Orfeo. Eurídice. Hermes: Rainer Maria Rilke (Praga, 1875-1926). Traducción de Fernando J. Palacios León
C.W. Gluck-Chasins – Orfeo and Euridice, Wq. 30: Ballet II. Melody – Cyprien Katsaris Piano
Mientras nuestro lector lee el poema puede escuchar la interpretación A lovely piano transcription by Abram Chasins of the Melody from Christoph Willibald Gluck's Orfeo ed Euridice. Katsaris performs a beautiful rendition from disc 1 of his 111 Piano Hits album.
Rainer Maria Rilke (Praga, 1875-1926)
Orfeo. Eurídice. Hermes
Traducción de Fernando J. Palacios León
Aquella era la mina prodigiosa de las almas.
Caminaban cual vetas de plata silenciosas,
como venas que cruzan su oscuridad. Entre raíces
brotó la sangre que se derramaba hasta alcanzar los hombres
y que en la oscuridad parecía ser densa como el pórfido.
No hubo nada más rojo.
Había rocas
y bosques desprovistos de criaturas. Puentes tendidos a la nada
y aquella inmensa laguna gris y ciega
colgando sobre su lejano fondo
como un cielo de lluvia ante el paisaje.
Y entre los suaves pastizales magnánimos
apareció el sendero pálido del único camino,
tendido como una lividez extensa.
Y ellos recorrieron ese único camino.
Delante el hombre enjuto de la capa azul,
que, mudo e intranquilo, miraba frente a él.
Sus pasos devoraban a grandes dentelladas
el camino; las manos le colgaban
pesadas y cerradas por el caer de las arrugas,
y ya se habían olvidado de la ligera lira,
que en la mano izquierda le hubo crecido un día
cual rosal sarmentoso en la rama del olivo.
Y estaban divididos sus sentidos:
de modo que iba su vista por delante como un perro,
se giraba, volvía y se alejaba una y otra vez
y lo aguardaba quieto en la siguiente corvadura;
mientras su oído permanecía atrás como un olfato.
Tenía la sensación en ocasiones
de percibir el cambio en el paso de aquellos otros dos
que debían seguirlo durante aquel ascenso.
Entonces solo oía el ruido de sus propios pasos
y el vuelo de su capa al viento tras de sí.
Ellos vendrán detrás, se decía a sí mismo;
lo pronunció en voz alta y escuchó su propio eco.
Seguro que vendrán, será que son
dos que caminan harto sigilosos. Si él pudiera
tan solo una vez darse la vuelta (si el mirar atrás
no destruyera por entero esta empresa,
que primero tenía que cumplirse), sería capaz de ver
cómo los dos callados lo siguen en silencio:
Al dios del tránsito y del mensaje traído desde lejos,
los ojos claros bajo el casco alado,
portando su fino bastón por delante del cuerpo
y sus alas batiendo en los tobillos;
y agarrada de su mano izquierda: a ella.
La amada-de-tal-forma que de una sola lira
arrancó más lamento que cualquier plañidera;
que provino de un mundo de lamento en el cual
todo existía por primera vez: el bosque y la vaguada
y el camino y el lugar, campo y río y animal;
y en torno a ese mundo de lamento, igual que en torno
a la otra tierra pasa un sol y un silencioso cielo cargado de estrellas,
un cielo de lamento de estrellas deformadas...:
la amada-de-tal-forma.
Pero se acercó a aquella mano que el dios le tendía
con paso entorpecido por las largas vendas de su cadáver,
insegura, dulce y sin impaciencia.
Ella estaba en sí misma, como una dama de mayor esperanza,
y no se acordaba del hombre que marchaba delante,
ni del camino que ascendía a la vida.
Ella estaba en sí misma. Y su estar muerta
la colmaba cual plétora.
Como un fruto por la dulzura y la oscuridad
así estaba ella plena de su inmensa muerte,
que era tan nueva que ella no la notaba nada.
Se encontraba en una nueva femineidad
y era intocable; tenía cerrado el sexo
como una joven flor al caer de la tarde,
y de tal forma sus manos se habían desacostumbrado
al matrimonio que hasta el leve roce
de la mano del dios que la guiaba, inmensamente sigiloso,
la irritaba como un exceso de confianza.
Ya no era aquella mujer rubia,
que a veces resonaba en las canciones del poeta,
ya no era la isla y el aroma de una inmensa cama
ni de aquel hombre era ya más la propiedad.
Ya estaba suelta como una melena
y entregada cual lluvia que ha caído
y repartida como acopio céntuplo.
Ya era raíz.
Y cuando repentino
el dios la hizo detenerse y con la voz
rota por el dolor le dijo: Él se ha dado la vuelta...,
ella no comprendía nada y le preguntó en voz baja: ¿Quién?
Pero a lo lejos, oscuro ante la luz de la salida,
había alguien de pie cuyo semblante
no podía reconocerse. Miraba allí parado
cómo por el sendero de una de las praderas
el dios mensajero daba la vuelta,
con la mirada triste y en silencio,
siguiendo a la figura que ya el mismo camino desandaba
con paso entorpecido por las largas vendas de su cadáver,
insegura, dulce y sin impaciencia.
Rainer Maria Rilke, Nuevos poemas (1907)
Das war der Seelen wunderliches Bergwerk.
Wie stille Silbererze gingen sie
als Adern durch sein Dunkel. Zwischen Wurzeln
entsprang das Blut, das fortgeht zu den Menschen,
und schwer wie Porphyr sah es aus im Dunkel.
Sonst war nichts Rotes.
Felsen waren da
und wesenlose Wälder. Brücken über Leeres
und jener große graue blinde Teich,
der über seinem fernen Grunde hing
wie Regenhimmel über einer Landschaft.
Und zwischen Wiesen, sanft und voller Langmut,
erschien des einen Weges blasser Streifen,
wie eine lange Bleiche hingelegt.
Und dieses einen Weges kamen sie.
Voran der schlanke Mann im blauen Mantel,
der stumm und ungeduldig vor sich aussah.
Ohne zu kauen fraß sein Schritt den Weg
in großen Bissen; seine Hände hingen
schwer und verschlossen aus dem Fall der Falten
und wußten nicht mehr von der leichten Leier,
die in die Linke eingewachsen war
wie Rosenranken in den Ast des Ölbaums.
Und seine Sinne waren wie entzweit:
indes der Blick ihm wie ein Hund vorauslief,
umkehrte, kam und immer wieder weit
und wartend an der nächsten Wendung stand, -
blieb sein Gehör wie ein Geruch zurück.
Manchmal erschien es ihm als reichte es
bis an das Gehen jener beiden andern,
die folgen sollten diesen ganzen Aufstieg.
Dann wieder wars nur seines Steigens Nachklang
und seines Mantels Wind was hinter ihm war.
Er aber sagte sich, sie kämen doch;
sagte es laut und hörte sich verhallen.
Sie kämen doch, nur wärens zwei
die furchtbar leise gingen. Dürfte er
sich einmal wenden (wäre das Zurückschaun
nicht die Zersetzung dieses ganzen Werkes,
das erst vollbracht wird), müßte er sie sehen,
die beiden Leisen, die ihm schweigend nachgehn:
Den Gott des Ganges und der weiten Botschaft,
die Reisehaube über hellen Augen,
den schlanken Stab hertragend vor dem Leibe
und flügelschlagend an den Fußgelenken;
und seiner linken Hand gegeben: sie.
Die So-geliebte, daß aus einer Leier
mehr Klage kam als je aus Klagefrauen;
daß eine Welt aus Klage ward, in der
alles noch einmal da war: Wald und Tal
und Weg und Ortschaft, Feld und Fluß und Tier;
und daß um diese Klage-Welt, ganz so
wie um die andre Erde, eine Sonne
und ein gestirnter stiller Himmel ging,
ein Klage-Himmel mit entstellten Sternen - :
Diese So-geliebte.
Sie aber ging an jenes Gottes Hand,
den Schrittbeschränkt von langen Leichenbändern,
unsicher, sanft und ohne Ungeduld.
Sie war in sich, wie Eine hoher Hoffnung,
und dachte nicht des Mannes, der voranging,
und nicht des Weges, der ins Leben aufstieg.
Sie war in sich. Und ihr Gestorbensein
erfüllte sie wie Fülle.
Wie eine Frucht von Süßigkeit und Dunkel,
so war sie voll von ihrem großen Tode,
der also neu war, daß sie nichts begriff.
Sie war in einem neuen Mädchentum
und unberührbar; ihr Geschlecht war zu
wie eine junge Blume gegen Abend,
und ihre Hände waren der Vermählung
so sehr entwöhnt, daß selbst des leichten Gottes
unendlich leise, leitende Berührung
sie kränkte wie zu sehr Vertraulichkeit.
Sie war schon nicht mehr diese blonde Frau,
die in des Dichters Liedern manchmal anklang,
nicht mehr des breiten Bettes Duft und Eiland
und jenes Mannes Eigentum nicht mehr.
Sie war schon aufgelöst wie langes Haar
und hingegeben wie gefallner Regen
und ausgeteilt wie hundertfacher Vorrat.
Sie war schon Wurzel.
Und als plötzlich jäh
der Gott sie anhielt und mit Schmerz im Ausruf
die Worte sprach: Er hat sich umgewendet -,
begriff sie nichts und sagte leise: Wer?
Fern aber, dunkel vor dem klaren Ausgang,
stand irgend jemand, dessen Angesicht
nicht zu erkennen war. Er stand und sah,
wie auf dem Streifen eines Wiesenpfades
mit trauervollem Blick der Gott der Botschaft
sich schweigend wandte, der Gestalt zu folgen,
die schon zurückging dieses selben Weges,
den Schritt beschränkt von langen Leichenbändern,
unsicher, sanft und ohne Ungeduld.
Aus: Neue Gedichte (1907)
Rainer Maria Rilke. (Praga, 1875 - Valmont, 1926) Escritor checo en lengua alemana. Fue el poeta en lengua alemana más relevante e influyente de la primera mitad del siglo XX; amplió los límites de expresión de la lírica y extendió su influencia a toda la poesía europea. Después de abandonar la Academia Militar de Mährisch-Weiskirchen, ingresó en la Escuela de Comercio de Linz y posteriormente estudió historia del arte e historia de la literatura en Praga. Residió en Munich, donde en 1897 conoció a Lou Andreas-Salomé, quince años mayor que él, y que tuvo una influencia decisiva en su pasaje a la madurez. Decidido a no ejercer ningún oficio y a dedicarse plenamente a la literatura, emprendió numerosos viajes. Visitó Italia y Rusia (en compañía de Lou Andreas-Salomé), conoció a León Tolstói y entró en contacto con la mística ortodoxa.
En 1900 se instaló en Worpswede, y un año después contrajo matrimonio con la escultora Clara Westhoff, con la que tuvo a su única hija, Ruth, y a cuyo lado escribió las tres partes del Libro de horas. Tras su separación se instaló en París, donde durante ocho meses trabajó como secretario privado de Auguste Rodin. Allí compuso Canto de amor y muerte del alférez Cristobal Rilke, y posteriormente Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. Aquejado por una crisis interior, empezó de nuevo a viajar mucho: primero a África del Norte (1910-1911) y luego a España (1912-1913). En 1911 y 1912, invitado por la princesa Marie von Thurn und Taxis, residió en el castillo de Duino (Trieste), escenario en el que surgieron las que denominó precisamente Elegías de Duino.
Durante la Primera Guerra Mundial vivió la mayor parte del tiempo en Munich. En 1916 fue movilizado y tuvo que incorporarse al ejército en Viena, pero pronto fue licenciado por motivos de salud. De esos años es la intensa relación amorosa con la polaca Baladine Klossowska, madre del escritor Pierre Klossowski y del pintor Balthus, presuntos hijos naturales nunca reconocidos por el poeta. Tras la guerra residió en Suiza, y en 1922 vivió en el castillo de Muzot, donde finalizó las Elegías.Tras una larga y dolorosa agonía, Rainer Maria Rilke murió de leucemia en el sanatorio suizo de Valmont.
Fernando J. Palacios León (1984, Madrid) es licenciado en Filología Alemana (2009) en la especialidad de Literatura (2011), máster en Enseñanza de la Lengua Alemana y máster en Traducción de Textos Literarios en la especialidad alemán-español (2016) por la Universidad Complutense de Madrid.
En la actualidad es profesor de español en la Universidad de Bamberg, Alemania, ciudad en la que reside y en la que imparte y ha impartido, entre otros muchos, cursos de Expresión Escrita, Teatro, Cultura y Civilización Española y Traducción y versión parafrástica de textos literarios del alemán al español. Ejerce, además, la crítica de traducción literaria en revistas como Estudios de Traducción o Revista de Filología Alemana, de la Universidad Complutense de Madrid y ha publicado artículos e investigaciones sobre la recepción de autores en lengua alemana como Heinrich Böll, Max Frisch o Friedrich Dürrenmatt en la revista TURIA (Premio Nacional al Fomento de la Lectura).
En 2009 publicó su primera novela, Estrella y el olvido. Además, ha publicado microrrelatos, cuentos y poemas en diferentes antologías benéficas y no benéficas, tanto en España como en Latinoamérica. En 2013 su microrrelato El encuentro fue tercer premio de la editorial Artgerust dedicados a la figura del gran Charles Bukowski, entre más de mil participantes. En mayo de 2014 su obra Una hora menos fue galardonada con el XXIX Premio Nacional Ciudad de Zaragoza de Relato, editada por Mira Editores (Zaragoza). Con Los textos de un traidor fue Premio de la Universidad de Ratisbona de Relatos de Nuevos Inmigrantes Españoles, publicado en la antología editada por CICEES (Colección Máquina de las Palabras). Su relato Después de Siberia, sobre los atentados del 11-M, recibió en octubre de ese mismo año una mención de honor en el I Concurso de Cuentos Biblioteca de Letras Latinas de Nueva Zelanda. En abril de 2015 apareció su edición y traducción directa de De las memorias del señor Schnabelewopski (Aus den Memoiren des Herren von Schnabelewopski) de Heinrich Heine en la editorial Escolar y Mayo en Madrid. Sus cuentos y relatos están incluidos en multitud de antologías y forman parte de los planes de estudios de instituciones educativas latinoamericanas y españolas.
Del año 2010 al 2017 el autor mantuvo el blog Las cadenas de Andrómeda (https://lascadenasdeandromeda.blogspot.com). En octubre de 2017, con la intención de aglutinar y reordenar el conjunto de su obra literaria y filológica en una única bitácora digital, da comienzo la andadura de su página web oficial de autor: fernandojpalaciosleon.com, con el sobrenombre de El tintero, en el que se han integrado los textos de Las cadenas de Andrómeda, así como una bio-bibliografía en constante revisión y la posibilidad de una interacción más directa con él.
Borrón y cuenta nueva es una serie de columnas diarias en las que el autor dará rienda suelta al contacto de sus pensamientos con la realidad y viceversa.
Excelente. Muchas gracias.