Carlos Aganzo (Madrid): Pequeña antología
Fotografía: Jacqueline Alencart
Carlos Aganzo (Madrid, 1963)
PEQUEÑA ANTOLOGÍA
¿Debe un hombre que dice
ser fiel a la causa de su patria
empuñar el fusil, subir al monte,
y activar explosivos
bajo los coches de los generales?
¿O acudir al trabajo cada día
y educar a sus hijos en un mundo distinto?
¿Acaso debe un hombre
fiel a la tradición de sus mayores,
desnudarse en silencio,
dejar su ropa y sus lamentaciones
doblados en un banco
antes de entrar, solícito, en la cámara
de las dudas profundas,
sin mirar a los ojos al soldado
que le empuja a la puerta?
¿O mejor debería
armarse de coraje
y buscar ese hueco en la alambrada
que conduce hasta el bosque
donde la belladona
embriaga el olfato de los perros?
¿Debe un hombre que dice
amar la libertad y la justicia
sobre todas las cosas
recostarse en la tierra
delante de los carros de combate
o sentarse en la vía
a esperar que detenga
su corazón el tren de las infamias?
¿O debe ir cada día
prudentemente al aula,
sembrar en sus alumnos
su semilla de sueños
y esperar que germine
cuando estén las espadas envainadas?
***
¿Acaso debe un hombre
coherente con su obra literaria
caer ebrio en las calles de la noche,
perder un brazo en lucha contra el turco,
o una mano en un lance callejero
o la honra en lo oscuro de un prostíbulo
y dar fin a su vida con pistola?
¿O quizás retirarse
donde habita el olvido
y dejar para nadie
versos que ayudan a entender el mundo,
palabras de consuelo
para las horas grises,
retamas de verdad
en el fulgor incierto de la noche?
¿Debe un hombre que dice
abrazar con fe ciega su destino
apurar la amargura de los cálices,
entregarse al castigo
brutal de los verdugos
en lugar de quedarse
oculto entre las sombras de un olivo
y encontrar la mañana
en un campo florido de azucenas?
¿Debe un hombre que ama
negar que hubiera amado
si no dejó la vida en el empeño?
¿Debe un hombre ser hombre,
crecer, hacerse viejo,
y legar a sus hijos
el miedo de sus padres?
¿O buscar en el magma palpitante
de su sangre caliente
los restos que aún perviven
de la antigua locura
con la que modelaron
los dioses su cabeza?
(Coherencia)
**
En la voz de la noche
se oyen todas las voces
que callan durante el día.
Negras voces distantes
que llaman desde lejos
y saben nuestros nombres
y aguardan en los claros de los bosques
a que andemos perdidos
para poder llevarnos a su reino
de misterio y de bruma.
Turbias voces que claman desde dentro,
nos hablan cuando menos lo esperamos
y se visten de rabia, a veces de ternura,
casi siempre de fe en lo inaprensible.
Voces que son redoble de conciencia
y no las calla el mar, el viento ni la lluvia.
Embriagadoras voces de sirena
que nos rozan la piel y que interpretan
con su tacto de rosa sin espinas
la música callada de los cuerpos.
Voces que son el eco de otras voces
que no se acaban de ir, que nos persiguen
con paciencia de siglos.
Voces amigas, voces subterráneas,
voces abstractas, voces encendidas,
voces secretas, mudas, incorpóreas,
sordas, muertas, sublimes, minerales...
Voces que a veces vienen de lo alto,
vestidas de hermosura,
y nos cantan sin miedo
esa otra canción que nos aguarda.
(Voces encendidas)
***
Tuvo pena el esclavo de arrancar
el brote de amapolas
que en rojo sorprendió a la rosaleda
con las últimas lluvias
en el jardín de Venus.
Se reían las rosas
de tan gran insolencia.
Y llegó la tormenta y a las rosas
de poco les sirvieron las espinas.
En el jardín desierto ni siquiera
el jardinero sabe
diferenciar los pétalos caídos:
¿cuál es de rosa? ¿cuál el de amapola?
(Poema IX)
***
Tienen todos los pájaros
devoción por el aire,
ese misterio azul que los sostiene
por encima del mundo.
Sabes que soy del mundo, y aún con todo
hay mañanas que vuelo
más alto que el halcón, noches que canto
mejor que el ruiseñor, días de lluvia
que me aferro a tus manos
con la fuerza de un águila,
y me duele la espalda si recuerdo
el tiempo aquel en que tuvimos alas,
antes de que viviera entre nosotros
el oscuro baldón de la memoria.
Todos los hombres llevan
un Ícaro en los ojos.
Todos los hombres tienen
devoción por el alma de los pájaros.
(Poema XXII)
***
Quien hasta aquí me trajo no sabía
que la niebla me rapta y me confunde.
Tantas veces mis dedos
jugaron con las hojas
del árbol de la ciencia
sin reparar siquiera levemente
en la forma del fruto…
Tantas veces ponía
yo el oído en la tierra
para escuchar la sorda
respiración del tiempo y del hermano,
mientras iban pasando sin reposo
los días y las noches
desde un sol a otro sol,
con nieve o con espigas inflamadas…
En la tierra de Nod
por donde pasa el río
infestado de lodo y de vergüenza.
Donde los hombres hacen holocaustos
por mandato divino,
mas no por agradarle ni agradarse.
Donde la niebla hiere y se congela,
los terrones son duros y las gentes
cierran puertas con llave.
En la región de Nod viven mis ojos.
Aquí mis hijos crecen en silencio,
guardándose las risas,
soñando con volver hacia el oeste,
donde no hay horizonte
que no tenga montañas.
En la región de Nod viven mis huesos.
Quien hasta aquí me trajo no sabía
que el huerto que me nutre
se surte de la sangre subterránea,
sementera caliente,
racimo de amapolas
que brota de una tumba en el edén.
Regresaré, quizás, cuando sea viejo
y mis ojos, ya niebla,
agradezcan el sol sobre los párpados.
(En la tierra de Nod)
***
Bienaventurados sean los pobres,
pues de ellos es el reino de los pobres.
Y bienaventurados los que sufren,
pues otros gozarán su sufrimiento.
Escrito está con fuego en nuestra frente.
A imagen del profeta,
así fuimos creados:
carnívoros y ansiosos,
forjadores de imperios,
soñadores con sed de trascendencia...
De tanto mirar cielos
olvidaste mirar a las hormigas.
Esperando la dicha
de un jardín sin caminos,
olvidaste guardar tus emociones.
Al fin vino la muerte a desvelarte
sus íntimas certezas:
hacia abajo se crece
más arraigado y firme que hacia arriba.
Bienaventurados sean los pobres,
pues de ellos es el reino de los pobres.
(Poema XX)
***
Siguiendo de Yahvé las instrucciones
el magistrado dicta la hora exacta
de tu muerte. Quisieras en tu último
deseo ante el patíbulo
decir que le perdonas.
Pero no es necesario. Ya hace tiempo
que su toga ha aprendido a consolarse
repitiendo el versículo del Génesis:
“Aquel que derramare sangre de hombre
por la mano de hombre
habrá de ver su sangre derramada”.
Escrito está con letra clara y firme.
Parece muy sencilla
la razón de este axioma.
El ojo por el ojo.
El diente por el diente.
La soga del verdugo
esperando al final de la escalera
para borrar del mundo las maldades…
Después de esto lo negro será blanco.
Y el verdugo y el juez serán iguales
que tú en el paraíso. ¿O es que piensas
que un hijo de Caín no tendrá sitio
en la mesa del padre?
No tiene culpa el juez. No tienen culpa
el verdugo, las tablas ni la soga.
Muerto ya, ni siquiera tú la tienes.
Escrito está. Confía en la justicia.
(Pena de muerte)
Carlos Aganzo (Madrid, 1963), es miembro del Consejo Asesor de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos de Salamanca, y Jurado del prestigioso Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, convocado desde Salamanca. Desde que apareció, en 1998, Ese lado violeta de las cosas, ha publicado una docena de libros de poemas, entre ellos Manantiales (2002), La hora de los juncos (2006), Caídos Ángeles (2008), Las voces encendidas (2010), Las flautas de los bárbaros (2012), La hermosura (2014), En la región de Nod (2014), Jardín con biblioteca (2020) y Los perros y la niebla (2021, Premio Paul Beckett de Poesía). Su poesía esencial está reunida en las antologías Ícaro en los ojos (2017) y Arde el tiempo (2018). Ha publicado, además, numerosos libros de viajes por España. Sus trabajos han recibido distinciones como el premio Jaime Gil de Biedma o el Ciudad de Salamanca. En 2012 recibió el Premio Nacional de las Letras Teresa de Ávila. Como periodista, ha sido subdirector del diario Ya, de Madrid, y director de los rotativos La Voz de Huelva, Diario de Ávila y El Norte de Castilla.
Fotografía: Jacqueline Alencart