Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, Perú, 1962)
Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, Perú, 1962)
LAS PÉRDIDAS
Estos años he perdido a tantos. Los heraldos
golpearon la puerta hasta abrirme de par en par con terribles
noticias. Orfebres del funeral fueron,
con taparrabos y vasos quebrados. Me acongojaron,
me trajeron neuralgias, dolores diferentes, aguas amargas,
huyentes narcóticos, timbales ensordeciéndome
los oídos.
Sé de besos desmayados, de fríos abrazos. Muertes con pies
sangrantes que no me dejan dormir. Muertes esquilando
con su inmensa rosa negra. Muertes
que simulan dar leche mientras preparan sus zarpas.
He perdido a tantos por destino o fatalidad. A veces la vida
era tan nueva que se iba en unos cuantos vagidos.
Otras ni mirto ni laurel: sólo coronas
de azafranes para quienes ya flotan por las noches
y vuelven hacia mí.
La muerte es adúltera y se calca en cualquier desolado carril.
No hay escapatoria a su escopeta, a su coscorrón
destructor remoloneando al margen de la ley. En los huesos
está el reloj, la carta de la muerte rutilante y agresiva.
Trueco algunas temporadas de fulgor. Alto precio a pagar
por yacer bajo otra luz del comienzo y del fin. La
muerte se carcajea de mí al tomarle por cierta
en vez de mandarle que salte al revés, quitándole su espinazo
infractor. Pongo el ojo abierto por los muertos
que me sostienen con su voz derramada en todas partes. He
sabido que sus huellas me pertenecen. Soy mitad de mí
mismo si no los pierdo para siempre.
Perder a tantos une simplemente, suma mundos
con todas sus sombras ya muy cerca de mí.
EL VIAJE OSCURO
Parecemos pájaros salidos de un sueño
que sujeta nuestras lenguas
por las entrañas de una urbe con su torre de luz
muerta hace tiempo,
aunque suene un violín en vano
mientras viajamos contemplando largamente
cómo es de agobiante el abordaje
de quienes a diario se empujan en los vagones
para no quedar a ras del hambre
y no zozobre su médula en el horror
de la desesperanza.
Si hermosa la ciudad por fuera,
sus adentros nos arrastran mordiendo nuestra
respiración que contradice la madrugada anónima
como voz de los desesperados
de un aprendizaje que no sabe clamar en francés
ante todo el mundo encima.
Buceamos en la oscuridad
y sobre nuestras cabezas vuelve a pasar
un ángel que nos rescata del percance. Oímos himnos
y campanas, como si Dios
obedeciera las oraciones sin edad que salen
de nuestras gargantas
cual salmos madrugadores
ante la suma de extravíos continuados: estamos
entristecidos
pero nos apremia el tiempo
y nos guía un grande sacrificio, una ofrenda
vigorosa que va de pueblo en pueblo
traspasando fronteras para que abran su boca
quienes la mantienen cerrada.
Maraña de rieles que chirrían al roce del acero,
pensamientos que resbalan por los párpados.
¿Tiene una forma la metamorfosis
que nos pesa en la carne? ¿Cayó algo de lluvia
allá por Chatelet?
Charcos y barro para los que transitan
bajo el sol opaco que algo clarea sus ajetreos.
Caminamos, pero no es el lugar.
Vuelta al vagón de cercanías porque las nueve
se pone boca arriba
y hay que exponer los éxodos, los exilios,
lo que está escrito o pintado en la memoria
y en las venas: rumbo exacto para trasquilar fatigas
cuando todo parece oscurecido
por los túneles que nosotros vamos viendo.
ÁNGEL CAÍDO
Éste ángel comió su propia voz por renegar
de la creación entera.
Quedó sin reino, entregado a la tristeza
de pastorear lobos en páramos que le aumentan la angustia
por no ser dueño ni de su propia muerte.
La locura de su boca le hizo empuñar el cuchillo
del error, perder la brújula
cuando pregonaba Exequias con su nombre postizo
y la venganza enfilada sobre sí mismo.
El cielo le llovió flechas durante madrugadas violetas.
Sus sueños pasaron de largo por una playa de sal infinita.
El horizonte fue mostrándole destierros donde
las gentes exhiben garfios que rasgan sus andrajos.
Cuando comenzó la caída
comenzó el crepúsculo infernal que derramó lava
de muchos siglos
sobre el ángel roto haciéndose momia una vez descuajado
de la órbita del cortejo.
Es voraz esta expiación del ángel que ya no disfruta
del encantamiento, privado de ceremonias
por una empuñadura de fuego que lo ha marcado
cual linaje de ocasos.
Un gigante sopló vidrios
que le reflejaban lo que había más allá.
Un escualo salido a la playa pareció repetir viejas
condenas.
Una alimaña lo empujó al foso de castigo
de donde nunca salieron sus plegarias.
Otra eternidad destiló brebajes perversos
para inducirle a nuevos errores, a vértigos de su silabario
incomparable.
¿Qué castigo convirtió en negras las alas
blanquísimas del ángel?
Él no recuerda aquel terrible arañazo que rajó su paladar
hasta hacerle sangrar un exceso de culpas
que no terminan de cicatrizar.
Adentro, sin luz, el ángel sólo puede estrujar oscuridades.
EL VINO DE LA ESPERANZA
Que no falte el vino
y surja por la otra cara del porvenir, goteando
sus milagros debajo de los párpados
o más acá del recuerdo que se revela memoria adentro,
cual sol levantándose en nosotros, en nuestro
paladar con todas las edades de la sed,
principio y final de un secreto al rojo, abierto
a la resurrección.
Cuídese la viña para que no falte el vino
que acompaña los días celebrantes o cuando debemos
cruzar hogueras de tristeza, como en esos momentos
que buscamos estar próximos a los ausentes.
Una copa de vino ayuda a las palabras polvorientas
y vence al que dicta sentencias: Vence
porque su raíz no tiene ataduras, salvo en los labios
de lo más amado.
Que no falte el vino en barricas encuevadas
para una historia que sucede en muchas partes: alguien
descorcha una botella y pacta la insistente señal
o la proclama de ofrenda colectiva bajo el cantar
de las apariciones.
El vino de los fondos alumbra alas amparadoras,
como ángeles del gozo y del miedo
presintiendo vuelos que no limita lo finito.
Hay una divinidad soplando adentro de la sangre
los mandamientos del instinto.
Hay un clamor ritual en el cuerpo de roble
donde el vino se oxigena.
Que no falte el vino
porque así nunca faltará la esperanza.
NOCHE TATUADA
Humanamente abierto al roce sacramental, ganado
para las alturas hasta confundirme en deseos profundos,
mis extremidades desfilan apresuradas, como pájaros
salvajes picoteando deleitoso fruto.
He traspasado las inmediaciones del sueño y la vigilia.
He saltado con todo el cuerpo para legislar plegarias
y silencios que dilaten formas exactas.
Vine con mi costumbre, con mi sumergida labranza
incontenible. A empujar tu inocencia vine,
a calcular las dádivas de tu vientre. A vestirme
con tu hermosura, a enjuagar la noche he venido,
alojando mi unidad primera en el surco abierto del amor.
¡Oh vastísima pasión a media altura, edifica el clima
donde triunfe la cálida lengua de los arpegios!
Así es, a rasgar la noche con luz que muscula más luz
abalanzada desde los ojos desplegados por un querer
que manotea de pronto mortales impaciencias
o palomas de veinte colores rozando el horizonte
alcanzable de esa mujer con patria que no tiene frío
porque su talle es dulce llama esbelta
donde se transfiguran los anhelos.
Entre colinas descanso los minutos
que enfrutecen la piel por cuya memoria se entreabren
las compuertas del paladear solamente dichas
en cascada, aromas verdaderos del alambique
que más enloquece.
Siente. Estoy avanzando.
Mi boca filtra tu alquimia que remonta todo mi yo
con los ojos cerrados, escarbando la sangre del armazón,
torciéndote en mil sentidos por el aposento blanco.
Abrazo morosamente y reconozco divinas deudas
cuando empieza el goce que me alcanza destilando sales,
preludio de las llamas del amor con nombre
de mujer izada no por mera casualidad.
Pedí el fuego y se me concedió en toda su totalidad.
Sólo soy el cuerpo que te contiene mientras crece
la noche y reaparecen milagros reconocibles
tomando posición.
¡Oh entusiasmo, guarda en tu puño firme
la contraseña
de este encarnado deleite!
AQUÍ ESTOY PARA VIVIR
Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene
MIGUEL HERNÁNDEZ
Porque sé que tu memoria quedó preñada de silencios
yo abro mi boca para no quedar pasmado
cuando otra vez los alacranes busquen nido este suelo.
Y porque yo te tengo como el hermano que antes
dejó caer sus lágrimas por el infierno de los suyos,
en mi sangre acumulo tu propia sed
y abro en surcos mi corazón mientras pueda, mientras
el árbol de la vida no sea cortado con ráfagas de plomo
o se utilice para hacer crucifixiones en la calle
o para envigarme los ojos con siglos zurcidos
utilizando el terrible hilo de la envidia.
Embadúrnome de esperanza, limpio manantial
donde deslavar el odio y aquellas heridas
que traspasan mi costado. Y despídome. Y levántome.
Y deténgome donde mi familia crece en una claridad
que no pisan las hienas; crece sobre un símbolo
más fuerte que el miedo o toda piel de cordero
erizada de revanchas.
Y aunque por tu cárcel voy a entristecerme
y aunque a tu sufrir yo vaya a consolar, debo seguir
cantando a la vida renegrida, hermosa a pesar de los tragos
amargos, de las estocadas o de las pústulas que manan
del hueso antiguo de Caín.
Ahora estás en mi corazón, vivo compañero antiguo,
hermano tan presente con tu puño
repleto de amor.
Repleto de amor quedo en tu pliego de testimonios
cuyos bordes rojos los repintó para siempre. Tampoco
hoy se perderá tu canción en los pedestales de mi tiempo,
en mis días desembarazados del luto inmenso,
de huérfanos y viudas junto a la cara destapada de los salvajes.
En mi tiempo no rompen las venas
pero debo estar con ojo de lince, atento al movimiento
de estatuas demacradas que cuestionan la equidad
en esta tierra. Y entre besos de descansada paz hay
que recordarle a la gente el bumerang de las adversidades,
la casa siete veces saqueada, el oxígeno insuficiente
y los cielos apagados donde sepultaron la memoria.
Despertándote lejos de los gusanos de la descomposición,
ahora estás en mi alma.
Ahora estás en mi alma y en la savia que baña la noche,
oh hermano caído en el sartén hirviente
de quienes buscaban derretir tus horizontes. ¡Deja
que también yo salude a Ramón y a Federico! ¡Deja
que sea yo quien pode tu llanto con nuevas leyes de amor!
De abrazar con ambas manos está hecha la amistad, de cavar
por las trincheras sin armisticio o cuando se abre el sepulcro
a la espera del prodigio. Tierra con tierra te acompaño
para heredar la semilla germinada, prolífica contraseña
dentro del cuerpo dulcemente mortal en tu plegaria
desnuda, tiritando hasta volverse infinita.
Menos lágrimas sobre la ardiente piedra tuya. Menos
lágrimas bajo el humus que abona nuevos sueños.
Entretanto, mis ojos ven cómo languidece este futuro
y cómo el hambre puede nuevamente aparecer.
El hambre puede nuevamente aparecer
si el odio es el pan que nos sostiene. En cualquier lugar
me estremece ver pobres niños con el cuerpo evaporado.
Si mi hijo no tuviera qué comer, yo cuestionaría
tal impiedad pidiendo exorcismo para todos. A veces
el hambre se adivina. No había nada para los tuyos, salvo
cebollas. Los dos parecían tristes.
Parecían tristes, pues triste es toda contienda voraceada
por dientes ojivales y bisturís que abren inocentes
carnalidades. Rebélate en el amor, rebélate en la palabra
hasta que se derrumbe la violencia y se pudran
los tambores de lata y los verdugos muertos ya estercolen
el chiquero de la bestia. Quien custodia la palabra
es porque ya caminó por su misterio. Quien vive
en amor es porque ya besó su fértil sementera.
Levemente viene el amor desde el más viejo de sus viajes
y nos arrastra sin moverse, y nos entra como agua
que bien humedece la tierra cuando llueve.
Sagrado es el amor a la palabra. Sagrada es la palabra
Amor si talla epitafios para todos los odios del mundo.
Talla epitafios para todos los odios del mundo con voz
de profeta de una tierra ardida y de un pueblo
que conoció sucias cuchilladas o copas rebalsadas de ceniza.
La sangre purificada tiene derecho a reinar
en el corazón de todos, sin blindajes que la embalsamen,
sin olvidar tus hechos de poeta mostrando
las horribles cicatrices.
Y vístete de pájaro, español de las Españas viejas y nuevas.
Así amansarás a los fantasmas rupestres cuyas iras
aún no ha pulverizado el tiempo.
Acelera el milagro,
porque
aquí, en mí, tú estás para vivir.
MIENTRAS TANTO
Mientras los inquisidores comprueban
que el hombre existe
y llena su zurrón de pérdidas y ganancias,
él sigue residiendo donde los relojes avanzan
con su derecho a no dar la última hora.
Quieren taparle la voz con las manos de la intriga,
mientras alzan sus copas color envidia
o perpetran postergaciones y panfletos;
pero el hombre sigue con su único menester:
sumar a sus crónicas las primicias
de indesmayables vuelos.
Así camina entre el aliento de las gentes,
apartando celos y malentendidos,
ofreciendo amor con las pestañas de sus ojos,
palabra a palabra dispuestas a perdonar
trampas de la ciudad pequeña.
Las ventanas de su corazón están abiertas.
Es cuestión de preferencias, de no huir del asombro,
de saber que el tiempo es dulce y mezquino:
así va sintiendo cómo la ciudad pequeña
va amarrándose al tallo envolvente de su espíritu.
Mientras se empeñan en dejarlo de lado,
queriendo evaporarlo con amargos
incendios viscerales, él destila buen humor,
ofrece de comer a los pájaros
y termina por creer que tantas zancadillas
sólo fueron sueño.
Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, Perú, 1962). Poeta y ensayista peruano-español, profesor de la Universidad de Salamanca desde 1987. Es coordinador, desde 1998, de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos, que organiza la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. Sus poemarios publicados son, entre otros: La voluntad enhechizada (2001); Madre Selva (2002); Hombres trabajando (2007); Cristo del Alma (2009); Savia de las Antípodas (2009); Cartografía de las revelaciones (2011); Prontuario de Infinito (2012); Memorial de Tierraverde (2014); Los éxodos, los exilios (2015), Ante el mar, callé (2017) o Barro del Paraíso (2019). Se han publicado seis libros de ensayos sobre su poesía, la cual ha sido parcialmente traducida a cincuenta idiomas. Ha recibido, por el conjunto de su obra, el Premio Internacional de Poesía Vicente Gerbasi (Venezuela, 2009), el Premio Jorge Guillén (España, 2012), el Premio Humberto Peregrino (Brasil, 2015) y la Medalla Mihai Eminescu (Rumanía, 2018), entre otros.
Felicitaciones, Alfredo, tus versos ya navegan a una y otra orilla de nuestro idioma. Especialmente me ha encantado ‘El viaje oscuro’. Gracias y bendiciones.
Magníficos poemas, amigo Alfredo. Saludos desde Chicago.
Tremendos poemas, de una calidad y una fuerza que nos deja conmovidos.
En Pérez Alencart hay un poeta-poeta, alejado de esos versos famélicos
a los que nos tienen acostumbrados la mayoría de versificadores.
Conmovedores y de una alta calidad resultan estos poemas de Alfredo Pérez Alencart.
Mi enhorabuena.
Alfredo, caro amigo, que maravilha de poesia! Parabéns por tudo. Desejo-lhe êxito, sucesso, Paz.