Poesía joven en español: Cristina Bello (Morelia, Michoacán, 1995). Selección de Carlos Sánchez Emir
Cristina Bello (Morelia, Michoacán, 1995)
Falda plisada
Aprendí el funcionamiento de las armas
dispuestas a hacer pequeños cortes en la ropa:
tijeras, hilo, aguja, cinta métrica y alfileres.
Tracé las medidas sobre el papel,
despegando el lápiz de la mesa
o reteniéndolo en los dientes
como retuve la granada
en espera por algo que teñir de rojo,
no elegí la tela.
Abuela me explica
los colores dicen mucho,
casi como los anillos
que detectan sentimientos,
azul para la tristeza
rojo para la pasión
verde para la envidia,
Abuela elige una tela lisa y rosa,
aún cree que soy una niña
Mídete la cintura en tu parte más delgada,
no quiero responder
porque no sé si hallaré esa parte delgada en mi cuerpo,
estoy frente al espejo, ella frente a mí
y los alfileres están tan cerca,
se encajan, me ciñen,
a veces me pincho con ellos
a veces disfruto pincharme las palmas de las manos
con ellos,
pero solo las manos
porque el dolor es agudo, momentáneo,
el dolor resultante de un metal no es frío,
es más bien cálido,
ojalá y yo fuera ese pedazo de metal
incidiendo en la piel de otro
ojalá.
La tela debe sobrepasar mi rodilla,
el largo de la falda debe ocultar mis círculos verdes y morados,
porque el verde les hará pensar que soy envidiosa
o que mi piel lo es,
y el morado en cambio les hará pensar
que me creo mucho porque mis piernas son rollizas.
Tomo la tela y me cubro,
mido los centímetros para asegurarme
que la granada no volverá,
y que su pulpa encontró un sitio
en mis costillas,
ahí me crece otro corazón
revienta
me quedo casi desnuda delante de la máquina,
la máquina de Abuela también revienta,
no tendré una nueva falda
o mi lección de costura,
habrá que esperar así, en estallido
por alguien que venga a repararla.
Mi cuerpo tiembla desde hace un mes,
extrajeron la sangre necesaria para abastecer una ausencia
para abastecer las ciudades desoladas que escribo aquí
y nadie está,
en esta ciudad soy el cortocircuito.
Los doctores dicen no señorita, vuelva en una semana,
no saben qué tengo
no quieren decirme
\
porque no saben, pero yo sé
sé que estoy enferma,
y que el insomnio decidió quemar la casa,
volver mi cuerpo una planicie donde se accidentan los pilotos,
no recuerdan quiénes son
no recuerdan a dónde iban
porque tampoco lo supieron antes
los pilotos se accidentan en mi boca
los devoro para ver si me devuelven algo de ligereza.
Mi cuerpo vuelve a ser vela de barco
pero sigo enferma
y el mar que cruzo sin nunca tocar puerto se parece al inframundo
las voces y los llantos son una estaca
lloran por mí / lloro por ellos
no encuentro un Zeus o un Cristo que me escupa y diga
que soy una maldita / que estoy maldita
que todo lo que descienda de mí lleva el sello de la muerte temprana
que extrajeron mi sangre (la suficiente) porque van a ahogarme en ella.
Zeus, Cristo y los doctores dicen no señorita, vuelva mañana
ya estoy seca, ya vi a Dios y al Diablo que son lo mismo
ya me comí las uñas, el brazo, las ganas
ya se gangrenó mi edad / mi segunda década /
y aún no sé quién dice: No, señorita. No tiene nada.
Desmantelado
Las cajas miran desde el extremo del cuarto,
saben que entregaré el juego de llaves
para no volver a tocar la perilla de su puerta,
y luego las cajas serán parte de ese ciclo permanente
en polvo y arañas de un nuevo armario.
Confieso que me entusiasman las mudanzas
y a menudo, me dejo arrastrar por la incertidumbre,
así como las babosas por la descomposición,
alimentadas siempre desde la ceguera,
no conozco el desplazamiento
pero la terquedad sí, punzante,
la misma navaja que dejará abierta
sobre mis manos, la iluminación torpe
que me permita equivocarme de sitio.
La fotografía empieza en tonos sepia,
al fondo, una mujer eleva con sus manos
rendidas al cielo, la asta de algún mamífero,
me recuerda aquella anomalía
de caminar a cuatro patas.
Las orejas agudas, la nariz aguda,
el sonido del aire que obliga al movimiento,
antes que cualquier rito
donde se requiera de una solemnidad falsa
como la procesión de mis quehaceres matutinos,
el agua caliente en mi dedo meñique
la sensación del cloro y su resequedad
o el polvo acumulado en la hambruna.
¿Cuáles son los pasos necesarios
para salir de un círculo de tiza?
¿Quién me colocó aquí?
un cervatillo observa la derrota
de uno de sus miembros
mientras busco algún programa
que me distraiga
y me haga creer en la no-contención
de mi cuerpo en su hábitat
de vigas y ladrillos.
La fotografía se desplaza.
Bifurcación
Desenvuelvo mi lengua viscosa,
mis ojos que miran como vidrio
y huyo enferma a la melodía
que no me deja dormir y repito en sueños
y olvido al día siguiente,
y hay que volver a soñar que camino en callejones coloridos,
que en cada sueño visito otra ciudad y nadie me conoce
y a nadie quiero.
A veces me canso de los lunes
como dios se cansa de mirarme,
porque los lunes hay que rehacer el mundo,
los lunes limpio mis estantes con culpa
y maldigo y perforo las noches
de quienes han roído mis esquinas submarinas,
subterráneas de amantes.
La luz arrastra, mengua, arrasa,
todavía no descubro quién soy
al inicio de la semana María,
los martes Beatriz,
los miércoles y jueves Penélope,
los viernes, sábados y domingos
soy Salomé.
Cavo en mi vientre
mi condición de desconocida
y sepulto todos los nombres.
Cristina Bello (Morelia, Michoacán, 1995) Egresada de la licenciatura de Literatura Intercultural de la ENES Morelia, UNAM. Fue becaria del IX Curso de Creación Literaria para Jóvenes Escritores de la FLM-UV en la categoría de poesía (2017) y del Festival Cultural Interfaz (2018). Obtuvo mención honorífica en el Premio Nacional Universitario de Poesía “Desiderio Macías Silva” (2017).