Poesía joven: Maribel Andrés Llamero (España)
DE "LA LENTITUD DEL LIBERTO"
(Maclein y Parker, Sevilla, 2018)
Oda al Centro Comercial
[...] en él el hombre pasa entre bosques de símbolos
que le observan con mirada familiar.
Charles Baudelaire
Los nuevos adalides erigieron catedrales
repitiendo hasta la náusea formas —y no espacios—
donde proclamar sus glorias
y alabanzas.
Dentro no existe la noche ni el día,
en los templos del consumo
los hermosos artificios, las imágenes lumínicas
sacuden, convulsionan al creyente
cuyas cuencas vacías entrevén
en peregrinación semanal la tierra prometida;
y se arrodillan y rezan al Saint Laurent,
cuya radiante distinción descienda sobre todos nosotros,
mortales.
Los elegantes lebreles adiestrados
ya reconocen cafeterías
y marcas clonadas por todo el planeta,
y eso les hace sentir
muy bien.
Las grandes cadenas repiten
a lo largo y ancho del globo
una misma música y un idéntico orden
de la vestimenta por tonalidades
que hace experimentar a sus clientes
una estabilidad estética feliz.
Caminemos por las grandes superficies
al amparo de los símbolos del Capital
para sentirnos en casa. Sus signos
son
lo reconocible, lo inmutable,
las raíces familiares.
Bienvenidos, recién nacidos, al hogar. Papá y mamá
son dos multinacionales.
Carabelas aéreas vuelven a atravesar los continentes
pero el Mundo Nuevo es el mismo en todas partes.
No podréis huir ya pequeños lebreles
de vuestra casa paterna
para crecer.
Ya no hay viaje posible
ni escapatoria
para vosotros,
eternos pasajeros
en la tierra
de las copias vacías.
Iluminación
Los profetas enseñaban:
En sus residuos
los reconoceréis.
Zahorí con antorcha
Murmuran por las calles que hay otra ciudad en París,
sucia, oscura, subterránea.
Un inframundo lejos de toda luminosidad.
Todos miran desde las esquinas las cloacas
y señalan.
Protegidos por sus antorchas los de dedo acusador
sólo ven los pasos que van dando.
Creen que la monstruosidad no les roza
porque no se observan saltar unos a otros
los harapos del mendigo.
Ellos, que caminan tan lejos de la luz
bajo faroles incandescentes,
que compran filamentos metálicos
de wolframio y de tungsteno
en equilibrio químico
porque tienen miedo
de sus propias tinieblas
y creyeron que la luz y el calor
podían venir de fuera
y ser artificiales.
Ellos respiran sin saber
que en los cables de alta tensión cada noche
mueren aves migratorias;
que forman parte como ningún otro de la cara oscura
del alma humana, que las alcantarillas
han ascendido a la superficie,
que hace tiempo que todos habitan
en la misma fosa afótica.
(Pueblo salvaje)
II.
Alzados ya los que han resistido
del suelo y erguidos,
es el paisaje joven en su boca:
detenidos escuchan los sonidos del mundo
antes de nombrarlo, están haciendo suyo
el universo y lo sostienen
como bardos con palabras nuevas,
con ritmos que cantan
la tierra que los contiene.
Ellas
cimarronas, cimarronas
amanecen con las entrañas empreñadas
de música y cálida flor de brezo
y muy dentro sienten
el peso y la textura de los verbos
que ya paren,
dando a luz con su aliento fecundo de cigarras
a los lotos y a las dalias,
a los pájaros de la bandada uno a uno,
iluminando el lugar
en el que todo comienza a resplandecer
bajo el nombre propio.
No quieren clasificar
la naturaleza ni trazar límites,
tratan de intuirla con el pulso
y la saliva.
Anhelan los bosques y, sin embargo,
no conocen la palabra jardín ni la comprenden.
No han oído y nunca sus fonemas formarán
atrio, santuario, púlpito, pila bautismal.
Les gusta decir eucalipto, secuoya, raíz
o zorzal
y contar
los prodigios de la policromía.
Con la sangre menos espesa
ya aprenden también a mirar.
Huelen y acarician la amapola
para descubrir la epifanía de invocarla,
de invocarse los unos a los otros
pausadamente.
No distinguen tampoco los pronombres
pero con la boca y los dedos van encontrando
sus nombres verdaderos,
y saben señalar al amor, cimarrones,
con el cuerpo,
y cuando anuncian «quiero»
se despiertan todos los fuegos.
Cama solo es donde yacen dos
que sueñan cuerpo a cuerpo bajo el firmamento.
Y a eso llaman
unidad
y en ella
son
indestructibles.
Maribel Andrés Llamero (Salamanca, 1984) realiza su tesis doctoral en Filología Hispánica en el ámbito del estudio del bilingüismo literario lusoespañol en la Universidad de Salamanca, donde además fue cuatro años becaria FPI. Licenciada también en Filología Portuguesa y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, trabaja como profesora asociada de literatura brasileña y portuguesa en la Universidad de Salamanca, al mismo tiempo que imparte clases de lengua y cultura españolas a extranjeros. La vida académica la ha llevado a vivir en París, Río de Janeiro, Buenos Aires y Lisboa. Como creadora ha representado piezas breves de dramaturgia y ha participado en recitales poéticos y antologías. En 2018 publicó su primer poemario, La lentitud del liberto (Ed. Maclein y Parker), y en 2019 ganó el XXXIV premio de poesía Hiperión con Autobús de Fermoselle (Ed. Hiperión).