Revisitar Estridentópolis: Cuórum. Por Rodrigo Renato Díaz Trujillo
Fotografía: De derecha a izquierda: Germán List Arzubide, Ramón Alva de la Canal, Manuel Maples Arce, Leopoldo Méndez y Arqueles Vela.
Alva de la Canal
Cuórum
Rodrigo Renato Díaz Trujillo
Escondidos en aquella oscuridad, de aquella medianoche, tres jóvenes esperaban el momento. «Es un acto suicida…», pensaba uno de ellos.
—De dónde Estridentismo, de ruidosos no tenemos nada, es más… ¡ni músicos somos! Deberíamos cambiar el nombre.
—No es sólo la música, es el ruido de las cosas, es el chirrido de las palabras cuando se rompen, qué no lo ves… los objetos de la ciudad también son estridentes.
El vigilante ubicado a medio metro de distancia de la charla, los acalló con un dedo. El ruido de varios zapatos chocando con el cemento, los silbatos y las sirenas, se escuchaban cada vez más lejos. Los tres jóvenes guardaron silencio, atemorizados por la incertidumbre del desenlace del suceso, se miraron con gesto dubitativo.
—¡Ahora, pronto! —gritó uno de ellos.
Porque el ímpetu de juventud es más grande que la turbación mental, de la sombra de esa calle con poca luz, tres bólidos salieron corriendo, e inmediatamente después tal gesto de incertidumbre se convirtió en un acto de complicidad. Comenzaron a pegar propaganda en las paredes de la prolongada avenida. Sincronizando movimientos, lograron abracar gran parte de los muros que tenían en la mira y deshacerse de buena cantidad del material que cargaban para la ocasión. Eventualmente, escucharon como el ruido de los zapatos, que corrían dispersos, se intensificaba de nuevo. Cuando oyeron un silbato lo bastante cerca y algunas vituperaciones, sabían que nuevamente eran parte de una persecución.
—¡Asegura el de la esquina! —espetó Manuel.
De la mano de Salvador, Germán recibía una brocha con el engrudo casero que había preparado. Con prontitud, restregó la lámina de papel con tan peculiar pegamento viscoso, de manera tan extensa, que no le quedará duda de que había sido fijada a la pared. De reojo, mientras corría para alcanzar a sus compañeros que le adelantaban ya cierta ventaja, alcanzó a leer: ACTUAL No.1. Con toda la fuerza que les entregaron sus piernas, lograron escabullirse entre vecindades y locales cerrados, para rencontrarse sobre la calle de Moneda, según lo acordado. Una vez reunidos de nuevo, terminaron la travesía en la casa de Manuel y se relajaron con un par de tragos. Al despedirse, confirmaron la cita del jueves próximo.
Al llegar a su casa, Germán, acelerado aún por la travesía y los acontecimientos sucedidos, tomó asiento frente a una pequeña mesa de madera, y con las venas aguardientosas que aún le burbujeaban, cogió una hoja, además de un utensilio de escritura, y remojando la punta en el tintero escribió las primeras líneas: MANIFIESTO ESTRIDENTISTA, NÚMERO 2. En ningún momento sintió la carga del tiempo o el cansancio, luego de escribir el punto final, poco antes de abandonar el asiento, un impulso lo mantuvo un instante más. Impertérrito y meditabundo, permaneció unos segundos… Finalmente escribió:
«¡VIVA EL MOLE DE GUAJOLOTE!»
La reunión del jueves por la tarde se llevó a cabo entre júbilos y felicitaciones, todos conocían ya el alcance y la provocación que había conseguido la HOJA DE VANGUADIA. El Comprimido Estridentista estaba dando de qué hablar, lo leyeron en los periódicos y lo escucharon en la radio de la ciudad; aquellas noticias eran combustible y aliciente para su labor.
—Ya llego Fermín —se escuchó una voz.
A Fermín, el más reciente miembro Estridentista y decimo faltante de aquella tertulia, le había tocado novatada, tenía que volantear en la calle y en lugares de arte para difundir el Manifiesto, antes de arribar al lugar de encuentro.
La voz de Manuel imperó y propició el silencio de entre todos, como anfitrión tomo su lugar de moderador. Para iniciar, reiteró el gusto por la atención que le habían otorgado los medios al Actual número 1, además de agradecer la participación de todos los ahí convocados. «El impacto es grande, pero es necesario continuar» —mencionó y dio avance a la sesión:
—Hoy nuestro querido compañero Germán ha solicitado cuórum, escuchemos lo que tiene que decir. Pido atentamente que cualquier intervención sea requerida al final, para evitar distracciones de su lectura —tomando asiento, Manuel otorgó el turno a Germán.
—Gracias.
—¡Máscaras! —gritó Cueto.
Germán comenzó a leer lo que había escrito dos noches atrás, una redacción breve, pero de estruendosa fuerza. Al finalizar su lectura, fue Fermín quien irrumpió el ambiente de una sola voz.
—Un momento, «¿viva el mole de guajolote?». ¿Eso no es hacer alusión a un elemento muy poderoso y representativo de la mexicanidad? Suena a historicismo y na-cio-na-lis-mo.
Con cierto aire de aprobación y duda, Ramón continuó:
—Es verdad. ¿Qué acaso no se trata de apartarnos de los movimientos nacionalistas que pululan? Algo que con frecuencia hemos comentado reunión tras reunión: dejar de ser nacionalistas y olvidar toda retrospección, toda burguesía cultural, ¿no es quizá así?
La turbulencia de las voces empezó a nacer, como cascada de murmullos que desembocan en la vivacidad sonora de un río, pasaron del silencio al susurro, y del susurro a ser megáfonos desbocados. Salvador intervino para asentar el nacimiento de ese río de voces:
—¡Germán!, explícate por favor. Al parecer tienen un punto importante.
—Compañeros —continuó Germán—, cierto es, escrito está que no debemos hacer ni futurismo, ni retrospección. Pero dicho está también: hay que crear una nueva sintaxis de las cosas. Y para construir eso, tenemos que visitar los fantasmas del pasado y de los dioses que hemos matado —Germán extendió su mano con la que sostenía una impresión del Actual No. 1, la acercó a Manuel, y señalando el contenido requirió de su ayuda—, por favor.
Tomando la copia y poniéndose de pie, Manuel leyó en voz alta el texto indicado por Germán. A pesar de ya conocerlo, todos escucharon con atención el fragmento:
«Ya nada de creacionismo, dadaismo, paroxismo, expresionismo, sintetismo, imaginismo, suprematismo, cubismo, orfismo, etcétera, etcétera, de “ismos” más o menos teorizados y eficientes. Hagamos una síntesis quinta-esencial y depuradora de todas las tendencias florecidas en el plano máximo de nuestra moderna exaltación iluminada y epatante, no por un falso deseo conciliatorio, –sincretismo–, sino por una rigurosa convicción estética y de urgencia espiritual. No se trata de reunir medios prismales, básicamente antisímicos, para hacerlos fermentar, equivocadamente, en vasos de etiqueta fraternal, sino, tendencias insíticamente orgánicas, de fácil adaptación recíproca, que resolviendo todas ecuaciones del actual problema técnico, tan sinuoso y complicado, ilumine nuestro deseo maravilloso de totalizar las emociones interiores y sugestiones sensoriales en forma multánime y poliédrica».
—¡Escuchen! ¡Lo ven! No es historicismo, ni nacionalismo lo que he escrito. Es la ruptura sintáctica de un elemento de frecuente uso culinario. Además, junto con el rompimiento sonoro que el enunciado implica para el común uso literario, se encuentra también el atentado a las buenas costumbres de la burguesía rastacuera. «Defender el estridentismo es defender nuestra vergüenza intelectual». El mole ya no es comida exclusiva de monjes selectos. Lo encontramos en las reuniones más comunes, en los mercados, en las calles; es un platillo con un nuevo significado popular para nuestros días, no como aquellos banquetes de lujo burgués. Y que mejor manera de dar una estocada de muerte a la tradición, que dislocando el sentido más puro de este guiso. Porque, si de moles se trata, no hay mayor delicia culinaria en una cocina mexicana, que la de su preparación más ancestral: la del mole con guajolote.
—«Todo arte, para serlo de verdad, debe recoger la gráfica emocional del momento presente» —agregó Salvador.
—Buen punto Salvador —prosiguió Germán—, no es su antigüedad lo que lo convierte en estridentista, no es su tradición. El mole es mezcla, variedad, un nuevo alimento que surge después de haber combinado una plétora de ingredientes, síntesis de chiles y especias. Es mestizaje gastronómico. Y como tal, compañeros estridentes, buscamos la fuerza de nuestra convivencia con el mundo presente, nuevos significados, sintaxis y síntesis de nuestros días. Somos hijos bastardos de una conquista y engendraremos hijos bastardos, no queremos sangre pura.
Manuel interrumpió dirigiéndose a todos:
—Debemos tomar en cuenta lo siguiente: «Las cosas no tienen valor intrínseco posible, y su equivalencia poética, florece en sus relaciones y coordinaciones». Desnuquemos los «swichs» del lenguaje.
—Las palabras, los sucesos, podemos pincharlos desde su literalidad —retomó Germán el discurso—, o desde los espectros que van dejando en su andar. Hay campos electromagnéticos, en los objetos del mundo, en la historia misma. Estos campos recogen el eco de los entes y su paso por la vida; y a pesar de ello, no son el objeto mismo. Es preciso trabajemos ahí compañeros, con esa radiación que dejan los hechos, porque ese es el campo de juego de la genealogía y el campo de batalla donde el Estridentismo debe tomar su fuerza. Los significados son rígidos, pues ya operan de manera específica, sin embargo, sus fantasmas son suaves y maleables.
» Dicho lo anterior, no tengo nada que agregar, he aquí mis palabras.
Manuel retomó su papel de moderador. Exhortó a que la postura de Germán fuera considerada y aceptada junto con su manifiesto, como parte del movimiento. Tras un largo silencio, vino la aprobación colectiva, y Manuel se dispuso a cerrar la sesión de esa tarde.
—Si no hay más pronunciación alguna, así como tampoco objeción al respecto, procedamos a las firmas.
«Es un acto suicida… —pensó Manuel en la inmediación del silencio y frente al Manifiesto No. 2 firmado—, ¿estamos construyendo las paredes de nuestra propia tumba? No tenemos garantía de que el presente de las máquinas que nos acontece permanezca, nuestra labor se muestra fugaz, tal cual acto de muerte. Cuando los aparatos se vuelvan inservibles, dejaremos de estar en la vanguardia, quedaremos sepultados junto a los artefactos obsoletos. Qué será de nuestra voz. Sobre qué escribiremos. ¿Acaso estamos construyendo nuestra no identidad?, ¿acaso esta labor no tiene sentido?». Bebiendo su última taza de café del día, con el Manifiesto en mano, Manuel susurró:
—Cuando los días avancen, y nuestro presente se haya diluido, seremos fantasmas de otras generaciones.
Rodrigo Renato Díaz Trujillo. Nació en la Ciudad de México, en el año de 1978. Ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde cursó la carrera de Filosofía. Ha realizado trabajos de apoyo en la revisión y elaboración de panfletos, guías y manuales de estudio, para alumnos que preparan su examen de ingreso a nivel medio y superior, además de trabajos de escritura y corrección de textos; principalmente para medios independientes. En el ámbito de la poesía ha publicado en Tierra Baldía, Revista de literatura de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.