Poesía joven: Johanan Cervantes (Hidalgo, México, 1998)
Johanan Cervantes (Hidalgo, 1998)
La huida
Escribo:
No es fácil, no debería serlo,
tomar una roca
con ambas manos
como dicen
que se agarra una buena roca
y ya sabes: encarar
a un /desconocido
nombrarte
tu nombre y preguntar el suyo
mirar /a sus ojos
dejar a la retórica /hacer
lo que hace. Y luego
evaluar las posibilidades
cambiar de tema /encerrarle
en una oración completiva final
y conseguir su número
pero luego descubres
que quizá dos manos no basten
para sostener a esa roca
que parece agua
que necesitas escarbar un rinconcito
de fe y abogar por suerte
para que la roca no te tome a ti
hablar con ella y descubrir
que las uñas se pintan en orden
que las voces por teléfono /duran horas
y amanecen juntas
y luego conocerle lo modos
y el dedo anular
que le gusta el whisky con coca
y la canción que baila
no es fácil /descubrir el peso
de la roca
así a primeras
cuando quieres levantarla
le mides el ángulo
los bordes afilados
y empujas con las piernas
cuando te sientes seguro /es lo peor
con sus manitas de roca
te jala y casi
casi te derriba
y tienes que replantearte el peso
comienzas a preguntar
si ya comió
te preocupa
donde acomoda su pelo
desabotonas /el pantalón
lento
más lento
cuidadoso
y besas /ya no con hambre
con cariño.
Todo se resume a eso.
Pero luego te acostumbras
al peso
a sus lados
descubres como tomarla
y miras a la roca y luego al agua
y quiebras el silencio.
Pero no es fácil
no debería serlo.
La palabra
Y si después de tanto y tanto
sucumbimos, no sé, ya no de pudor,
sino de vida
¿qué nos quedaría?
Porque la vida es una palabra
que no acaba de ser dicha
y tampoco significa.
Y si después de todo y todo
no nos queda cariño y sucumbimos
ya no de vida, sino de pesar
y la esperanza se acaba
¿no sería mejor
pronunciar una palabra?
Esa mujer
Una vez quise pensar
que esa mujer quería ser
una pieza de ajedrez,
claro, yo la puse como dama
esperando que con sus largas estocadas
diera mate a mi pecho,
pero esa mujer descubrió que su influencia
iba más allá de las 64 casillas
del tablero
así que le regalé un arco
un carcaj
y con sus manos
tensaba el arco y apuntaba,
siempre apuntaba a los ojos
tenía una sonrisa, qué sé yo,
una flecha, un algo
porque disparaba y nos dejaba
ciegos a todo.
Pronto descubrió que con toda
la fuerza del arco no bastaba
para dar de beber sangre
a su sed
y entonces le regalé un rifle francotirador,
ella disfrutaba mirar por su mirilla
a sus presas lejanas,
pero pasó lo mismo
resultó que quería abarcar más,
le regalé un continente
una luna en Saturno
una enana marrón,
y nada le bastó.
No quedaba más nada bajo mi propiedad
y tuve que abogar a la pobreza
le di un poema y una flor
ella me miró largamente
me dio un beso
y se sentó a mirarse sus pétalos.
A veces llueve
A veces llueve llueve
y pienso que uno vive vive
que somos como charcos que se empozan
en los días que vivimos.
Algunas vidas son
mantos de agua clara y diáfana
que la luz atraviesa
y otras son
amargas fuentes
donde los mosquitos
ponen sus larvas
y así se fecunda un dolor
que yace aquí en el pecho
y nos hunde deapoquito.
También hay vidas
que por desgracia –o suerte–
se encharcan sobre una coladera
y de repente dan dos vueltas
un brillito
y desaparecen para siempre.
Uno no alcanza a dimensionar
el tamaño de su charco
y sólo puede abogar por los días vividos
lo seguro es que se va secando
de a poquito poquito
al final seremos humo, vapor de agua
y luego llueve llueve.
Apología
Esta mañana me he encontrado a un muerto. Anoche durmió conmigo y no supe cuándo murió. Su cuerpo flotaba como un amargo sol. He visto en sus ojos apagados una última mirada. Sus manos son las dos alas de un halcón abatido en vuelo, cuántas cosas no tocó y cuantas recuerdan su toque. Y me ha dado pena ese muerto porque me mira con miedo, porque he olvidado su nombre, porque parece pedir un ataúd con su entierro, ahí, detrás el espejo.
Esa voz
Esta tarde he oído la voz de mi madre
su dulce tono ha dicho mi nombre
como un regaño o una sentencia
me ha llamada a su lado.
Con qué cara podré ir a verla
si he estado jugando todo el día
y estoy muy sucio
cómo le explico que ayer estaba
enfermo y solo
como un cactus que muere
a mitad de un desierto
que su único hijo cambió de pelo
y arrugó su piel
que perdí el juguete que me dio.
Con qué cara le explico a mi madre
la embriaguez
y los años perdidos
no vaya a ser que me regañe
por deshacer mi vida
como un hielo en la mano.
Sé que no va a estar muy contenta
cuando sepa lo de las drogas,
y la sífilis,
del licor de caña,
y de las cicatrices.
Ya voy, madre
sólo deja pienso en una excusa
para llegar tarde.
Johanan Cervantes (Hidalgo, 1998). Estudiante de los últimos semestres de la licenciatura en Lengua y Letras Hispánicas en la UNAM. Participó en el congreso CONELL del 2021 con una ponencia sobre Trilce y ha publicado en las revistas Miseria e Irradiación.