Antonio Colinas (España): Letanía del ciego que ve y otros poemas. Homenaje en Salamanca
Imagen: Antonio Colinas en la Sala de la Palabra (Salamanca, 2019. Foto de Jacqueline Alencar)
Estos poemas han sido seleccionados por Alfredo Pérez Alencart para el XXIV Encuentro de poetas Iberoamericanos, que se celebra del 13 al 17 de octubre, y el cual está dedicado a homenajear al poeta Antonio Colinas, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana
Antonio Colinas (La Bañeza, León, España, 1946)
Homenajeado en Salamanca
‘Letanía del ciego que ve’ y otros poemas
LETANÍA DEL CIEGO QUE VE
Que este celeste pan del firmamento
me alimente hasta el último suspiro.
Que estos campos tan fieros y tan puros
me sean buenos, cada día más buenos.
Que si en tiempo de estío se me encienden las manos
con cardos, con ortigas, que al llegar el invierno
los sienta como escarcha en mi tejado.
Que cuando me parezca que he caído,
porque me han derribado,
sólo esté arrodillándome en mi centro.
Que si alguien me golpea muy fuerte
sólo sienta la brisa del pinar, el murmullo
de la fuente serena.
Que si la vida es un acabar,
cual veleta, chirriando en lo más alto,
allá arriba me calme para siempre,
se disuelva mi hierro en el azul.
Que si alguien, de repente, vino para arrancarme
cuanto sembré y planté llorando por las nubes,
me torne en nube yo, me torne en planta,
que sean aún semilla mis dos ojos
en los ojos sin lágrimas del perro.
Que si hay enfermedad sirva para curarme,
sea sólo el inicio de mi renacimiento.
Que si beso y parece que el labio sabe a muerte,
amor venza a la muerte en ese beso.
Que si rindo mi mente y detengo mis pasos,
que si cierro la boca para decirte todo,
y dejo de rozar tu carne ya sembrada,
que si cierro los ojos y venzo sin luchar
(victoria en la que nada soy ni obtengo),
te tenga a ti, silencio de la cumbre,
o a ese sol abatido que es la nieve,
donde la nada es todo.
Que respirar en paz la música no oída
sea mi último deseo, pues sabed
que, para quien respira
en paz, ya todo el mundo
está dentro de él y en él respira.
Que si insiste la muerte,
que si avanza la edad y todo y todos
a mi alrededor parecen ir marchándose deprisa,
me venza el mundo al fin en esa luz
que restalla.
Y su fuego
me vaya deshaciendo como llama
de vela: con dulzura, despacio, muy despacio,
como giran arriba extasiados los planetas.
NOCHE MÁS ALLÁ DE LA NOCHE
CANTO XXXV
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
He respirado al lado del mar fuego de luz.
Lento respira el mundo en mi respiración.
En la noche respiro la noche de la noche.
Respira el labio en labio el aire enamorado.
Boca puesta en la boca cerrada de secretos,
respiro con la savia de los troncos talados,
y como roca voy respirando el silencio,
y como las raíces negras respiro azul
arriba en los ramajes de verdor rumoroso.
Me he sentado a sentir cómo pasa en el cauce
sombrío de mis venas toda la luz del mundo.
Y yo era un gran sol de luz que respiraba.
Pulmón el firmamento contenido en mi pecho
que inspirando la luz va espirando la sombra,
que nos anuncia el día y desprende la noche,
que inspirando la vida va espirando la muerte.
Inspirar, espirar, respirar: la fusión
de contrarios, el círculo de perfecta consciencia.
Ebriedad de sentirse invadido por algo
sin color ni sustancia y verse derrotado
en un mundo visible por esencia invisible.
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
Me he sentado en el centro del mundo a respirar.
Dormía sin soñar, mas soñaba profundo
y, al despertar, mis labios musitaban despacio
en la luz del aroma: “Aquel que lo conoce
se ha callado y quien habla ya no lo ha conocido”.
ZAMIRA AMA LOS LOBOS
Zamira ama los lobos.
Yo quisiera ir con ella a buscarlos
a las tierras más altas,
donde los robledales rojos de Sotillo
han perdido sus hojas en las fuentes,
allá donde los caballos
beben el agua helada de los caballos
y se espera la nieve como una bendición.
Tú y yo estamos en este hospital
esperando a la muerte.
No la muerte tuya ni la muerte mía,
sino la de aquellos que nos dieron la vida.
Y éstos ¿a quiénes pasarán
cuando mueran sus muertes?
Tú y yo esperando el final,
el vacío del límite,
mientras la vida tiembla y brilla entre nosotros
como un cuchillo inocente.
Y es que, esperando la muerte de los otros,
esperamos, un poco, la muerte nuestra.
Quizá por ello Zamira ama los lobos.
Quizá, por ello, yo deseo también
salir a buscarlos con ella este mes de diciembre,
a los páramos altos,
a los prados remotos.
Y podríamos ver los espinos,
y las brasas de sangre del sol
en mimbrales morados.
Puesta ya en nuestros ojos
la venda de la nieve,
que no pensemos más, que ya no nos deslumbre
el acre resplandor de los quirófanos.
Zamira ama los lobos,
quiere escapar del laberinto de piedra y cristal
del dolor.
Zamira: partamos y no regresemos.
DUERMES COMO LA NOCHE DUERME
Duermes como la noche duerme,
con silencio y estrellas.
Y con sombras también.
Como los montes sienten
el peso de la noche,
así hoy sientes tú esos pesares
que el tiempo nos destina:
suavemente y en paz.
Duermes como la noche duerme,
pero aquí estás abrazando en la almohada
(en negra noche)
toda la luz del mundo.
Yo pienso que la noche,
como la vida, oculta
miserias y terrores,
mas tu duermes a salvo
pues en el pecho llevas una hoguera de oro:
la del amor que enciende más amor.
Duermes, como noche duerme,
mientras irán girando los planetas
despacio, muy despacio,
encima de tus ojos.
Reposas en lo blanco
como en lo blanco cae en paz la nieve.
Duermes como la noche duerme
en el rostro sereno de esa niña
que todavía ignora
aquel dolor que habrá que recibir
cuando sea mujer.
Duermes como la noche duerme
reposando en la nieve de tu piel y tu vida.
Te veo rodeada
de un resplandor de llamas:
las del amor que enciende más amor.
El que te salvará,
El que nos salvará.
FE DE VIDA
Esperar junto a este mar (en el que nacieron las ideas)
sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas.)
Ser sólo la brisa en la copa del pino grande,
el aroma del azahar, la noche de las orquídeas
en las calas olvidadas.
Sólo permanecer viendo el ave que pasa
y que no regresa; quedar
esperando a que el cielo amarillo
arda y se limpie con los relámpagos
que llegarán saltando de una isla a otra isla.
O contemplar la nube blanca
que, no siendo nada, parece ser feliz.
Quedar flotando y discurriendo de aquí para allá,
sobre las olas que pasan,
como remo perdido.
O seguir, como los delfines,
la dirección de un tiempo sentenciado.
Ser como la hora de las barcas en las noches de enero,
que se adormecen entre narcisos y faros.
Dejadme, no con la luz del conocimiento
(que nació y se alzó de este mar),
sino simplemente con la luz de este mar.
O con sus muchas luces:
las de oro encendido y las de frío verdor.
O con la luz de todos los azules.
Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca,
que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos,
a los días tensos, a las ideas como cuchillos.
Ser como olivo o estanque.
Que alguien me tenga en su mano
como a puñado de sal.
O de luz.
Cerrar los ojos en el silencio del aroma
para que el corazón –al fin– pueda ver.
Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí.
Dejadme compartiendo el silencio
y la soledad de los porches,
la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme
con el plenilunio de los ruiseñores de junio,
que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes.
Dejadme con la libertad que se pierde
en los labios de una mujer.
LA ENCENDIDA COLMENA
Húmedo, intenso, un poco melancólico,
regresa ya el otoño desde los montes negros,
desciende derramado por las riberas de oro,
hasta el blando panal que es la miel de tus piedras.
Esta ciudad es como una oración
de piedra en llamas.
(Dejadme que, al decirla suavemente,
se adormezcan mis nervios y mis huesos.)
Y allá arriba, en el aire, tan puro,
(¡Oh sima infinita del azul!),
solamente el aroma de nuestra encina
ardida, ¡cómo se enciende ahora esta colmena
de la ciudad antigua
ante cualquier pesar!
O la del pueblo aquel, que duerme en mi memoria
reposando en el sol cobrizo de su valle,
como ave en su nido.
¿Será de adobe y piedra, y no de rama y luz,
la casa que tendrá que cobijarme
en este tiempo (filo de cuchillo)?
después de aquellos verdes
ilustrados, secretos, de los lagos y villas alpinas,
después de tanto mar y tanta sabia
lectura de la luz
(aquella que me ha dado cuanto sé y cuanto soy),
en la pobreza y fiebre de este sereno adobe,
en la blanda dulzura de estas piedras,
se deshará cuanto es principio y fin
de mi vida, el paisaje de mi alma?
EN LOS PÁRAMOS NEGROS
Gracias por la muerte de estos montes
y por la de estos pueblos, en los que sólo las piedras
se mantienen con vida;
gracias por estos negros páramos del invierno
en los que la tierra asciende a los cielos
y las nubes descienden hasta tocar la tierra;
gracias por esta hora de todos los vacíos
en la que se intuye un final.
De tanta pureza y soledad, de tanta muerte
sólo puede brotar una vida más cierta.
Gracias por la noche, que a punto está de llegar
con la bondad de sus nieves,
y por ese perro vagabundo
que prueba a calentar con su hocico
el estanque helado
para extraer un poco de agua;
gracias porque no nos hemos cruzado
con ningún ser humano
para pulsar el dolor,
y por la pana remendada de parcelas y prados,
que conservan como un tesoro las heridas de los disparos,
los tizones de los últimos incendios;
gracias por los frutales grises de los mínimos huertos
y por las colmenas adormecidas,
y por la casa cerrada desde hace muchos años
de la que no se conoce su dueño.
Y, sin embargo, en este anochecer,
yo quisiera ofrecer lo mejor de mi vida
a toda esta muerte;
yo quisiera cambiar todo el gozo y el oro
que hubo en mi vida
por la contemplación (desde estos páramos negros)
de las montañas últimas.
Porque aquí empezó todo para mí,
porque cuanto he sido, y soy, y digo,
nada sería sin las raíces de las luces frías,
sin esos senderos impenetrables
que sólo han recibido la visita
de los rayos amargos.
Por eso, quiero ser esa lastra ferrosa
bajo la que duerme la víbora,
o la yerba tan fuerte, o su escarcha,
que el sol no logró deshacer a lo largo del día.
Quisiera arrodillarme como tapia abatida,
como pinar abrasado.
No deseo ni puedo volver hacia atrás la mirada,
desandar el camino (¡tan largo!) recorrido,
pues ya sé que, vacío,
en la hora en que todo ya parece morir
a punto está todo de nacer.
La mirada vuela sobre la fosa del valle
(sobre la fosa de la vida),
hacia la gran mole coronada de silencio,
hacia la cima que alberga los misterios.
Gracias por este anochecer
en el que me he quedado entre las manos
con las pobres, escasas semillas
de las que habrá de germinar luz perpetua.
En el anochecer de los páramos negros
estoy solo y profundamente en paz.
Luyego, 10-XII-1999
ANTONIO COLINAS (La Bañeza, León, 1946) es además de poeta, narrador, ensayista y traductor. El conjunto de su poesía fue editado por Siruela en el volumen Obra poética completa (2011). Además del Premio Nacional de Literatura y del Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, su obra ha tenido un notable reconocimiento en Italia, como el Premio Nazionale per la Traduzione o, recientemente, el Premio Internacional LericiPea o el Premio Dante Alighieri (2019), que le fue entregado en el Senado romano. Ambos galardones se le han concedido por vez primera a un escritor español.
Imagen: Antonio Colinas en la Sala de la Palabra (Salamanca, 2019. Foto de Jacqueline Alencar)
POESÍA PUBLICADA
Poemas de la tierra y la sangre, León, Diputación Provincial, 1969.
Preludios a una noche total, Madrid, Adonais, 1969.
Truenos y flautas en un templo, San Sebastián, Caja de Ahorros Provincial de Guipuzcoa, 1972
Sepulcro en Tarquinia, León, Diputación Provincial, 1975.
Sepulcro en Tarquinia, Barcelona, Lumen, 1976.
Astrolabio, Madrid, Visor Libros, 1979.
En lo oscuro, Rota, Cuadernos de Cera, 1981.
Poesía, 1967-1980, Madrid, Visor Libros, 1982
Sepulcro en Tarquinia (Poema –con 6 dibujos de Monserrat Ramoneda), Barcelona, Galería Amagatotis, 1982.
Noche más allá de la noche, Madrid, Visor Libros, 1983
Poesía, 1967-1981, Madrid, Visor Libros, 1984
La viña salvaje, Córdoba, Antorcha de Paja, 1985
Diapasón Infinito (con litografía, grabado y serigrafía de Perejaume), Barcelona, Tallers Chardon y Yamamoto, 1986
Dieciocho poemas (ilustrados por Leopoldo Irriguible), Ibiza, Caja de Baleares, 1987
Material de lectura (Antología), México, Universidad Autónoma de México, 1987
Jardín de Orfeo, Madrid, Visor, 1988
Libro de las noches abiertas, Milán, Peter Pfeiffer Editore, 1989.
Blanco / Negro, Milán, Peter Pfeiffer Editore Milano, 1990.
Los silencios de fuego, Barcelona, Tusquets, 1992.
La hora interior, Barcelona, Les Ediçions, Taller Joan Roma, 1992
Sepulcro en Tarquinia (con estudio previo de Juan M. Rozas), Segovia, Pavesas, 1994
Libro de la mansedumbre, Barcelona, Tusquets, 1997.
Córdoba adolescente, Córdoba, Los Cuadernos de Sandua, 1997.
Amor que enciende más amor, Barcelona, Plaza y Janés Editores, 1999
Sepulcro en Tarquinia (con grabados de Pérez Carrió), Alicante, La Font de La Cometa, 1999
Nueve poemas, Salamanca, Celya, Colección Aedo, 2000
Junto al lago, Salamanca, Cuadernos para Lisa, 2001.
Tiempo y abismo, Barcelona, Tusquets Editores, 2002.
La hora interior. Antología poética 1967-2001, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2002
Seis poemas (comentados por Luis Miguel Alonso), Burgos, Instituto de la Lengua de Castilla y León, 2003
Treinta y ocho poemas (Homenaje al grabador Antonio Manso), Madrid, Real Casa de la Moneda, 2003
En la luz respirada (Edición crítica de José Enrique Martínez, “Sepulcro en Tarquinia”, “Noche más allá de la noche” y “Libro de la mansedumbre”) Madrid, Cátedra, 2004.
En Ávila unas pocas palabras, (con ilustraciones de 5 arquitectos), Valladolid, Ediciones de El Gato Gris, 2004
El río de sombra. Poesía (1967-1980), 6ª edición, Madrid, Visor Libros, 2004.
Poética y poesía de Antonio Colinas, Madrid, Fundación Juan March, 2004.
Noche más allá de la noche, Valladolid, Fundación Jorge Guillén, 2004
Sepulcro en Tarquinia (Libro y Disco), Madrid, Visor Libros, 2005
La luz es nuestra sangre (Antología), León, Edilesa, 2006
Trilogía de la mansedumbre, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2006
Respirar adentro (con fotografías de Gianfranco Negri-Clementi), Milán, Scheiwiller, 2006
Donde la luz llora luz (ilustrado por José Noriega) Valladolid, El Gato Gris, 2007
Antología poética, Tenerife, Caja Canarias, 2007.
Desiertos de la luz, Barcelona, Tusquets, 2008
Nueva ofrenda (Antología poética), Cáceres, Abezetario, 2009
Sepulcro en Tarquinia (Poema –caligrafiado e iluminado por Javier Alcaíns), Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2009
Catorce retratos de mujer, Salamanca, El Zurguén, 2011
Catorce retratos de mujer, Cuenca, Segundo Santos Ediciones, 2011
Catorce retratos de mujer (con 14 ilustraciones del arquitecto Cis Lenaerts), Ibiza, Ediciones H. Jenniger, 2011
La tumba negra, (comentado por Francisco Aroca) Sevilla, Isla de Siltolá, 2011
Obra poética completa, Madrid, Siruela, 2011
Obra poética completa, México D.F., Fondo de Cultura Económica/Conaculta, 2011
Donde atisbé la luz (Antología, ed. de Martín Rodríguez-Gaona, Madrid, Verbum, 2018
Por sendero invisible (Selección y prólogo de José Luis Puerto, Sevilla, Renacimiento, 2018
Lumbres, Salamanca, Patrimonio Nacional y Universidad de Salamanca, 2019
En los prados sembrados de ojos, Madrid, Siruela, 2020
(*) Son otras las Antologías poéticas que se preparan sobre A.C., entre ellas, en Italia, la debida a Isabella Tomassetti; en Alemania, a Petra Strien, y en U.S.A., a Maria Fellie)
Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, Perú, 1962). Poeta peruano-español y profesor de la Universidad de Salamanca desde 1987. Fue secretario de la Cátedra de Poética Fray Luis de León de la Universidad Pontificia de Salamanca (entre 1992 y 1998), y es director, desde 1998, de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos, que organiza la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. Poemarios suyos publicados son: La voluntad enhechizada (2001); Madre Selva (2002); Ofrendas al tercer hijo de Amparo Bidon (2003); Pájaros bajo la piel del alma (2006); Hombres trabajando (2007); Cristo del Alma (2009); Estación de las tormentas (2009); Savia de las Antípodas (2009); Aquí hago justicia (2010); Cartografía de las revelaciones (2011); Margens de um mundo ou Mosaico Lusitano (2011); Prontuario de Infinito (2012); La piedra en la lengua (2013); Memorial de Tierraverde (2014); Los éxodos, los exilios (2015), El pie en el estribo (2016); Ante el mar, callé (2017) y Barro del Paraíso (2919). Su poesía ha sido parcialmente traducida a 50 idiomas y ha recibido, por el conjunto de su obra, el Premio Internacional de Poesía Vicente Gerbasi (Venezuela, 2009), el Premio Jorge Guillén de Poesía (España, 2012), el Premio Humberto Peregrino (Brasil, 2015), el premio Andrés Quintanilla Buey (España, 2017) y la Medalla Mihai Eminescu (Rumanía, 2017), entre otros.