Poesía

El cementerio marino, de Paul Valéry. Traducción de Eugenio Florit

 

El poema "El cementerio marino", del poeta francés Paul Valéry que, originalmente fuera publicado en el año de 1920. A 100 años de su aparición, la editorial El Tucán de Virginia lo edita. Tomamos dicha traducción a cargo de Eugenio Florit.

 

 

 

El texto original francés de estos versos, publicados por primera vez en La Nouvelle Revue Française el 1 de junio de 1920, lleva, en griego, el siguiente epígrafe:

 

 

“Alma mía, no aspires a la vida inmortal.

Apura antes bien, el imperio de lo factible”

Píndaro, Píticas III

 

 

El cementerio marino

 

Techo tranquilo, senda de palomas,

Que palpita entre pinos y entre tumbas;

El Mediodía exacto en él se enciende

El mar, el mar que siempre en sí comienza…

¡Qué recompensa, tras un pensamiento,

Es contemplar la calma de los dioses!

 

¡Qué pura obra de fulgor absorbe

Tantos diamantes de invisible espuma!

¡Y cuánta paz parece aquí alcanzarse!

Cuando sobre el abismo el sol reposa

—Puras labores de una eterna causa—

Relumbra el tiempo y el saber es sueño.

 

Firme tesoro, templo de Minerva,

Suma de calma y lúcido secreto,

Agua que tiembla y Ojo que en ti guardas

Bajo un velo de llamas tanto sueño.

¡Oh, mi silencio… Edifica en mi alma,

Mas, Techo, colma de oro las mil tejas!

 

Templo del Tiempo, junto en un suspiro:

A esta pureza asciendo y me descanso

De mi mirar marino rodeado;

Y así a los dioses en suprema ofrenda,

Ese sereno centelleo siembra

Un desdén soberano en las alturas.

 

Como la fruta en gusto se disuelve,

Como en delicia múdase su ausencia

En una boca en que su forma muere,

De mi humo futuro el aire aspiro

Y el cielo canta al alma consumida

El cambio de riberas rumorosas.

 

¡Cielo cierto y hermoso, he aquí mi cambio:

Después de tanto orgullo y tanta extraña

Ociosidad, aunque llena de fuerzas,

A tu brillante espacio me abandono,

Por mansiones de muerte va mi sombra

Que me aprisiona en su moverse frágil.

 

Expuesta el alma a antorchas del solsticio,

Yo te respeto, admiro, la justicia

De la luz, la de armas sin piedad;

Te vuelvo, pura, a tu lugar primero.

¡Mírate!... Aunque la luz que se devuelve

En su lugar deja una triste sombra.

 

Para mí solo, solo en mí, en mí mismo

Cerca del corazón, fuente del verso,

Entre el vacío y el suceso puro,

De mi interior grandeza espero el eco:

¡Amarga, oscura y sonora cisterna

Que porvenir vacío ofrece al alma!

 

¿Sabes, falso cautivo del follaje,

Golfo roedor de estas frágiles rejas

—Secretos deslumbrantes a mis ojos—

Qué perezoso cuerpo aquí me arrastra,

A esta tierra de huesos qué le atrae?

Es un fulgor que ahí piensa en mis ausentes.

 

Cerrado, sacro, ardiendo sin materia,

Casco de tierra a la luz ofrendado,

Me place este lugar lleno de antorchas,

Formando de oro y piedra y umbríos árboles

Que tanto mármol tiembla en tantas sombras.

¡El mar fiel duerme aquí entre mis tumbas!

 

¡Ahuyenta, perra espléndida, al idólatra!

Mientras solo, en sonrisa de pastor

Apaciento corderos misteriosos

—Albo rebaño de tranquilas tumbas—,

Aléjame las prudentes palomas,

Los vanos sueños, los curiosos ángeles.

 

El porvenir, aquí, sólo es pereza;

El claro insecto escarba en sequedades;

Todo quemado, mustio, sube al aire,

A yo no sé qué esencia rigurosa…

La vida es vasta, como ebria de ausencias

Y es dulce el amargor, claro el espíritu.

 

Los muertos se hallan bien en esta tierra

Que recalienta y seca su misterio.

Fijo en lo alto, el alto Mediodía

Se piensa en sí, y a sí mismo se ajusta…

En ti yo soy el cambio más secreto,

La cabeza total y su diadema.

 

Sólo yo puedo detener tu angustia.

Mi contrición, mis dudas, mis afanes,

Defectos son de ése tu gran diamante…

Mas en su noche de pesados mármoles

Un pueblo incierto entre raíces de árboles

Ya lentamente se abrazó a tu suerte.

 

Allí, fundidos en espesa ausencia,

La roja arcilla se sorbió lo blanco

Y el don de vida se pasó a las flores.

¿Dónde están las palabras de los muertos,

Su arte original, sus almas únicas?

La larva teje donde fue la lágrima.

 

Los gritos de muchachas con cosquillas,

Ojos, dientes y humedecidos párpados,

Seno cautivador que en fuego juega,

Sangre que brilla al labio que se entrega;

Dedos que acogen últimas caricias;

Todo ¡en la tierra llega a su destino!

 

Y tú, alma mía, ¿aún esperas el sueño

Que ya no tenga este color de engaño

Que la onda y oro ante mis ojos muestran?

¿Aún cantarás cuando vapor ya seas?

¡Todo huye! Es vana mi existencia

Y la santa impaciencia también muere.

 

Seca inmortalidad, negra y dorada:

Consoladora tú, de horrendos lauros,

Que en seno maternal cambias la muerte,

Bella mentira de piadoso engaño:

¿Quién no conoce y quién no los rechaza

Ese cráneo vacío en risa eterna?

 

Padres profundos de cabezas hueras

Que bajo el peso de las paletadas

Tierra sois ya, y confundís mis pasos:

El roedor gusano verdadero

No está en aquel que duerme tras la losa:

¡Vive de vida y no me deja nunca!

 

¿Amor, tal vez, tal vez odio a mí mismo?

Tan cerca siento lo íntimo que muerde,

Que cualquier nombre puede convenirle.

¡Qué importa! Él mira, quiere, sueña, toca,

Ama mi carne y hasta en el lecho

Yo vivo de vivir en su dominio.

 

¡Zenón, cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!

¡Me has traspasado con tu flecha alada

Que vibra y vuela, y que no vuela ya!

¡Nazco del son y mátame la flecha!

¡Ah, el sol! ¡Qué sombra de tortuga al alma

Cuando, inmóvil, Aquiles va en carrera!

 

¡No, no! ¡En pie, en el tiempo futuro!

¡Rompe, cuerpo, esta forma pensativa!

¡Bebe, mi pecho, este nacer del viento!

Una frescura que este mar exhala

Me vuelve el alma… ¡Oh poderoso mar!

¡Corramos a la onda en salto alegre!

 

¡Oh, sí, gran mar tan lleno de delicias,

Piel de pantera y clámide horadada

Por mil y mil imágenes del sol!

Hidra total, de tu carne azul ebria,

Que te muerdes la cola refulgente

En confusa pareja del silencio.

 

¡Se alza el viento!... ¡Tratemos de vivir!

Abre y cierra mi libro al aire inmenso.

La ola en polvo hace brillar las rocas.

¡Volad, volad, páginas deslumbradas!

¡Romped, olas alegres, el tranquilo

Techo donde las velas picotean!

 

 

 

 

 

Ô mom âme, n’aspire pas à la vie immortelle,

mais épuise le champ du posible.

Píndaro, Píticas III

 

 

Le cimetière marin

 

Ce toit tranquille, où marchent des colombes,

Entre les pins palpite, entre les tombes;

Midi le juste y compose de feux

La mer, la mer, toujours recommencée

O récompense après une pensée

Qu'un long regard sur le calme des dieux!

 

Quel pur travail de fins éclairs consume

Maint diamant d'imperceptible écume,

Et quelle paix semble se concevoir!

Quand sur l'abîme un soleil se repose,

Ouvrages purs d'une éternelle cause,

Le temps scintille et le songe est savoir.

 

Stable trésor, temple simple à Minerve,

Masse de calme, et visible réserve,

Eau sourcilleuse, Oeil qui gardes en toi

Tant de sommeil sous une voile de flamme,

O mon silence! . . . Édifice dans l'âme,

Mais comble d'or aux mille tuiles, Toit!

 

Temple du Temps, qu'un seul soupir résume,

À ce point pur je monte et m'accoutume,

Tout entouré de mon regard marin;

Et comme aux dieux mon offrande suprême,

La scintillation sereine sème

Sur l'altitude un dédain souverain.

 

Comme le fruit se fond en jouissance,

Comme en délice il change son absence

Dans une bouche où sa forme se meurt,

Je hume ici ma future fumée,

Et le ciel chante à l'âme consumée

Le changement des rives en rumeur.

 

Beau ciel, vrai ciel, regarde-moi qui change!

Après tant d'orgueil, après tant d'étrange

Oisiveté, mais pleine de pouvoir,

Je m'abandonne à ce brillant espace,

Sur les maisons des morts mon ombre passe

Qui m'apprivoise à son frêle mouvoir.

 

L'âme exposée aux torches du solstice,

Je te soutiens, admirable justice

De la lumière aux armes sans pitié!

Je te tends pure à ta place première,

Regarde-toi! . . . Mais rendre la lumière

Suppose d'ombre une morne moitié.

 

O pour moi seul, à moi seul, en moi-même,

Auprès d'un coeur, aux sources du poème,

Entre le vide et l'événement pur,

J'attends l'écho de ma grandeur interne,

Amère, sombre, et sonore citerne,

Sonnant dans l'âme un creux toujours futur!

 

Sais-tu, fausse captive des feuillages,

Golfe mangeur de ces maigres grillages,

Sur mes yeux clos, secrets éblouissants,

Quel corps me traîne à sa fin paresseuse,

Quel front l'attire à cette terre osseuse?

Une étincelle y pense à mes absents.

 

Fermé, sacré, plein d'un feu sans matière,

Fragment terrestre offert à la lumière,

Ce lieu me plaît, dominé de flambeaux,

Composé d'or, de pierre et d'arbres sombres,

Où tant de marbre est tremblant sur tant d'ombres;

La mer fidèle y dort sur mes tombeaux!

 

Chienne splendide, écarte l'idolâtre!

Quand solitaire au sourire de pâtre,

Je pais longtemps, moutons mystérieux,

Le blanc troupeau de mes tranquilles tombes,

Éloignes-en les prudentes colombes,

Les songes vains, les anges curieux!

 

Ici venu, l'avenir est paresse.

L'insecte net gratte la sécheresse;

Tout est brûlé, défait, reçu dans l'air

A je ne sais quelle sévère essence . . .

La vie est vaste, étant ivre d'absence,

Et l'amertume est douce, et l'esprit clair.

 

Les morts cachés sont bien dans cette terre

Qui les réchauffe et sèche leur mystère.

Midi là-haut, Midi sans mouvement

En soi se pense et convient à soi-même

Tête complète et parfait diadème,

Je suis en toi le secret changement.

 

Tu n'as que moi pour contenir tes craintes!

Mes repentirs, mes doutes, mes contraintes

Sont le défaut de ton grand diamant! . . .

Mais dans leur nuit toute lourde de marbres,

Un peuple vague aux racines des arbres

A pris déjà ton parti lentement.

 

Ils ont fondu dans une absence épaisse,

L'argile rouge a bu la blanche espèce,

Le don de vivre a passé dans les fleurs!

Où sont des morts les phrases familières,

L'art personnel, les âmes singulières?

La larve file où se formaient les pleurs.

 

Les cris aigus des filles chatouillées,

Les yeux, les dents, les paupières mouillées,

Le sein charmant qui joue avec le feu,

Le sang qui brille aux lèvres qui se rendent,

Les derniers dons, les doigts qui les défendent,

Tout va sous terre et rentre dans le jeu!

 

Et vous, grande âme, espérez-vous un songe

Qui n'aura plus ces couleurs de mensonge

Qu'aux yeux de chair l'onde et l'or font ici?

Chanterez-vous quand serez vaporeuse?

Allez! Tout fuit! Ma présence est poreuse,

La sainte impatience meurt aussi!

 

Maigre immortalité noire et dorée,

Consolatrice affreusement laurée,

Qui de la mort fais un sein maternel,

Le beau mensonge et la pieuse ruse!

Qui ne connaît, et qui ne les refuse,

Ce crâne vide et ce rire éternel!

 

Pères profonds, têtes inhabitées,

Qui sous le poids de tant de pelletées,

Êtes la terre et confondez nos pas,

Le vrai rongeur, le ver irréfutable

N'est point pour vous qui dormez sous la table,

Il vit de vie, il ne me quitte pas!

 

Amour, peut-être, ou de moi-même haine?

Sa dent secrète est de moi si prochaine

Que tous les noms lui peuvent convenir!

Qu'importe! Il voit, il veut, il songe, il touche!

Ma chair lui plaît, et jusque sur ma couche,

À ce vivant je vis d'appartenir!

 

Zénon! Cruel Zénon! Zénon d'Êlée!

M'as-tu percé de cette flèche ailée

Qui vibre, vole, et qui ne vole pas!

Le son m'enfante et la flèche me tue!

Ah! le soleil . . . Quelle ombre de tortue

Pour l'âme, Achille immobile à grands pas!

 

Non, non! . . . Debout! Dans l'ère successive!

Brisez, mon corps, cette forme pensive!

Buvez, mon sein, la naissance du vent!

Une fraîcheur, de la mer exhalée,

Me rend mon âme . . . O puissance salée!

Courons à l'onde en rejaillir vivant.

 

Oui! grande mer de délires douée,

Peau de panthère et chlamyde trouée,

De mille et mille idoles du soleil,

Hydre absolue, ivre de ta chair bleue,

Qui te remords l'étincelante queue

Dans un tumulte au silence pareil

 

Le vent se lève! . . . il faut tenter de vivre!

L'air immense ouvre et referme mon livre,

La vague en poudre ose jaillir des rocs!

Envolez-vous, pages tout éblouies!

Rompez, vagues! Rompez d'eaux réjouies

Ce toit tranquille où picoraient des focs!

Eugenio Florit. Poeta cubano nacido en Madrid en 1903. Hijo de padre español y madre cubana, desde temprana edad residió junto a su familia en La Habana, donde transcurrió su formación académica y su creación literaria, convirtiéndose en uno de los autores más trascendentes de la lírica cubana. Colaboró junto a Cintio Vitier y Eliseo Diego en varias publicaciones y actividades literarias de la Isla, hasta 1940 cuando se trasladó a Estados Unidos  donde vivió hasta su muerte en el año 2000. Nueva York  fue el escenario de casi todo su trabajo como ensayista, crítico literario y traductor. En los cursos de la Escuela  de Verano de Middlebury, en Vermont,   trabó amistad con Jorge Guillén, Luis Cernuda y Pedro Salinas, ayudando a formar  a numerosos estudiantes y promoviendo actividades culturales a través del Instituto Hispánico. De su obra se destacan «Trópico» 1930, «Conversación a mi padre» 1949, «Asonante final» y «Lo que que queda» en 1995. Recibió en 1994 el premio Fray Luis de León, de la Universidad de Pontificia de Salamanca y el Premio Mitre, concedido por  The Hispanic Society of America, en Nueva York. En 1991, 1994 y 1995 fue uno de los tres candidatos presentados para el Premio Cervantes de ese año por la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Falleció en Nueva York en el año 2000.

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