ODI ET AMO -Autologismos narrativos-. María Calle Bajo (Plasencia, España)
ODI ET AMO
-Autologismos narrativos-
María Calle Bajo (Plasencia, España)
I.- EPÍLOGO ‘FINAL’
II.- SIN TON NI SON…
III.- In fieri…
IV.- El séptimo día…
V.- Aroma aletargado
VI.- El aprendizaje mutuo
ODI ET AMO
-Autologismos narrativos-
«Aurora lucis rutilat, caelum laudibus intonat,
mundus exultans iubilat, gemens infernus ululat.»[1]
I
EPÍLOGO ‘FINAL’
Me ha costado reconocer a ese muchacho que habita al otro lado de la buhardilla. No es que dé golpecitos para llamar mi hospitalaria vecindad, es que sin duda alguna sabe que estoy atento a aquellos rasgos que puedan perturbar mi sosiego por descubrir qué carajo está haciendo… Es un gran acróbata del enigma, todo lo que construye está guarnecido por el entusiasmo de un jovial orate. Qué manera de embaucar mis prisas por codiciar todo el tesoro que sucumbe a mis delirios.
Y bien, llegados a este punto, trataré de descarnar el asunto de mi intriga por reconocer esa silueta apaciblemente furibunda que apuntala las horas contiguas a este lado de mi estancia… Trazo así, cómo debe ser su cobijo, que a mi parecer, estaba diseñado por inevitables edades de la eternidad. Por su ventana, la cual abre vespertinamente día sí, día también, salen manos llenas de disimulo y estrategias para el artificio. Yo, mientras, cuento los dedos que imagino, puntualizo si son uñas postizas, las limo con mi incordio y caprichosamente diseño los brazos junto a las manos por verlas aplaudir… Y justo en ese momento, se difumina la narración en otra secuencia con la que no contaba, son los denominados periodos de latencia expiatoria que me desvelan por continuar con sus pensamientos. ¿Serán ficciones sobre mí mismo?... Es la frecuencia que se agrava entre la complicidad de mi desconfianza o de mi posible apetencia. Cuando pienso en que soy yo quien está al otro lado de la bohardilla, es que todo lo urdido me sirve para alcanzar el cobijo del tiempo que me falta. ¿Serán acaso los años una fábula de lo prescindible? No he aprehendido todavía a decir la verdad del suceso, pero aún quedan tantos bártulos en la trastienda...
II
SIN TON NI SON…
¿No ves que estoy tratando de salir del embudo? Son si acaso los pensamientos que detecté mientras secaba su cabello, la imaginaba apremiando una conversación con cualquier sujeto lleno de rencor. Ese podría ser un buen comienzo para liberarse, pensé… Porque todo en su justa medida empieza por desatarse por la parte de menor argucia, esto quiere decir, por donde todavía no está atorada la causa, por lo menudo, por la trasera del valor. Entre bambalinas se disimula mejor, eso sí, siempre que se sea un cínico descarado. No haces mal en pensar qué tipo de acciones podría tomar ante un relato que tú también experimentas… Pero las inferencias siempre las anula la realidad ‘circundante’, la que goza de mayor hospitalidad, sobre todo para aquellos quienes pensamos que sin salir de ella, hemos vuelto. A veces nos vamos sin despedirnos de nuestro criterio, esos impulsos refractarios que acontecen en suspensivos… Comienza un intervalo dentro de otro intervalo mudo y la distancia entre sí la distorsiona el intervalo con el que tropieza la necedad.
No vamos ahora a andar de puntillas con el látigo del pudor, solo por reconocer que quien se creía grande y en edad de merecer, está pequeño y se desconoce. En grupo están los que se mimetizan para no percibir muestras de crecimiento, son escurridizos, pero alarmantes. Mas si el líder que comanda la “manada” ilusoria no está presente, entonces los camaleónicos sujetos implumes muestran un desaforado linaje de egocentrismo superlativo. También tienen derecho a espantar a las bandadas de aves que nunca percibieron. Cuándo, cómo, dónde y por qué usurpar la personalidad que no les pertenece… no crean que no supone un ejercicio centrípeto de madurez, así parece que se oculta la verdadera causa de atropellarse en la miseria de un ser despoblado de perlas, entiéndase como criterio. Nada más caprichoso que imaginar la prolongación que dicho alcance supone entre un acuerdo autológico, mecido por la falta de sensatez, y la inexistente pericia de la cordura, siendo esta a veces tan descaradamente ingrata…
III
In fieri…
Yo era el agua, tuve que reconocerme entre aquellos fértiles imprevistos. Yo era el agua desde que comenzó el relato. Propuse un juego. Diseñé crónicas detalladas. Parecía la narración de hechos ilimitados a los que se les podía conferir diálogo y dinamismo. Semejanzas y sospechas. Tal vez implementar un lector de sagaz intención retórica, cuyas argucias interpretativas queden en potestad de muy pocos. Yo era el agua, relataba aquellas metáforas, pero también mantenía la elipsis de forma un tanto arbitraria. No era muy disciplinado por entonces, llegaban momentos de insólita soberbia, hasta el punto abortivo en el que se pellizcaban los propios personajes con efectiva saña; se gritaban, se desatendían, incluso llegaban a inquirirme, sí ¡llegaban a inquirirme a mí!... ¡Qué despropósito! Pero yo era el agua, y siendo el agua, era yo mismo y nadie más que yo quien debía presentar y manejar a mi antojo a los personajes; eso sí, siempre interpolaré por la seguridad in extremis de cada uno de ellos, a pesar de ese victimismo que se traen por no ofrecerles el papel que quieren desempeñar, el principal… se afanan en sospechar del protagonismo de los demás... Se creen estrellas sin formación previa, muestran puntualmente lucidez en alguna que otra escena y por si fuera poco, algunas de las interacciones entre ellos, por momentos deja de estar al alcance de la tinta… Como digo, propuse un juego para que de alguna manera fueran interpretando más de un papel, así, si se ponían en el lugar del otro, afrontarían mejor las críticas que no me permiten reiterarles, bueno sí, solo si les pongo en el menú su postre favorito: arroz con leche con su insustituible aroma de canela… Se muestran tan apacibles en esas secuencias…
Mientras yo sea el agua, los acontecimientos los rijo yo. Para alguna de las escenas propuse: «Será una buena jaca; lustroso pelaje, cuadratura en la jeta, voluptuosa y salvaje. En su frente llevará un rosario…», proseguí: «El interlocutor podrá llevar zapatos de charol, solo hasta la cuadra...», alardeé y continué: «Antes de salir y entrar del cobertizo debe mirar bien rígido al cielo, a ver si alzando los ojos caen los suspiros del alba…», (ni un murmullo por entonces) «La jaca tendrá un nombre, pero no puede desvelarse hasta que relinche. Y entre el narrador y yo, solo lo hará cuando el domador no esté presente…». Entonces, mi voz radiante imperaba ante cualquier sugerencia que no se alcanzó a pronunciar y a continuación expuse con altanería y diligencia: «El primer capítulo comenzará por el final, para no dilatar el tiempo de la intriga. Así, el contrariado lector pondrá remedio por terminar donde uno termina, bestia posesa del frenesí, siempre que quiere llegar al final con tremenda prisa, será la palma de su mano la que lo atestigüe, no se hable más…». Y proseguí entonando con ávido dinamismo la estructura argumentativa: «también podrán venir los personajes a ver el suceso; lo que pasó con la jaca en el establo; quién retozaba sin ropa en aquel pajizo montículo; qué número calzaba el actor de los zapatitos de charol, sí, también si eran acordonados o llevaban borlas despeinadas; sin olvidar el agua que caía del cielo dentro de sus ojos cuando alzó la vista al desatendido cielo…». Incluso, les maticé: «alguien encontrará el rosario», ya se sabe, les dije: «en descripciones relativas a las caballerizas, no todo va a ser contra natura»… Yo solo era el agua, los demás solo bailan al son de mis palabras…
IV
El séptimo día…
Ya lisiado, puso todos los días en orden. Las raíces en la tierra. Los cielos sobre la noche. Sacó la luz de una esfera y el atardecer se lo puso en las rodillas. Así quedaba dividido su cuerpo en tres cuartas partes; las otras tres para el anochecer, para el amanecer y para desaparecer. Cuenta la leyenda que tenía suficiente con armar dos cuerpos contiguos, el de sol y el de plata. Fundiría a ambos en azuzadas secuencias. Todo este escenario servía de dificultosa proyección para un kamishibai heredado. La potencia partía de lo temerario. Se trataba de amedrentar al público, que por ese entonces los asistentes solo creían en sus fantasmas. Nada de mitos ni ficciones cavernarias que se erigieran con total autonomía de sus propias creencias mecidas por la lealtad de la estulticia. No, sus fantasmas no iban a desplazarse por nuevos dogmas, ni aunque la verosimilitud de los hechos se conjugara como pretexto para combatir la risa de las piedras o de los desolados alacranes convivientes bajo ellas. Las gentes acudían entre víboras a desmentir extralingüísticamente las patrañas que trataba de montarles el dichoso mago y dueño de ese escenario de madera oriental. Pero, tal y como se aborda en el relato, el burlador no sabía mentir; bien fuere por la trascendencia de sus convicciones, o bien por el consensuado tono prosódico y hechizante, o bien por las hilarantes dotes de divulgación acaecidas durante la transmisión del relato… El cual venía a propugnarse tal y como se había difundido; a su vez, tal y como lo imaginaba; pero también, tal y como se lo habían contado; incluso tal y como había sucedido… Y así hasta remontarse al origen del universo. Aunque, en realidad, el argumento definitivo siempre era tal y como lo había interpretado el nigromante dentro de su escafandra ficcional. El damnificado, entre la algarabía y el traqueteo de aquellos aficionados desalentados, se puso en pie, como era de costumbre, hizo unas reverencias de gratitud con gesto contrariado, silbó débilmente mientras cerraba las portillas de su minúsculo bastidor teatral y, finalmente, partió a deshora con un cúmulo de jugosos y nuevos disparates. El apocalipsis se precipitó entre aguijones, todo acababa de comenzar…
Se cierra el telón.
V
Aroma aletargado…
La esperaba cada tarde en el mismo Café. Excepto los sábados y domingos que llegaba tarde a su encuentro… Ese par de días descuidaba mi inquietud por verla. Acaso porque la compañía de esos días parejos no coincidía con los de entre la semana.
La primera vez que anoté su voz en mi agenda llevaba el cabello trenzado. Su vestido era la piel del limbo. Sus palabras caían en mi oído dócilmente como en una madrugada desecha. El propósito de los segundos se disminuía por mantener la inercia de la manija que encabeza la expedición. La esfera del tiempo no era más que un reloj de agua marina, donde solo podía remar un marinero en la arena oculta del mar.
La sonrisa que traía era inquietamente tenue y sus ojos estaban posesos por el mismísimo dios de la persuasión. Me sirvieron mis bocetos para recrearme en ellos el resto de las horas en las que no contaba con la presencia de su silueta; tan fulminante, tan perversa y mimosamente engarzada al carboncillo de mi memoria…
Tomaba café con leche, como yo, sin azucarillos.
Los labios ligeramente posados en el borde de la fina porcelana. Escuchaba mientras los demás no tenían nada que decir, ignorando todo aquello que ella pensaba. Los espejos, discretos aliados, eran la clave para alcanzar la perfección de miras. La proyección de mi atracción se reflejaba perpendicularmente en varios esquemas corpóreamente enriquecidos y estructuralmente organizados por mi selvática pulsión, la fórmula creaba un cuadrilátero perfecto con el cristal de los cuadros direccionados en la tangente de nuestra callada cercanía. Tan íntima la escena del reflejo, tan nuestra...
No tuve todo el valor para sentarme junto a ella. Las notas que dejaba en esta mesita de nogal están manchadas de café. Las prensaba con sus labios de seda. Aún las conservo. Aún está mi iris sonriendo.
Hoy, cuando me vaya de aquí, procuraré que sea antes de que se hayan marchado. Las horas van a la inversa en ese retrato vivo, en ese simulacro, en ese reflector inclinado de la pared al que llaman espejo. La luz ya es vespertina. El aroma de su belleza se disuelve en el fin de semana. No soporto que me vea con otra que no sea ella…
Viernes furtivo.
VI
El aprendizaje mutuo
Su presencia me enseñó lo que era el ruido de las palabras, las interjecciones de la inconsciencia, las onomatopeyas de la incertidumbre, lo tormentoso del ser y la apariencia de la ingenuidad más mimosamente complaciente. Por entonces yo acababa de cumplir la mayoría de edad, recuerdo que pude examinarme de la parte teórica del código de circulación con óptimos resultados... Tardes de estival murmullo en plenitud de luminosa y agitada personalidad, una muchacha esbelta y lozana atenta a la primera luz del día que despuntaba el alba desde el mirador de la pequeña ciudad y a los marchitos gestos de la población bastamente ensordecida. Las callejuelas que acortaban el camino para llegar a ese otro punto de encuentro entre los colegas no pasaban desapercibidos para mí, sobre todo por las señas del paso del tiempo, caducas para quienes nunca notaron o mostraron interés por su existencia, por otra parte, tan llamativas y encriptadas señas de identidad en las se centraba minuciosamente mi atención, no en tanto por su material y ubicación, que también, dicho sea de paso, sino por el momento, la causa y el objetivo de realizarlo, sobre todo, por el olvidado artífice que llevó a cabo la trascendencia de un motivo, una causa, una justificación para marcar con su huella un lugar habitable o habitado dispuesto a perdurar en el tiempo en convivencia con la invadida naturaleza, sin que ello solo suponga un único e implacable reconocimiento historiográfico. Los adoquines del pavimento que conducen a todas partes, las farolas, los buzones, las papeleras, los arcos y pasarelas de piedra arenisca con cierta floración intercalada, los jardines diestramente impostados con sus arbustos perfilados acordonando las esculturas broncíneas durante el día y ensombreciéndolas en argento oculto durante la noche. Sin embargo, las hermosas y escasas fuentes de la ciudad ponían el tinte melódico para acompañar el crotoro de las cigüeñas alcanzando la cúspide de los campanarios en sus afanosos nidos junto con el piar vespertino de los ensordecedores e inquietantes estorninos y de algún tímido badajo repiqueteando en la copa metálica catedralicia que asomaba distante, como un aullido subterráneo del tópico filosófico clásico memento mori… Todo aquel vergel de jovial percepción discurría entre la materia intangible del pensamiento, mas lustrosa de significados… A lo que se iban sumando los años, intervalo a intervalo, la destreza visual para focalizar los estímulos que carecen del sonido del recuerdo si se lleva consigo un metrónomo de su descompasado tempo vital… Y con ellos se acrecentaron y sumaron las experiencias, junto con el desconocimiento la curiosidad, y con ellos el descubrimiento de otros puntos de vista, de otros inquietantes pensamientos y directrices contrariadas e inquisidoras, y con ello, renacía una mirada abierta y risueña a nuevos cromatismos, tonalidades y silencios imperceptibles para la monocromática y cerrada visión de la supremacía impuesta, resultado del renacimiento de una mirada desconfiada y desafiante. Sí, los años pasaban de par en par, la mirada se posa en la mirada de otro ser capaz de descubrirte desde donde nadie te alcanzaba a ver. Allá donde los ojos convergen por primera vez… Pisar entonces, aquellas huellas del tiempo, las invisibles hormas de nuestros ancestros, formular las mismas sombras de espaldas al astro soberano, agolpar las imágenes que se sucedían en ese momento, en ese preciso intervalo, como fotogramas que escapan de esa velada cuadratura; girar los esquinazos del eco nocturno entre el atropellado tropiezo con una luna famélica y desorientada, entre transeúntes que endosaban una enmudecida conciencia social, todo aquel itinerario del pasado, ya se pretendía en la compañía de otra voz, como una abrupta llamarada interior que por momentos flamea la garganta para gritar sin eco aquel vago reflejo en el agua dulce de un exacerbado narcisismo inmanente a la inmutable saciedad del ser...
Por entonces… recuerdo que subíamos los peldaños del pasado de dos en dos, lo mismo que harían otras generaciones que están por nacer; charlábamos con hippies que habían perdido los dientes por falta de calcio en su dieta y por alguna que otra batalla musical entre alaridos, al tiempo que nos compartían sus vivencias en un relato cargado de carcajadas, nos hacían partícipes de sus hazañas con el hipnótico manejo del cuero, con una imbatible destreza y habilidad propia de manuales; conocimos a niños de etnia gitana que llevaban un gallo de pelea como mascota y sonreían sin importarles ir descalzos y disfrutaban con la sonrisa recíproca que les dedicábamos por su innata gracia y desparpajo; los adolescentes bereberes, un tiempo atrás, habían alcanzado la Península, aquel prometido térreo paraíso, agazapados a las vísceras de un camión... Así presumía yo de mi ignorancia y del tiempo invertebrado en el día a día de mi juventud dichosa, pasar de esa niñez bucólica, y aparentemente ralentizada, a la abrupta madurez autológica en simultáneo galope con la adolescencia. Cruzarme con senderos de vidas opuestas y tangencialmente paralelas a la mía, desde una mirada acomodadamente cristalina y de superlativa estulticia aventajada... Un espejo de arena movediza que reflejaba la desfigurada silueta de la realidad.
Sí, las ciudades pierden la memoria humana que hay detrás de cada rincón, de cada desatendido escenario, así como el símbolo y representación de algo que fue contemporáneo para otros. Hay esculturas vivas que perecen en bancos de forja en el presente de todos. Detrás de ellas hay una raíz que retoma las cicatrices de nuestros antepasados, tal vez, de nuestra incapacidad para comprender que el trayecto que otros emprendieron y recorrieron no fue en vano y que mañana puede ser la bifurcación de un injerto... Cuando caminar por los callejones sin salida es la única opción para algunos, otros conducen por amplias avenidas, sin detenerse en la efervescencia del recorrido, aquel paseo que se promete efímero, donde antes o después terminará la pugna, tanto de la lucha por la codicia, como de la lucha por la salvación. Dos caras en una misma moneda. La cara y la cruz del tiempo, esa moneda de intercambio inflamable en la que nos fundimos…
En las calles siempre hay personas caminando, algunas forman parte del decorado, algunas rezan por ganar la lotería, otras por no morir de hambre bajo las sospechas de los policías… La metrópoli parece ser la casa de todos… No se concibe de la misma manera cuando sabes de dónde vienes, pero desconoces las estancias del lugar. Somos ese circuito que se identifica al llegar, la fotografía nula que se evidencia en nuestra apariencia: color, rasgos, vestimenta, aroma… Con una implacable fecha de caducidad.
Sin embargo, hay elementos urbanos que conforman parte de nuestra intimidad. Las personas olvidamos la importancia de esa conjunción convergente y materialmente diseñada para la ergonómica satisfacción del bienestar íntimo y personal a la que no todos tienen acceso. Hay puertas que se abren y otras que están tapiadas con picaporte sagrado. Se puede entrar y salir de puntillas…
Esos elementos… Los cerrojos con dueño de una vivienda que será muda para el resto de los habitantes. El candado de la memoria viva.
[…] Sí, su presencia atropelló todo lo virginal de mi inocencia, tenía la llave de mi cerradura.
[1] Incipit de un Himno de Pascua del rito latino
María Calle Bajo (España) es una escritora placentina afincada en la ciudad del Tormes, Salamanca. En su función educativa ha formado parte del área I+D+i de Cursos Internacionales de la Universidad de Salamanca donde cursó sus estudios de Magisterio y Filología Hispánica; enfocada en la enseñanza del español como lengua extranjera donde, al margen de la Universidad, se proyecta hacia la investigación dentro del ámbito de la ciencia literaria con una obra fundamental en su formación personal, académica y profesional: la Crítica de la razón literaria (2017) de Jesús G. Maestro. Realizó el Máster Internacional para Profesores en Lengua y Cultura Españolas por la UPSA, el Grado en Maestro de Primaria Mención Lenguaje Musical y Mención de Lengua Extranjera: inglés por esa misma Universidad. Poemas y relatos suyos están publicados en revistas digitales como Crear en Salamanca (España), Taller Ígitur y Mascarada (México), Letralia ‘Tierra de Letras’ (Venezuela), Iberoamericana (Costa Rica), Santa Rabia Magazine, Lenguaje.pe y Vallejo&Co (Perú), IMMAGINE&POESÍA International Writers Journal (EEUU). Han incluido algunos de sus poemas en antologías poéticas: La flor en que amaneces, serie-asteroide N. º III (Venezuela); Faszine de poesía 1 ‘Un camino de tierra’ (Salamanca, España); el quinto n.º de Poesía NoConsagrada, Revista Granuja (México). Tradujeron algunos de sus poemas al italiano, al bengalí y al inglés y publicaron otros de sus poemas en varios portales culturales como Il giornale letterario o Il Centro Cultural Tina Modotti (Italia). En junio de 2020, obtuvo el segundo premio relativo al IV Certamen de Poesía Social ‘Mujer, voz y lucha’ UGT Castilla y León con el poema Búsqueda. La editorial Buenos Aires Poetry publicó sus poemarios Semillas, en 2020 y Calíope, en 2021.