Poesía

Poesía joven en español: Alex Rodríguez (México, 1993)

 

 

 

 

Alex Rodríguez (México, 1993)

 

 

 

 

Abismo

 

En el borde de la vida,

del latido de un corazón enfermo,

de la muerte que no avisa

pero todo mundo espera,

arde la carne y sangre de Dios.

 

El sudor inunda las iglesias,

las luces iluminan el atrio,

pista de baile para travestis y tipos raros

que rompen el suelo con su tacón en punta.

 

Las líneas de coca se derriten

en las cabezas deprimidas de jóvenes punk

con hogares rotos

y cabellos de espinas tóxicas.

 

Las narices derraman el vino consagrado

y los muslos se encuentran sin pudor.

Devoran los unos a los otros

la carne y la sangre bendita

de los malditos ignorados por esta sociedad.

 

Somos el sacrificio de lo desconocido,

mártires de tu utopía,

el virus en un sistema computacional

que nunca será perfecto.

 

Crucifícanos una vez más,

mientras la tornamesa reproduce

la última canción de amor

y yo susurro ante la muerte

el nombre de mi madre.

 

 

 

 

La Purísima

 

Ya estuve en el paraíso.

Vi ángeles andróginos bailando en la barra del bar.

Labios unidos en oraciones profanas

invocan a la Virgen María con el rostro de Madonna,

que nos vigila como la madre de los desamparados.

 

Templo que invoca el nombre de San Sebastián.

Poses Vogue.

Cuerpos semidesnudo bañados en agua bendita,

danza ritual al ritmo de canciones pop de los noventas.

 

Santa habitación de hombres maquillados,

los penes danzan debajo de las faldas,

tacones talla ocho rechinan en el suelo

y los pechos velludos apenas llenan el corpiño.

 

Las mujeres, santas palomas que no han conocido hombre,

se besan en acto sublime que rememora a Safo

y beben las unas de las otras el éter de sus senos.

 

¡Bendita Purísima, templo de las locas!

Protege a tus hijas del macho opresor,

déjanos ser en cuerpo y alma como fuimos concebidos

por el prisma multicolor de la creación.

 

 

 

 

Nunca fuimos rockstars

 

A las cuatro de la mañana

los lamentos del inframundo

andan por calles del Estigia,

escenarios de luces débiles,

hambrientas por el sol.

 

Delineador oscuro y adolescente

se corre en la mejilla envejecida.

La playera del chopo, fantasmal,

se esconde tras la camisa blanca.

 

Los tenis Vans gastados de arrebato.

Tu carga, estuche de papeles.

Las guitarras sordas.

 

¿Quién te vendió las drogas triunfadoras?

Espejo de humo agraz,

mentiras de un video en la MTV.

 

Llegó más pronto el desempleo,

la calvicie prematura,

el estrés laboral,

que el concierto en el Foro Alicia.

 

Buscas la renuncia

(a los sueños rotos,

a la ilusión del triunfo,

al juramento infantil

de no seguir la estúpida rutina).

 

Nunca fuimos rockstars,

sólo la promesa

de un mundo mejor.

 

¿Y todavía sirve de algo

mi suicidio a los veintisiete?

 

 

 

 

San Gustavo Mártir

 

Encontramos el cuerpo de Gustavo en el salón de su casa.

El lugar olía a cerveza vieja,

marihuana

e ilusiones perdidas.

 

Causa del deceso:

una sobredosis de heroína y sueños rotos.

El cigarro en su izquierda aún no se había consumido,

como si el fuego sobreviviese

entre sus dedos.

En la radio aún sonaban los Casualties,

un ruido distante en las bocinas a punto de estallar.

 

Sus botines negros colgaban de una lámpara

como la sombra de un cuerpo viejo.

 

Cortó su mohicana y estaba casi desnudo.

En la derecha tenía una solicitud de empleado con un sello:

Aceptado.

 

El punk ha muerto,

Gustavo se había suicidado.

 

 

 

 

Luz

 

No he podido detener la luz,

ni la vida en mi corazón.

Me pesan como una piedra

y arden, como un trozo de carbón que me consume.

 

No consigo mudar mi voz, ni el cuerpo, ni el tono de piel.

Soy esto que se ve en el espejo

y a la vez, soy polvo en el cosmos

del sueño que alguna vez vi en el firmamento.

 

Porque me construyo a imagen y semejanza

de lo que siempre quise.

Aunque esta realidad no esté escrita a mi favor.

 

Me falta el aire en una sonrisa

que me duele en mi rostro cansado,

ansioso,

hambriento de volver a construir un mundo.

 

Me sobra el tiempo en esta fotografía

que se pudre entre mis manos

y navega en las lágrimas de la añoranza,

que ha dejado de ser un reflejo

para convertirse en una pintura extraña de mí mismo.

 

Busco el recuerdo de mis pasos

en el asfalto destruido

y las ventanas que quebramos en la infancia.

 

Ayer murió Gustavo de una sobredosis.

Lo velamos debajo de un eclipse solar

que anunciaba la despedida de la gloria,

y enterramos la lucha de ver un mundo mejor.

 

Juntos aprendimos a nombrar nuestros cuerpos

y a dar ritmo a las arrugas de los labios.

Juntos aprendimos la firmeza en un beso

de dos hombres que se aman

en un campo que nos enseña a odiarnos.

 

María le dijo adiós con una línea de coca

y José derramó su copa en el mantel.

 

Nuestros nombres han sobrevivido

al crecimiento de las flores envenenadas

y al aire que sabe a una bomba nuclear.

 

Pero no somos nada.

Sólo un grupo de adolescentes tercermundistas

que crecimos en cristales de hielo

entre los escombros de familias destrozadas.

 

¿Y todos aquellos que regaron los campos con sus cuerpos

caídos ante la manipulación en la promesa

de un mundo mejor al ganar la guerra?

 

¿Cuál batalla libramos nosotros?

¿Cuál libertad buscamos?

 

A veces olvido hasta mis propios ideales.

 

Las avenidas ya no suenan a como el año dos mil

ni mis labios saben al miedo de otros labios.

Los calendarios todavía derraman el hielo

de mi mente que envejece cada día.

 

Me niego a crecer y a madurar,

es una enfermedad de mi generación,

como la depresión y el desempleo.

Como el consumismo nostálgico de películas que se rehacen

una y otra vez…

 

¿Esperamos un resultado distinto?

 

Nada queda, ni una rima, ni un verso perfecto,

tampoco la gloria que me prometieron en mi infancia

destrozada por el miedo de seguir teniendo miedo,

derrumbada por el pensamiento del anciano

que se vuelve mío,

y crece, y adolece, y se torna en una amenaza enfermiza,

lo siento en la punta de la vida.

 

Honestamente, estoy llorando.

 

En el parque, un niño juega

y piensa que el mundo abarca desde el grano de tierra en sus manos

hasta la esquina donde sus padres no le permiten doblar.

 

Nombra la realidad con las palabras que imagina

y nunca puede equivocarse.

Cuando se es joven eres como dios

y la vejez nos quita esos poderes

como Jehová a Eva por comer el fruto que le permitía saber.

 

Prefiero ignorar y sentir la arena en mis pies

que se bañan con las aguas de lo eterno.

Prefiero escribir otro verso

y nombrar a la realidad sin temor a equivocarme.

 

Entonces entiendo mi ignorancia.

 

En el horizonte atardece,

la luz baña la espalda de la vida

y yo camino hasta el fondo del destino.

Ya no tengo miedo.

Soy uno con el sol que se oculta tras las olas.

 

 

 

 

 

 

Alex Rodríguez (1993). Egresado de la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas por parte de la FES Acatlán, UNAM. He publicado poemas míos en diferentes medios como son Homenaje a José Luis Borges, NotiFES Acatlán, Revista electrónica Primera página, Blanco móvil entre otros; he tenido difusión en espacios radiofónicos y mi trabajo se ha presentado en diversos puntos del país como son la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, la Universidad de Guadalajara y la Benemérita Universidad de Puebla.  Actualmente trabajo como jefe de prensa en el Museo Nacional de Arte.

 

 

 

 

 

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