Eunice Odio (San José, Costa Rica, 1919-Ciudad de México, 1974: Los elementos terrestres
La presente muestra forma parte del libro Eunice, cien veces cien (2019) editado como homenaje a la poeta en el desarrollo del XXII Encuentro de Poetas Iberamericanos organizado por el poeta Alfredo Pérez Alencart en la ciudad de Salamanca España.
Los elementos terrestres
Eunice Odio (San José, Costa Rica, 1919-Ciudad de México, 1974)
Poema primero
(Posesión en el sueño)
Ven
Amado
Te probaré con alegría.
Te soñaré conmigo esta noche.
Tu cuerpo acabará
donde comience para mí
la hora de tu fertilidad y tu agonía;
y porque somos llenos de congoja
mi amor por ti ha nacido con tu pecho,
es que te amo en principio por tu boca.
Ven
Comeremos en el sitio de mi alma.
Antes que yo se te abrirá mi cuerpo
como mar despeñado y lleno
hasta el crepúsculo de peces.
Porque tú eres bello,
hermano mío,
eterno mío dulcísimo.
Tu cintura en que el día parpadea
llenando con su olor todas las cosas,
tu decisión de amar,
de súbito,
desembocando inesperado a mi alma,
Tu sexo matinal
en que descansa el borde del mundo
y se dilata.
Ven
Te probaré con alegría.
Manojo de lámparas será a mis pies tu voz.
Hablaremos de tu cuerpo
con alegría purísima,
como niños desvelados a cuyo salto
fue descubierto apenas, otro niño,
y desnudado su incipiente arribo,
y conocido en su futura edad, total , sin diámetro,
en su corriente genital más próxima,
sin cauce, en apretada soledad.
Ven
te probaré con alegría.
Tú soñarás conmigo esta noche,
y anudarás aromas caídos nuestras bocas.
Te poblaré de alondras y semanas
eternamente oscuras y desnudas.
Poema segundo
(Ausencia de amor)
I
Amado
en cuyo cuerpo yo reposo,
cómo será tu sueño
cuando yo te he buscado sin hallarte.
Oh,
Amado mío, dulcísimo
como alusión de nardo
entre aromas morenos y distantes,
Cómo será tu pecho cuando te amo.
Cómo será encontrarte cuando es amor tu cuerpo
y tu voz,
un manojo de lámparas.
Amado,
hoy te he buscado
por entre mi ciudad
y tu ciudad extraña,
donde los edificios
no se alegran al sol,
como frutales conchas
y celestes cabañas.
Y andaba yo
con un crepúsculo enredado entre la lengua,
Con aire de laguna
y ropa de peligro.
Me vió desde su torre
un auriga de jaspe,
yo te andaba buscando
por entre el verde olor de sus caballos,
Por entre las matronas
con pañales y pájaros;
Y pensando en tu boca
reposaban mis ojos,
como palomas diurnas
entre hierbas amargas.
Y te buscaba entonces
por las inmediaciones de mi cuerpo.
Tú me podías llegar
desde el suceso cálido.
II
Amado,
hoy te he buscado sin hallarte
por entre mi ciudad
y tu ciudad extraña,
Junto a alquerías errantes
guardadas por el campo
y de agitado pasto vencidas y entornadas.
Y de pronto llegaste,
huésped de mi alegría,
y me poblé de islas
con tu brillante dádiva.
Desde la brisa fresca llegaste
como un niño con un pañuelo blanco
y la noche voló de sueño entre las ramas,
junto al gozo del agua y el rastro de la abeja.
Amado,
en cuyo cuerpo yo reposo
y en cuyos brazos desemboca mi alma,
Cómo será no hallarte en la distancia,
y llegar a tu cuerpo como los alimentos
reanudados al calor de la gracia
necesaria y perdida.
Estar donde no estoy más que de paso,
no estar donde tu aliento me contiene
y me desgarra
como una piedra el alma.
Cómo será tener,
de golpe, el cuerpo dividido
y el corazón entre las manos
congregado y solo.
Amado,
hoy te he buscado sin hallarte
por entre mi ciudad y tu ciudad extraña,
y no te he hallado.
Cómo será buscarte en la distancia.
Poema tercero
(Consumación)
I
Tus brazos
como blancos animales nocturnos
afluyen donde mi alma suavemente golpea.
A mi lado,
como un piano de plata profunda
parpadea tu voz,
sencilla como el mar cuando está solo
y organiza naufragios de peces y de vino
para la próxima estación del agua.
Luego,
mi amor bajo tu voz resbala,
Mi sexo como el mundo
diluvia y tiene pájaros,
Y me estallan al pecho palomas y desnudos.
Y ya dentro de ti
yo no puedo encontrarme,
cayendo en el camino de mi cuerpo,
Con sumergida y tierna
vocación de espesura,
Con derrumbado aliento
y forma última.
Tú me conduces a mi cuerpo,
y llego,
extiendo el vientre
y su humedad vastísima,
donde crecen benignos pesebres y azucenas
y un animal pequeño,
doliente y transitivo.
II
Ah,
si yo siquiera te encontrara un día
plácidamente al borde de mi muerte,
soliviantando con tu amor mi oído
y no retoñe...
Si yo siquiera te encontrara un día
al borde de esta falda
tan cerca de morir, y tan celeste
que me queda de pronto con la tarde.
Ah,
Camarada,
Cómo te amo a veces
por tu nombre de hombre
Y por mi cuello en que reposa tu alma.
Poema cuarto
(Canción del Esposo a su Amada)
Asomada a mi pecho
tatuada en él como la edad
y el daño.
Como una suave grey de colinas
cuyo rumbo retorna con el alba,
Habla mi amada
con su amor que tiene
apenas pecho diurno y voz descalza.
A mi sombra
se bordearon de pulpa su caderas.
Por mí arrea con sus pechos
el ganado del alba,
Y la tarde a su paso se quebranta,
como de junco herido
y laurel entornado.
Párpados transitados
de nieve y mediodía,
Pozo donde mi boca
desmedida resbala
como torrente de paloma
y sal humedecida.
Sobre los muslos te pusieron
racimos de ira y vocación de besos.
Yo haré que de tus muslos
bajen manojos de agua,
y entrecortada espuma,
y rebaños secretos.
Ven,
Amada.
Los árboles
todos tienen tu cándida estatura,
y tu párpado caído,
y tu gesto mojado,
Edificio de alondras
habitado de climas
donde legisla el sol
sobre viñedos de oro.
A tu sombra
me encontrarán los pájaros salvajes.
Tu voz de aire caído
entre cuatro azucenas,
desfilará en mi oído
como acude la tarde.
Ven,
te probaré con alegría,
tú soñaras conmigo
esta noche.
Poema quinto
(Esterilidad)
El hombre
nacido de mujer,
corto de días y harto de sinsabores;
que sale como una flor, y es cortado,
y huye como la sombra, y no permanece.
Job 14, 1 y 2.
Tal como flor que sale
y es cortada,
Con la piel por donde huye
la risa de los niños,
Y llena hasta los muslos
de tristeza;
así es nuestra hermana
en cuyo umbral
naufraga el cuerpo de uso eterno.
Golpe de viento nuevo
inexperto en aromas,
y sin rubor azul ya despreciada sombra,
escombro de oro en sueños por las ramas.
Carne en que tropezara de costado
la gracia del alumbramiento,
Fácil como los signos en reposo
por donde llega de la mano el niño;
Asomada al arrimo,
con media flor y apenas
medio rostro,
Y con el vientre en que tembló
una piedra.
Con un desfiladero en cada pecho,
sola,
venas arriba por los ojos,
Sola
como el primer hombre cuando descubrió
la primera sonrisa
y se volvió,
de pronto,
con todo el cuerpo
a flor de fabuloso labio estremecido,
más solo que antes,
cuando no tenía sonrisa cotidiana
que dividir en dos pedazos triunfales;
cuando no pensaba en el otro
y descendía junto a su piel profunda,
roto entre los sonidos venideros
como pájaro en proyecto por los árboles:
júbilo de vacío jubiloso.
Como huella que cae
clara y sin cuerpo
y no levanta hoja
que al volver por el suelo,
alta de días,
instale al humus su unidad primera,
Así es nuestra hermana.
Secreto cauce
quieto,
agua sin ruido.
Nacida de mujer,
corta de días, y harta de sinsabores;
que sale como una flor, y es cortada,
y huye como la sombra, y no permanece.
Poema sexto
(Creación)
Proposiciones de Prometeo
Y la tierra estaba desordenada y vacía,
y las tinieblas estaban sobre la haz
del abismo, y el espíritu de Dios empollaba
sobre la haz de las aguas.
El Génesis, 1-2
I
Altas proposiciones de lo estéril
por cuyo rastro voy sangrando a media altura
y buscándome,
palpándome,
por detrás de la rosa edificada,
sobre lo que no tiene orilla ni regreso
y es, como lo descubierto recobrado
que acaba el que siga y me revele.
Me apoyo en ti,
clima desenterrado de lo estéril
para fundar el aire de la gracia y el asombro;
y el metaloide aciago y desmentido,
primero en rama llega,
y luego en flor el metaloide oscuro,
y en fruto de sabor martirizado,
baja junto a la lengua enajenada,
pasa de mano en mano hasta la altura.
Porque no es lo posible lo seguro
sino lo que inseguro se doblega,
lo que hay que abrir y sojuzgar por dentro,
y es como polvo en cantidad de sombra.
Porque el fruto no es puerto
sin rumbo entre las aguas,
sino estación secreta de la carne;
íntima paz de cotidiana guerra
donde reposa el vientre silvestre y revestido
de accidentes geológicos y espesos.
Y la alegría purísima,
la honda grace presente y madurada,
que rebota hasta el fondo de la sangre,
que hace correr y madrugar en pájaros,
y equivocarse de pecho y ponerse,
como ciertas flores
un corazón de pana en la mañana.
La alegría de caer en inocencia de sí mismo
y disfrutarse junto a otras criaturas
en el descubrimiento de su nombre,
madrugando de pecho para arriba
donde los alimentos perseveran
hallados para el cielo.
II
Y será como el árbol plantado
junto a arroyos de aguas,
que da su fruto en su tiempo,
y su hoja no cae; y todo lo que
hace, prosperará.
Salmo 1-3
Al borde estoy de herirme y escucharme
ahora que le propongo al polvo una ecuación
para el deslizamiento de la garganta,
Ahora que inauguro mi regreso
junto a mi pequeñez iluminada,
Ahora que me busco revelada
y transida en otros nombres,
Cuando por mí descienden y se agrupan
anchas temperaturas matinales,
Y han gran fiesta cerval en los caminos.
III
Pasa mi corazón
con su pastosa identidad doliente.
Mi aliento transitivo que enarbolo
y el niño cuyos pasos me prolongan.
Pero la sangre está ya en marcha,
repercute,
hacia un país recóndito y anclado,
entre pasados hierros con nombre de muchacho,
y extensos materiales fuera del pulso mío.
La sangre está ya en marcha
hacia una parte mía donde llego de pronto,
y me conoce el pecho en que tropiezo,
y mis extensas, pálidas, boreales coronarias.
El cuerpo es ya contagio de azucena,
estación de la rama y su eficacia;
palacio solitario en cuya orilla
crece el suelo y afluye entre rebaños
y entre sueños secretos y pacíficos.
IV
Puede pasar mi pecho errante,
mi instantáneo cabello
y mi atroz rapidez que no me alcanza,
Pero se ha vuelto inaugural
mi peso de habitante recobrado.
Y aires de nacimiento me convocan,
¡Ah, feliz muchedumbre de huesos en reposo!
Refluyen a mi forma y se congregan
los elementos suaves y terrestres
y la pulpa negada y transcurrida.
Los pájaros me cambian
a traslados mayores del sonido,
Y la tierra a empujones de llanura.
Al borde estoy de herirme y escucharme
ahora que me lleno de retoños y párpados tranquilos,
Cuando tengo costumbre de nacer
donde bajan los huesos temporales,
Cuando me llamo para mí, callada,
y alguien que no soy yo ya recuerda,
Sollozante y sangrando a media altura,
sobre lo detenido
descubierto
y recobrado.
Poema séptimo
(Germinación)
Introducción
I
Oh don,
oh don de sí, tu pelo,
albo discurso,
designio azul,
futuro de jacinto.
Yo podría cantar una canción
para que me sospechen de humo, en aire,
y de animal tallado entre la espuma,
en larga, leve, carcajada de arpa
Yo podría traer al corazón recuerdos
como uñas cayéndose del alma.
Pero estoy casi al borde de tu cuerpo,
Pero está al pie del surco tu desnudo
en traje de profundidad;
Piensa en tu edad el mar y palidecen
delfines ciegos cielo arriba, en rama,
pesando más el cielo menos aire
mar con sólo las olas y sin agua.
Y tú a la orilla del paisaje tiemblas
ah, intramarino pescador de espumas
cuya cadera crece entre corales,
Crepúsculo manchado de violines,
compañero fugaz de mi costado.
II
Alguien pasa rozándome las venas
y se abre el surco entre la flor y el labio.
Es que llega la noche
en columna de amor y ruiseñores;
su casco azul, lacustre, enjuga el alba,
baja la niebla por su piel y huyen
roces de pluma herida y madrugada.
Y antes de ser,
para futuro arribo de planeta
tiniebla inaugural,
cristal esquivo,
quietud de sumergidos resplandores,
la noche es de aire y tallo oscurecido.
Poema octavo
(Mi Amado)
I
Pregunté a las mujeres del campo
por el Hombre;
Pregunté a la mujer
cuya insepulta frente deteníase
al cabo de su niño infecundo
y sollozaba.
-Mujer
has visto tú a mi Amado,
Has visto al huésped mío,
al camarada hermoso?
Su carne que el verano
golpea de amapolas,
Su nariz de poniente,
Y el pecho de oro náufrago
como los litorales.
¿Lo conoces?
Puede pasar de pronto
con la piel soñolienta
y alegres las axilas retumbantes
y frescas.
Oh,
el camarada hermoso
con los talones ágiles
y pálido el peinado candoroso,
Saturada de clima nocturno
su garganta,
Y la mano en que estalla la angustia
como el mar.
¿Lo reconoces
reposando al borde de mis inmediaciones
como torrente de islas y pájaros cautivos?
II
Yo lo busco.
Él es mi Camarada;
Junto a su mano dejan
su olor las golondrinas
Y una ola de mineral oculto
lo recorre.
Queréis hallarlo conmigo
¡Oh, mujeres de vientre madurado
en cuya piel antigua desfallece el tiempo del desnudo
y se hace honda en la frente
la señal de parir
y sollozar!
¡Oh, doncellas alegres
en cuya boca estalla el primer ruiseñor
y el agua masculina
es recogida en cauce estremecido!
¡Oh, niños de marfil y nácar fugitivo
por cuyo salto de jazmín
resbalan las mañanas escolares!
Busco a mi Camarada
y por su origen inocente
avanzo
sin saberlo;
y me detengo.
Buscadlo cuando el trueno,
cuando las manos de Dios vienen rodando
como suaves árboles enfurecidos,
Por entre los sepulcros invasores,
Entre semanas llenas de ovejas
y enramadas.
Queréis buscarlo conmigo,
y exaltarlo,
A Él, al Hombre,
Al que camina en parte
con mi alma,
Al del muslo entornado
cuya daga sumergida en la noche
ya no tiembla en el aire,
ni secará en su diestra
cortada a pico
y sola con el miedo.
Y al otro,
desamado sollozo de mi frente
que apenas tiene un trozo de hierba
para posar su oído
y es señor de arboledas y ciudades.
Al Hombre, al Camarada.
Bendito sea su vientre
que comparto en el seno de mi madre
Queréis buscarlo
y exaltarlo conmigo,
Al Amado del día transitorio
cuya angustia se detiene
en mis pechos como el mar.
Queréis que vaya y me ofrezca en sus manos
como semilla de éxtasis,
Que le lleve mi cuerpo
reclinado entre palomas,
Y que llene su boca
de sol y mediodía
Oh niños,
Oh doncellas alegres,
Oh mujeres de vientre madurado,
Glorificadlo
y exaltadlo conmigo.
Hasta que nuestras bocas sagradas
se detengan
Así sea.
Eunice Odio. Poeta costarricense nacida en San José en 1922. Desde muy temprana edad se inició en la lectura de los clásicos cultivando el ensayo, la narrativa y la poesía con una gran riqueza de los recursos líricos, para dar vuelco a las inclinaciones tradicionales de los textos bíblicos y temas tradicionales, convirtiéndola en un punto de referencia importante en el panorama literario de Centroamérica. En 1947 ganó el Premio Centroamericano de Poesía 15 de Septiembre con su obra «Los Elementos Terrestres». Cansada del rechazo de una sociedad urbana tradicionalista, se trasladó a México, país donde residió hasta su muerte, acaecida en 1974. Del resto de su obra merecen destacarse «Zona en Territorio del Alba» en 1953, «El Tránsito de Fuego» en 1957, «El Rastro de la Mariposa» y «Los trabajos de la Catedral.