Pedro Alcarria Viera (Barcelona, España)
Pedro Alcarria Viera (Barcelona, España, 1975)
The End
Soñé que se había arruinado.
El bebé más perfecto,
el policía del Belén.
Que recoge las maletas
del andén y sube.
Intentando una descompuesta
pirueta sobre el estribo.
Y el guardagujas contiene el aliento
por cortesía.
Que impropio como la irrupción
de un viejo amante,
es el momento de decir
una frase,
murmurar entre dientes
un gruñido de dolor,
trascendente.
Y di algo, se dice callando
en un tren en marcha,
di algo o ríe y de pronto
le apremia el aleteo
de un periódico
en la ventana.
Que aturdido ve marchar
las estaciones,
indefenso.
La nariz húmeda,
los ojos desquiciados.
Y en la vida todo desánimo es culpable
dice al fin,
y más inapelable que el destino
me espera el bar,
y un cóctel con demasiada
ginebra.
Que chasquea los nudillos
y se da por satisfecho,
y retira dos hebras de tabaco
egipcio de su corbata.
Que impecable el aspecto,
e imperceptible toda emoción,
anda escorado tropezando
con una horda de alpinistas,
y anarquistas y niñeras
paciendo su rebaño.
Que hasta aquí hemos llegado se dice
alcanzando un taburete,
y esperando una mano mejor
y tratando de recobrarse,
de su estricta avidez
su deseo despiadado
que huyendo intactos del
Gran Hotel Casino de ***
le han traído hasta aquí
en mi sueño,
donde firme el pulso
lanzó su vida como una moneda.
Que marcha usando la piel
de pagaré o salvoconducto.
Que en la piel desnuda y hostigada
la herida intacta intransigente,
y más y más abierta
de los años le alivia.
Porque esa herida es
la piel precisa que afirma.
Que en soledad la decepción
le aviva y traga
como un nudo en la garganta
el recuerdo
de una voz mezquina y altanera
“Gana la banca”
Y los jugadores, la ruleta,
las miradas de amor y compasión.
Que impávido en su asiento
contempla con desdén
las blancas manos
del croupier.
Que oculta su mirada
la máscara de su sonrisa
y el humo extravagante
del cigarro.
Soñé que torres altas,
espadañas azuladas,
acantilados oscuros,
cruzando el teatro
estroboscópico de la ventana,
saludan en la sacudida huida
a medianoche
al general de mazapán,
el más manso y suave corazón.
Posibles respuestas a la pregunta ¿qué es la poesía?
La luz que falla por pasar
bajo el bruñido faro del
automóvil.
El reloj en la contienda
de algunas noches.
El torno de las cosas
amargas.
Frío y abandonado,
desconocido en el suelo,
el perdón de ayer.
El viento muerto que se oye,
con la espalda helada,
rompiendo las bisagras.
Tanta rosa gastada,
con ambas manos,
tanto bien escondido.
Emily Dickinson
La miel que ayer, furtiva,
libé directamente del panal,
la tendré que esconder,
de la mirada inconmovible
de mi amante,
que entera la reserva
para el festín de boda.
A mi jardín llega
el sonido de los campos
adornados y me parece que aquí
se prepara el enlace.
Viene un aire cálido, un aliento
arrojado de bruces entre
los jóvenes rosales.
Me siento y abro un libro
al azar,
inquieta porque hay,
oculto moviéndose,
un dios que desciende,
que baja del sol,
como un pomposo abejorro
de la flor,
haciendo cabriolas
y danzando.
Agua Regia
La ciudad de cristal está perdida.
Lo ha declarado la emperatriz,
un día más,
cortando el hilo de oro.
Lo ha dicho la sibila,
vaca codiciosa,
rumiando plácidamente
las ofrendas.
La cesta del encantador
está vacía,
prestos los ritos funerarios.
Yo que he convocado
mi pequeña destrucción
y la he sumado a las hogueras,
me haré arrancar los ojos.
Qué son tantas señales,
las proezas y desgracias
de los hombres,
qué la cuna en la que nacen,
la marea que los barre.
La fiera por mi rostro soberbio,
obligada a danzar desesperada,
se abre el cráneo contra las bardas.
Con la ciudad hirviendo en la epidemia
como un cubo de gusanos,
me arrancaré las orejas y los labios.
Para no vacilar desecharé la piel,
me prenderé fuego.
Tal es el ritual de decantar
el Agua Regia.
Pero la sed
Doy más profundidad
y anchura a la vera.
Amplias escaleras enramadas,
árboles de embustes
y nacientes muros de frutales
que descienden hasta el río.
La protegerán los álamos virreyes,
majestuosamente montados en su
grupa,
plantas que refuercen la ribera
y que sirvan de resguardo
a las bestias.
En su momento decretaré
los estuarios y humedales
que me reclaman las aves.
Unos rápidos en los tramos más abruptos,
son para las piedras vigías,
y un recodo fluvial pesaroso y lento,
para favorecer la floración
de la pequeña barca
y la expiación de las tierras.
Que discurra el río,
embelesado, por su cauce,
absorto,
absorto pero el limo del fondo,
la densa lengua,
la serpiente,
pero la lengua del fondo,
los densos limos sedentarios,
pero el oscuro limo del fondo,
la densa lengua sedentaria,
pero la sed.
Más posibles respuestas a la maldita pregunta
¿qué es la poesía?
Una ebriedad vigilante.
Vieja y despintada,
esa clase de pobreza altiva
balanceando de enloquecedora
manera las limosnas.
Una oración desquiciada,
un grito.
El amor que es como un grito.
Una visita de fuego que irrumpe
para destruir la estancia y matar
al huésped nimio.
El fuego en que arde la carcoma.
Pedro Alcarria Viera (Barcelona, 1975). Escritor, traductor y guionista radiofónico, fotógrafo para publicaciones científicas en el campo de la historia del arte, colaborador en la radio municipal de la ciudad de Castelldefels y poeta con los siguientes títulos publicados: El dios de las cosas tal y como deberían ser (ArtGerust 2015) y Camada (Ediciones Vitruvio 2021), además de coautor de la plaquette Damnatio Memoriae. También he publicado mis poemas en revistas como tActe Barcelona, Almiar o Casapaís. Soy creador del blog Cocinando chacales.