Cleva Camila Villanueva López (Ciudad de México)
Cleva Camila Villanueva López (Astro Damus) (Ciudad de México)
Devenir poesía
La poesía es el acto
más solitario del ser.
El fracaso del poeta radica
en que no es un humano realizado;
todo en él está porvenir
y también es eso una victoria.
Dios está oculto
en el ombligo del mundo.
El poeta sabe verlo,
pero no le importa;
su palabra se purifica
más que en la uña de Cristo,
en su mierda.
La poesía no es vacuna
que erradique la miseria del hombre.
No es la salvación de un alma pordiosera
ni el conjuro que pueda
remendar al corazón.
El poeta es el enemigo más preciso
para el imperio del lenguaje.
Porque es él el único
que se niega a ser alimentado
por la papilla amarga de los signos.
Y así, frágil de sus huesos,
con el cuerpo hecho un ocaso,
el poeta se rebela contra la verdad:
vuelve a la razón acéfala,
le mutila los pies a las rimas,
corta la soga que ata a la escritura
y vuelve a hacer nacer
de las manos, el silencio.
El poeta es la sombra estéril
de un astro.
Su habla es un bisturí
que atraviesa la carne de la palabra,
y el poema, la autopsia.
Exiliado de todo
por poseer el Reino de nada.
Es sólo en su mismidad
que se corona.
De él no oirás más que el último eco
de la muerte ( más parecida
a un vaso lleno de arena,
que a un plato con agua)
¿Qué es el tiempo para la poesía
si no la piedra
que atora las puertas
cuando azota el viento?
Sin rituales, sin pozos
en la lengua,
con la frente de hoguera,
el poema aprende a hacerse viejo.
Porque la poesía,
al igual que la vejez,
es el orificio
por donde se arrastra desnuda
la Soledad.
Poema Rebelación
Dios se despertó bocabajo.
Los ángeles duermen desnudos
sobre la azotea.
Hoy es un domingo sin costra.
Hipotecaría mis palabras
que no son más que un resto
de algo, de nada,
por un poco de saliva.
Y volvería a la poesía:
aquello sobrante del ser
que se fermenta en el intelecto
y se convierte en arroyo,
olfato chilleante,
piel zarandeada por la sombra del Sol,
como si fuera la resaca de un sueño,
o la encía negra de un perro,
o la última gota de sudor
de quien fue quemado
en la primera hoguera del lenguaje.
Porque todo me apesta a insomnio,
porque perdí la creencia
de que un Padre
dejó incubado su esperma
en la hoja virgen;
por eso es que escribo:
para rebelarme ante lo sagrado,
ante el Padre que crucifico
en el vientre de todos mis abecedarios.
Una voz divina no creció en mi cabeza,
no me hizo genia
para que de pronto, como si hallara
una casa de agua
en medio del desierto,
me pusiera la mano a escribir.
El poeta no es un mensajero,
sino un mendigo más
deambulando por la herida del mundo.
Fue así como los talones secos
de la memoria
y la tiranía de la lluvia sobre el corazón,
me hicieron quedarme en esta cueva
zurciendo habitaciones acogedoras,
contando una por una las lagañas de Cristo
con la esperanza (como el niño
que añora oír tras la puerta
los zapatos de mamá)
de regresar a la mano que sutura el silencio
y volver a creer en la poesía una vez más.
Un día más
Parto en dos una manzana y el día cae
humeante sobre las tazas.
El café bien hinchado de nubes
también se refresca a las doce.
Recuerdo la niñez en la mañana
con el sabor de la canela;
las horas sobre el pan tostado,
las risitas de mantequilla,
y el migajón con su calendario de ajonjolí.
Sé cuando se hace tarde porque pongo
la cazuela con la leche en la estufa.
Mamá no se da cuenta
que le robo a su caja del tesoro
diariamente dos chocolates.
Y así mido la longitud de las madrugadas.
La madrugada no pasa muy rápido
si sabes cómo lidiar
con las arañas que salen
de los pocillos del sueño.
Cuento cada clavo curvado de mis paredes.
Les invento una historia.
En una ocasión uno de ellos me sorprendió
porque tuvo alguna vez un retrato de una virgen
y ha sido el único que disfruta de la tarde sin doblarse.
Cuando me canso salgo hasta el patio
a romperle la rutina a las hormigas.
Y entonces predico que la lluvia
es un nuevo verso
que odia llegar sin esdrújulas.
¡Toda la ropa me la ha acentuado de agua!
El mar gruñe como un perro sediento
tras una ventana.
Sin yo poder oírlo, imagino que es un abejorro
harto de buscar flores.
En mi almohada pesa más el bosque
y cuando duermo, represas de té
comienzan a hervir.
Si nos decimos adiós, podré saber
que el corazón es una montaña de arena
que hiela.
Este único lenguaje sólo lo conoce la noche.
Y la vejez es la única noche que sabe hablar.
En la mañana, volveré a ser la niña
que pinta los frijoles
y hace burbujear, una a una, las historias
para quitarle por fin las muelas al tiempo.
Sueño
Retazos de sueño
como imágenes escarchadas
sobre la pared
me devuelven el tiempo que no pasa.
Los ojos cerrados
son habitaciones de vidrio
que vuelvo a fundir
para tejer el vuelo a otra vida.
Un niño me dijo una vez
que si de pronto recuerdas
un episodio del sueño
de una noche antes,
es porque alguien
te ha olvidado
en un pedacito de mundo
que no es el tuyo.
Yo olvido más de dos veces
un mismo rostro
y muchas veces ese rostro
resulta ser el mío.
Si duermo con el foco prendido
es para dejar correr
el aceite de la nostalgia;
si se fríe achicharra las pérdidas
hasta dejarlas como un hielo macizo
parecido a la obsidiana
o al trozo de carbón más bello
que haya podido conocer
cualquier baldío.
Tengo la soledad hecha un cenicero
y si fumo es para tenerme siempre en la última palabra del fuego.
Sí, busco el agua en mis brazos.
Sí, rompo la sauna de mi recuerdo
para detener mi camino
en un mar de memorias
que no me nombran.
Nada podrá quemarme,
porque cada una de mis vidas
son un cántaro
que hierve de voces
y flamea por doquier
en un grito calcinado.
Yo ya no estoy aquí esta noche.
Poegos
Poetas apiñados en su corcholata de ego
salen rodeados de prensa imaginaria.
Con la etiqueta llena de mal verbo
se vanaglorian más de su ebriedad que de sus palabras.
Temerosos de las calles buscan agolparse
en sus diminutas casas
donde se recitan una y otra vez
los mismos poemas, la misma vida.
Su soledad es una patria sin esquinas
y quien busque contradecirla,
¡he ahí al fascista!
Sus ideas siguen siendo la Tierra
cuando era un tronco flotante a la deriva.
¿Quién descubrió la redondez de su miseria?
¿Quién les dio la pluma, el papel lleno de citas?
Postizo su nombre, postizo su credo en la poesía;
la escritura para ellos es un almanaque
de todas sus muertes repetidas.
“Hipsters con cabezas de ángel ardiendo”
en sus apartamentos con agua caliente,
y sus hookah traídas del extranjero.
Odian a la academia, pero en el templete
de su excusado, yacen los recibos de sus becas
listos para ponchar.
El mejor atuendo para sus versos, el micrófono.
La mejor boca para su silencio, no hay.
Son fantasmas de largo aliento
que publican a todos con tal de cobrar.
“¿Y para qué poetas en tiempos de miseria?”
Si la poesía ha dejado de ser insurrección.
Ya no se sale a tomar la calle,
más bien se aposentan los bares,
los cafés se vuelven salones de clase,
salas de acompadramiento
adonde el poeta es más un orador.
Los primeros en llegar reciben el pan y el vino,
se les pone la cruz en la cabeza.
“¡Son ustedes la nueva generación de poetas,
los nuevos ídolos, la voz de la verdad!”
Sólo el atardecer de los dioses y su ausencia
les habla, y en su falta,
cualquiera puede asumir el suplicio.
Porque no hay nada más oportuno
que proclamarse a sí mismo el principio.
“Yo descubrí el verso blanco,
el reverso del verso, el eslabón de la palabra.”
Pero en sus pasos cargarán siempre
con la hoja vacía.
¡Ay, los hombres huecos!
Apoyados entre sí, sólo así es como se sostienen.
Sin identidad, sin figura, sin forma
necesitan ser dotados de un color
por su grupo de ácaros.
¡Ay, poetas sin gesto!
¿Quién se apiadará de ustedes?
¿Quién les pondrá el relleno?
Diosas
Volteemos todos los ídolos de cabeza.
Decapitemos la voz del Padre, la palabra del Padre.
Decapitemos a Dios y a todos sus ángeles.
Porque esta carne, este grito
es acéfalo y arde en todas nosotras
como el dolor del nacimiento.
Venimos de la misma herida,
fuimos paridas por la misma Diosa.
Arpías, sirenas, aves rotas.
Abandonamos nuestra jaula
para encontrar refugio aquí
en el nido de unos senos
de la Madre que somos todas.
Y si nos mastica el hambre,
será nuestra leche la que nos arrope;
y si nos perdemos,
será nuestro canto el que nos encuentre;
y si no volvemos a casa,
si nuestro cuerpo lo quiebra
un hombre de paja,
una mano oscura
bajo la falda de nuestra infancia,
le prenderemos fuego a la paja,
ahogaremos la oscuridad maldita que nos caza,
y la mano se la echaremos a las perras
de nuestro corazón demolido a carbonazos.
Construyamos todas juntas
en la misma hoguera, una fachada
y ya no el nicho al que llegan las cuerpas
sin vestiduras, sin huesos, sin nombre, sin cara.
¡Entiéndanlo!
No somos el agujero, no somos la flor esperada,
No somos la damisela en peligro, las santas,
No somos la virgen que preña al asesino.
¡Si nos matan no es nuestra culpa!
El sólo tener vulva no nos hace putas.
Y si los somos, ¿qué? ¡Podemos serlo!
Y también locas, brujas desquiciadas.
Con el rostro sa(n)grado hacemos frente
a la policía del Falo.
Porque no somos una vagina, el mejor partido;
las esclavas domésticas, criadoras de fantasmas
que dejan botados en una cloaca,
en un río o debajo de una cama.
Padre, tú no eres dueño de mi sexo;
Padre, deja de decir que soy libre
cuando me tienes atada al sucio patio de tu deseo.
Al sucio patio que quieres también que lave,
sanatice y le extirpe las sombras
que violaste una noche y que al día siguiente
ya eran parte de tu olvido.
¡Nosotras no olvidamos!
La cicatriz que dejaste entre las piernas
y que presumes como trofeo
con tu manada de buitres y bestias de carroña.
No olvidamos a la niña que metiste en el armario,
a la que asfixiaste con tu falo;
a la mujer que pidió misericordia,
que dijo “¡basta!”, llena de golpes y derrotas.
Nosotras le tendemos la mano a esa niña,
a esa mujer, a esa diosa,
para que sepan, de una vez, que no estamos solas
que somos más, ya no menos
y que retemblará en sus centros la tierra
al sonoro rugir de nuestra voz.
¡Patria! Despójate de tu bandera,
de tus falsos héroes, de tus hijos parias;
no somos la extraña enemiga
a la que tengas derecho
de profanar el cielo, nuestro cuerpo
con tus míseras intenciones de depredador.
¡Aquí nos cuidamos entre todas!
Y si tomamos el palacio, el zócalo,
la ciudad entera con todo y sus madrigueras de ratas,
temédnos, témednos,
porque no habrá de otra
más que seguir con esta lucha:
la de por fin dar a luz la palabra
de nuestra propia historia.
Cleva Camila Villanueva López (Astro Damus) es una escritora nacida en la CDMX. Estudió Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Cuenta con una plaquette de poesía llamada Noche sin Fin. Ha participado en diversos eventos como lo son: el Festival Universitario de Literatura y Arte (FULA) en el CCH plantel Azcapotzalco, el World Goth Day en el Centro Cultural la Pirámide, Libreando (festival de editoriales independientes) en el Centro Cultural la Pirámide, el Encuentro de Escritores Jóvenes y Letras Contemporáneas en la Alcaldía Cuauhtémoc, el Conversatorio “Pulsión, Existencia y Naturaleza” por parte del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS-UNAM), en el Festival Territorios del Ocio por Redes Cooperativas y de la Red de 100 mil poetas por el cambio, en el Conversatorio “El arte por el arte” reflexiones sobre enseñanza y talleres por parte Preparatoria Oficial No 55 "Ollin Tepochcalli", en el Primer Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía en México con la difusión del Fondo de Cultura Económica, así como muchos otros más. Cuenta con varios poemas publicados en revistas culturales digitales como lo son: Revista Innombrable, Revista Tabaquería, Revista cultural “El Morador del Umbral”, Revista Liberoamerica, entre otras.Es una de las fundadoras del colectivo artístico Los Versibundos, el cual busca llevar la poesía y toda manifestación artística de artistas emergentes a diferentes lugares de la Ciudad de México y también fuera de la República.