Tradición oral alemana: El Diablo y la abuela. Cuento de los hermanos Grimm
La edición titulada Cuentos auténticos de los Hermanos Grimm que publica la editorial Edelvives consiste en una selección de dieciséis de esas viejas historias, tal y como fueron redactadas, sin los arreglos y edulcoraciones que les fueron hechos después para mitigar los posibles detalles crueles y violentos que se consideraron inapropiados para los niños
Luciano Pérez
EL DIABLO Y SU ABUELA
Jakob y Wilhelm Grimm
Traducción: Luciano Pérez
Hubo una gran guerra y el rey tenía muchos soldados, pero les pagaba poco, así que ellos no podían vivir. Tres de ellos se juntaron y planearon salirse del ejército. Uno de ellos dijo: “¡Si nos atrapan seremos ahorcados de inmediato! ¿Aún así queremos desertar?” Pero otro expresó esto: “¿Ven allá el gran trigal? Si nos escondemos ahí no nos hallará nadie. El ejército no va hacia ese lugar, y en la mañana se irá lejos”. Entonces se deslizaron los tres hacia el trigal para ocultarse, pero el ejército no se fue lejos, sino que permaneció en los alrededores. Llevaban ya escondidos dos días y dos noches en el trigal y ya tenían mucha hambre, y a lo mejor morirían así; y si salían, los atraparían para ahorcarlos, así que su muerte era de todos modos segura. Se lamentaron ellos: “De qué nos sirvió desertar, si vamos a morir miserablemente en este trigal”.
Entonces pasó un dragón volando por el aire y echando lumbre, y llegó ante ellos y les preguntó por qué se habían ocultado. Ellos respondieron: “Somos tres soldados, y hemos desertado porque nos pagan poco; ahora moriremos aquí de hambre, si nos quedamos, y si salimos seremos ahorcados”. El dragón les dijo: “Si me sirven a lo largo de siete años, yo los llevaré lejos del ejército, así que no podrán atraparlos”. Ellos le respondieron: “No tenemos alternativa y debemos aceptar”.
El dragón los tomó entre sus garras, y los condujo a través del aire lejos de donde estaba el ejército, y ya en un sitio distante los puso de nuevo en el suelo. El dragón no era otro que el Diablo mismo. Les dio a los desertores un látigo y les dijo: “Peguen con él en el aire, y les brotará dinero de manera prolongada. Podrán vivir como grandes señores, tener caballos y andar en carruajes. Pero al término de siete años, serán ustedes míos para siempre”. Puso ante ellos un libro, donde los tres tenían que firmar el acuerdo. Sin embargo, les dijo: “Si, una vez cumplido ese lapso, logran descifrar una adivinanza que les pondré, quedarán libres de mi poder”.
El dragón se fue y ellos viajaron por todo el mundo, con el látigo se llenaron de oro y vistieron como señores. Donde quiera que iban, vivían con lujo y señorío, conducidos por carruajes y caballos, comiendo y bebiendo de lo mejor; nunca, eso sí, le hicieron daño a nadie. El tiempo pasó rápido, y cuando los siete años llegaron a su fin, dos de los tres amigos estaban preocupados y angustiados, pero el tercero se encogió de hombros y les dijo: “Hermanos, no hay que temer, no caerá nuestra cabeza si desciframos la adivinanza”.
Fueron al campo y se sentaron ahí. Y se acercó una anciana, qué les preguntó a los dos afligidos por qué estaban así. Respondieron: “¡Ay! No importa lo que le digamos a usted, nada podrá hacer para ayudarnos”. Pero ella les dijo: “¿Quién sabe? A lo mejor sí. Confíenme sus preocupaciones”. Entonces le contaron cómo es que habían sido servidores del Diablo, lo rápido que pasaron los siete años acordados, en los que habían atesorado dinero como si fuera heno de tan abundante; y cómo es que prometieron dejarse llevar al infierno si no lograban resolver una adivinanza.
Una vez escuchado todo, la vieja dijo: “Hay manera de salvarlos. Dos de ustedes, los más tristes, se esconden en el bosque; el tercero, el tranquilo, corra adonde está un muro de piedra derruido, ahí hay una casita, métase ahí y recibirá la ayuda necesaria”. Los dos soldados desanimados pensaron: “Nada podrá salvarnos, y mientras permanecemos sentados, nuestro amigo se perderá en lo que encuentra la casita”. Pero el soldado optimista la halló y se metió, y dentro de ella estaba una mujer muy anciana, que era la abuela del Diablo, quien le preguntó de dónde venía y qué quería. Él le contó todo lo que había ocurrido, y una vez escuchado esto, ella dijo tener compasión de ellos y que los ayudaría. La anciana levantó una gran piedra del suelo, y había ahí un sótano, y le dijo al soldado: “Te escondes aquí abajo y podrás oír todo lo que se hable acá arriba, quédate quieto y no te delates; cuando el dragón llegue, le preguntaré cuál es la adivinanza que les hará, y cuando me la diga pon mucha atención a sus palabras”.
A las doce de la noche llegó el dragón y le pidió a su abuela su cena. Ella dispuso la mesa y le sirvió los alimentos, quedando él muy complacido; juntos, abuela y nieto, comieron y bebieron. Entonces platicaron, y fue cuando ella aprovechó para preguntarle cómo le había ido en este día, y cuántas almas había logrado atrapar. Él respondió: “Hoy no tuve mucha suerte, pero tengo a tres soldados, que seguramente son ya míos”. Ella le dijo: “Sí, tres soldados, eso es algo. Pero aún falta ver si son ya tuyos”. El Diablo, burlón, dijo: “Son completamente míos, pues les pondré una adivinanza a cada uno que ellos jamás acertarán en resolver”. Ella preguntó: “¿Cuál esa adivinanza?” Y su nieto contestó: “Eso te lo diré de inmediato. Es así: En el gran Mar del Norte hay un macaco muerto, el cual debe ser asado; de una ballena sus costillas habrán de convertirse en cucharas de plata; y de un viejo y hueco caballo de mar se hará un vaso para vino”.
Cuando el Diablo se fue a dormir, su vieja abuela levantó la piedra del sótano y salió de aquí el soldado. Ella le preguntó: “¿Te has enterado bien de todo?” Y él le dijo: “Sí, sé lo suficiente, y estaremos salvados”. Salió de la casa y se fue para encontrarse con sus dos compañeros. Les contó lo que el Diablo le había revelado a la abuela, la solución a la triple adivinanza. Se pusieron todos muy contentos, y agitaron el látigo, de donde salió más dinero, surgido de la tierra.
Y pues ya eran cumplidos exactamente los siete años, llegó el Diablo con el libro; señaló las firmas de ellos, y les dijo: “Quiero ya llevármelos a todos al infierno, están a tiempo para ser mi comida del día. Ahora va la adivinanza, contésteme el primero de ustedes qué es lo que debe ser asado, si responde bien queda libre, y si no, se pierde para siempre y me hace entrega del látigo que le di”. El primer soldado respondió: “En el gran Mar del Norte hay un macaco muerto, que será asado”. El diablo se quedó turbado al oír la respuesta correcta, y entonces le preguntó al segundo soldado: “¿De qué saldrán cucharas de plata?”, y éste contestó: “De las costillas de una ballena”. El Diablo hizo cara de asombro y gruñó; le preguntó al tercero: “¿Sabes tú, de dónde se hará un vaso de vino?”, y respondió: “De un viejo y hueco caballo de mar”. El Diablo dio un fuerte chillido y se fue, pues ya no tenía poder sobre los tres soldados. Y éstos agitaron sus respectivos látigos, hicieron brotar más dinero, tanto como quisieron, y vivieron satisfechos hasta el fin de sus días.
Luciano Pérez. Es originario de la Ciudad de México, nacido en 1956. Egresó de los talleres literarios del INBA, donde fue discípulo de los escritores Agustín Monsreal y Sergio Mondragón. De 1986 a 2006 laboró en la Subdirección de Acción Cultural del ISSSTE, primero como promotor de talleres literarios, y de 1989 a 1998 en la revista cultural del instituto, memoranda, donde fue secretario y luego jefe de redacción. De 2007 a 2012 estuvo en Ediciones Eón, como redactor y corrector, y después como editor en jefe. Desde 2013 se ha dedicado a traducir del alemán al español, tanto para la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, como para Editorial San Pablo.
Narrador, ensayista y poeta, ha publicado los siguientes libros: Cacería de hadas (1990), Cuentos fantásticos de la Ciudad de México (2002), y Antología de poetas de lengua alemana (2006). Actualmente es editor de la revista cultural en línea Ave Lamia, y aquí publica sus ensayos literarios, históricos y de cultura popular, además de cuentos de corte fantástico, así como también traducciones de autores alemanes.