Nanof: Poemas de Enzia Verduchi (Roma, Italia, 1967)
Enzia Verduchi (Roma, Italia, 1967)
Nanof
A la memoria de Piero Milesi, quien inspiró
la escritura de este libro con su The Nuclear
Observatory of Mr. Nanof
Te envío algunas noticias que me llegaron en el sistema telepático, parecen extrañas, pero son verdaderas: yo soy un astronauta-ingeniero-minero en el régimen mental, esta es mi llave fabril.
Interrogatorio
en el psiquiátrico de Volterra i
i.- ¿...?
Me arrancaron los ojos aunque las cuencas están llenas del cielo de Toscana. Espejos azules. Dos gotas suspendidas y móviles que observan el mismo muro de arcilla cada mañana.
Me desgajaron la visión del mundo, dicen ellos:
La nieve manchada con la eyaculación de nuestros asesinos. Las colinas minadas con el silencio de nuestros asesinos. La mar resguarda el peso y el plomo de nuestros asesinos.
La córnea es más ligera y nada acalla la verdad del aire, el desplazamiento de la nube, las formas de la nube, la fragilidad flotando sobre nuestras cabezas.
En esta brevedad de Volterra, paraíso de higiene mental, el mundo posible es el cielo.
ii.- ¿...?
Esa luz aséptica que lastima de tan pulcra. Ese olor a medicina que provoca el vómito. Esta sima del infierno con veinte lavabos y dos letrinas por cada doscientos alienados. Dos mil locos respirando al unísono el excremento científico de la experimentación. Dos mil cabezas afeitadas. Esa intermitencia en los focos de 100 watts por cada descarga eléctrica en nuestros cuerpos.
¿Cuerpo? Una pila, un puente entre protones y electrones. Células nerviosas. Rayo que parte el encéfalo como una nuez. Células muertas.
No, yo no conozco mi cuerpo ni el deseo al inicio del siroco.
No, no reconozco esa fosforescencia en la punta de los dedos.
No, no sé quién es el otro en el espejo con las encías abultadas.
Ese que escribe ecuaciones en el vacío y repite hasta el cansancio, con los testículos al aire: «Lo que no mata, fortalece... Lo que no mata, fortalece... Lo que no mata, fortalece».
No, yo no conozco mi cuerpo, pero voy hacia mí.
iv.- ¿...?
De niño observé un tiburón enorme, medía quizá tres o cuatro metros, debió haber sido apaleado por no menos de cinco hombres en alta mar para que sucumbiera. Yacía en una plancha de concreto; a un costado, un tipo afilaba una cuchilla para reducir al pez en postas. Jamás olvidaré la mirilla extraviada, la mirada vidriosa, muerta del escualo: me persigue en el sueño y en el insomnio.
v.- ¿...?
Escucho caer una por una las gotas sobre la tierra de Etruria. El silbo del cielo es gemido. Lo sé, Dios no es perfecto, ¿puede ser dolado quien arriesga la fe en el sitio de Volterra?
Las cárceles de la razón despojan el alma de sus formas.
Noche ámbar, oscuridad sin reposo donde el relámpago es tortura. Miedo de cerrar los ojos y perderme en la insistencia del agua, en el bautizo secreto del infierno.
Postal: Pabellón Ferri, sección 4, 196?
He cavado profundo en la tierra
para esconder la última imagen, ese lampo
que cruza fulminante la memoria:
Sonríes, me abrazas. Sonríes,
me abrazas y subes al tren. Sonríes,
me abrazas, subes al tren y lloras
tras la ventanilla»... Llueve.
He llegado a la exactitud del silencio,
donde los topos blancos no pueden hurgar.
Postal: Pabellón Ferri, sección 4, 197?
¿A quién le escribo cuando te escribo?, ¿me escribo a mí?
¿Sobre qué labios, en qué palabras se detiene la tinta?
¿Mis palabras te cercan, te acercan al dolor de no verte?
La ausencia de ti, ¿devuelve sentido a la distancia?,
¿por qué entonces insiste la blasfemia en sostenerte,
en nutrir mi parloteo con señales falsas?
Tu nombre es una fisura en la garganta.
Postal:
Pabellón Ferri, sección 4, 24 de noviembre de 1994
Se fueron Pietro, Silvia, Edoardo, Hilaria,
arrastrados por la melancolía: todos están en el muro.
El hermano de Pietro, el padre de Silvia, la mujer de Edoardo,
la hija de Hilaria, ¿tuvieron un cuerpo qué enterrar?, ¿vieron
las marcas de ligadura y de piquetes en sus brazos?, ¿la tráquea
limada por el paso de píldoras y pastillas?, ¿acariciaron
las huellas de electrochoques y de lobotomías?
Estábamos equivocados en nuestros defectos,
en los estigmas de la esquizofrenia, en nuestras visiones
de cielos púrpuras y santos revolucionarios.
Los errores eran nuestros: la creencia, la fe, era nuestra,
nos acompañaba de día y nos atormentaba de noche.
El deseo que viajaba como tren bala era de Luigi, Filipo,
Pía, Andrea. La exudación y la exactitud del dolor eran de ellos.
¿Alguien tomó las palabras de Luigi?, ¿la piedra
de la extracción de la locura de Filipo?, ¿los gemidos
de Pía?, ¿los cortes en las muñecas de Andrea?
Las conversaciones y la música de la banda desafinada
los sábados en la plaza son nuestras. La plaza
es nuestra, así como el mercado y los aviones
sobrevolando el pueblo con sus vientres cargados
de bombas, los estallidos y los muertos son nuestros.
Las preguntas a las que nadie daba respuesta,
preguntas sin forma ni peso, eran de Piero, Matteo,
Hilaria, Domenico, así como las piedras y la indiferencia.
¿Quién puede explicar la transparente tristeza de Piero?,
¿los temores de Matteo?, ¿las contusiones de Hilaria?,
¿los párpados cansados de Domenico?
Todos se fueron, pero cada expediente lleva sus nombres.
Detrás de cada número y clave, están sus nombres.
Aquí estuvieron, pisaron la tierra húmeda y asistieron
en fila india a la fiesta de san Justo, patrono de Volterra.
Suyas fueron las risas y las cintas de colores en el pelo,
los alumbramientos.
Nuestro el largo pasillo al quirófano, el olor supurante
en la piel, el enjambre de moscas alrededor, el aullido
por la abstinencia y la ceguera. Las costras, los sueños,
los tajos, los errores son nuestros. Nuestros los
nombres, los caminos ceñidos de la colina, las lágrimas,
la torpeza.
Somos «los de adentro», a un paso de estar
a tres metros bajo tierra dando carcajadas de hiena,
los alienados, los podridos de la mente, los distintos,
los anímicamente desmembrados.
Somos los otros, somos nuestros y sobreviví para contarlo.
Enzia Verduchi (Roma, Italia, 1967). Desde los cinco años vive en México. Licenciada en Periodismo y Ciencias de la Comunicación por el Instituto Campechano. Becaria del Centro Mexicano de Escritores en 1992; ese mismo año obtuvo el Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta. Becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en 1996 y 2003. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte 2004-2007 y 2019-2022. Ha colaborado en distintas revistas y suplementos culturales nacionales e internacionales. Ha publicado los libros de crónica: 40º a la sombra (Universidad Iberoamericana, 2013) y Los segundos y los días. Breviario sobre el temblor (Ficticia Editorial, 2018). Así como los libros de poesía: Cartas de usurpación (UNAM, 1992), El bosque de la hormiga (Ediciones Sin Nombre, 2002), Groenlandia (Parentalia, 2018) y Nanof (Vaso Roto Ediciones, 2019). Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, italiano, hindi, portugués y polaco.