Poesía

MITHISTOREMA: Yorgos Seferis (Turquía, 1900-1971)

 

 

La traducción de este poema se publicó en El corno emplumado, número 26, abril de 1968, pp. 7-18.

 

 

Yorgos Seferis (Turquía, 1900-1971)

 

 

MITHISTOREMA

 

(traducción directa del griego por Fernando Arbeláez)

 

Si j'ai de goût, ce n'est guères

que pour la terre et les pierres.

Arthur Rimbaud

 

 

1

 

Hemos esperado al mensajero

tres años,

vigilando los pinos, la playa y las estrellas.

Nos uníamos al hierro del arado o a la quilla del navío

para tratar de descubrir el primer germen

y que el drama muy antiguo recomenzara.

Y hemos vuelto destruidos a nuestras casas,

con los miembros debilitados y la boca roída

por el gusto del óxido y de la salmuera.

Al despertar, partimos hacia el norte como extranjeros hundidos en las brumas,

lejos de las alas inmaculadas de los cisnes que nos bendecían.

Las noches del invierno y el viento impetuoso del Este

nos dejaban en el borde de la locura,

y el verano en la agonía de un día del que el alma no regresaba.

Hemos traído

estos bajorrelieves de un arte ignorado.

 

 

2

 

Queda una cisterna en la gruta.

Antes nos era fácil alumbrar las imágenes y los ornamentos

por la alegría de los amigos que se mantenían fieles.

Las cuerdas se han roto; las solas huellas en la boca del pozo

nos recuerdan la felicidad de antaño:

los dedos en el borde, como decía el poeta.

Los dedos disfrutan con la frescura de la piedra un momento,

después vuelve el calor del cuerpo,

y la gruta a cada instante juega su alma

y la pierde, sin una gota, llena de silencio.

 

 

3

 

"Recuerda el baño donde fuiste inmolado."

ESQUILO

 

He despertado con esta cabeza de mármol entre las manos;

me pesa tanto en los codos que ya no se dónde apoyarlos;

se hunde en el sueño cuando de él regreso

y así, tanto se han unido nuestras vidas

que ya no será posible separarlas.

Contemplo los ojos: ni abiertos, ni cerrados;

hablo a la boca que se esfuerza en hablar;

sostengo las mejillas que han roto la piel,

y ya no puedo más.

Mis manos se pierden y vuelven

mutiladas.

 

 

4

 

ARGONAUTAS

 

Y el alma

si quiere conocerse

debe mirar

en otra alma:

el extranjero, el enemigo, lo hemos visto en el espejo.

Aguerridos eran los compañeros: no se quejaban

de la fatiga, ni de la sed, ni del hielo;

eran como los árboles y las ondas

que aceptan el viento y la lluvia,

que aceptan la noche y el sol

sin transformarse en el cambio.

Eran aguerridos, y por días enteros

sudaban en la borda, con los ojos cerrados,

respirando cadenciosamente.

 

La sangre corría sobre la piel sumisa.

 

Un día se pusieron a cantar con los ojos entornados.

cuando doblamos la isla desierta en los confines de Barbaria

hacia el poniente, más allá del cabo de los perros ladradores.

 

Si quieres conocer, decían

es necesario mirar en una alma.

Y los remos golpean el oro del mar

en el poniente.

Hemos pasado muchos cabos, muchas islas, el mar

que lleva a otro mar, las gaviotas y las focas.

Muchas veces, infortunadas mujeres se lamentaban

gritando por los hijos perdidos;

en otros lugares preguntaban por Alejandro

y por las glorias que se hundieron en el fondo de Asia.

Hemos anclado en riberas cargadas de aromas nocturnos,

en medio del canto de los pájaros y las agujas que dejaban en las manos

el recuerdo de una gran felicidad.

Pero los viajes no tenían fin.

Sus almas se han confundido con los remos y los mástiles;

con la figura severa de la proa;

con la estela del timón;

con el agua que despellejaba sus rostros.

Los compañeros han muerto uno a uno

con los ojos bajos. Los remos

señalan la tumba donde duermen.

 

Nadie se acuerda de ellos. Justicia.

 

 

5

 

Nosotros no los hemos conocido

y una esperanza intima nos decía

que los conocimos desde niños.

Los habíamos visto quizás dos veces, y luego habían embarcado

cargamentos de carbón, cargamentos de cereales, y los amigos

perdidos para siempre en el océano.

El alba nos ha sorprendido

dibujando navíos, o gorgonas, o conchas,

difícilmente, cerca de la lámpara fatigada.

En la tarde, que nos muestra la ruta hacia el mar

descendíamos a la ribera

y pasábamos la noche en grutas malolientes.

Los amigos han partido

y tal vez no los hemos visto, quizás

los encontramos cuando el sueño todavía

nos llevaba cerca de la onda respirante,

o quizás los buscábamos porque esperamos otra vida

mas allá de las estatuas.

 

 

6

 

M. R.

 

No verás más desde la baja ventana,

detrás del vidrio opaco, el jardín

con sus plumas de agua bajo la lluvia. Tu recámara

iluminada por las llamas del hogar

y a veces, con los relámpagos lejanos, aparecerán

arrugas en tu frente, mi viejo Amigo.

 

El jardín con las plumas de agua, bajo tu mano;

una decencia de otra vida, más allá de los mármoles

rotos y las columnas trágicas,

y una danza entre los laureles

cerca de las calles nuevas.

Un turbio cristal lo ha separado de tus horas.

No respirarás más; la tierra y la savia de los árboles

se lanzarán de tu memoria para golpear

ese cristal barrido por la lluvia

del mundo exterior.

 

 

7

 

VIENTO SUR

 

El mar se confunde en el ocaso con una línea de montañas.

A nuestra izquierda el viento Sur sopla hasta la locura,

un viento que arranca los huesos de la carne.

Nuestra casa que está entre los pinos

tiene grandes ventanas, y grandes mesas

para escribir cartas que te enviamos

desde hace tantos meses, y que echamos

en la separación para colmarla.

Estrella de la mañana, cuando bajas los ojos,

las horas son más suaves que el aceite

sobre la herida, más felices que el agua fresca

del palacio, más serenas que las plumas del cisne.

Tenías nuestra vida en la palma de tu mano.

Después del amargo pan del exilio,

en la noche, frente al muro blanco,

tu voz nos llegaba como la esperanza de una llama,

y de nuevo el viento se hundía en los nervios

como un cuchillo.

 

Cada uno te escribe las mismas cosas,

y cada uno se calla frente al otro,

mirando aparte, cada uno, el mismo mundo,

la luz y las tinieblas de la montaña

hasta ti.

¿Quién librará nuestros corazones de esta pena?

Ayer llovió por la tarde y hoy

de nuevo el cielo pesa sobre nosotros. Los pensamientos

como las agujas de pino de la lluvia de ayer,

apretujadas en la puerta de nuestras casas, inútilmente

se obstinan en sostener una torre que se derrumba.

¿Y en estas aldeas diezmadas,

sobre este cabo a merced del viento Sur,

con esta línea de montañas que te esconden,

quién tendrá cuenta de nuestra resolución de olvidar, y quién

aceptará nuestra ofrenda en este fin del otoño?

 

 

8

 

¿Qué buscan, pues, nuestras almas al viajar

sobre los puentes de los rotos navíos

sin encontrar olvido, ni entre los peces volantes,

arrinconados entre mujeres cobrizas y niños de pecho que lloran,

sin encontrar olvido, ni entre los peces volantes,

ni en las estrellas que señala la flecha de los mástiles?

¿Debilitadas por los discos de los fonógrafos

y ligadas a su pesar a peregrinajes inexistentes

murmurando girones de pensamientos de lenguas extranjeras?

 

¿Qué buscan, pues, nuestras almas al viajar

de puerto en puerto

sobre los barcos podridos?

Moviendo piedras rotas, respirando

el rocío del pino, más dolorosamente cada día,

nadando entre las aguas de este y de aquel mar,

sin contacto,

sin hombres,

en una patria que ya no es la nuestra

ni la vuestra.

Y sabíamos que las islas eran bellas

aquí, o en alguna parte vecina donde íbamos a tientas

un poco más abajo, un poco más arriba,

en una minúscula distancia.

 

 

9

 

El puerto es viejo, y no puedo esperar más

por el amigo que se fue a la isla de los pinos,

por el amigo que se fue a la isla de los plátanos,

por el amigo que se fue hacia la mar abierta.

Acaricio los cañones roídos, acaricio los remos

para reanimar mi cuerpo y decidirme.

El velamen respira el olor de la sal

de la otra tempestad.

 

Si he querido permanecer solo y deseado

la soledad, no he reclamado a esta espera

los despojos de mi alma en el horizonte

ni estas líneas, estos colores, este silencio.

 

Las estrellas de la noche me traen la esperanza

de Odiseo por encontrar los muertos entre los asfódelos.

Cuando anclamos entre ellos desearíamos encontrar

la honda que vio la herida de Adonis.

 

 

10

 

Nuestro país es cerrado, montañoso,

y tiene por techo un cielo bajo, día y noche.

No tenemos ríos, ni pozos, ni fuentes,

tan solo algunas resonantes cisternas vacías que veneramos.

 

Un estancado sonido hueco, parecido

a nuestra soledad,

semejante a nuestro amor, a nuestro cuerpo.

Se nos hace extraño que en otro tiempo construimos

casas, establos, cabañas.

 

Las bodas, las frescas coronas y los dedos

se vuelven enigmas indescifrables para el alma.

¿Cómo han nacido nuestros hijos y cómo han crecido?

 

Nuestra patria es cerrada. Dos negras

Simplegades la encierran. Al descender

a los puertos los domingos para tomar el aire,

vemos resplandecer en el crepúsculo

los restos de viajes inacabados

y cuerpos que no saben amar.

 

 

11

 

Tu sangre se hiela a veces como la luna

en la noche inagotable de tu sangre

que despliega sus alas blancas

sobre los oscuros roquedos, los contornos de los árboles y las casas,

con un girón de luz de nuestros años de infancia.

 

 

12

 

BOTELLA AL MAR

 

Tres rocas, algunos pinos quemados, una capilla,

y más arriba

el mismo paisaje copiado que se repite;

tres rocas en forma de pórtico, roídas,

algunos pinos quemados, negros y amarillentos,

y más arriba, muchas veces aún,

el mismo paisaje escalonado,

hasta el horizonte, hasta el cielo del poniente.

 

Anclamos para reparar los remos,

para beber agua y dormir.

El mar que nos amargó es vasto e insondable

y rueda con su calma infinita.

Entre los guijarros hemos hallado una moneda

que jugamos al dado.

El más joven ganó y ha desaparecido.

 

Volvimos a la nave con los remos rotos.

 

 

13

 

HIDRA

 

Delfines, estandartes y salvas de cañón.

La mar acre en tu alma

portaba los barcos abigarrados y centelleantes,

ondulaba, jugaba con ellos, azul, con sus plumas blancas,

acre antaño en tu alma

y ahora plena bajo el sol de colores.

Las velas blancas de la luz y los remos húmedos

batiendo una cadencia de tambor en la onda sumisa.

 

Serían ojos tus ojos si miraran

resplandecerían tus brazos si se extendieran

tus labios serían como antes amados

frente a tal milagro;

tú lo buscabas

¿qué buscabas delante la ceniza,

en la lluvia, en el trueno, en el viento,

aun en la hora de apagarse las luces,

cuando la ciudad se ensombrecía y sobre las piedras

el Nazareno te mostraba su corazón

¿qué buscabas? ¿por qué no vuelves? ¿que buscabas?

 

 

14

 

Tres palomas escarlatas en la luz

trazaban nuestro destino en la luz

con colores y gestos de gentes

que amamos.

 

 

15

 

Quid platanon opacissimus?

El sueño te ha rodeado como un árbol. Bajo las hojas verdes

respirabas como un árbol en la quieta luz.

Contempla tu rostro en la limpísima fuente;

los párpados cerrados y las pestañas humedecidas.

Mis dedos en la hierba encontraron tus dedos,

sentí tu pulso un instante

y conocí la pena de tu corazón.

Bajo el árbol, cerca al agua, entre los laureles,

el sueño te llevaba y te dispersaba

en mi redor, cerca de mí, sin que pudiera tocarte enteramente,

unido a tu silencio;

miraba tu sombra crecer y apagarse,

y perderse entre otras sombras, en otro mundo

que te llevaba y retenía.

 

La vida que se nos ha dado la hemos vivido.

Piedad para los que esperan pacientemente,

perdidos entre negros laureles, bajo plátanos pesados;

para aquellos que hablan solos a las cisternas y a los pozos

ahogándose en el orbe de sus voces.

Piedad para el compañero que compartió las privaciones y el sudor

y que se hundió en el sol como un cuervo más allá de los mármoles

sin la esperanza de gozar nuestra recompensa.

Dadnos la paz más allá del sueño.

 

 

16

 

y su nombre es Orestes

A la cuerda, a la cuerda aún, a la cuerda,

cuántas vueltas, cuantos círculos sangrientos, cuántas ensombrecidas

graderías; las gentes que me miran,

que me miran cuando sobre el carro

extiendo, resplandeciente, los brazos, y me aclaman.

Me golpea la espuma de los corceles ¿cuándo llegarán a la meta?

El eje cruje, se recalienta ¿cuándo se inflamará?

¿Cuando se romperá el lomo de los caballos y los hierros

se estrellaran contra el suelo?

La dócil hierba en las adormideras

donde tu cortarás una margarita en primavera.

Eran bellos tus ojos pero no sabías donde posarlos

ni yo tampoco, sin patria

yo que lucho aquí mismo. ¿Cuántas vueltas?

Siento que mis rodillas se doblan sobre el eje,

sobre las ruedas, sobre la áspera pista.

Las rodillas se doblan fácilmente cuando los dioses lo deciden.

Nadie puede escapar, de nada sirve la fuerza, no puedes

escapar al mar que te ha acunado y que llamas

en este momento de lucha, entre el aliento de los caballos,

con las canas que cantan en otoño al modo lidio.

El mar que no puedes encontrar a pesar de tu carrera

a pesar de que gires en redor de las sombrías Euménides que se aburren sin perdón.

 

 

17

 

Astyanax

Ahora que vas a partir toma contigo el niño

que vió la luz bajo este plátano,

un día en que resonaban las trompetas y brillaban las armas

y los sudorosos caballos hundían

las húmedas trompas

en el verde mantel del mar.

 

Los olivares con las arrugas de los padres,

las rocas con la sabiduría de los padres

y la sangre de nuestro hermano, viviente en la tierra.

Era una fuerte alegría y un rico orden

para las almas que comprendían su oración.

 

Ahora que vas a partir, cuando el término

se ha vencido y cuando nadie sabe

a quien va a matar ni cual será su propio fin,

toma contigo el niño que vio el día

bajo las hojas de este plátano y enséñale

la meditación de los árboles.

 

 

18

 

Me apeno por haber dejado pasar un largo río

sin beber siquiera una gota.

Yazgo ahora en la piedra.

Un pino joven sobre la arcilla roja

es mi solo compañero.

Todo lo que amé desapareció con las mansiones

que eran nuevas el verano pasado

y que se derrumbaron bajo el viento de otoño.

 

 

19

 

Ni con el soplo del viento refresca,

estrecha permanece la sombra bajo el ciprés

y camino empinado hacia las montañas.

 

Nos destruyen

los amigos que no saben como morir.

 

 

20

 

Se abre de nuevo la herida en mi pecho

cuando las estrellas declinan y se unen a mi cuerpo,

cuando el silencio cae sobre los pasos de los hombres.

¿Hasta donde me llevaran estas piedras que se hunden en las edades?

El mar, el mar ¿quién podrá agotarlo?

Veo en cada mañana las manos que hacen un signo al halcón

ligada a esta roca que se ha hecho mía a fuerza de sufrimiento,

veo los arboles respirar la sombría calma de los muertos

y la sonrisa inamovible de las estatuas.

 

 

21

 

Quienes nos hemos puesto en camino para este peregrinaje

hemos mirado las estatuas rotas,

nos hemos olvidado de nosotros mismos y nos hemos dicho

que la muerte tiene vías insondables

y con ella la justicia.

 

Y si morimos sobre nuestros pies

fraternizando en la piedra

ligados por la duración y la fragilidad

los muertos antiguos escaparan del círculo y resucitará

sonriendo con una paz extraña.

 

 

22

 

Ahora que tantas cosas han pasado bajo nuestros ojos

al punto que nada ven, más lejos

y más allá de la memoria, como la tela blanca de una noche encerrada,

vimos pasar visiones más extrañas que tú,

que se perdieron en el follaje inmóvil de un árbol de pimienta.

 

¿Por haber conocido muy bien nuestro destino

y rodado entre las piedras por tres mil o seis mil años

y haber buscado en las construcciones caídas

que tal vez habríamos habitado,

podríamos esforzarnos en recordar las fechas y los hechos heroicos?

¿Habiendo estado unidos y dispersos y habiendo luchado contra dificultades que se dicen inexistentes,

perdidos, en el encuentro de una ruta llena de tropas ciegas,

lanzándonos en el marasmo y en el lago de Maratón

podríamos morir según las reglas?

 

 

23

 

Un poco de tiempo todavía

y veremos florecer los almendros,

brillar los mármoles en el sol

y la ondulación del mar.

 

Un poco de tiempo todavía

para revivir.

 

 

24

 

Aquí terminan las obras del mar y las obras del amor.

Quienes vivan un día cuando nosotros hayamos terminado,

si la sangre ennegrece y desborda su memoria,

que no nos olviden, a nosotros, débiles almas entre los asfódelos,

y que vuelvan hacia el Erbo las cabezas de las victimas:

Nosotros que nada teníamos, les enseñaremos la paz.

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