Herberto Helder de Oliveira (Portugal): El amor de visita. Traducción de Miguel Ángel Flores

 

 

 

 

Este poema aparece publicado en Alforja. Revista de Poesía, número XXIV, Otoño, 2003, pp. 32-38.

 

 

 

Herberto Helder de Oliveira  (Portugal)

 

Traducción: Miguel Ángel Flores

 

 

 

 

El amor de visita

 

Dadme una joven mujer con su arpa de sombra

y su arbusto de sangre. Con ella

encantaré la noche.

Dame una hoja viva de hierba, una mujer.

Sus hombros besar, la piedra pequeña

de la sonrisa de un momento.

Mujer casi increada, pero con la gravedad

de dos senos, con el peso lúbrico y triste

de la boca. Sus hombros besaré.

 

¿Cantar? Largamente cantar.

Una mujer con quien beber y morir.

Cuando fuera se abre el instinto de la noche y un ave

al atravesar traspasado por un grito marítimo

y el pan es invadido por las olas,

su cuerpo arderá mansamente bajo mis ojos palpitantes.

Él – imagen vertiginosa y alta de un cierto pensamiento

de alegría y de impudor.

Su cuerpo arderá para mí

sobre una sábana mordida por flores con agua.

 

En cada mujer existe una muerte silenciosa.

Y mientras el dorso imagina, bajo los dedos,

los bordenes de la melodía,

la muerte sube por los dedos, navega la sangre,

se deshace en embriaguez dentro del corazón hambriento.

– Oh cabra en el viento y en el brezo, mujer desnuda bajo

las manos, mujer de vientre escarlata donde la sal pone el espíritu,

mujer de pies en blanco, transportadora

de la muerte y de la alegría.

 

Dadme una mujer tan nueva como la resina

y el olor de la tierra.

Con una flecha en mi flanco, cantaré.

Y mientras mana de mi carne una vid de sangre,

cantaré su sonrisa ardiendo

sus mamas de pura sustancia,

la curva caliente de los cabellos.

Beberé su boca, para luego cantar la muerte

y la alegría de la muerte.

 

Dadme un torso doblado por la música, un ligero

cuello de planta,

donde una llama empieza a florecer el espíritu.

A la altura de su cara se moverán las aguas,

dentro de su cara estará la piedra de la noche.

– Entonces cantaré la exaltante alegría de la muerte.

 

No siempre me incendian el despertar de las hierbas y la estrella

despeñada de su órbita viva.

– Pero tú siempre me incendias.

Olvido el arbusto impregnado de silencio diurno, la noche

imagen punzante

con su dios aplastado y ascendido.

– Pero no te olvidan mis corazones de sal y de blandura.

Entonta mi aliento con la sombra,

tu boca penetra mi voz como la espada

se pierde en el arco.

Y cuando enfria la madre en su distancia amarga, la luna

se marchita, el paisaje regresa al vientre, el tiempo

se desfibra – invento para ti la música, la locura

y el mar.

 

Toco el peso de tu vida: la carne que fulge, la sonrisa,

la inspiración.

Y sé que cercaste los pensamientos con la mesa y el arpa.

Voy hacia ti con la belleza oculta,

el cuerpo iluminado por las grandes luces.

Digo: yo soy la belleza, su cara y su duración. Tus ojos

se transfiguran, tus manos descubren

la sombra de mi cara. Agarro tu cabeza

áspera y luminosa, y digo: ¿oyes, mi amor ?, yo soy

lo que se espera para las cosas, para el tiempo –

yo soy la belleza.

Entera, tu vida lo desea. Para mí se alzan

tus ojos de lejos. Tú me duras en mi velada

belleza.

 

Entonces me siento a tu mesa. Porque es de ti

que me viene el fuego.

No hay gesto o verdad donde no dormiesen

tu noche y locura,

no hay vendimia o agua

en que no estuvieses posando el silencio creador.

Digo: mira, es el mar y la isla de los mitos

originales.

Tú me das tu mesa, develas en la vastedad de la tierra

la carne trascendental. Y en ti

comienzan el mar y el mundo.

 

Mi memoria pierde en su espuma

el signo y la viña.

Plantas, animales, aguas crecieron como religión

sobre la vida – y yo en eso gasté

mi frágil instante. sin embargo

tu silencio de fuego y leche restablece la fuerza

maternal, y todo circula entre tu soplo

y tu amor. Las cosas nacen de ti

como las lunas nacen de los campos fecundos,

los instantes empiezan de tu ofrenda

como las guitarras sacan su inicio de la música nocturna.

 

Más inocente que los árboles, más amplia

que la piedra y la muerte,

la carne crece en su espíritu ciego y abstracto,

colorea la aurora pobre

insiste en la violencia contra la inmovilidad acuática.

Y los astros quiébranse en la luz sobre

las casas, la ciudad arrebátase,

los animales yerguen sus ojos dementes,

arde la madera – para que todo cante

por tu poder cerrado.

 

Con mi faz llena de tu espanto y belleza,

yo sé cuánto es el íntimo pudor

y el agua inicial de otros sentidos.

Comienza el tiempo donde la mujer comienza,

es su carne que del minuto oscuro y muerto

se devuelve a la luz.

En la muerte fermenta el vino, y la promesa tiñe los párpados

con una imagen.

 

Espero el tiempo con la faz espantada junto a tu pecho

de sal y de silencio, concibo para mi serenidad

una idea de piedra y de blancura.

Eres tú que me aceptas en tu sonrisa, que oyes,

que te alimentas de deseos puros.

Y se une al viento el espíritu, escasea la aureola,

la sombra canta bajo.

 

Comienza el tiempo en que la boca se deshace en la luna,

donde la belleza que transportas como un peso arduo

se rompe en gloria junto a mi flanco

martirizado y vivo.

– Para consagración de la noche erguiré un violín,

besaré tus manos fecundas, y a la madrugada

daré mi voz confundida con la tuya.

Oh teoría de instintos, don de inocencia,

taza para beber junto a la perturbada intimidad

en que me acoges.

 

Comienza el tiempo en la insoportable ternura

con que te adivino, el tiempo donde

el vario dolor envuelve el barro y la estrella, donde

el encanto conecta el ave al trébol. Y en su medida

ingenua y cara, lo que presiente el corazón

engasta su contorno de fuego a lo lejos.

Bueno será el tiempo, bueno será el espíritu,

buena será nuestra carne presa y morosa.

– Comienza el tiempo donde se une la vida

a nuestra breve vida.

 

Felizmente estás en la piedra y la piedra en mí, oh urna

salina, imagen cerrada en su fuerza y agudeza.

Y lo que se pierde de ti, como espíritu de música debilitada

en torno a las violas, la muerte que no beso,

la hierba incendiada que se derrama en la íntima noche

– lo que se pierde de ti, mi voz lo renueva

en un estilo de plata viva.

 

Cuando el fruto excita un instante la eternidad

entera, estoy en el fruto como sol

y desecha piedra, y tú eres el silencio, la cerrada

matriz de zumo y vivo gusto.

– Y las aves mueren para nosotros, las luminosas cálices

de las nubes florecen, la resina tiñe

la estrella, el aroma aleja el barro rojo de la mañana.

Y estás en mí como la flor en la idea

y el libro en el espacio triste.

 

Si te aprehendieran mis manos, forma del viento

en la cebada pura, de ti vendrían llenas

mis manos sin nada. Si una vida durmiese

en mi espuma,

¿qué frescura indecisa quedaría en mi sonrisa?

– Pero eres tú quien te moverás en la materia

de mi boca, y serás un árbol

durmiendo y despertando donde existe mi sangre.

 

Besar tus ojos será morir por la esperanza.

Ver en el aro de fuego de una entrega

tu carne de vino devastada por el espíritu de Dios

será crearte para luz de mis pulsos e instante

de mi perpetuo instante.

– Debo rasgar mi cara para que tu cara

se llene de un minuto sobrenatural,

debo murmurar cada cosa del mundo

hasta que seas el incendio de mi voz.

 

Las aguas que un día nacieron donde marcaste el peso

joven de la carne aspiran largamente

nuestra vida. Las sombras que rodean

el éxtasis, los animales que llevan al final del instinto

su bárbaro fulgor, el rostro divino

impreso en el lodo, la casa muerta, la montaña

inspirada, el mar, los centauros

del crepúsculo

– aspiran largamente nuestra vida.

 

Por eso es que estamos muriendo en la boca

uno del otro. Por eso es que

nos deshacemos en el arco del verano, en el pensamiento

de la brisa, en la sonrisa, en el pescado,

en el cubo, en el lino,

en el mosto abierto

– en el amor más terrible que la vida.

 

Beso el escalón y el espacio. Mi deseo trae

el perfume de tu noche.

Murmuro tus cabellos y tu vientre, la más desnuda

y blanca de las mujeres. Corren en mí el sello

y el alcanfor, descubro tus manos, se alza tu boca

al círculo de mi ardiente pensamiento.

¿Dónde está el mar? Aves ebrias y puras que vuelan

sobre tu sonrisa inmensa.

En cada espasmo moriré contigo.

 

Y yo pido al viento: trae del espacio la luz inocente

de los brezos, un silencio, una palabra;

trae de la montaña un pájaro de resina, una luna

bermella.

Oh amados caballos con flor de retama en los ojos nuevos,

casa de madera de la meseta,

los ríos imaginados,

espadas, danzas, supersticiones, cánticos, cosas

maravillosas de la noche. Oh mi amor,

en cada espasmo moriré contigo.

 

De mi reciente corazón la vida entera asciende,

el pueblo renace,

el tiempo gana el alma. Mi deseo devora

la flor del vino, envuelve tus caderas con una espuma

de crepúsculos y cráteres.

¡Oh pensada corola de lino, mujer que el hambre

encanta por la noche equilibrada, imponderable —

en cada espasmo yo moriré contigo.

 

Y a la alegría diurna abro las manos. Se pierde

entre la nube y el arbusto el olor acre y puro

de tu entrega. Los animales se inclinan

dentro del sueño, se levantan rosas respirando

contra el aire. Tu voz canta

el huerto y el agua – y yo camino por las calles frías con

el lento deseo de tu cuerpo.

Besaré en ti la vida enorme, y en cada espasmo

yo moriré contigo.

 

 

 

 

 

 

 

O amor em visita

 

Dai-me uma jovem mulher com sua harpa de sombra

e seu arbusto de sangue. Com ela

encantarei a noite.

Dai-me uma folha viva de erva, uma mulher.

Seus ombros beijarei, a pedra pequena

do sorriso de um momento.

Mulher quase incriada, mas com a gravidade

de dois seios, com o peso lúbrico e triste

da boca. Seus ombros beijarei.

 

Cantar? Longamente cantar,

Uma mulher com quem beber e morrer.

Quando fora se abrir o instinto da noite e uma ave

o atravessar trespassada por um grito marítimo

e o pão for invadido pelas ondas –

seu corpo arderá mansamente sob os meus olhos palpitantes.

Ele – imagem vertiginosa e alta de um certo pensamento

de alegria e de impudor.

Seu corpo arderá para mim

sobre um lençol mordido por flores com água.

 

Em cada mulher existe uma morte silenciosa.

E enquanto o dorso imagina, sob os dedos,

os bordões da melodia,

a morte sobe pelos dedos, navega o sangue,

desfaz-se em embriaguez dentro do coração faminto.

– Oh cabra no vento e na urze, mulher nua sob

as mãos, mulher de ventre escarlate onde o sal põe o espírito,

mulher de pés no branco, transportadora

da morte e da alegria.

 

Dai-me uma mulher tão nova como a resina

e o cheiro da terra.

Com uma flecha em meu flanco, cantarei.

E enquanto manar de minha carne uma videira de sangue,

cantarei seu sorriso ardendo,

suas mamas de pura substância,

a curva quente dos cabelos.

Beberei sua boca, para depois cantar a morte

e a alegria da morte.

 

Dai-me um torso dobrado pela música, um ligeiro

pescoço de planta,

onde uma chama comece a florir o espírito.

À tona da sua face se moverão as águas,

dentro da sua face estará a pedra da noite.

– Então cantarei a exaltante alegria da morte.

 

Nem sempre me incendeiam o acordar das ervas e a estrela

despenhada de sua órbita viva.

– Porém, tu sempre me incendeias.

Esqueço o arbusto impregnado de silêncio diurno, a noite

imagem pungente

com seu deus esmagado e ascendido.

– Porém, não te esquecem meus corações de sal e de brandura.

Entontece meu hálito com a sombra,

tua boca penetra a minha voz como a espada

se perde no arco.

E quando gela a mãe em sua distância amarga, a lua

estiola, a paisagem regressa ao ventre, o tempo

se desfibra – invento para ti a música, a loucura

e o mar.

 

Toco o peso da tua vida: a carne que fulge, o sorriso,

a inspiração.

E eu sei que cercaste os pensamentos com mesa e harpa.

Vou para ti com a beleza oculta,

o corpo iluminado pelas luzes longas.

Digo: eu sou a beleza, seu rosto e seu durar. Teus olhos

transfiguram-se, tuas mãos descobrem

a sombra da minha face. Agarro tua cabeça

áspera e luminosa, e digo: ouves, meu amor?, eu sou

aquilo que se espera para as coisas, para o tempo –

eu sou a beleza.

Inteira, tua vida o deseja. Para mim se erguem

teus olhos de longe. Tu própria me duras em minha velada

beleza.

 

Então sento-me à tua mesa. Porque é de ti

que me vem o fogo.

Não há gesto ou verdade onde não dormissem

tua noite e loucura,

não há vindima ou água

em que não estivesses pousando o silêncio criador.

Digo: olha, é o mar e a ilha dos mitos

originais.

Tu dás-me a tua mesa, descerras na vastidão da terra

a carne transcendente. E em ti

principiam o mar e o mundo.

 

Minha memória perde em sua espuma

o sinal e a vinha.

Plantas, bichos, águas cresceram como religião

sobre a vida – e eu nisso demorei

meu frágil instante. Porém

teu silêncio de fogo e leite repõe

a força maternal, e tudo circula entre teu sopro

e teu amor. As coisas nascem de ti

como as luas nascem dos campos fecundos,

os instantes começam da tua oferenda

como as guitarras tiram seu início da música nocturna.

 

Mais inocente que as árvores, mais vasta

que a pedra e a morte,

a carne cresce em seu espírito cego e abstracto,

tinge a aurora pobre,

insiste de violência a imobilidade aquática.

E os astros quebram-se em luz sobre

as casas, a cidade arrebata-se,

os bichos erguem seus olhos dementes,

arde a madeira – para que tudo cante

pelo teu poder fechado.

 

Com minha face cheia de teu espanto e beleza,

eu sei quanto és o íntimo pudor

e a água inicial de outros sentidos.

Começa o tempo onde a mulher começa,

é sua carne que do minuto obscuro e morto

se devolve à luz.

Na morte referve o vinho, e a promessa tinge as pálpebras

com uma imagem.

 

Espero o tempo com a face espantada junto ao teu peito

de sal e de silêncio, concebo para minha serenidade

uma ideia de pedra e de brancura.

És tu que me aceitas em teu sorriso, que ouves,

que te alimentas de desejos puros.

E une-se ao vento o espírito, rarefaz-se a auréola,

a sombra canta baixo.

 

Começa o tempo onde a boca se desfaz na lua,

onde a beleza que transportas como um peso árduo

se quebra em glória junto ao meu flanco

martirizado e vivo.

– Para consagração da noite erguerei um violino,

beijarei tuas mãos fecundas, e à madrugada

darei minha voz confundida com a tua.

Oh teoria de instintos, dom de inocência,

taça para beber junto à perturbada intimidade

em que me acolhes.

 

Começa o tempo na insuportável ternura

com que te adivinho, o tempo onde

a vária dor envolve o barro e a estrela, onde

o encanto liga a ave ao trevo. E em sua medida

ingénua e cara, o que pressente o coração

engasta seu contorno de lume ao longe.

Bom será o tempo, bom será o espírito,

boa será nossa carne presa e morosa.

– Começa o tempo onde se une a vida

à nossa vida breve.

 

Estás profundamente na pedra e a pedra em mim, ó urna

salina, imagem fechada em sua força e pungência.

E o que se perde de ti, como espírito de música estiolado

em torno das violas, a morte que não beijo,

a erva incendiada que se derrama na íntima noite

– o que se perde de ti, minha voz o renova

num estilo de prata viva.

 

Quando o fruto empolga um instante a eternidade

inteira, eu estou no fruto como sol

e desfeita pedra, e tu és o silêncio, a cerrada

matriz de sumo e vivo gosto.

– E as aves morrem para nós, os luminosos cálices

das nuvens florescem, a resina tinge

a estrela, o aroma distancia o barro vermelho da manhã.

E estás em mim como a flor na ideia

e o livro no espaço triste.

 

Se te aprendessem minhas mãos, forma do vento

na cevada pura, de ti viriam cheias

minhas mãos sem nada. Se uma vida dormisses

em minha espuma,

que frescura indecisa ficaria no meu sorriso?

– No entanto és tu que te moverás na matéria

da minha boca, e serás uma árvore

dormindo e acordando onde existe o meu sangue.

 

Beijar teus olhos será morrer pela esperança.

Ver no aro de fogo de uma entrega

tua carne de vinho roçada pelo espírito de Deus

será criar-te para luz dos meus pulsos e instante

do meu perpétuo instante.

– Eu devo rasgar minha face para que a tua face

se encha de um minuto sobrenatural,

devo murmurar cada coisa do mundo

até que sejas o incêndio da minha voz.

 

As águas que um dia nasceram onde marcaste o peso

jovem da carne aspiram longamente

a nossa vida. As sombras que rodeiam

o êxtase, os bichos que levam ao fim do instinto

seu bárbaro fulgor, o rosto divino

impresso no lodo, a casa morta, a montanha

inspirada, o mar, os centauros

do crepúsculo

– aspiram longamente a nossa vida.

 

Por isso é que estamos morrendo na boca

um do outro. Por isso é que

nos desfazemos no arco do verão, no pensamento

da brisa, no sorriso, no peixe,

no cubo, no linho,

no mosto aberto

– no amor mais terrível do que a vida.

 

Beijo o degrau e o espaço. O meu desejo traz

o perfume da tua noite.

Murmuro os teus cabelos e o teu ventre, ó mais nua

e branca das mulheres. Correm em mim o lacre

e a cânfora, descubro tuas mãos, ergue-se tua boca

ao círculo de meu ardente pensamento.

Onde está o mar? Aves bêbedas e puras que voam

sobre o teu sorriso imenso.

Em cada espasmo eu morrerei contigo.

 

E peço ao vento: traz do espaço a luz inocente

das urzes, um silêncio, uma palavra;

traz da montanha um pássaro de resina, uma lua

vermelha.

Oh amados cavalos com flor de giesta nos olhos novos,

casa de madeira do planalto,

rios imaginados,

espadas, danças, superstições, cânticos, coisas

maravilhosas da noite. Ó meu amor,

em cada espasmo eu morrerei contigo.

 

De meu recente coração a vida inteira sobe,

o povo renasce,

o tempo ganha a alma. Meu desejo devora

a flor do vinho, envolve tuas ancas com uma espuma

de crepúsculos e crateras.

Ó pensada corola de linho, mulher que a fome

encanta pela noite equilibrada, imponderável –

em cada espasmo eu morrerei contigo.

 

E à alegria diurna descerro as mãos. Perde-se

entre a nuvem e o arbusto o cheiro acre e puro

da tua entrega. Bichos inclinam-se

para dentro do sono, levantam-se rosas respirando

contra o ar. Tua voz canta

o horto e a água – e eu caminho pelas ruas frias com

o lento desejo do teu corpo.

Beijarei em ti a vida enorme, e em cada espasmo

eu morrerei contigo.

 

 

 

Herberto Helder de Oliveira (Madeira, Portugal, 1930-Cascaes, 2015)​. Poeta, periodista, bibliotecario, traductor y escritor. Frecuentó la Facultad de Letras de Coímbra, habiendo trabajado en Lisboa como periodista, bibliotecario, traductor y presentador de programas de radio. Fue uno de los poetas más originales en lengua portuguesa. En 1994 recibió el Premio Pessoa, que rechazó. Su producción escrita comenzó por situarse en el ámbito de un possurrealismo y en la década de 1960 acompañó el movimiento del concretismo. Escribió Os passos em VoltaPhotomaton e Vox y Poesia Toda. Este último título es una antología personal de sus libros de poesía que ha sido depurada a lo largo de los años. En cada edición esta antología se vuelve más reducida. Su lenguaje poético tiene que ver con la alquimia.

 

 

 

Miguel Ángel Flores (Ciudad de México, 1948-2018). Ensayista y poeta. Estudió Economía en el IPN. Fue profesor en la UAM–A. Colaborador de Casa del Tiempo, Comunidad, Diálogos, El Gallo Ilustrado, La Cultura en México, La Gaceta del FCE, La Vida Literaria, Proceso, Punto de Partida, Revista de la Universidad de México y Unomásuno. Becario del CME, 1972. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1980 por Contrasuberna, poemario que se incluye en las compilaciones Veinte años de poesía en México: el premio Aguascalientes, 1968-1988 (Joaquín Mortiz, 1988) y en el Premio de Poesía Aguascalientes: 30 años, 1978-1987 (Joaquín Mortiz/Gob. del Edo. de Aguascalientes/INBA, 1997). Otros libros donde aparece su obra son: Cinco poetas jóvenes (colectivo, UAM, 1978); Poetas de una generación 1940-1949  (pról. de Vicente Quirarte, selección y nota de Jorge González de León, UNAM, 1981); Palabra nueva, dos décadas de poesía en México (compilación, prólogo y notas de Sandro Cohen, Premià, Libros del Bicho, 1981); En torno a la literatura mexicana (coord. Óscar Mata), UAM–A, 1989; Los contemporáneos en el laberinto de la crítica, El Colegio de México, 1994.

 

Foto: Rogelio Cuéllar | CNL-INBA