Julio César Goyes Narváez (Colombia)
Julio César Goyes Narváez (Ipiales, Nariño, Colombia, 1960)
ABLUCIÓN
Allí están de nuevo los jardines árabes,
la sensación de un niño perdido por pasadizos
que crecen y decrecen según la sombra que los visita.
Soy el manjar que llega con miedo a la mano.
Ahora ya nadie puede detenerme, lo que busco
no está aquí, ni en ninguna parte. Lo que busco
lo he perdido siempre.
Soy la mirada que se hecha para adentro
sin reclamo ni pena.
La imagen del colibrí en mi memoria es también
caballo Persa y Madrid madrugada oliva
y verde manjar Ipiales. Caballo para dormir,
para despertar, para volver a soñar en su lomo
la geografía de Colombia:
soy el que quiere volver y decir una oración
que cierre los ojos a los calientes muertos.
NO SÉ SU NOMBRE
No sé su nombre, conozco su sonrisa.
Esta mujer no ha oído hablar de Colombia,
abre los labios sin decir nada, solo los humedece
con la espuma de la cerveza.
Esta mujer lleva el cabello a lo Lady Gaga,
dichosa de parecérsele tararea una melodía
intraducible de los Cárpatos.
No sé su nombre, conozco sus ojos
de un azul oscuro, casi negro, y ese rock
fusionado en Transilvania que la excita.
Tal vez se llame Violeta, Nuria o Rosita
—da igual—, es una ilusión que se echa encima.
No sé su nombre ni conozco Rumania.
Yo soy el signo que su cuerpo devora.
LA GRIEGA
A los padres de esta griega los deportaron de Estambul,
por eso añoran la gastronomía de Ankara,
el viento suave de Tesalónica en los cabellos de su hija.
Grecia es más hermosa desde lejos —dice—
y las ganas no le dejan terminar la frase.
Parece un personaje salido de una película de Angelopoulos
o un verso de Elytis, se muerde los labios y fuma
mutando su rostro.
Ipiales también es más hermosa de lejos —le insinúo—
y mi tono se diluye en su sueño.
Esta griega me habla en griego con acento turco,
la miro en colombiano, la huelo en ipialeño,
la silencio en quechua. No quiere que la comprenda,
solo que reme con el ademán de mis manos
por el río pardo de sus ojos.
LA VOZ DE ORFEO
Rueda tu aro de cobre, ruédalo a lo largo del mundo.
ARSENI TARKOVSKI
De súbito el latido llega y la palabra se encadena,
a veces nada se escucha y el poema se esconde
huyendo de algo que lo atormenta.
Entre la flor y el colibrí se forja en silencio el vuelo,
así la cámara de Tarkovski arma El espejo:
goteo de la leche en una habitación oscura,
el déjà vu que escuece al niño que resiste sin padre
que lo nombre, ni madre que lo proteja
del agua que lo invade.
Soy las lágrimas de Eurídice vagando por la dacha,
la voz de Orfeo clamando su retorno.
En la casa del bosque una lámpara intermitente
llega al cataclismo, entonces la infancia se aferra
a la luz en pedazos que la hieren.
El viento azota las puertas del sueño, mientras un niño
con su jarrón de leche se fecunda en el espejo,
a lo lejos el ladrido de los perros y el cucú misterioso
de un pájaro en el bosque.
Así son los sueños y las horas, crueles como un gallo
decapitado, intensos como una paloma que vuela
hacia el pasado, sublimes porque una mujer vestida
de blanco duerme o delira y de repente levita
apenas sostenida por el cordón umbilical de un mundo
que se extingue.
Yo soy la tos persistente de Aliosha, su mirada
de varias generaciones sostenida en el espejo.
EL FÓSFORO ENCENDIDO
Mañana otro será el alfabeto del exilio,
distinto el interés que atiza la sombra.
La escritura será presentida no como pálpito
sino como alarido, ocurrirá de nuevo
en el bucle del olvido.
Sísifo no cargará más la piedra
porque lo aplastará un derrumbo
y el viejo Heráclito se bañará
sin pensar en cualquier río.
El amor celebrará renovados idilios
entre flores vigiladas por la muerte.
Yo soy el beso que no sale ni llega
al cuerpo, el fósforo encendido
sin vela que lo aguarde.
QUÉ HACER CON EL OLVIDO
No hay centro en el insomnio, acaso bordes
oscuros que desalojan el día.
No hay poesía sin penumbra,
ni albergue sin viajero que se autodestruye
prometiendo renovadas pupilas
en la mañana.
No hay imágenes sin picoteo en la memoria
global de los espejos, ni cuerpos que no deletreen
la luz intermitente de su goce.
Yo soy el que no sabe qué hacer
con el olvido.
Para Henry Manrique
ATIZAR LAS SOMBRAS
No hay otro balbuceo antiguo y clandestino
como el de los seres que han derribado
las puertas de su casa y a fuego lento
atizan las sombras:
yo soy el que hurga
entre las llamas
y encadena palabras
hasta el alba.
Julio César Goyes Narváez (Ipiales, Nariño, Colombia, 1960). Poeta, ensayista y realizador audiovisual. Profesor del Instituto de Estudios en Comunicación y Cultura -IECO- de la Universidad Nacional de Colombia. Autor de Tejedor de instantes (1992), El rumor de la otra orilla: la poesía de Aurelio Arturo (1995), Imago silencio (1996), Imaginario postal (2010), Nubes verdes para una ciudad gris (2010), La escena secreta y el secreto de la escena (ensayo, 2011), La imaginación poética (ensayo, 2012), Arrayán (2013), La mirada espejeante: el cine de Tarkovski (Ensayo, 2016), Pausada percusión (2019), Guáitara (antología personal, 2020), Ignición, Valparaíso ediciones, Granada, España (2021).