Narrativa

La niña de María, de los hermanos Grimm. Traducción de Luciano Pérez García

 

 

LA NIÑA DE MARÍA

 

Traducción: Luciano Pérez García

 

En un gran bosque vivía un leñador con su esposa, y tenían una hija  de tres años de edad. Eran tan pobres, que no había pan diario para comer. Una mañana el leñador, lleno ya de preocupación, se fue a su trabajo, y mientras cortaba la madera ante él estaba, de pie, una hermosa y alta mujer que tenía una brillante corona de estrellas en la cabeza, y ella le dijo: “Soy la Virgen María, la madre del niño Dios. Tú eres padre y te ves muy necesitado, tráeme a tu hija, quiero llevármela. Seré su madre y me ocuparé de ella”. El leñador, obediente, fue por la niña y se la entregó a la Virgen, que la tomó de la mano y se la llevó al cielo. Y en este lugar la niña estuvo bien, comiendo pan de azúcar y bebiendo dulce leche, y sus ropas eran como de oro, y todos los angelitos jugaban con ella.

Cuando la niña tuvo ya catorce años de edad, la llamó la Virgen para decirle: “Querida mía, tengo que hacer un viaje. Te dejo encargadas las llaves de las trece puertas de las habitaciones del reino de los cielos; a doce de ellas puedes entrar y ver ahí cosas bonitas, pero en cuanto a la puerta treceava, que abre con la llave más pequeña, tienes prohibido abrirla. Te pido que no intentes entrar ahí, o será tu infortunio”. La muchacha prometió ser obediente, y la Virgen María se fue, quedando así aquélla a cargo de lo que le mandaron. Todos los días, la chica abría las doce puertas permitidas y entraba en las habitaciones, y en cada una de ellas veía un apóstol y un gran resplandor en todo alrededor, y se alegró ella ante tanta maravilla y hermosura, y los angelitos, que siempre la acompañaban, se alegraban también.

Sólo aún no sabía qué pudiera haber tras de la puerta prohibida. Ella tenía mucha curiosidad por abrirla, y le dijo a los pequeños ángeles: “No quiero abrir ni quiero entrar, pero sí me gustaría hacer un hoyo en la pared y asomarme para ver que hay ahí dentro”. Un ángel le dijo: “¡Ah, no! Eso sería pecado. La Virgen lo prohibió, y si abres te pasará algo malo”. Ella se quedó callada y quieta, pero la ansiedad curiosa no se fue de su corazón, sino que se quedó clavada ahí dentro y no la dejó en paz. Y cuando los ángeles se fueron a dormir, ella se quedó pensando: “Ahora que no están ellos, abriré la puerta y nadie se dará cuenta”. Buscó la llave, y una vez en su mano, la metió en la cerradura de la puerta prohibida, le dio la vuelta y entró. Entonces vio en esa habitación a la Santísima Trinidad, sentada ésta entre fuego y resplandor. Permaneció la chica de pie, mirando todo con asombro; tocó un poco del resplandor con el dedo y éste se le puso dorado. De inmediato sintió una gran angustia, se salió, cerró la puerta y se echó a correr. El corazón le latía fuertemente y no se aquietaba; y el dedo siguió dorado, por más que ella lo lavó y lo frotó.

Al poco tiempo, regresó la Virgen de su viaje. Llamó a la muchacha y le pidió las llaves celestiales. Mientras ésta se las entregaba, la Señora la miró a los ojos y le preguntó: “¿No has abierto la treceava puerta?”,  y aquélla le respondió que no. Pero María puso las manos sobre el corazón de la joven y sintió cómo palpitaba más y más aprisa. Así fue como notó que su orden no fue cumplida y que la puerta prohibida se abrió. La Virgen le preguntó: “¿Hiciste lo que no debías?” Y la chica respondió por segunda vez que no. La Señora le miró el dedo y lo vio dorado por el fuego celestial, y la falta cometida ya le fue evidente. Le preguntó por tercera vez: “¿Seguro que no has hecho lo que no debes?” Y la chica por tercera vez respondió que no. Entonces María le dijo: “No me obedeciste y además me mientes; ya no eres digna de estar en el cielo”.

La muchacha se hundió en un sueño profundo, y cuando despertó, estaba  en el suelo, en medio de un espeso e inhóspito bosque. Quiso gritar, pero no le salió ningún sonido de la garganta, pues la Virgen la hizo enmudecer, como parte del castigo. Se levantó y se echó a correr, pero adonde quiera que fuese, por todos lados había espinos, por los que ella no podía pasar. Se hallaba atrapada, y entonces vio un viejo árbol hueco, y lo tomó como refugio. Al caer la noche, ahí era donde dormía, y ahí se la pasaba metida cuando había tormenta y llovía fuertemente. Fue una vida penosa, y al acordarse del cielo y de cómo jugaba con los angelitos, lloró amargamente. Raíces y bayas del bosque fueron su único alimento. En otoño juntó muchas hojas de árbol y nueces y llevó todo a su refugio. Las nueces fueron su comida en invierno, y cuando la nieve y el hielo llegaron, se metió como un animalito entre las hojas para no sentir frío. No faltó mucho para que sus ropas se rompieran y se cayeran a pedazos. Cuando el sol calentó de nuevo, salió del árbol y sus cabellos habían crecido por todos lados como una capa. Así vivió un año tras otro, y sintió el dolor y la miseria del mundo.

Ocurrió una vez que el rey de la comarca cazaba un venado, y huyó éste hacia la espesura del bosque, así que aquél se bajó del caballo para perseguirlo, abriéndose paso con su espada. Llegó muy adentro, y vio sentada debajo de un árbol a una hermosísima muchacha, que estaba desnuda, con sólo los dorados cabellos cubriéndola desde la cabeza hasta los pies. Se quedó él quieto, mirándola con asombro, y luego le preguntó: “¿Quién eres tú? ¿Por qué vives aquí?” Ella no dio ninguna respuesta, pues como ya dijimos no podía hablar. El rey le dijo: “¿Quieres ir conmigo a mi palacio?”, y ella respondió que sí con la cabeza. El rey la tomó del brazo, salieron de la espesura adonde estaba el caballo, y la subió a éste y se fueron. Cuando llegaron al palacio real, mandó él traerle bonitos vestidos. Y si bien sin poder hablar, era sumamente bella, y el rey se enamoró y no pasó mucho tiempo para que se comprometieran y se casaran, convirtiéndose ella en reina.

Un año después, la reina trajo al mundo un hijo. Y esa misma noche la Virgen se le apareció junto a su cama y le preguntó: “¿Quieres decirme la verdad y reconocer que abriste la puerta prohibida, para que así te devuelva la voz y hables otra vez? Pero si persistes en tu mentira, me llevaré al recién nacido conmigo”. Le fue permitido a la reina hablar para responder, pero lo negó todo: “No, yo no abrí la puerta”. Ante esto, le fue quitada de nuevo la voz, y la Virgen tomó al niño en sus brazos y se lo llevó. A la siguiente mañana, y como la criatura no fue vista por ningún lado, la gente comenzó a murmurar que la reina comía humanos y se había devorado a su propio hijo. Ella escuchó eso y no pudo decir nada, pero el rey no quiso creer lo que decían de su esposa porque la amaba mucho.

Al año siguiente la reina tuvo otro hijo. Y esa misma noche que nació, de nuevo llegó la Virgen y le insistió a la otra vez madre: “¿Vas a reconocer que abriste la puerta prohibida? Si lo haces te devuelvo al otro niño y también el habla. Pero si persistes en tu terquedad, me llevaré a este recién nacido”. A la reina se le permitió responder, pero persistió en lo mismo y dijo: “No, yo no abrí la puerta prohibida”. La Virgen tomó en sus brazos al niño y se lo llevó al cielo. Al amanecer, como no estaba el bebé en ningún lado, la gente dijo en voz alta que la reina se lo había comido y se le exigió al rey que la juzgara. Pero el  monarca la quería tanto, que no quiso creer lo que decían y ordenó que no se hablase más del asunto.

Al siguiente año la reina dio a luz una preciosa niña. Y otra vez apareció la Virgen María y le dijo a la soberana: “Ven conmigo”. La tomó de la mano y la llevó al cielo para mostrarle cómo ahí estaban los otros dos niños, los que se había llevado, que reían y jugaban con el globo del mundo. La reina se alegró al verlos, y la Virgen le dijo: “¿No despierta esto tu corazón? Si reconoces haber abierto la puerta prohibida, te devolveré a tus hijos”. Pero la reina contestó por tercera vez: “No, yo no abrí la puerta prohibida”. María la regresó a la Tierra y se llevó a la niña que nació. Al amanecer, al no ver a ésta, la gente toda gritó exaltada: “¡La reina come humanos, debe ser juzgada!” Y ni el rey pudo ya evitar el juicio. Se realizó, y la reina fue condenada a morir quemada. Se levantó en la plaza un poste donde se ató a la culpable, y a su alrededor fue acomodada paja y se le prendió fuego. Al ver esto se devastó el corazón de hielo de la reina y llorando pensó: “Sé ahora que he traído mi muerte, por haber abierto la puerta prohibida”. Entonces le llegó la voz y gritó muy fuerte: “¡Sí, María, la abrí!” Entonces del cielo cayó lluvia y se apagó la lumbre. Se hizo una luz y llegó la Virgen, que traía a los dos primeros niños a su lado y en brazos a la niña. Le habló afectuosamente a la reina: “Quien sus faltas acepta y reconoce, es recompensado”, y le entregó a los tres hijos, le devolvió el habla, y le dio buena fortuna por el resto de su vida.

Luciano Pérez. Es originario de la Ciudad de México, nacido en 1956. Egresó de los talleres literarios del INBA, donde fue discípulo de los escritores Agustín Monsreal y Sergio Mondragón. De 1986 a 2006 laboró en la Subdirección de Acción Cultural del ISSSTE, primero como promotor de talleres literarios, y de 1989 a 1998 en la revista cultural del instituto, memoranda, donde fue secretario y luego jefe de redacción.  De 2007 a 2012  estuvo en Ediciones Eón, como redactor y corrector, y después como editor en jefe. Desde 2013 se ha dedicado a traducir del alemán al español, tanto para la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, como para  Editorial San Pablo. Narrador, ensayista y poeta, ha publicado los siguientes libros: Cacería de hadas (1990), Cuentos fantásticos de la Ciudad de México (2002), y Antología de poetas de lengua alemana (2006).  Actualmente es editor de la revista cultural en línea Ave Lamia, y aquí publica sus ensayos literarios, históricos y de cultura popular, además de cuentos de corte fantástico, así como también traducciones de autores alemanes.

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