Poemas de Margaret Randall (Estados Unidos). Traducción de Leopoldo Orozco
Selección y traducción de Leopoldo Orozco del nuevo poemario de Margaret Randall, I never left home. Poet, Feminist, Revolutionary (Duke University Press, 2020), pp. 336.
Margaret Randall
Sobre el pequeño Charlie Lindbergh
¿La verdad sobre el asesinato
del pequeño Charlie Lindbergh?
El oscuro amor de un héroe por la eugenesia.
El asesino solitario de Kennedy
o el incidente del golfo de Tonkin:
fantasmas que aún nos acechan
y confunden fantasía por hechos
o hechos por fantasía.
Un año antes de que yo naciera, Madre
dio a luz a su primera hija,
se le llamó Margaret
y murió en cuestión de horas.
Yo también soy Margaret.
Ella siempre me decía que estuvo embarazada
de mí dieciocho meses.
A lo largo de su extensa vida
ella repetía
el nombre de la otra Margaret
y la historia de su muerte
hasta que una vez, cerca del fin,
volteó hacia mí con fingida sorpresa
y preguntó:
¿Cómo pudiste pensar tal cosa?
¡Qué imaginación tienes!
Un gesto aquí, un comentario allá,
años de pistas dispares
se deslizaron entre mis dedos ansiosos
o se incrustaron en la duda.
Se resuelve el nombre gemelo.
La muerte misteriosa permanece.
Se borran los hechos y al momento
se reafirman:
El miedo de Madre a la enfermedad—
al catarro común,
pero también a afecciones silenciosas,
ocultas e inquietantes,
La presión a mi hermano
para que no saliera
con su novia de facultad
cuya hermana, se rumoraba,
era una enferma mental.
Miedo al gen estridente
que compone una plaga sombría.
Yo señalaría que la enfermedad mental
se extiende en nuestra familia, como en muchas.
Para Madre,
si nadie lo veía,
no estaba ahí.
El abuelo, sólo un viejo soñador.
La petulancia mordaz de la abuela,
sus mentiras.
El tío se pasaba de copas,
pero no era un alcohólico.
Nunca se rindió a su identidad homosexual:
elección, no tragedia.
No queda ninguna escalera apoyada
en la ventana abierta del segundo piso
de una mansión en Nueva Jersey
en mi historia familiar.
Ninguna colina cubierta de hierba
oscurece otra escritura.
Ningún ataque inventado
autorizó una guerra
que reclame dos millones de vidas
y establezca el derecho a la primera ofensiva.
Los secretos de mi familia eran más humildes,
más sencillos de ocultar.
Dieron forma a vidas individuales
en vez de colectivas.
Sólo me volvieron loca a mí
y no regaron estrés postraumático
entre naciones.
Nada es lo que parece
Palabras nunca oídas tomaron residencia
en mi boca.
Montaño, aunque los letreros
se rehusaron a poner tilde sobre la n,
nombres como De Vargas, Cabeza de Vaca
o Juan Tabó,
pastores y asesinos consagrados a las calles
absolutos y mal pronunciados.
Palabras indias como Acoma, Navajo—ahora Diné—
o nombres de lugares como Cañón de Chelly
que los conquistadores nos dejaron
cuando no fueron capaces de decir lo que escuchaban.
Nombres impuestos: Oñate, Coronado, Santa Fe.
La fe santa de otros que trae muerte,
deja división y deleita
a aquellos que llegan en aviones privados.
Palabras comunes como tijeras y frijoles
tijeras y frijoles
comenzaron a temblar en mi lengua,
se mantienen en pie en los años venideros.
Yo también vine de otra parte,
una niñez lejana,
con otros sonidos en mis oídos,
otras palabras familiares en mi boca.
Las palabras nuevas probaron dientes, estiraron labios
y ejercitaron mi paisaje
hasta que el lenguaje atrapó al sentido en su red
y entendí que nada es lo que parece.
El cesto verde de ropa
Hoy, la lluvia casi oculta mis montañas.
Las nubes bajas tiran de las faldas rocosas, los colores
de la lluvia y las nubes lo limpian todo.
Hablo de la lluvia, de las nubes, los vivos
colores de esta tierra
porque parece imposible cortar este silencio con las palabras:
mi abuelo era un hombre enfermo y malo
que se hacía pasar por religioso.
Ahora recobro sus manos y sus ojos, su pene
llenando mi boca infantil
mientras se mete a la fuerza en un cuerpo, el mío,
que aún encuentra más sencilla la razón que el sentimiento.
Aquí está la tapa de plástico verde
de un cesto para ropa con pañales empalados.
Aquí está la memoria que se alcanza a sí misma,
sobrepasa el asma, la comida compulsiva, el miedo
por todo lo que no es ello mismo.
El cesto verde de ropa. Mi cuerpo que vuelve a casa.
Sin advertencia
En la parada de autobús, fuera del rabillo de mi ojo,
me veo a mí misma, esperando,
un torpe bulto a mis pies.
Llevo puesta la misma chamarra azul cielo
aunque cuelga más floja contra mi cuerpo.
Mi cabello, aún largo y rebosante y marrón,
enmarca en su olvido a la joven yo.
Doy un volantazo y casi golpeo el auto a mi derecha,
giro mi cuello
para verme por última vez
antes de que tomara lo que no era suyo
la gente a la que amaba,
de que una hija dejara de llamar
y la temperatura amenazara mi planeta.
Sin advertencia hago vuelta en u
y desacelero
para observar cada detalle
de mi yo más joven.
Hasta considero que gritar una pregunta
podría traer una respuesta
contra toda probabilidad matemática.
Me mira directamente y sonríe.
Yo le sonrío de vuelta
y sigo manejando,
con la esperanza de acudir
a mi cita conmigo misma.
About Little Charlie Lindbergh
The truth about little Charlie Lindbergh’s
murder?
A hero’s dark love of eugenics.
President Kennedy’s lone killer,
or the Tonkin Gulf incident:
ghosts that still haunt us
pushing fantasy as fact
or fact as fantasy.
A year before I was born, Mother
gave birth to her first daughter,
named Margaret
and dead within hours.
I too am Margaret.
She always said she was pregnant
with me eighteen months.
Throughout her long life
she repeated
that other Margaret’s name
and the story of her death
until once, toward the end,
she turned to me in mock surprise
and asked
How could you think such a thing?
You have the wildest imagination!
Gesture here, comment there,
years of disparate clues
slipped between my anxious fingers
or lodged themselves in doubt.
The twin name unraveled.
The mysterious death remained.
Facts erased in a moment,
then reinforced:
Mother’s fear of illness—
the common cold
but also quieter hidden ills,
unseen and menacing.
Pressing my brother
not to date
the college sweetheart
whose sister was rumored
to be mentally ill.
Fear of the raucous gene
compounding a shadowy blight.
I’d point out the mental illness
rife in our family as in many.
For Mother,
if no one saw
it wasn’t there.
Grandfather just a dreamy old man.
Grandma’s biting petulance,
her lies.
Uncle took a drink too many
but wasn’t an alcoholic.
Never giving in to his gay identity:
choice, not tragedy.
No wooden ladder remains standing
against the open second-story window
of a New Jersey mansion
in my family history.
No grassy knoll
obscures another script.
No fabricated strike
authorized a war
that would claim two million lives
and usher in the right to first attack.
My family secrets were humbler,
easier to hide.
They shaped individual
rather than collective lies.
They only made me crazy
and didn’t seed posttraumatic stress
among nations.
Nothing was What it Pretended
Words I’d never heard took up residence
in my mouth.
Montaño, even if city signage
refused to put the tilda over the n,
names like De Vargas, Cabeza de Vaca
or Juan Tabó,
shepherds and assassins enshrined on street corners
unquestioned and mispronounced.
Indian words like Acoma, Navajo—now Diné—
or place names like Canyon de Chelly
the conquerors left us with
when they couldn’t speak what they couldn’t hear.
Names imposed: Oñate, Coronado, Santa Fe.
Another’s holy faith bringing death
and leaving division, delighting
those who arrive on private planes.
Common words like tijeras and frijoles,
scissors and beans
began to quiver on my tongue,
stood easily in later years.
I too came from somewhere else,
a childhood far away,
with other sounds in my ears,
other familiars in my mouth.
The new words tested teeth, stretched lips
and exercised my landscape
until language caught meaning in its net
and I knew nothing was what it pretended.
The Green Clothes Hamper
Rain almost hides my mountains today.
Low clouds snag the rocky skirts, colors
of rain and clouds clean everything.
I speak of the rain, the clouds, the living
colors of this land
because it seems impossible to cut this silence with words
my grandfather was a sick and evil man
posing as healer.
Now I retrieve his hands and eyes, his penis
filling my tiny infant mouth
as he forced himself into a body, mine,
that still finds reason easier than feeling.
Here is the green Lucite top
of a clothes hamper where rape impaled diapers.
Here is memory catching up with itself,
overtaking asthma, compulsive food, fear
of that which is not itself.
This lost green hamper. My body coming home.
Without Warning
At the bus stop and out of the corner of my eye
I see myself waiting,
awkward bundle at my feet.
I am wearing the same sky-blue fleece
though it hangs looser against my body.
My hair, still long and full and brown,
frames the younger me in her oblivion.
I swerve and almost hit the car to my right,
snap my neck
to get one last glimpse of myself
before people I loved
took what wasn’t theirs,
a child stopped calling home,
and temperature threatened my planet.
Without warning I make a U-turn
and slow way down
to observe every detail
of my younger self.
I even consider a shouted question
might bring an answer
against all mathematical odds.
She looks straight at me and smiles.
I smile back
and keep on driving,
hoping to keep
my appointment with myself.
Margarte Randall. Poeta, ensayista, historiadora oral y fotógrafa feminista estadounidense. Tras terminar sus estudios de bachillerato en Albuquerque, Nuevo México, dio sus primeros pasos como poeta en Nueva York, donde permaneció por tres años. Ahí conoció y trabó amistad con algunos pintores del Expresionismo Abstracto, los poetas del Black Mountain College y la Generación Beat. Asimismo trabajó en las oficinas de ayuda para los refugiados españoles. A finales de 1961, arribó a la Ciudad de México donde contrajo matrimonio con el poeta Sergio Mondragón, por lo que adquirió la nacionalidad mexicana. A inicios de 1962 ambos fundaron y dirigieron la revista bilingüe de poesía El Corno Emplumado/ The Plumed Horn. Aquel proyecto se mantuvo estable hasta julio de 1968, fecha en que los editores se proclamaron a favor del movimiento estudiantil mexicano. A partir de ese momento fue perseguida y hostigada hasta que en 1969 abandonó el país y se exilió en Cuba. Ahí permaneció durante la década de los setenta y trabajó en el Instituto del Libro, así como en diversas instituciones editoriales. Posteriormente vivió en Managua, Nicaragua, para vivir de cerca la Revolución Sandinista. De sus años en Cuba y Nicaragua aprendió la importancia de la historia oral, en especial la que era hecha por y para mujeres. Cuando regresó a Estados Unidos, en 1984, fue deportada y acusada por ser "comunista", razón por la que le negaron la entrada a su país natal. Tras una serie de juicios, logró ganar contra el Estado y recuperó su nacionalidad. Desde entonces, radica en Albuquerque pero da numerosas clases y conferencias en diferentes universidades de América, especialmente en Estados Unidos y Cuba.