Poesía mexicana: La peste, de Armando González Torres. Selección de Fernando Salazar Torres
Selección poética del libro Peste (El Tucán de Virginia, 2010), de Armando González Torres.
Peste
Oración
Cada día, al despertar y descubrir que respirábamos, nos decíamos: “afortunados de nosotros, pobres de nosotros”.
Sospechas
Dicen que la epidemia germina en los cuerpos más delicados y que ofende de pronto los olfatos con una saliva pestilente surgida de los labios allegados.
Porque venimos de una música líquida, amniótica, que reproducimos al descomponernos. Seremos entonces los rumores involuntarios y póstumos de nuestros órganos contaminados.
El músico del emperador, el del oído más sutil, solía acudir al cementerio a descifrar la música de los cuerpos en descomposición.
Barundas
Esta es la hora alineada en que se escuchan
en que agudos traspasan los oídos
un gemido, un ulular de músculos
enfebrecidos por la noche férvida,
un baladro de nervios enervados
por le éter, el daño y el insomnio,
una inferencia insólita, un barrunto,
una alharaca de lacras, un embuste
una patraña, una blasfemia
un haz de equívocas invocaciones
una prez aprendida en el delirio
un insulto ermitaño y sin historia.
De la Enciclopedia
Ese año la peste invadió la ciudad y produjo muertos incontables, cuarentenas interminables y erráticas, estallidos sociales, orgías multitudinarias, terror y mucha risa. La peste se transportaba a través de pulgas que anidaban en el grano y en la tela, de ratas que convivían con los hombres o de sonidos y músicas que atacaban al más indefenso de los órganos, el oído. Los gérmenes generaban bubas en la ingle, la axila y el rostro que luego explotaban y formaban llagas malolientes. La enfermedad mató a 4 de cada 10 ciudadanos, cambió el equilibrio demográfico y marcó la decadencia de las estirpes dominantes y el ascenso de otras menos aptas. La epidemia propició la modificación de leyes y el ascenso de estamentos profesionales, como el de los médicos y curanderos, que establecieron normativas casi imposibles de incumplir. Los conflictos legales y las discordancias entre médicos, clero y autoridades afloraron, pues ciertas medidas higiénicas atentaban contra ritos y valores sociales muy apreciados, como el funeral, la sepultura propia y las procesiones mortuorias. Una de las medidas profilácticas aparte de sepultar desechos, era expulsar de la ciudad a las prostitutas, mendigos y otros seres contaminantes. Sin embargo, esta disposición estuvo lejos de cumplirse y, como nunca antes había ocurrido, se presentó un clima frenético de licencia y libertinaje. Otra respuesta, ésta proveniente del clero, era la expulsión o el ajusticiamiento de los no creyentes. Sin embargo, al fallar las oraciones y los ritos habituales, el culto oficial, cayó en desgracia y florecieron numerosos grupos de plegaria e iluminados solidarios. Las crónicas de este episodio son abundantes y, en general, oscilan entre el escalofrío y la carcajada.
Tardes iguales
Las tardes de estos días el alma estorba
el alma es torva pues en las ciudades
sujetas a una férrea cuarentena
vagan torpes homúnculos erectos
unos sueñan al trasgo de la brisa
otros son víctimas de la modorra
languidecen sus grasosos semblantes
con el letargo de los animales.
A veces se compadece la sombra
se reaniman los rostros marchitados
las venas secas vuelven a imantarse
acude el lustre del deseo a los sexos
nuevos acontecimientos se añaden
a esa leyenda amarga y aleatoria.
Acoplamientos
Es la hora en que la especie se idolatra
zafios seres se secretean, se miman
se reclaman visajes y se solazan
en un sopor de caricia extraviada.
Pero nada nos dice este vacío:
ninguna ánima vuelve del averno
si es raptada por númenes malévolos
si infectada por larvas misteriosas.
No se encuentran de nuevo los senderos
de tantos personajes aleatorios
aunque harto se repitan las historias
(un hijo no reconoce a la madre
después del episodio detestable
ni reconoce el amante a la amada
tras la seña inequívoca del mal.
Lamento decirlo pero en verdad
vivimos en un planeta de olvidos).
Yo sé, por tu sonrisa en la mirada,
que en algún trance absurdo coincidimos
el rencor, la ansiedad, la falta aleve
nos llevaron a un meandro inexorable:
fuimos juzgados por los mismos dioses.
Armando González Torres. Nació en la Ciudad de México en 1964. Poeta y ensayista. Estudió Relaciones Internacionales en El Colegio de México. Ha colaborado en Viceversa, Letras Libres, Nexos, el suplemento Laberinto de Milenio, Confabulario de El Universal, entre otras revistas y suplementos culturales. Becario del FONCA en ensayo 1995 y 1998. Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 1995. Premio Nacional de Ensayo Alfonso Reyes, 2001, por Las guerras culturales de Octavio Paz. Premio Jus, 2005, por Instantáneas para un perfil de Gabriel Zaid. Tercer lugar en el Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz, 2011, en la categoría de ensayo. Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas, 2008, por La pequeña tradición. Premio Bellas Artes de Ensayo Literario Malcolm Lowry, 2015, por País de ladrones.