Narrativa

Luis Gilberto Caraballo (Venezuela): Iluminaciones de un lienzo (inédito)

 

Imagen: EL ÁRBOL DE LAS CASAS VACIAS III . PASTEL. 0,47 MTS X O,32 MTS CARTULINA

 

 

 

 

Luis Gilberto Caraballo

 

 

Poemario inédito Iluminaciones de un lienzo

 

 

Noviembre 2020

 

 

 

Iluminación de un lienzo XXII. Me iré, solo a la noche

 

“No habrá más soledad,

pinceladas en el albor

en el sueño

de la luz y el litoral”

 LGC

 

No tengo arrepentimiento en todo lo que he hecho, siempre tuve puesto mi corazón en el desván de mi afán, no hubo ni una sola forma de escapar de mí.

Si me pidieran que volviera a comenzar lo haría idéntico, no tengo nada que pueda dejar a un lado.  Este camino me ha hecho frágil en mi lucidez, pero también me ha abierto el mar, me ha vaciado sus nauseas, como también sus crepúsculos y sus amaneceres. Me he vuelto recio en la mirada, en el entendimiento del universo.

Me he llenado de lo bendito y lo maldito del litoral, el salitre en los ojos, el resplandor en el alma, la ebriedad del mar zigzagueante en las piernas bailando con la brisa. Las muñecas caminando por la habitación. Los cirios elevándose con el clavicordio de la catedral. Mi insomnio en las alturas del árbol que se escapa del mar y sube a beber del cielo en los ramales del saber. La gaviota que revolotea en mi ojo y hace pausas con el trino, cuando decide anidar en los atardeceres y trae las semillas de las islas en su guargüero. Las bellas mulatas caminando la playa con las sonrisas más grandes que las costas, los puertos del oleaje traen recados e imágenes en sus velas plateadas. Los pescadores con sus nasas y los pescados moviéndose agitados, con la urgencia de regresar al mar.  Su bondad y el silencio de la noche, pasaron los días, los meses, los años.

Me hice un pintor de la luz, me volví de otro tiempo, las cuerdas de la lluvia del próximo siglo cantaron en mi soplo. Me bañaron muchas veces en mis visiones de arqueólogo y trasgresor, me moví en aquellos desiertos poblados de otras visiones, más encajonadas, menos libres para el arte, más atado a lo cotidiano, y aun así su lluvia aún en mis labios moja con sus elegantes metáforas.  Nunca fueron distractores de mi espíritu de mi instinto iluminado por el centro de una gran luz que aún me invita y con ella me iré a la habitación, me iré a la alcoba, me iré a la mar, a la ebriedad.

Me fui hacia adelante en el tiempo unos cuantos años hacen, me escapé una temporada del Castillete, me subí a la luz. Y ahora que han pasado los años, me puse viejo. Me encendí con el sol cada mañana, pero ahora tengo que partir, la luz en mis ojos, los apegos a mi tierra, me duele dejarlo, pero sí la luz me llama. Te lo dejo todo Macuto, inclusive te dejo a Juanita, te dejo mi alma, te dejo hasta el sueño, te dejo sembrado mi castillete en el medio del alma.

Solo me llevo la ropa puesta con algunos pinceles, y sé que algún día me subiré al árbol y me volveré a escapar como tantas veces lo hice, me volveré a subir a los astros, me volveré nuevamente silencio, me volveré un lienzo en las nubes escasas, me haré del más allá del horizonte, donde apenas puedan divisarme, donde apenas conozcan de mi piel, volverá de donde partí.

Me iré en el tiempo, me voy al sanatorio de la luz a seguir pintando el lienzo que espero acabar algún día.

La puerta se cerró, salió caminado se subió a una lancha y se perdió en el medio del mar.

En la orilla había unas mujeres destienden la cama perfectamente almidonada, mientras alguien se iba a cambiar, pausadamente. Sonaban unos grifos, se llenaron unos frascos con agua y otros tipos de líquidos. Se escuchaba el crujido de un caballete cuando se levanta un lienzo colocado en el medio de aquella bahía, y el oleaje pulsando las pinceladas cantan sobre llevan el linaje de las horas.

Esto pasaba todos los días y en el horizonte al fondo en el piélago se veían algunos mástiles intentan regresar, se movieron como en una especie de lago con la sonata de los atardeceres se desvanecían y reaparecían al otro día.

En la noche se sentían las pinceladas, en los amaneceres y el día olía óleo, hasta que luego de algún tiempo se fueron diseminado, perdiéndose en el oleaje, se fueron aquietando hasta no volverse a ver.

 

 

 

 

Iluminaciones de un lienzo XXIII

 

"Desde luego qué para el arte,  

donde se tiene necesidad de tiempo,  

no estaría mal vivir más de una vida".

Vincent Van Gogh

 

 

El mar amaneció calmo luego de meses, el litoral con su apariencia azul, dejaba bailando su brisa  frente a los ojos, y las sombras se incineraban con aquel resplandor que enceguecía. A lo lejos  venía caminado con paso calmo, como hablándole al oleaje y mojando sus pies, se fue acercando  con la barba mucho menos recrecida y los cabellos más cortos y menos crespos. Con un semblante risueño miró fijamente el castillete, hizo un gesto como para intentar abrir la puerta, pero enseguida se volteó hacia el mar a sentir su luminosidad. Ese día el sol bañaba el azul y creaba un espejismo verde y amarillo como si estuviésemos frente a grandes plantaciones de girasoles, y el sol bajaba su intensidad arrobado por dos montañas que a lo lejos penetraron aquel paisaje advenido con la entrada del día. Se sentó a la orilla del mar por un buen rato, la brisa le golpeaba la cara, y lo fue desnudando de sudor, hasta que le provocó entrar al mar a darse un baño. Lo vimos irse caminar por el medio del mar iba. Alzado como un barco que se habitúa a las olas. El mar de aquel día un jardín iluminado con el verde y el amarillo un campo de girasoles apareció frente a sus ojos. Se fue andando por un prado, iba con una especie de morral ligero agarrado con una mano le colgaba en la espalda.

Antes de proseguir hacia adelante, se dio la espalda y quiso volver a ver a Macuto desde el resplandor, quiso ver la máscara que lo llevo a estar cerca de aquel mundo mágico que le permitió subirse al árbol que emerge desde el mar como tantas otras cosas. Así como, aquella que le dejo entrever la profunda belleza tan sublime que se siente al viajar con la luz en el tiempo. Un par de lágrimas le colgaron de los ojos, se volteó y prosiguió su camino.

Se adentró en los campos de girasoles y se apropió de aquel paisaje muy diferente al del litoral enceguecedor.

Se plantó en una especie de residencia, y ahí saco algunos implementos de pintura de su bolsa que traía en su espalda. Sentado mirando aquellas plantaciones se puso hacer unos bocetos, trazos que lo llevaron nuevamente a intentar entender su acercamiento a la luz. Un proceso similar al de Macuto. Estando en pleno dibujo llegó al sitio otro viajero, pero se veía que era de aquella tierra, abrió un caballete y comenzó a dar pinceladas. En poco tiempo ya se encontraban conversando acerca de la luz. Ambos perseguían la iluminación, en uno fue enceguecedora, y en el otro le abrió el vórtice de los planteamientos renovados.

Por cierto, no nos hemos presentado. Reveron. ¿Y usted? Vincent Van Gogh.

Y quién no lo conoce con su cielo estrellado que maravilla encontrarnos. Entonces puedo intuir  que estamos en Arles, así es

 

Vincent:

 

Sentí que el cielo estaba pausado por espacios y silencios y lo continuo era algo apresurado, sino  tomaba el pulso de la luz. La oscuridad no era tal, había otros lugares dentro, había otros  movimientos que incitaban mi espíritu eran tan desbordantes que, aunque quisiese hacer un  lienzo más sometidos a la forma, la luz me sacaba afuera. No me dejaba entrar al menos que sus puertas las encontrase. Esos aparentes silencios, como las pausas en las palabras, las comas, los puntos eran necesarias, para que la música el movimiento tocase el otro sentido del tiempo. No podía ver nevar en la noche estrellada con aquel verano tan inclemente, no podía sentir el verdor y su lamentación en la noche, no podía oler el girasol galáctico, al menos que me hubiese adentrado en los silencios de la luz, en los viajes, en los sentidos bidireccionales de ser parte del cuadro y estar afuera. Esa idea de encontrar la fluidez como un encantamiento de padecer la ensoñación. Poder difuminar en la esbeltez de la luz, motear la otredad me generaba un goce insostenible que producía un acercamiento a la plenitud. Mi primer boceto, junto con las primeras pinceladas bañadas en los márgenes de la memoria, en el silencio de la luz, como marca única de la oscuridad. No hubo una noche absolutamente negra, hubo siempre el destello la pulcritud del amor presente, con un destino infiel en el color, pero claramente distinguible, amorosamente sano, como para ver un cielo servido de torrentes luminosos, de un vals de elogios, de un viento secuestrado por el óleo, por el mirar de la noche que ha aparecido con el rostro de ángel, con una aureola identificable, si tus ojos están abiertos a sentir la plenitud en el corazón.

Reverón. La noche tiene sus encantos en Arles. En Macuto está me servía para descansar en parte  del resplandor, aunque la latencia de la incandescencia quedaba silbando en los ojos, como  cuando el barco zarpa y queda en quienes despiden a los viajeros los nudos en la garganta, esa  misma entonación es la que deja al enceguecerse el puro del blanco, el silencio, el vacío. Acá no hay razón para ello, hay un proceso de renovación de encontrar al color vestido de luz, o encontrar en la oscuridad nuevos puentes hacia luz. El resplandor no deja de estar, el proceso de excitación lo veo en la luminosidad del todo, bien sea oscuro o claro, la manifestación de la iridiscencia como una forma de despertar la memoria, de adentrarse en el fragor espiritual, de conectarse en el sentido del tiempo, y a la vez indagar en la sombra, como para que no existan sorpresas.

Veo a los cuervos sobrevolar con siluetas negras, iluminar los campos de maromas los campos y amainar el azul de la noche, el ocre del pastizal parece un mar áureo que flora en un vaivén elegante, como si las olas se entregasen a bailar sostenidas por hilos juguetean con el cielo. Tan solo imagino la vibración del pincel siguiendo este movimiento, como quien inicia una canción infinita y la persigue en sus ecos, como regresa las veces que se desea y anda en la piel, en los ojos pulsantes de la noche. Acá seguramente la paleta se expande no solo será el sepia, sino que los otros colores la diversidad puede reconciliarse con el amor profundo, con las arterias, con el tímpano, oír las visiones con el dolor más instintivo, más desgarrador sentir la hamaca del mar en Arles. Será una bendición haberme asomado para que descanse de aquella iluminación pura, y no sean los objetos que tanto amé en Macuto, con los que tenga que regresar a la cena, o vestirme en la mañana, sino que sean los colores el amor a la policromía que pueda sostener mis pasos. El silencio y la conexión con la otredad. Recordemos que somos poemas antiguos en tránsito, destinados por nuestro espíritu, por la canción que resuena en nuestros talones, en las inhalaciones suficientes como para seguir en el viaje escribiéndonos de metáforas, de espejismos de amor.

Los dos iban juntos tomándose una cerveza y cantando hacia quién sabe dónde cantaban: Los fantasmas en nuestros ojos

sus ojos parecen bosques de veleros ausentes

Si te acercas se quiebran de temblor como las ceibas y las retamas en tormentas Y si te alejas llevan hermosos viajes llenos de melodías.

Los fantasmas en nuestros ojos

sus ojos parecen bosques de veleros ausentes.

Sus voces similares a coros no cesan

el mar, cantan inagotablemente,

como olas a los ojos invitan.

Los fantasmas en nuestros ojos

sus ojos parecen bosques de veleros ausentes.

Te muestran tantos destinos juntos

tantas estrellas y mares.

Tantos resplandores como noches

girasoles hay en Arles, como aquella luz insistente puntea tejidos

en el umbral del corazón

teje el vaivén del cielo.

Te arrincona en la cuna te cobija.

Los fantasmas en nuestros ojos

sus ojos parecen bosques de veleros ausentes,

te imaginas los míos y los tuyos.

los llevamos al sanatorio

a ver el paisaje en nuestros ojos

a auscultar el tiempo

a dejarlos atados a las camas blancas con las bellas enfermeras.

Mientras, seguiremos

con nuestras paletas sumergidos en el óleo

pinceladas en el lienzo

en la mitad de la luz.

Nos iremos hacia el remanso del universo

atados hacia otras aldeas, a otros paisajes que develen verdades

nos muestren

adónde más tenemos que arar

adónde contar nuevos sueños.

Los fantasmas en nuestros ojos

sus ojos parecen bosques de veleros ausentes dormidos han quedado en algún sanatorio ahora sueñan.

 

 

 

 

Iluminaciones de un lienzo XXIV

 

“He estado luchando en contra del color  

como una certeza, porque en realidad  

es una circunstancia, algo que se modifica”.

Carlos Cruz Diez

 

 

Este temblor sobre el dintel de la luz, como una lluvia sin color canta adolorida en el centro de cada gota la luz murmulla con el acorde del pájaro libre. El Sena se pierde en los ojos bordea a París en el corazón se esmera con el cielo vacía todo el color sube en los grises crece los pinceles llenos de melancolía.

Salimos de Arles y llegamos a París a pasear el Sena. En algún puente nos paramos a ver detenidamente lo que Rimbaud, Verlaine y tanto otros les causó asombro, como los colores se dibujaban en vocales, y las vocales se rompían en colores, las palabras dibujadas por Manet con las pinceladas certeras y ausentes, casi colocadas espontáneamente en el lienzo y la luz con su velo dejaba un halo de lo inasible abría las compuertas. Viendo el espejismo de aquel cielo plomizo nos dieron las seis de la tarde y nos fuimos a tomar una copa de vino, entramos y por ahí estaba sentado con un cuaderno de notas u caballero en una mesa. Bebíamos hasta que por alguna razón vi que estaba dibujando, y dije que tanta trama. Nos acercamos, le interrumpimos.

Bueno realmente es algo que no se resuelve de un momento a otro.

 

Carlos Cruz Diez: Estoy tratando de separar la luz de la materia y hacerla arte, cromática y que no dependa sino de la vibración muy lejana de una pincelada y que pueda ser presentada como un fenómeno que no dependa de ninguna forma.

A mi particularmente la luz siempre me intereso con un sentido último de expresión, en mis cuadros las formas se desdibujaron desaparecieron prácticamente. Mi nombre es Reverón. Por acá Vincent Van Gogh y el mío Carlos Cruz Diez.

 

Reveron: Cantaba en lo profundo del litoral el salitre se agolpo en mis ojos y como navajas de lo  aprendido anteriormente, fue podando igual que el mar cuando baja a la orilla y socava en cada  pasada. Me permitió estar con un sentido sacro frente a él. Cuando alce la voz o los ojos buscando en su misterio, siempre supe que no lo alcanzaría todo, y que lo que fuese aprendiendo sería la exploración el riesgo de habituarme aquel resplandor, iridiscente en mi alma que como un torrente azoto mi visión. Me sentía igual cuando uno asiste a una ceremonia o ritual sacro,  escucha atentamente, lo que va oyendo durante la misa, pero sabe que detrás hay tantas otras  voces, cuantas honduras inalcanzables. Habría que ir tras ellas o tan solo dejarlas llegar, hasta ir a visitar mi soledad mi silencio, mi insólito espíritu subiendo por el árbol que emerge en medio del Mar Caribe.

 

Vincent: Para mí la iluminación es una visión integral en Arles la exploré desde diferentes ángulos, y lo que encontré es el hallazgo de la otra visión. Así como a Reveron le desaparecieron las formas, a mí me aparecieron nuevos colores, nuevas trazas de la composición. De la sinfonía del espíritu,  de la noche, su arpa invisible cuando canta inagotablemente en la noche estrellada y la armonía la  pude colocar en el lienzo, esos trazos que confirmaron esa hondura el estar y no estar en lo  inmediato, la lejanía y el silencio puestos en los trazos. Bailando con los trazos con el amor con el pastizal, con los girasoles, bailando con los cuervos sobre volando el alma.

 

Carlos Cruz Diez: Mi alma la entregue al cinetismo mi fuerza mi inspiración fue el movimiento, eso que ustedes los impresionistas lograron con la luz, pero ahora deseo sacar ese cromatismo del cuadro, de la forma y buscarlo en la luz en lo infinito del Sena. Que nos asomemos a un puente veamos una nube que cromáticamente puede iluminarse y encenderse en colores, avivar el cromatismo.

Si buscamos el origen, la última gota.

De las sílabas antes de existir antes de convertirnos en forma, ahí están las respuestas. Hay que buscar en los orígenes de la palabra del sonido de lo que antecede a lo material, para que la creación sé pueda lograr con esos elementos. Y sobre ellos se inicie la experiencia viva del color que se incendie el Sena de cromatismo, que se inunde en una fiesta cromática con la luz y que viajemos todos juntos al infinito revestidos del amor. De un rio que nos toca más allá de nuestras diferencias, de nuestra búsqueda, que la iluminación del lienzo se abra y que podamos componer las melodías, los jardines eternos de nuestra ensoñación.

Nos subimos los tres a una lancha sobre el Sena y nos fuimos a navegar por París la ciudad de la luz, Notre Dame redoblaba en campanas, se oían fulgurantes en la quietud del río. Nos llamaba desde su cenit, nos internamos en el corazón hidratados de vinos, y llenos de aquella atmósfera iluminada, viviente, y profundamente sensible. Profundamente humana, profundamente luz.

 

 

 

 

Luis Gilberto Caraballo (Caracas Venezuela). Académico, Editor, Pintor Abstrato, Surrealista, Expresionista orgánico. Narrador de cuentos breves. Poeta. Realizador 2.0 Sofware, aplicado a negocios. Coordinador del Diplomado Prospectiva y Estrategia USB 2009. Como Poeta tiene una importante actividad y es reconocido en Argentina.