Puerta del Sol, un día cualquiera. Por Elik G. Troconis
Puerta del Sol, un día cualquiera
Elik G. Troconis
—¡Pé-peroni! —grita Mario con efusividad tan pronto como ve a un joven acercarse.
Mueve la mano de un lado al otro, salta de forma graciosa y le hace señas para que se acerque a tomarse una foto con él. Tan pronto como capta la atención de su presa, Luigi corre hasta ellos desde el otro lado de la plaza para posar a su lado. Los papás del muchacho sacan el celular y disparan varias veces para fotografiar a su hijo al lado de Mario y Luigi con la estatua ecuestre de Carlos III en la Puerta del Sol como fondo. Los señores pintan sonrisas tan grandes que parece que saldrán de su cara. Después, con el mismo movimiento con el que el padre guarda el teléfono, saca unas cuantas monedas, cuyo valor real le cuesta trabajo calcular por la conversión de divisas que debe realizar mentalmente. Presionado por la mirada italiana, extiende cuanto encuentra, musita una palabra de agradecimiento y se aleja feliz con su familia.
Mario regresa al acecho de quienes pasean por la capital española. Ha aprendido a identificar a los clientes potenciales desde la distancia. Cualquier familia con un niño pequeño es un blanco fácil. A ellos sólo tiene que saludarlos sostenidamente; sin mucho esfuerzo, logra que sus ojos se conviertan en soles de ilusión y que sus manos tiren de sus padres hasta que éstos accedan a dejarlos correr hacia su ídolo. De vez en cuando, también aprovecha para acercarse a una muchacha que le resulte linda. La sigue por detrás hasta que ella se percata de su presencia y comienza a reír. Entonces, con nada más que movimientos de las manos, incita a las amigas que la acompañan a tomar la foto. Directo a Instagram. Mario la toma bien de la cintura, a veces un poco más abajo, aunque el grosor de los guantes no le permita percibir ninguna textura.
—¡Pé-peroni! —repite.
Luigi deambula por otros rincones de la plaza, encontrándose con Chucky y Freddie Krugger, quienes recorren el mismo espacio, mudos, tan sólo mirando fijamente a las personas y, de vez en cuando, irrumpen en alguna conversación desde atrás para causar un susto.
Más tarde, Mario y Luigi hacen el performance del día: comienzan a jugar futbol. Corren con soltura y dominan el balón como verdaderos expertos. Alrededor sólo los turistas se fijan; los pobladores habituales de la explanada ya conocen el espectáculo. Los guías de turismo los odian por acaparar la atención de sus clientes que en este punto ya no se interesan por la historia de la Real Casa de Correos.
En la Puerta del Sol, el astro va de un lado del horizonte al otro. Cuando la luz se desvanece, Mario y Luigi se miran y, tras un movimiento de cabeza, deciden abandonar la plaza. Caminan lado a lado por la Calle Mayor. Pasan por su estética favorita de Madrid, donde una morena que todos los días usa un brasier push-up invita a pasar a los clientes con la sonrisa de sus pechos.
—¡Pé-peroni! —exclama Mario por última vez hoy.
Luego de un par de camiones y un buen rato andando, llegan a un edificio a las afueras de la ciudad. Tan pronto como cierran la puerta de su piso de 30 metros cuadrados, Mohamed y Karim se quitan la botarga y la arrojan adonde caiga. Toman una cerveza Mahou del refrigerador y se disponen a dormir para mañana enfrentar otro día más.
Elik G. Troconis (Ciudad de México, 1995) es historiador por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde fue uno de los fundadores de la revista Laberintos. Es autor de las novelas Asesino por religión (finalista del Premio Letras Nuevas de Planeta) y La conquista de la tecnología. Actualmente estudia el posgrado en Escritura creativa de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Su columna “Esencia humana” se publica todas las semanas en Infoactualidad, el diario de la UCM. El texto que aquí presentamos fue publicado por primera vez en dicho medio el 12 de octubre de 2018.