José María Torres Caicedo (Bogotá,1830-París,1889): Las dos Américas
Al parecer el presente poema fue escrito o terminó de escribirse en Venecia, el día 26 de septiembre de 1856. El poema es malo en muchos sentidos que ahora no voy a precisar, además del sonsonete resaltado, leerlo ante las marcas de la poesía moderna y las variables de la poesía contemporánea es, dentro de los Hispanismos, un poema pobre, vacío y falto de eso que suelen llamar poético. No obstante lo anterior, este poema sí tiene un valor e importancia, por encima de todo, histórico. Su razón: por vez primera es usada la expresión América latina en nuestro continente. La región geográfica y lingüística del idioma español, Hispanosfera, no tiene otro nombre que el Hispanoamérica; dentro de este aspecto están contenidas las pruebas de la Historia, el desarrollo lingüístico, el impacto político y social de lo denominado durante las primeras juntas de hispanistas en el siglo XIX, como Panhispanismo. Si se incluye a Portugal, que también fue España y por tanto, Brasil y los países de África, entonces el término es el de Panibérico. Durante el siglo XIX existió un ataque a España, negando lo que los Hispanismos son, construyendo desde la lengua francesa el término Latinoamérica. Por lo tanto el uso de América Latina, Latinoamérica, literatura Latinoamérica o poesía Latinoamérica es, en toda su dimensión, una expresión de incompetencia y desconocimiento de la historia.
Publicamos este poema en la Revista Literaria Taller Igitur porque su hecho histórico prueba que su autor estuvo al servicio de los enemigos de Iberoamérica, es decir, Estados Unidos y Francia, y constata que fue uno de los primeros traidores y enemigos de la lengua española.
Fernando Salazar Torres
José María Torres Caicedo (Bogotá, 1830-París, 1889)
Las dos Américas
«Yo lo juro también, y en este instante
Yo me siento mayor, dadme una lanza,
Ceñidme el casco fiero y refulgente,
Volemos al combate, a la venganza,
Y el que niegue su pecho a la esperanza.
Hunda en el polvo la cobarde frente.»
Quintana.
I
Rica, potente, activa y venturosa
Se levanta de América en el Norte
Una nación sin reyes y sin corte,
De sí señora –esclava de la ley;
Débil ayer, escasa de habitantes,
Al ver que Albión su libertad robaba,
¡Atrás, gritó: la servidumbre acaba,
Porque hoy un Pueblo se proclama rey!
Y aprestado a la lid, con faz serena,
A luchar se lanzó; lidió valiente;
Triunfó do quiera; libre, independiente,
República al instante apellidó.
Y ese pueblo tan fiero en el combate,
Prudente se mostró tras la victoria,
Y su primera página de gloria
Fue que en el Orden Libertad basó.
Su ley primera hallóse defectuosa.
Porque imposible la existencia hacía
Del gobierno: –Ya asoma la anarquía,
Gritaron los patriotas sin cesar;
Las plazas colma el pueblo soberano,
Y otra Constitución, prudente, vota:
Así la nave que el turbión azota,
Experto capitán logra salvar.
II
Vástagos de esos hombres valerosos
Que la tierra de Europa abandonaron,
Porque en sus playas libertad no hallaron
Para elevar altares a su Dios;
Que atravesando los airados mares,
De la virgen América en la orilla
Sembraron del Derecho la semilla,
Que ricos frutos produjera en pos:
Washington, Caroll, Hamilton y Franklin,
Nietos de esos varones venerables,
Libertad sobre basas perdurables
Quisieron en su patria cimentar;
Amantes del Deber y la justicia,
Alzaron del Derecho la bandera:
¡Santa Revolución! Fue la primera
Que llamara los pueblos a reinar.
Sin era de terror –sin proscripciones–
Las leyes de Moral siempre observadas,
De América en las tierras dilatadas,
Se alzó del libre el ancho pabellón.
Las leyes de ese pueblo fueron sabias:
Libertad para sí –con los extraños
Paz y amistad; así tras pocos años
Potente y rica se mostró la Unión.
III
En tanto que del Norte en las riberas
La ley del Cristo por do quier triunfaba,
Allá en el Sur la América soñaba
De libertad un bello porvenir.
Sonó la hora. Bravos se lanzaron
A lidiar por su patria los guerreros;
Del Plata al Orinoco los aceros
De mil valientes viéronse blandir.
Y lucharon constantes. Los reveses
Su valor aumentaban, su energía;
El Dios de las batallas prometía
A esfuerzos tan heróicos, galardón.
Y eran pocos, y escasos de recursos,
Lidiaban con soldados aguerridos;
Mas ora vencedores, ya vencidos,
Jamás desfalleció su corazón.
Mil triunfos sus proezas coronando,
Los Andes aclamaron su victoria;
Ante el mundo la América con gloria
Mostróse libre, independiente al fin.
El Plata vio las huestes triunfadoras,
Por do quiera escuchóse con arrobo
La historia de Maipú, de Carabobo,
De Boyacá, Pichincha y de Junin.
IV
México al Norte. Al Sur las otras hijas
Que a la española madre rechazaron,
De Washington la patria contemplaron
Como hermana mayor, como sostén;
Copiaron con fervor sus sabias leyes,
Por tipo la tomaron, por modelo;
Buscaron su amistad con vivo anhelo,
Y su alianza miraron como un bien.
Ella, entre tanto, altiva desdeñaba
La amistad aceptar de sus hermanas;
El gigante del Norte, como enanas
Miraba las Repúblicas del Sud.
Fue preciso que Albión las inscribiera
En el libro en que inscribe las naciones,
Para que honrara entonces sus pendones
La nación sin niñez, sin juventud.
V
Mas tarde, de sus fuerzas abusando,
Contra un amigo pueblo a guerra llama;
Su suelo invade, ejércitos derrama
Por sus campos y bella capital.
La tierra mexicana estaba entonces
En contrarias facciones dividida:
–¡Ay del pueblo que en guerra fratricida
Oye el grito de guerra nacional!
En vano fue que sus mejores hijos
Valientes se lanzaran al combate,
Que el enemigo en su carrera abate
Las huestes mexicanas, su pendón;
El yankee odiando la española raza,
Altivo trata al pueblo sojuzgado,
Y del campo, encontrándose adueñado,
Se adjudica riquísima porción…
VI
«Cuanto es útil, es bueno», así creyendo,
La Unión americana da al olvido
La justicia, el Deber, lo que es prohibido
Por santa ley de universal amor;
Y convirtiendo la Moral en cifras,
Lo provechoso como justo sigue;
El Deber ¡qué le importa si consigue
Aumentar su riqueza y su esplendor!
A su ancho pabellón estrellas faltan,
Requiere su comercio otras regiones;
Mas flotan en el Sur libres pendones
–¡Que caigan! dice la potente Unión.
La América central es invadida,
El Istmo sin cesar amenazado,
Y Walker, el pirata, es apoyado
Por la del Norte, ¡pérfida nación!
El seno de la América valiente
Desgarran ya sus nuevos opresores;
Hoy sufre Nicaragua los horrores
De una ruda y sangrienta esclavitud:
Tala los campos el audaz pirata,
Pone fuego a las villas y ciudades;
¡Y aprueba sus delitos y maldades
Su patria, tierra un tiempo de virtud!
VII
¡Oh, santa Libertad! tus hijos vuelan
A encadenar sus débiles hermanos;
De la tierra do reinas, los tiranos
Salen llenos de saña y de furor.
Ese pueblo gigante que pudiera
A los débiles pueblos dar ayuda,
Los odia, los invade, y guerra cruda
Les declara, ¡volviéndose traidor!
Su móvil, la ambición y la codicia;
Sus medios –ya la fuerza, ya el engaño;
Y no vé que trabaja así en su daño,
Al revivir la más odiosa edad.
La Europa no se duerme, sino asecha
La ocasión de extender su despotismo:
¡La libre Unión preparará el abismo
En que se hunda al fin la libertad!…
La Unión está minada, esclavos tiene:
El Sur y el Norte a separarse tienden;
Se agravan sus cuestiones, y se encienden
Más que nunca sus hombres al lidiar.
Ya los preludios de civil contienda
Sangrientos en su suelo aparecieron;
La lucha se aplazó; mas todos vieron
Que no muy tarde volverá a empezar.
La moral de ese pueblo es relajada;
Sólo el comercio salva su existencia;
Mas, lleno de ambición, en su demencia,
Para sí la confianza va a destruir.
La América del Sur sus puertos le abre,
De sus riquezas a gozar lo invita,
¡Y él, entre tanto, pérfido medita
Privarla de su bello porvenir!
VIII
¿Dónde está de esos pueblos valerosos
El belicoso ardor y la energía?
Ellos supieron alcanzar un día
Patria, derechos, libertad y honor.
Hoy entregados a intestinas luchas,
¿Sufrirán la invasión del extranjero,
Sin requerir valientes el acero,
Y a la lid aprestarse con vigor?
¡No! que esa raza noble, generosa,
Exenta está de sórdido egoísmo,
Y al escuchar la voz del patriotismo,
Se distingue con hechos sin igual,
La tierra de la América española
No ha brotado ni bajos, ni traidores;
Y se verán sus tercios vencedores,
Si le provocan guerra nacional.
Los que ayer arrollaron denodados
Las huestes castellanas por do quiera,
Sostendrán el honor de su bandera
Y el nombre de la América del Sud;
Sus hijos, de esas glorias herederos,
El brillo aumentarán de nuestra historia,
Que luchar por la patria y por su gloria,
Sabe la americana juventud.
IX
Mas aislados se encuentran, desunidos,
Esos pueblos nacidos para aliarse:
La unión es su deber, su ley amarse:
Igual origen tienen y misión;
La raza de la América latina,
Al frente tiene la sajona raza,
Enemiga mortal que ya amenaza
Su libertad destruir y su pendón.
La América del Sur está llamada
A defender la libertad genuina,
La nueva idea, la moral divina,
La santa ley de amor y caridad.
El mundo yace entre tinieblas hondas:
En Europa domina el despotismo,
De América en el Norte, el egoísmo,
Sed de oro e hipócrita piedad.
Tiempo es que esa Virgen que se alza
Entre dos Océanos arrullada
Y por los altos Andes sombreada,
Deje su voz profética escuchar.
El cielo que la dio bellezas tantas,
La señaló un magnífico destino:
Nueva Vestal, conservará el divino
Fuego que nunca deberá cesar.
Ella será la que levante firme
Templo a la Libertad y a los Derechos,
Al rodar carcomidos y deshechos
Los palacios que albergan el error;
Que sus selvas y llanos dilatados
A la Razón ofrecerán altares,
Y por sus playas cambiarán sus lares
Cuantos anhelen libertad, amor.
Sacerdotisa del moderno tiempo,
Derramará la luz de la esperanza;
Bajo su manto alcanzará bonanza
La afligida, doliente humanidad.
En sus bellos, edénicos jardines,
Bajo su sol ardiente y amoroso,
Se alzará un himno eterno, misterioso,
¡Al Orden, la Concordia y Libertad!
Reinarán los gobiernos de derecho;
Esclavo de la Ley el ciudadano,
De sus actos perfecto soberano,
Reglará sus acciones la razón.
Se acabarán los lindes egoístas
Que separan naciones de naciones;
Y en lugar de la voz de los cañones,
Se escucharán cantares a la Unión.
A cima llevará tan grandes bienes
La América del Sur con solo unirse;
Si ha padecido tanto al dividirse,
¿Por qué compacta no se muestra al fin?
No solo su ventura –la del mundo,
De su quietud, de su concordia pende;
Su unión será cual faro que se enciende
En noche borrascosa, en el confín.
¡Hermoso continente bendecido
Por la Diestra de suma Providencia:
Si lo quieres, el bien de tu existencia
Fácil lo encuentras –te lo da la UNIÓN!
Eso te falta para ser dichoso,
Rico, potente, grande, respetado;
¡UNIÓN y el paraíso tan soñado
Bajo tu cielo está, por bendición!
Un mismo idioma, religión la misma,
Leyes iguales, mismas tradiciones:
Todo llama esas jóvenes naciones
Unidas y estrechadas a vivir.
¡América del Sur! ¡ALIANZA, ALIANZA
En medio de la paz como en la guerra;
Así será de promisión tu tierra:
La ALIANZA formará tu porvenir!
X
¿Mas qué voces se escuchan por do quiera?
¿Qué expresan esos gritos de agonía?
¿Qué quiere aquella turba audaz, impía,
Que recorre la América central?
Qué ¡mancillado el suelo americano
Por un puñado de invasores viles!
¿Dónde, do están los pechos varoniles
De la española raza tan marcial?
¡A las armas! ¡Corramos al combate!
¡A defender volemos nuestra gloria,
A salvar de la infamia nuestra historia,
A sostener la Patria y el Honor!
El Norte manda sin cesar auxilios
A Walker, el feroz aventurero,
Y se amenaza el continente entero,
¡Y se pretende darnos un señor!
¡A la lid! Mientras alienten nuestros pechos,
Mientras circule sangre en nuestras venas,
Repitamos, si es fuerza, las escenas
De Ayacucho, de Bárbula y Junín.
El pueblo que pretende encadenarnos,
Nos encuentre cerrados en batalla,
Descargándole pólvora y metralla,
¡Al claro son de bélico clarín!
La paz es santa; mas si mueve guerra
Un pueblo audaz a un pueblo inofensivo,
La guerra es un deber –es correctivo,
Y tras ella la paz se afirmará.
¡UNIÓN! ¡UNIÓN que ya la lucha empieza,
Y están nuestros hogares invadidos!
¡Pueblos del Sur, valientes, decididos,
El mundo vuestra ALIANZA cantará!…
José María Torres Caicedo (1830, Bogotá - 1889), fue un escritor e intelectual colombiano quien residió un determinado tiempo en Europa. Fue además el redactor de la parte política de El Correo de Ultramar, y es autor de Les principes de 1879 en Amérique, "Estudios sobre el Gobierno inglés y sobre la influencia anglosajona". Los ensayos biográficos de crítica literaria sobre los principales publicistas, historiadores, poetas y literatos en América latina, fue además de la miscelánea referidos sobre los artículos políticos, económicos, filosóficos y literarios, y un tomo de poesías con el título de Religión, Patria y Amor. También ha sido Ministro Plenipotenciariode Colombia en Francia y el Reino Unido. El mismo alto cargo se le ha conferido los Gobiernos de Venezuela y El Salvador.
En 1875 presidió en Nancy el Congreso Internacional de Americanistas, y en Viena, el Congreso de Propiedad Literaria. Fue miembro correspondiente de la Real Academia Española y de la de Ciencias Morales y Políticas del Instituto de Francia.