Los Mayores. Poesía de Cesare Pavese
Estos poemas aparecen originalmente en Alforja. Revista de poesía número 33, verano 2005. Nueva Época, pp. 667-75. Los antecede una nota crítica del propio Renato Sandoval.
Traducción del italiano de Renato Sandoval
El vino triste
Lo difícil es sentarse sin hacerse notar.
Todo lo demás viene luego por añadidura. Tres sorbos
y vuelve el deseo de pensarlo a solas.
Se abre un fondo de lejanos zumbidos,
todo se esparce, y es un milagro
haber nacido y contemplar el vaso. El trabajo
(el hombre solo no puede no pensar en el trabajo)
vuelve a ser el antiguo destino que es hermoso sufrir
para poderlo recordar. Después los ojos se clavan
en la nada, dolientes, como si estuvieran ciegos.
Si este hombre se levanta de nuevo y va a su casa a dormir,
semeja a un ciego que ha perdido el camino. Cualquiera
podría aparecer de pronto en una esquina y molerlo a golpes.
Podría surgir una mujer y tenderse en la calle,
bella y joven, bajo otro hombre, gimiendo
tal como una mujer gimiera alguna vez con él.
Pero este hombre no ve. Va a su casa a dormir
y la vida no es más que un zumbido de silencio.
Si se le desnuda, en este hombre se encuentran, dispersos,
miembros exhaustos y pelo brutal. ¿Quién diría
que en él transitan tibias venas
donde antes crepitaba la vida? Nadie
creería que alguna vez una mujer acarició
y besó ese cuerpo, estremecido,
bañándolo de lágrimas, ahora que el hombre,
al fin en casa para dormir, no lo consigue, y gime.
Diciembre de 1934.
Creación
Estoy vivo y sorprendí las estrellas en el alba.
La compañera sigue durmiendo y no lo sabe.
Todos los compañeros duermen. El día claro
me es más límpido que los rostros sumergidos.
A lo lejos pasa un anciano: se va al trabajo
o a disfrutar la mañana. No somos distintos,
ambos respiramos el mismo resplandor
y fumamos tranquilos para engañar el hambre.
También el cuerpo del viejo debe de ser puro
y vibrante tendría que estar desnudo frente a la mañana.
Esta mañana la vida nos descubre en el agua
siempre joven, los cuerpos de todos estarán al descubierto.
Habrá un gran sol y la aspereza del camino
y el rudo cansancio abatiendo bajo el sol
y la inmovilidad. Estará la compañera
un secreto de cuerpos. Cada uno entregará su voz.
No hay voz que quiebre el silencio del agua
bajo el alba. Ni nada que vibre
bajo el cielo. Sólo una tibieza que derrite las estrellas.
Uno tiembla al oír la mañana estremeciéndose
toda virgen, como si ninguno de nosotros estuviera despierto.
Enero de 1935.
Costumbres
En el asfalto de la alameda la luna forma un lago
silencioso y el amigo recuerda los tiempos idos.
Le bastaba entonces un encuentro fortuito
y ya no estaba solo. Mirando la luna,
respiraba la noche. Pero más fresco era el olor
de la mujer descubierta, de la fugaz aventura
en los frágiles peldaños. El cuarto tranquilo
y el raudo deseo de habitarlo siempre
le colmaban el corazón. Luego, bajo la luna,
con grandes pasos aturdidos, regresaba contento.
Por ese entonces era un gran compañero de sí mismo.
Despertábase en la mañana y saltaba de la cama,
reencontrando su cuerpo y sus viejos pensamientos.
Le gustaba salir bañándose en la luna
y también en el sol, disfrutaba mirando las calles,
conversando con gente imprevista. Creía
saber empezar cambiando de oficios
hasta el último día, cada nueva mañana.
Después de grandes esfuerzos se sentaba a fumar.
Su placer más grande era estar solo.
El amigo ha envejecido y quisiera una casa
que le fuese más amable, y salir de noche
y detenerse en la alameda a mirar la luna,
pero encontrar a la vuelta una mujer dócil,
una mujer tranquila, en paciente espera.
El amigo ha envejecido y ya no se basta.
Los transeúntes son los mismos de siempre; la lluvia
y también el sol, los mismos; y la mañana, un desierto.
Afanarse no vale la pena. Y salir a la luna,
si nadie lo espera, no vale la pena.
Agosto de 1936.
Ensueño
¿Ríe aún tu cuerpo con la aguda caricia
de la mano o del aire y a veces reencuentra
en el aire otros cuerpos? Muchos vuelven
de un temblor de la sangre, de una nada. También el cuerpo
tendido a tu lado te busca en esa nada.
Era un juego pueril pensar que un día
la caricia del aire resurgiría
como súbito recuerdo en la nada. Tu cuerpo
se despertaría una mañana, enamorado
de su propia tibieza, bajo el alba desierta.
Un recuerdo punzante te recorrería
y una punzante sonrisa. ¿Es que ese alba no vuelve?
Se apretaría contra tu cuerpo al aire
aquella fresca caricia, en la íntima sangre,
y sabrías que el tibio instante
respondía en el alba a un temblor distinto,
a un temblor desde la nada. Lo sabrías
como un día lejano sabías que un cuerpo
reposaba a tu lado.
Leve dormías
bajo un aire risueño de lábiles cuerpos,
amando una nada. Y la punzante sonrisa
te recorre clausurando tus ojos pasmados.
¿Es que el alba no regresó ya de la nada?
12-16 de octubre de 1937.
Indiferencia
Ha estallado este odio doliente como vivo amor
y anhelante a sí mismo se contempla.
Pide un rostro y una carne, como si fuese un amor.
Han muerto la carne del mundo y las voces
vibrantes, un temblor ha invadido las cosas;
toda la vida pende de una voz.
En amargo éxtasis transcurren los días
en la triste caricia de la voz que nos vuelve
pálidos los rostros. No sin dulzura
esa voz en la memoria resuena temblorosa
e impía: una voz ha temblado por nosotros.
Pero la carne no tiembla. Sólo un amor
la podría incendiar, y este odio la busca.
Todas las cosas y la carne del mundo
y las voces no valen la caricia encendida
de aquel cuerpo y aquellos ojos. En amargo éxtasis
que a sí mismo se aniquila, este odio reencuentra
a diario una mirada, una palabra rota,
y las aferra, insaciable, como si fuese un amor.
24 de octubre de 1937.
Celos
De día, el hombre viejo tiene la tierra, y de noche
una mujer que es suya —que era suya hasta ayer.
Le gustaba descubrirla, como si abriese la tierra,
y mirarla detenidamente, tendida en la sombra,
en espera. La mujer, con los ojos cerrados, sonreía.
Esta noche el hombre viejo está sentado a la vera
de su campo descubierto, pero no escruta la mancha
del seto lejano, no extiende la mano
para arrancarle un tallo. Contempla entre los surcos
un pensamiento en brasas. La tierra revela
si alguien le ha puesto las manos y la ha quebrado:
hasta de noche lo revela. Pero no hay mujer viva
que conserve la huella del abrazo del hombre.
El hombre viejo repara que la mujer sólo sonríe
con los ojos cerrados, aguardando tendida,
y de pronto comprende que sobre el cuerpo joven
el abrazo de otro recuerdo pasa en ensueños.
El hombre viejo ya no ve el campo en la sombra.
Se ha hincado de rodillas apretando la tierra
como si fuese una mujer y supiese hablar.
Esta noche, tendida y con los ojos cerrados, la mujer
no habla ni sonríe, desde los labios torcido
hasta el hombro morado. Por fin el cuerpo revela
el abrazo de un hombre: el único
que ha podido marcarla y le ha apagado su sonrisa.
2-3 de noviembre de 1937.
Dos
Hombre y mujer, tendidos en la cama, se contemplan:
dos cuerpos grandes y extenuados.
El hombre está inmóvil, sólo la mujer respira profundamente
y por eso el suave flanco le palpita. Las piernas extendidas
del hombre son enjutas y nudosas. El rumor
de la calle soleada ha llegado a los postigos.
El aire pesa impalpable en la grave penumbra
congelando las gotas de vivo sudor
en los labios. Las miradas de las cabezas juntas
son iguales, pero ya no encuentran de nuevo a los cuerpos
abrazados como antes. Apenas si se rozan.
La mujer, que calla, mueve apenas los labios.
El respiro que agita su flanco se detiene
ante una mirada más larga del hombre. La mujer
vuelve el rostro acercando su boca a la suya.
Pero la mirada del hombre no cambia en la sombra.
Graves e inmóviles pesan los ojos en los ojos
entre el tibio aliento reavivando el sudor,
desolados. La mujer no mueve su cuerpo
blando y vivo. La boca del hombre se acerca.
Pero la mirada inmóvil no cambia en la sombra.
4-6 de abril de 1938.
Dos poemas a T.
(Roma, 1946)
1.
También eres el amor.
De sangre eres y de tierra, como los otros. Caminas
como el que no se aleja
de la puerta de casa.
Miras como el que aguarda
y no ve. Eres tierra
que padece y calla.
Sobresaltos tienes y cansancios,
tienes palabras —caminas
a la espera. El amor es tu sangre —sólo él.
2.
Las plantas del lago
te han visto una mañana.
Los guijarros las cabras el sudor
están fuera de los días,
como el agua del lago.
El dolor y el tumulto de los días
no rasguñan el lago.
Pasarán las mañanas,
pasarán las angustias,
otros guijarros y sudores
te morderán la sangre
—no siempre será así.
Volverás a hallar algo.
Volverá la mañana
donde, pasado el tumulto,
estarás sola en el lago.
Regreso de Deola
Volveremos por la calle mirando fijo a los transeúntes
y también nosotros lo seremos. Estudiaremos
cómo levantarnos en la mañana deponiendo el malestar
de la noche y cómo salir con el paso de antaño.
Inclinaremos la cabeza frente al trabajo de antaño.
Regresaremos allá, apretados contra el vidrio, fumando,
aturdidos. Pero los ojos serán los mismos
y también los gestos y también el rostro. Ese vano secreto
que se nos demora en el cuerpo y nos esparce la mirada
morirá lentamente en el ritmo de la sangre
donde todo se diluye.
Saldremos una mañana,
ya no tendremos casa, saldremos a las calles;
el malestar nocturno nos habrá abandonado;
temblaremos por estar solos. Pero querremos estar solos.
Miraremos a los transeúntes con la muerta sonrisa
de quien ha sido golpeado, pero que no odia ni grita
porque sabe que desde un tiempo remoto el destino
—todo lo que ya ha sido y será— reposa en la sangre,
en el susurro de la sangre. Inclinaremos la frente
solos, en medio de la calle, a la escucha de un eco
en la sangre. Y ese eco dejará de vibrar.
Alzaremos la mirada, mirando fijo la calle.
Marzo-abril de 1936.
Verano
Reapareció la mujer de ojos entornados
y cuerpo reunido caminando en la calle.
Miró de frente extendiendo la mano
en la calle inmóvil. Todo volvió a emerger.
En la inmóvil luz del día lejano
el recuerdo se hizo añicos. La mujer alzó de nuevo
su sencilla frente, reapareciendo la mirada
de entonces. La mano se dirigió a la mano
y el apretón angustioso fue el mismo de antes.
Cada cosa recobró color y vida
ante esa mirada absorta y esa boca entreabierta.
Volvió la angustia de los días distantes
cuando un inmóvil verano de color
y tibieza surgía de pronto
bajo aquellos ojos sumisos. Volvió la angustia
que ninguna dulzura de labios entreabiertos
es capaz de mitigar. Un cielo inmóvil se acoge
fríamente en esos ojos.
Era dulce el recuerdo
ante la luz sometida del tiempo, era un dócil
moribundo para quien la ventana ahora se nubla y desaparece.
El recuerdo se hizo añicos. El apretón angustioso
de la mano leve volvió a encender el color,
el verano y la tibieza bajo el vívido cielo.
Pero la boca entreabierta y la mirada sumisa
sólo dan vida a un duro e inhumano silencio.
7-9 de octubre de 1937.
El amigo que duerme
¿Qué le diremos esta noche al amigo que duerme?
La palabra más tenue nos sube a los labios
desde la pena más terrible. Miraremos al amigo,
sus inútiles labios que nada dicen,
hablaremos suavemente.
La noche tendrá el rostro
del antiguo dolor que cada noche resurge
impasible y vivo. El remoto silencio
padecerá como un alba, mudo, en la sombra.
Le hablaremos a la noche que suave respira.
Oiremos en la sombra rezumar los instantes
más allá de las cosas, en el ansia del alba,
que de pronto vendrá recortando las cosas
sobre el silencio difunto. La luz inútil
develará el rostro absorto del día. Callarán
los instantes. Y las cosas hablarán suavemente.
20 de octubre de 1937.
Cesare Pavese nació en Cuneo el 9 de septiembre de 1908, y falleció en Turín el 27 de agosto de 1950. Su padre murió cuando él tenía tan sólo seis años. Estudió en Turín, donde se especializó en literatura anglosajona y se licenció en letras con una tesis sobre Walt Whitman. Fue conocido como escritor, traductor y crítico, y contribuyó a la difusión de figuras como Faulkner, Steinbeck y Joyce. Fue lector y consejero de la editorial Einaudi, de la que fue cofundador. Su posición antifascista, que desarrolló en su etapa de director de la revista Cultura, le llevó a ser confinado por mantener correspondencia con un prisionero político, tras lo cual tuvo que refugiarse con su hermana en Serralunga di Crea. Su primera obra literaria fue el poemario Trabajar cansa, si bien luego se centró en la narrativa con obras como La luna y las fogatas. Su frustración amorosa (debido a su relación con Constance Dowling) y desengaño político lo arrastraron al suicidio, muriendo de una sobredosis de somníferos tras sufrir de varias crisis depresivas. El mismo año de su muerte (1950) recibió el Premio Strega por su trilogía La Bella Estate. Los protagonistas de sus obras son seres solitarios, que son traicionados o resultan ser traicioneros. Gran parte de su creación se enmarca en la región de Le Langhe, donde solía veranear durante su infancia.
Renato Sandoval. Lima, Perú, 1957. Ha publicado cinco libros de poesía, el más reciente fue Nostos / El revés y la fuga. Este 2005 publicará Suzuki Blues. Ha publicado varios libros de ensayo (sobre José María Eguren y Jorge Eduardo Eielson) y una veintena de libros de traducciones (Kafka, Rilke, Edith Södergran, Pentti Saarikoski, Drummond de Andrade, Pavese, Tabucchi…). Dirige las revistas literarias Evohé y Fórnix, así como la editorial Nido de Cuervos. Enseña en la Pontificia Universidad Católica de Lima, donde dicta literatura nórdica, alemana y francesa medieval.