Los Mayores de la poesía: Salvatore Quasimodo (Sicilia, Italia, 1901-1968). Traducción: Antonio Colinas
Este material es publicado con autorización del poeta José Javier Villarreal, director de la Capilla Alfonsina. El poemario, Plegaria (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2015), del cual se extraen estos poemas, forma parte del proyecto editorial “El Oro de los Tigres” y su edición conmemoró el 85 aniversario de la Universidad Autónoma de Nuevo León y es un homenaje de un grupo de escritores de lengua española a Alfonso Reyes en su faceta de traductor. La edición es una selección y prologado por la poeta Minerva Margarita Villarreal.
Salvatore Quasimodo (Sicilia, Italia, 1901-1968)
Traducción: Antonio Colinas
Callejón
A veces vuelve a llamarme tu voz,
y no sé qué cielos y aguas
despiertan en mi interior:
una red de sol que se desteje
sobre tus muros, que eran al atardecer
un vaivén de lámparas
de las tiendas vespertinas
llenas de viento y de tristeza.
Otro tiempo: sonaba un telar en el patio
y se oía de noche un llanto
de cachorros y niños.
Callejón: una cruz de casas
que en voz baja se llaman,
y no saben que es por miedo
a quedarse solas en lo oscuro.
Diálogo
Mas conmovidas por el canto, acudían desde la profunda morada
del Erebo las sombras tenues y los espectros de los que carecían de luz
(Virgilio, Geórgicas, libro IV, vv. 471-472). [N. del T.]
Estamos sucios de guerra y Orfeo bulle
de insectos, comido por los piojos,
y tú estás muerta. El invierno, aquel peso
de hielo, el agua, el aire tormentoso
se fueron contigo, y el trueno retumbando
en tus noches de tierra. Y ahora no sé
que te debía un acuerdo más hondo,
pero nuestro tiempo ha sido de furia y de sangre:
otros ya se hundían en el fango,
tenían las manos y los ojos deshechos,
con aullidos pedían misericordia y amor.
Peor qué tarde es siempre para amar;
Perdóname, pues. También yo ahora grito
tu nombre en esta luz meridiana,
perezosa de alas, de cuerdas de cigarras
vibrando dentro de las cortezas de los cipreses.
Ya no sabemos dónde está tu orilla;
había un paso señalado por los poetas
cerca de las fuentes que humean en las barranqueras
sobre el altiplano. Pero en aquel lugar, yo vi
de muchacho arbustos con bayas violáceas,
perros de pastor y tenebrosas aves,
y caballos, misteriosos animales
que marchan con la cabeza alzada tras el hombre.
Los vivos han perdió para siempre
el camino de los muertos y a un lado se quedan.
Ahora es más tremendo este silencio
que aquel que divide tu ribera.
“Sombras llegaban ligeras”. Y aquí
el Olona discurre tranquilo, ni un árbol
se mueve de su pozo de raíces.
¿O no eras Eurídice? ¡No eras Eurídice!
Eurídice está viva, ¡Eurídice! ¡Eurídice!
Y tú, sucio aún de guerra, Orfeo,
Como tu caballo , sin el látigo,
alza la cabeza, no tiembla ya la tierra:
aúlla de amor, vence, si quieres, al mundo.
Más allá de las ondulaciones de las colinas
La vida no te abandonó por cábalas
o híbridos emblemas del zodiaco, por sílabas,
y números ordenados para descubrir
de nuevo el mundo. Mas estuviste en prisión
midiendo, con la arena y la sangre,
los silencios, las voces de la muerte,
más allá de las ondulaciones de las colinas.
Auschwitz
Allá abajo, amor, en Auschwitz, lejos
del Vístula, a lo largo de la llanura nórdica,
en un campo de muerte: fría, fúnebre,
la lluvia sobre la herrumbre de los postes
y los revoltijos de alambre de las cercas:
ni árboles ni pájaros en el aire gris
o en nuestro pensamiento, sino inercia
y dolor que la memoria abandona
a su silencio sin ironía o ira.
Tú no quieres elegías, lirismos: sólo
razones de nuestra suerte, aquí,
tú, tierna a los obstáculos de la mente,
insegura ante una presencia
clara de vida. Y la vida está aquí,
en cada negación que certeza parece:
aquí oiremos llorar al ángel, al monstruo,
nuestras horas futuras
golpear el más allá, que aquí está, eterno
y en movimiento, de posible piedad.
Y aquí las metamorfosis, aquí los mitos.
Sin nombres de símbolos o de un dios,
son crónica, lugares de la tierra,
son Auschwitz, amor. ¡De qué manera súbita
se mutaron en sombrío humo
los amados cuerpos de Alfeo y Aretusa!
De aquel infierno que se abría
con la blanca inscripción “El trabajo os hará libres”,
salió con continuidad el humo
de miles de mujeres empujadas afuera,
al alba de los tugurios contra el muro
del tiro al blanco o ahogadas gritando
misericordia al agua con sus bocas
de esqueleto bajo las duchas de gas.
Tú las encontrarás, soldado, en tu
Historia bajo formas de ríos, de animales,
¿o también eres tú ceniza de Auschwitz,
medalla de silencio?
Quedan largas trenzas encerradas en urnas
de cristal aún ceñidas por amuletos
e infinitas sombras de pequeños zapatos
y bufandas de hebreos: son reliquias
de un tiempo de sabiduría, de sapiencia
del hombre hecho a la medida de las armas,
son los mitos, nuestras metamorfosis.
Sobre los espacios en los que amor y llanto
y piedad se marchitaron, bajo la lluvia,
allá abajo, se rebelaba un no dentro de nosotros,
un no a la muerte, muerta de Auschwitz,
para no repetir, desde aquella fosa
de cenizas, la muerte.
Varvàra Alexandrovna
Seca rama de abedul golpea
con su verdor interno en una ventana giratoria
de Moscú. De noche Siberia desata su viento
brillante sobre el vidiro de espuma, una trama
de abstractas cuerdas en la mente. Estoy enfermo:
soy yo quien puede morir en cualquier momento;
yo mismo, Varvara Alexandrovna, que das vueltas
por las habitaciones del Botkin, con las zapatillas de fieltro
y los ojos presurosos, enfermera de la suerte.
A la muerte no tengo miedo
como no he tenido temor de la vida.
O pienso que es otro el que aquí está tendido.
Quizás, si no recuerdo amor, piedad, la tierra
que desmorona la inseparable naturaleza, el lívido
son de la soledad, puedo desprenderme de la vida.
Quema tu mano nocturna, Varvàra
Alexandrovna; son los dedos de mi madre
los que me aprietan para dejar una gran paz
bajo la violencia. Eres la Rusia humana
de los tiempos de Tolstoi o de Mayakovsky,
eres Rusia, no un paisaje de nieve
reflejado en un espejo de hospital;
eres una multitud de manos que buscan otras manos.
Sólo con que amor te hiera
No olvides que vives en medio de los animales,
los caballos, los gatos, las ratas de alcantarilla
oscuras como la mujer de Salomón, terrible
campo con banderas desplegadas;
no olvides al perro con su lengua y su cola
de armonías de lo irreal, ni al lagarto, al mirlo,
al ruiseñor, a la víbora, al abejorro. O te place pensar
que vives entre hombres puros y mujeres
virtuosas que no sienten
el croar de la rana en celo, verde
como la más verde rama de la sangre.
Los pájaros te contemplan desde los árboles y las hojas
no ignoran que la Mente ha muerto
para siempre, su reliquia sabe a cartílago
quemado o a plástico corroído; no olvides
ser sinuoso y hábil animal
que ardoroso violenta y todo aquí lo quiere
sobre la tierra antes del último grito
cuando el cuerpo es cadencia de acartonados recuerdos
y el espíritu al fin apremia eterno:
recuerda que puedes ser el ser del ser
sólo que con que el amor te hiera feliz en las entrañas.
Una noche de septiembre
Timor mortis conturbat me?[1]
Hueco tambor resuena
en la noche extranjera
sobre los nudos de la sangre. Caen cuervos
entre la nieve heridos por un tenue
disparo. Y de repente mi cuerpo
sube a un naranjo erguido
sobre el mar Jónico. Pero estás aquí, al final,
signo alguno impide la entrega
del espíritu, a solas escuchas
lejanos pensamientos, los últimos
en suspenso bajo una bóveda gótica.
¿En qué lugar las sombras subterráneas?
Se parece a sí misma la muerte:
una puerta se abre, se oye un piano
en la pantalla en el corredor con cortinas
de los narcóticos. Penetra en la mente
un diálogo con el más allá,
de sílabas en volutas que envuelven
réquiems sobre curvas de sombra;
un sí o un acaso involuntario.
No le debo a la tierra confesiones,
ni siquiera a ti, muerte, más allá de tu
puerta abierta sobre el video de la vida.
[1] Reproduzco aquí la nota del crítico Frederic J. Jones: “Las palabras latinas que abren el poema, Timor mortis conturbat me, están tomadas del Responsorium a la Lectio VII del Officium Defunctorum del Misal. La Lectio deriva de Job, 17, versículos 1-15, con el versículo 16, que sigue inmediatamente al Responsorium, cuyo texto es:
Perccantem me quotidie, et non me poenitentem
timor mortis conturbat me.
Por cuanto saber, estas palabras del Officium Defunctorum no han sido reproducidas como cita o estribillo en ningún otro poema italiano, francés o alemán. Por el contrario, en la literatura inglesa o escocesa, aparecen como título y estribillo en John Lydgate (¿1370?-¿1450?) y en William Dunbar (1450-1520). El primer verso del poema de Lydgate que reproduce el citado verso es: “So as I lay this othir night…”, mientras que la poesía de Dunbar se titula tradicionalmente A Lament for the Makeris, y el último verso de cada uno de los cuartetos consiste en las palabras citadas del Responsorium”. [Nota de Salvatore Quasimodo]
Vicolo
Mi richiama talvolta la tua voce,
e non so che cieli ed acque
mi si svegliano dentro:
una rete di sole che si smaglia
sui tuoi muri ch’erano a será
un dondolìo di lampade
dalle botteghe tarde
piene di vento e di tristeza
Altro tempo: un telaio batteva nel cortile
e s’udiva la notte un pianto
di cuccioli e bambini.
Vicolo: una croce di case
che si chiamano piano,
e non sanno ch’è paura
di restare solen el buio.
Dialogo
"At cantu commotae Erebi de sedibus imis
umbrae ibant tenues simulacraque luce carentum."
Siamo sporchi di guerra e Orfeo brulica
d'insetti, è bucato dai pidocchi,
e tu sei morta. L'inverno, quel peso
di ghiaccio, l'acqua, l'aria di tempesta,
furono con te, e il tuono di eco in eco
nelle tue notti di terra. Ed ora so
che ti dovevo più forte consenso,
ma il nostro tempo è stato furia e sangue:
altri già affondavano nel fango,
avevano le mani, gli occhi disfatti,
urlavano misericordia e amore.
Ma come è sempre tardi per amare;
perdonami, dunque. Ora grido anch'io
il tuo nome in quest'ora meridiana
pigra d'ali, di corde di cicale
tese dentro le scorze dei cipressi.
Più non sappiamo dov'è la tua sponda;
c'era un varco segnato dai poeti,
presso fonti che fumano da frane
sull'altipiano. Ma in quel luogo io vidi
da ragazzo arbusti di bacche viola,
cani da gregge e uccelli d'aria cupa
e cavalli misteriosi animali
che vanno dietro l'uomo a testa alta.
I vivi hanno perduto per sempre
la strada dei morti e stanno in disparte.
Questo silenzio è ora più tremendo
di quello che divide la tua riva.
"Ombre venivano leggere." E qui
l'Olona scorre tranquillo, non albero
si muove dal suo pozzo di radici.
O non eri Euridice? Non eri Euridice!
Euridice è viva. Euridice! Euridice!
E tu sporco ancora di guerra, Orfeo,
come il tuo cavallo, senza la sferza,
alza il capo, non trema più la terra:
urla d'amore, vinci, se vuoi, il mondo.
Al di là delle onde delle colline
Non t'è sfuggita la vita per cabale
o ibridi emblemi di zodiaco o sillabe
e numeri ordinati a riscoprire
il mondo. Ma sei stato in prigionia,
a misurare, con la sabbia e il sangue,
i silenzi, le voci della morte,
al di là delle onde delle colline.
Auschwitz
Laggiu’, ad Auschwitz, lontano dalla Vistola,
amore, lungo la pianura nordica,
in un campo di morte: fredda, funebre,
la pioggia sulla ruggine dei pali
e i grovigli di ferro dei recinti:
e non albero o uccelli nell’aria grigia
o su dal nostro pensiero, ma inerzia
e dolore che la memoria lascia
al suo silenzio senza ironia o ira.
Tu non vuoi elegie, idilli: solo
ragioni della nostra sorte, qui,
tu, tenera ai contrasti della mente,
incerta a una presenza
chiara della vita. E la vita e’ qui,
in ogni no che pare una certezza:
qui udremo piangere l’angelo il mostro
le nostre ore future
battere l’al di la’, che e’ qui, in eterno
e in movimento, non in un’immagine
di sogni, di possibile pieta’.
E qui le metamorfosi, qui i miti.
Senza nome di simboli o d’un dio,
sono cronaca, luoghi della terra,
sono Auschwitz, amore. Come subito
si muto’ in fumo d’ombra
il caro corpo d’Alfeo e d’Aretusa!
Da quell’inferno aperto da una scritta
bianca: «Il lavoro vi rendera’ liberi»
usci’ continuo il fumo
di migliaia di donne spinte fuori
all’alba dai canili contro il muro
del tiro a segno o soffocate urlando
misericordia all’acqua con la bocca
di scheletro sotto le docce a gas.
Le troverai tu, soldato, nella tua
storia in forme di fiumi, d’animali,
o sei tu pure cenere d’Auschwitz,
medaglia di silenzio?
Restano lunghe trecce chiuse in urne
di vetro ancora strette da amuleti
e ombre infinite di piccole scarpe
e di sciarpe d’ebrei: sono reliquie
d’un tempo di saggezza, di sapienza
dell’uomo che si fa misura d’armi,
sono i miti, le nostre metamorfosi.
Sulle distese dove amore e pianto
marcirono e pieta’, sotto la pioggia,
laggiu’, batteva un no dentro di noi,
un no alla morte, morta ad Auschwitz,
per non ripetere, da quella buca
di cenere, la morte.
Varvàra Alexandrovna
Un ramo arido di betulla batte
con dentro in verdc su una finestra a vórtice
di Mosca. Di notte la Siberia stacca il suo vento
lucente su1 vetro di schiuma, una trama
di corde astratte nella mente. Sono malato:
sono io che posso morire da un minuto all'altro;
propio io, Vhrvara Alexandrovna, che giri
per le stanze del Botkin con le scarpette di feltro
e gli ücchi frettdosi, infermiera dch sorte.
Non ho paura della morte
come non ho avuto timore della vita.
O penso che sia un altro qui disteso.
Forse se non ricordo amore, pietà, la terra
che sgretola la natura inseparabile, il livido
suono della solitudine, posso cadere dalla vita.
Scotta la tua mano notturna, Varvàra
Alexandrovna; sono le dita di mia madre
che stringono per lasciare lunga pace
sotto la violenza. Sei la Russia umana
del tempo di Tolstoj o di Majakovskij,
sei la Russia, non un paesaggio di neve
riflesso in uno specchio d'ospedale
sei una moltitudine di mani che cercano altre mani.
Solo che amore ti colpisca
Non dimenticare che vivi in mezzo agli animali
i cavalli i gatti i topi di fogna
bruni come la donna di Salomone tremendo
campo a bandiere spiegate,
non dimenticare il cane dalla lingua e la coda
d'armonie dell'irreale né il ramarro e il merlo
l'usignolo la vipera il fuoco. O ti piace pensare
che vivi fra uomini puri e donne
di virtù che non toccano
l'urlo della rana in amore verde
come il più verde ramo del sangue.
Gli uccelli ti guardano dagli alberi e le foglie
non ignorano che la mente è morta
per sempre, la sua reliquia sa di cartilagine
bruciata di plastica corrotta; non dimenticare
di essere abile animale e sinuoso
che violenta torrido e vuole tutto qui
sulla terra prima dell'ultimo grido
quando il corpo è cadenza di memorie accartocciate
e lo spirito sollecita alla fine eterna:
ricorda che puoi essere l'essere dell'essere
solo che amore ti colpisca bene alle viscere.
Una notte di settembre
“Timor mortis conturbat me”?
Un tamburo cavo tonfa
Nella notte straniera
Su nodi del sangue. Cadono corvi
Fra la neve presi da un piombo
Silenzioso. E di colpo il mio corpo
Sale su un albero d’arancio a picco
Sul mare Jonio. Ma sei qui, alla fine,
non un segno s’incrocia alla resa
dello spirito, solo con te ascolti
i pensieri lontani, gli ultimi
sospesi sotto una volta gotica.
In che luogo ombre sotterranee?
Uguale a sé la morte:
Una porta si apre, si ode un piano
Sul video nella corsia a tende
Di narcotici. Entra nella mente
un dialogo con l’al di là,
di sillabe a spirale che avvolgono
requiem su curve d’ombra;
un sì o un forse involontario.
Non devo confessioni alla terra,
nemmeno a te morte, oltre la tua
porta aperta sul video della vita.
Salvatore Qasimodo nació en Módica, Sicilia, en 1901, y murió en Amalfi, Nápoles, en 1968. Junto con Giseppe Ungaretti, Alfonso Gatto y Mario Luzi, perteneció al movimiento italiano de poesía hermética, aunque hacia el final de la Segunda Guerra Mundial abandonó esta corriente y su poética se ocupó de temas sociales, cobrando un cariz figurativo. Entre sus libros se cuentan Aguas y tierras, Oboe sumergido, Erato y Apolión, Y de repente la noche, La vida no es sueño, La tierra incomparable, El poeta y el político y Dar y tener. Trabajó en la redacción del semanario Tempo y colaboró para la revista Letteratura. Recibió los premios Letterario Antico Fattore, de la revista Solaria, en 1932; San Babila, en 1950; Etna-Taormina de poesía, que compartió con Dylan Thomas, en 1953; y el Premio Nobel de Literatura en 1959.
Antonio Colinas nació en La Bañeza, León, el 30 de enero de 1946. Estudió en la universidad de Madrid estudios Técnicos y de Historia. Entre 1970 y 1974 trabajó como lector de español en la Universidad de Milán y en la de Bérgamo, donde realizó excelentes traducciones de autores italianos, entre ellos obra de Giacomo Leopardi y la poesía completa del Premio Nobel Salvatore Quasimodo. Residió en Ibiza durante muchos años y actualmente vive en Salamanca. Aunque se lo ha identificado con los novísimos por generación, en realidad desde el principio siguió un camino personal, marcado por su propio instinto literario, que lo llevaron a un raro equilibrio clásico, nacido de una capacidad poco común para asumir distintas tradiciones poéticas, literarias, filosóficas y espirituales, hacerlas propias y darles un aliento enteramente personal. Esta tendencia estilística estaba presente desde su primer libro, publicado en 1967, Poemas de la tierra y de la sangre, al que siguieron títulos como Preludios a una noche total o Astrolabio. A partir de entonces su obra se hace más intimista y desencantada. Es autor de varios ensayos y ha publicado dos novelas, Un año en el sur y Larga carta a Francesca. Colinas es, además, un asiduo colaborador en la prensa, en diarios como El País, ABC o El Mundo, y en revistas como La Revista de Occidente o Cuadernos Hispanoamericanos.
Gran legado de Minerva Margarita Villarreal, que José Javier con amoroso esmero cuida y trabaja para que el oro de los tigres deslumbre a cualquier oscura edad.
Abrazos a la Capilla Alfonsina y su director.