Narrativa

Marcelo Fagiano (Argentina): Amores imposibles:

 

 

 

 

AMORES IMPOSIBLES

 

Marcelo Fagiano (Argentina)

 

Gira el rostro hacia el fondo del pasillo y advierte que mis ojos se han detenido en ella. Desde que subió al ómnibus la realidad ha sufrido una transformación: comenzó a existir, materializada, la mujer con la que siempre he soñado. El hombre que la acompaña está de espalda y me brinda todas las posibilidades para observarla. Ellos viajan parados, yo voy sentado atrás, en una ubicación inmejorable. Con su ausencia el universo entero trastabillaba a cada paso, derrumbándose los soportes que lo sostenían.

Ahora ella está frente a mí: ¿no me reconoce? Los años succionan los momentos del presente y los apilan en idénticas valijas de oscuros depósitos, y ahí quedan, entre la niebla del recuerdo, fragmentos de películas, la vida del vecino y la propia, junto a las dobles esperanzas no cumplidas. Ahora él despliega un diario y tapa la sonrisa de ella con las noticias de primera plana. Los veo hablar y no alcanzo a escuchar qué dicen. En sus ojos, puedo advertir, se oculta el misterio de la vida, parpadea y la luz de la mañana crepita obedeciendo a sus exquisitos movimientos. Su mirada renueva la estética de los objetos y, cuando posa su atención sobre las formas, reinventa paisajes. Los pasajeros intuyen que algo ha ocurrido, están más despiertos y buscan en vano, a través de las ventanillas, algún indicio que explique la ausencia de modorra de los largos viajes y la incomodidad absoluta de las butacas anatómicas. La página de deporte la cubre por completo y la claridad del día se desvanece, me asalta una abrupta cadencia en el pecho, falta el aire, algunos abren las ventanillas y respiran hacia afuera y el chofer se pregunta por el desperfecto que ha hecho detener el motor, hasta que el hombre baja bruscamente el diario para dar vuelta la página, y aparece su sonrisa ensanchada en la distancia para arrojarnos otra vez a la normalidad; mira hacia el fondo, cómplice, consciente del poder que ejerce nuestro encuentro, y de cómo el sol se opaca cuando se interrumpe el vínculo. Se tendrán que acostumbrar, de ahora en adelante, al desgaste de las cosas, al derrumbe incansable que abordará lo cotidiano para consumirnos cuando mis ojos no la vean. Parece exagerado, pero piensa así, todo aquel que no ha descubierto el amor. El hombre ha dejado de leer el diario, las noticias ya están en su cabeza, se le nota en la expresión del rostro, en su mirada agria; ella se acerca y besa sus labios, se abrazan y cierran los ojos. Ella mira otra vez hasta el fondo del pasillo, me reconoce al fin, sabe que estoy aquí, retratándola para la memoria de los sueños, entiende que está posando dentro de un mágico encuentro, y actúa para quitarme todo el frío que me consumió en estos años de ausencia, sin advertir el peligro que encierran los amores imposibles, el llamado efecto “ búmeran” del revés de los amores eternos, de la trampa ciega que nos tiende lo fantástico, cuando la realidad fofa y cotidiana se desvanece para cobrar vida. Pero ya nada importa: al fin te encuentro. Nadie vislumbra que este día -y es mejor-, va a permanecer como un signo violento, donde la historia hará un quiebre que nos arrojará hacia el otro lado de las cosas.

Siempre supe, mientras te buscaba, el riesgo que encerraba este hallazgo. Cada vez que la vida toca el cenit es inevitable la tragedia. Ella sonríe extendiendo sus labios hasta que todos somos invadidos por una alegría que no se sospecha de donde viene. Algunos intercambian palabras y miradas, unas bocas que se chocan, la mano que desata una caricia…y así, sentimos que la felicidad es un líquido que nos colma el ánimo, para luego vaciarnos de un solo golpe. La influencia que ella ejerce sobre el entorno se potencia a medida que pasa el tiempo desde que nos encontramos: su poder crece en peligrosas proporciones. Las primeras casas de la ciudad se hacen visibles al costado del camino, al final de la gran avenida la Estación Terminal de ómnibus nos recibe gris e indiferente. Sé que no puedo perderla de vista.

Han bajado del colectivo y se dirigen a la parada de taxis. Me seduce su agilidad, el movimiento de su cuerpo balanceándose entre la multitud colorida que la arrebata. Van tomados de la mano y ella ha mirado varias veces hacia atrás alimentando esta persecución; parece escapar en cámara lenta abriéndose paso a través de muñecos detenidos, me desplazo volteando siluetas que caen a mi espalda, contra un viento que adormecen mis músculos en medio de un murmullo sostenido por altavoces, motores en marcha, y fragmentos de un lenguaje que se pulveriza contra el tinglado de la terminal. Están subiendo a un taxi, escucho claramente a la distancia la dirección que dicta al oído del chofer. La secuencia se acelera cuando la puerta del auto se cierra y a toda velocidad salen despedidos hacia el fondo de la avenida. Alcanzo un coche y repito la dirección que ella pronunció como un salmo para no perderme. Ejerce una singular atracción seguir el auto donde ella se desplaza. Un semáforo corta el avance del taxi que me lleva y la pierdo de vista cuando doblan hacia la derecha en una lejana bocacalle; se generan varios choques en las esquinas, la gente sale de casas y negocios con evidentes signos de asfixia, el conductor de mi taxi se ha desvanecido, bajo del auto y comienzo a correr entre el embotellamiento para alcanzarla, se descuelga un cartel de coca cola para caer sobre el asfalto con gran estruendo; avanzo a toda carrera y siento que mis fuerzas no me alcanzarán para reestablecer el vínculo, que interrumpido, genera semejantes desastres; entrecierro los ojos y apresuro la marcha e imagino su cara para obtener algo de fuerza, esquivo entre sombras autos estáticos y cuerpos que se arrastran entre quejidos; recupero el ánimo, creo que volveré a verla, sé que estaré nuevamente a su lado, al menos hasta que llegue la noche y decida retirarme voluntariamente y dejar que la realidad se derrumbe por completo; calculo estar cerca, una oleada de aire fresco me ha pegado en plena cara y reconozco la bocacalle donde la perdí de vista, no me detengo y apenas doblo la esquina descubro el auto en el que ella viajaba, fatigado me arrastro unos metros por la vereda y logro ver su silueta cruzar el jardín. Oculto entre los arbustos me recupero deleitándome con su imagen. Por las amplias ventanas de su casa la puedo observar. Pareciera que la realidad en torno suyo no se ha modificado. Me descubre entre las plantas y sonríe, agarra un vaso, lo llena con agua de la canilla y bebe todo el contenido de un solo sorbo; me ha refrescado el cuerpo entero y desaparece la sequedad de mi boca. Me rehabilito. Ella aparentemente se olvida de mí y continua con sus tareas. El mundo se ha reconstruido en tan solo unos minutos, la realidad es otra vez una enorme babosa que nos arrastra y pegotea a las costumbres. La acompañan dos niños, esos que podrían ser mis hijos. La familia está ahora reunida en torno a la mesa, se sirven el almuerzo, ella come tranquilamente, saciándome, siento un suave peso en el estómago junto al escaso alcohol con el que ha mojado sus labios. Terminan la comida sin sobresaltos, todo está en calma: van los niños a jugar a su pieza y ellos a dormir una siesta. Él está en la cama leyendo una novela. Ella se acerca a la ventana, me mira a los ojos. Su mirada fortalece mi corazón hasta colmarme. Vuelve su figura hacia la cama y entreabre la bata de seda que la cubre, su compañero deja caer la novela, se aproximan, enfrentan sus caras y se besan hundiéndose en sí mismos; el desliza la bata de seda hacia atrás haciéndola correr sobre la espalda, ella está encima de él, desnuda y transparente, quemándose en un fuego que le consumirá el contenido más precioso de su cuerpo, una argamasa de placer que desbordará los límites de esa cama, sobre una tibia espuma que los convertirá en el mejor brindis que pueda contener el amplio paisaje de las cosas reales. Él se sumerge en sus pechos, ya no podrán abrir los ojos, y aunque los abran, la ceguera del placer les habrá quitado la vista; el universo se ha concentrado en sus cuerpos y el color de la piel recupera por última vez sus verdaderos tonos. Ella quiebra la espalda hacia atrás balanceándose en voluptuosas ondulaciones, repiten movimientos multiplicándose y, en cada choque de caderas, el piso tiembla, se iluminan los espejos y vibran los cristales hasta quebrarse. La gente ha ido saliendo de a poco a las calles, conmocionados pero contentos, sin saber si deben festejar o hacer las llamadas de emergencias correspondientes. Un sonido sordo se abalanza como un jet en caída libre y se nos borra la conciencia por un instante, y comenzamos a aflojarnos en estáticos latidos que decrecen paulatinamente, desinflándonos y haciéndonos sentir que la áspera realidad otra vez nos reclama. El ritual ha finalizado y todos vuelven a entrar a sus casas, arrastrando sus cuerpos fatigados, prontos a escuchar los noticieros que intenten explicar el inusual suceso. Ellos yacen de espalda sobre un prado de quietud absoluta. La realidad se ha desgastado en sus bordes, rolado contra sus caras más frágiles; el mundo debe ser reconstruido, y así será por otra infinita vez: todos trabajarán incansablemente sin saber que será en vano esa labor, que es un destino de degradación al que estamos expuestos y que, inevitablemente, hasta las obras más perfectas devienen en ruinas.

Tanto tiempo esperándote y recién ahora apareces, después de esta fatigosa e implacable búsqueda. He consumido todas mis energías en este intento, ya nada puedo hacer…pero igual festejo esta dicha, aunque sea en mi crepúsculo. Corto una flor del jardín y la deposito en el umbral de tu casa, para que al encontrarla descubras como se marchita el amor cuando crece a destiempo y en otras circunstancias. Es tarde, debo volver, la gran puerta del asilo estará cerrada, habré de saltar el cerco y entrar por la ventana para abordar la cama donde esperaré la muerte, contento por haber hallado el amor de mi vida. La miro por última vez y emprendo el regreso. Siento a mis espaldas desmoronarse el mundo, veo como caen los postes de luz -atravesando las calles-, y como estallan los conductos de gas provocando incendios; siento el derrumbe inevitable de la realidad fluyendo en trozos hacia su propia aniquilación. La fuerza del amor siempre desata catástrofes parecidas a la de la vida real. Giro el rostro hacia el fondo del mundo y la veo saltar entre las llamas, con una flor blanca en las manos, hacia el lugar en donde migran las esperanzas. Se da vuelta y me mira, sabe que debe salvarse. Las flamas de ese amor han empezado a consumirme: las únicas que logran derretir el corazón de un hombre.

Marcelo Fagiano

De “Muñeca de patas largas” (2022).

Ediciones la yunta. Buenos Aires. Argentina.

 

 

 

 

Marcelo Fagiano (Río Cuarto, Córdoba, Argentina, 1959). Poeta, narrador y dramaturgo. Integrante y fundador del grupo de poesía callejera "Poetas del Aire" (1991-2002). Doctor en Ciencias Geológicas y docente universitario. Publicó Las manzanas de la libertad. 1º Premio Publicación (Teatro, Emcor, Córdoba, 1993); Jeroglíficos en la arena (Poesía, Ed. Sociedad de los Poetas Vivos, Buenos Aires, 1997); Las florecillas del diablo (Poesía, Ed. Cartografías, Río Cuarto, 2009); La sed de Heráclito (Poesía, Ed. del Dock, Buenos Aires, 2017); Guardianes de cenizas (Poesía, Ed. La yunta, Buenos Aires, 2021); Muñeca de patas largas (Narrativa, Ed. La yunta, Buenos Aires, 2022). Participó en las antologías: 50 Poemas rotos tirados en la calle (Poesía, 1992); 15 Cuentos de autores Cordobeses (Narrativa,1993); Antología de Cuentos II-Página 12 (Narrativa, 1993); De lo fantástico a la ficción científica (Narrativa, 1994); Premio Publicación de Poesía-Córdoba (Poesía, 1997); Antología del Empedrado II (Poesía, 1997); Poemas de Humo (Poesía, 2001); Microficciones Teatrales (Teatro, 2015); La ciudad ficcional (Narrativa, 2015); Trapalanda II (Narrativa, 2015), Ciclo Literario 10 x 10 (2015), Antología Federal de Poesía-Región Centro (Poesía, 2018) y Contra molinos de viento (Poesía, 2020). En teatro: las obras La última mujer de la creación y El diario de A.F. Seleccionadas en el 1º y 2º Encuentro Nacional de Teatro Semimontado-Teatro Nacional Cervantes (Buenos Aires, 2000 y 2001). El diario de A.F. también se representó en el ciclo TEATROXLAIDENTIDAD 2002 (Córdoba). Trílogo Filloy. 2019. Coautoría: Ariel Dávila y Diego Formía. El aviso desoído. KIKA Producciones. Ha obtenido premios y menciones en concursos nacionales y provinciales en poesía, dramaturgia y narrativa. En este último género ha obtenido un 1º Premio Internacional (México). Participación en la 27 y 29 Feria Internacional del Libro de La Habana (2018, 2020, 2023), I y II Encuentro Internacional de escritoras y escritores Vientos de la literatura y en el desierto-México (2021, 2022) y en el XXXI Festival Internacional de Poesía de Medellín (2021). Publicó sus creaciones en revistas de Argentina, México, Venezuela y Guatemala.