Poesía

Joseph Brodsky (Rusia). Varios traductores

 

 

 

Esta selección de poesía está complementada por un ensayo de Ricardo San Vicente sobre el poeta ruso Joseph Brodsky, el cual pueden leer en el siguiente enlace. Ambos contenidos fueron publicados originalmente en Alforja. Revista de Poesía número 30.

 

 

Joseph Brodsky. Nota para un aniversario. Por Ricardo San Vicente

 

 

 

 

Joseph Brodsky (Leningrado, 1940-Nueva York, 1996)

 

 

 

Traducción de Ricardo San Vicente

 

Un paisaje bien común que la inundación mejora.

Sólo se ven copas de árboles, cúpulas, agujas.

Uno desea decir algo entre el resuello y la emoción,

pero del cúmulo de voces se salva sólo: “Hubo una.”

Así el espejo, al envejecer, refleja cejas, calva,

mas ningún rostro, y otro órgano, ya no digamos.

Por todas partes, un completo desleído escrito o habla,

desde arriba una nube rota, y tú en el agua.

El hecho ocurrió más bien en alguna parte húmeda de Holanda,

antes de inventarse aún diques, bordados, los nombres de De Bos,

o de Van Dyck. O bien, en Asia, en los trópicos

donde no para de llover y se ablanda el suelo; pero tú no eres arroz.

Se acumuló, claro, en mucho tiempo, días, años, gota a gota,

y anuncian sus cualidades húmedas nuevas hectáreas de salinas.

Y ya es hora de elevar en periscopio al niño en hombros,

para ver cómo a lo lejos humean naves enemigas.

[1993]

 

 

 

 

A Susanne Martin

 

No han volado las abejas del lugar, tampoco el jinete. En la taberna

Ianiculum una nueva tribu perora en la vieja jerga.

Fundiéndose en el vaso, el hielo permite por segunda vez

ver pasar la misma agua, mas sin saciar la sed.

 

Ocho años se han ido. Han estallado guerras y se han apagado,

roto familias y sucedido en los diarios los feos retratos,

han caído aeroplanos y suspirado el locutor “Dios mío” ante sus fieles.

Se puede aún lavar la ropa, mas no planchar las pieles

ni con la palma ardiente. Sobre Roma en invierno, el astro del día

lucha a brazo partido con la niebla azulina;

huele a hoja quemada y la fontana brilla, cual condecoración

por carecer de blanco al mediodía el tiro del cañón.

 

Las cosas se endurecen para que no puedan mudarlas de lugar

en la memoria; pero en la perspectiva cuesta más surgir que alcanzar

esfumarse en ella, cuando ésta sale de la ciudad y se transforma

en años en su carrera tras el tiempo puro, sin dicha ni terracota.

 

Querida, la vida puede pensarse sin nosotros, pues no para otra cosa

existen los paisajes, el bar, estas colinas, la nube que se forma

en el cielo limpio sobre el campo de aquel combate abierto

contra estatuas que se enfrían al celebrar el triunfo de la forma del cuerpo.

 

[18 de enero de 1989]

 

 

 

 

La estrella de Navidad

 

Traducción de Víctor Toledo

 

En una fría temporada

En el cósmico lugar

Inclinado más al calor que al frío

Y más que a la montaña hacia el llano

El Niño Dios sonrió en la cueva para salvar al mundo.

El blanco aullaba, barría:

Así la tiza del invierno

borra y atiza en el desierto.

 

A Él todo le parecía enorme: los pechos de la madre

El vapor amarillo de las ventanillas nasales de los toros

Los magos Melchor, Gaspar y Baltazar

Sus regalos traídos de tan lejos.

 

Él era sólo un punto.

Y un punto era la Estrella.

 

Que atenta, sin parpadear, entre una misteriosa nube,

Sobre el pesebre del bebé,

Desde lejos, en el otro final,

Al fondo del Infinito,

Miraba hacia la cueva.

Y era Ella

La mirada del Padre.

 

 

 

 

Nacimiento

 

Traducción de Víctor Toledo

 

Pasara lo que pasara alrededor

sea cual fuere el mensaje

que la blanca tormenta se afanaba en proferir

o sin tener en cuenta

la premura de ese inflexible asunto

o que no hubiera nada en algún lado para ellos

Primero: estaban juntos,

segundo —antes que nada:

ya eran tres.

Todo

lo que tenían

y trabajaban, acumulaban, recibían

se destinaba a triangularse

como la noche.

Encima de su albergue

el cielo helado y lento

se inclinaba como las grandes cosas

sobre las pequeñas.

Hacía brillar la estrella

que desde ese instante

no tenía a dónde ir

salvo a la mirada del niño.

Con su último destello llameaba la fogata

todos dormían ahora, a ninguna

la estrella se igualaba

por su habilidad en su nadir

de tomar al forastero por vecino.

 

 

 

 

Traducción de Tatiana Bubnova

 

Nací y crecí en las marismas del Báltico, frente

a las olas color de zinc, que de dos en dos vienen siempre.

De ahí, todas las rimas, de ahí, la voz tan mustia,

que cual húmedo cabello entre las olas ondula,

si es que ondula. Apoyado en el brazo, el caracol del oído

distinguir en ellas no logra ningún ruido

que no sea lienzo al viento, aplauso, golpe de postigo,

cafetera hirviendo o, a lo más, de gaviota el grito.

En esta llana región, de lo falso al corazón preservo,

pues no hay dónde esconderse, y la vista alcanza más lejos.

Sólo para el sonido el espacio es estorbo:

la falta de un eco no le faltará al ojo.

 

 

 

 

 

Joseph Brodsky (Leningrado, 1940-Nueva York, 1996) Poeta y ensayista ruso. Este autor se convirtió, al igual que Ajmátova, su "madrina poética" y descubridora, en memoria cultural de su generación y, por azares del destino, en el más grande regalo que hizo Rusia a Occidente. Sus interlocutores poéticos (Homero, Virgilio, Horacio, Dante, T. S. Eliot, W. H. Auden), se encuentran entre lo más distinguido de la tradición occidental, eso que él llamaba la "sociedad de los poetas muertos". De su trabajo inicial cabe destacar los libros Versos y poemas (1965) y Parada en el desierto (1970), que aparecieron publicados por primera vez en Nueva York. Privado de reconocimiento en su país y tras ser condenado a trabajos forzados acusado de "parasitismo social", se vio obligado a emigrar de Rusia en 1972.  Su conocimiento de la poesía inglesa, y su enraizado sentido del aislamiento y la melancolía, le llevaron a cultivar una poesía de meditación nocturna, como el largo poema Elegy to John Donne (1967). De su período en el exilio, que constituye la mayor parte de su vida, cabe destacar los poemarios El fin de la bella época (1976), Parte de la oración (1977), En Inglaterra (1977), Nuevas estancias a Augusta (1983), Urania (1987) y Paisaje con inundación (1996). Su poética, obsesionada con las contradicciones entre el espacio, el tiempo y los sentidos, es una de las más relevantes del siglo XX, y le hizo merecedor del premio Nobel de Literatura en 1987. Publicó, además, dos obras de teatro y un gran número de ensayos recogidos en varios volúmenes, entre ellos Del dolor y la razón (1995). Por expreso deseo suyo, sus cenizas se enviaron a Venecia.