oprimido bajo una sombra extensa.
para que te pronuncies
en las celdas al aire casto y se fatigue la muerte.
para que no tengas
pan compartido y la carne sea muda.
para que se amontonen
los informes, los gritos y un sueño
y un sueño esponja.
para que te cosan
los soldados y te manden.
al incendio.
ya no te quedan latas que llevarte a la boca
ni pequeños alientos que sellen aceros,
ni sucias venas que descosan,
ni el gesto pesado del trago.
ya no te queda el espejo en el que mirarte
tras horas de rodillas
ni mantas,
ni leche,
ni uñas agazapadas.
ya no te queda ni la única espera
de un minuto que sigue derramando huellas,
ya no te queda ni una botella de vidrio
que se conserva al vacío.
ya no te queda nada,
ni la última semilla por germinar.
ya no te queda sed,
ni voz, ni vértebra,
tan solo una maleta que huye.
haces señas,
gestos desde el muro,
el metal está envuelto,
está dormido,
coses las lágrimas.
los que llegan, los que marchan,
no hay nombres. nadie,
tu hijo
solo
y no eres.
en la nada
la lluvia
llora sordamente
no te rindes
cuando tus pies
solo ven las manos abrazadas a la nuca.
cuando tus zapatos
necesitan unos cordones sin mercurio.
cuando tus rodillas
no tienen fuerzas para seguir regando la sangre que brota del último árbol.
cuando tus caderas
llegan a tumbarse por los ruidos que se rompen de cuclillas.
no te rindes.
no te rindes.
no te rindes.
porque quizás, el único tallo que te deja madurar
siempre nace del lado izquierdo de alguna rama,
porque quizás,
y ahora sí, quizás
rendirse sea la mejor manera de llover.
Y en juguetes, parques, columpios,
tan solo veo sangre y escarcha.
Intento tejer mi mano en una rueca
que viene dejando rastrojos a miles de periplos
para no pisar un vertedero de grietas y usura.
Porque ahora todos somos un campo de pesticidas
donde se siembran personas para que brote
el mayor número de monedas.
Y yo también me rindo
ante el mar y ante la lluvia de alambre.
Y yo también me rindo
ante el peso que llevo a la espalda
por naufragar en medio de países cubiertos
por estercoleros y vómitos.
Y yo también me rindo
por ver unas grietas sujetar en nombre del mercado.
Ahora que
todo es podredumbre y nos dirigimos
en busca de la lápida
que nos ofrece el último plato
para escuchar a una orquesta con asientos vacíos.
Ahora que
nos educan para que nunca más miremos debajo de la cama. Ahora que
todo es gente aniquilada por un pensamiento ceniza.
Ahora,
busco en algún cajón toda una memoria de ruina,
toda una memoria de sombra,
toda una memoria de grito
y lo único que encuentro es una memoria blanca,
una memoria quemada con fuego frígido
que sostiene el vértigo para que ardan todas las bocas del mundo. Y tal vez, y aclaro, tal vez,
llegue el día en que la lluvia
seque el incendio de todas las maletas
donde lo único que permanece es el silencio y la mesura.
Y tal vez, insisto, y tal vez nada,
la lluvia de nuevo y tan solo la lluvia,
pueda sujetar esta, la maleta del paria.
Miguel Ángel Pozo Montaño (1985, Madrid). Graduado en fisioterapia por la universidad autónoma de Madrid. Es estudiante de Filología Hispánica, ha publicado los libros Aún y Nada ( ed. Esdrújula, 2018) y La lluvia que seremos (ed. muevetulengua, 2020) ha sido finalista del Premio Loewe 2019, además colabora en diversas revistas poéticas digítales, como RSC cultura. Ha sido ponente en los festivales de poesía POEMAD 2019, Madrid y VOCES DEL EXTREMO 2018, Huelva.