José de la Torre (San Luis Potosí, México): Dos cuentos breves
José de la Torre
Mensaje en una botella de plástico
I
Cristobal asoma la cara sobre el agua exhalando con fuerza el aire de los pulmones, y se hunde nuevamente en aquel mar plástico de mil destellos.
Cada trecho se detiene sacudiendo residuos y envoltorios, inhalando con dificultad en la densa superficie. Su mirada encuentra sólo deshechos en el oleaje disparejo. Atrás quedan las orillas de basura azotando playas y rocas del islote.
En medio de aquel océano de oscuridad, brazos y piernas surcan las aguas frías y malolientes. Sabe que su última oportunidad es llegar a las orillas de la nata espesa, y arrojar el mensaje hacia las corrientes más profundas de la noche. Con el agotamiento llegan imágenes y pensamientos alucinados.
Mientras escucha el choque monótono de recipientes y desperdicios - braceando a ratos bajo el agua-, recorre desde su lejana infancia hasta los últimos recuerdos. Entre una y otra bocanada, el plástico siempre rondando, repasa uno a uno los episodios de su obsesivo empeño contra la contaminación del mar y del planeta.
Manifestaciones y manuscritos, vociferantes batallas contra fuerzas del orden e indiferencia de la gente. Interminables campañas, apenas algunos logros y muchas derrotas. Desde el principio supo lo inútil de su esfuerzo por la magnitud de la tragedia. Pero nunca imaginó, ni en sus más terribles pesadillas, terminar atrapado en medio de todo contra lo que luchó con tanto empeño.
Por fin vislumbra un poco de luz. La basura disminuye y las olas dejan ver un poco de brillo de luna en noche estrellada. Cada vez menos suciedad flotante a medida que avanza, exhausto pero satisfecho de poder vislumbrar casi limpio el mar abierto.
Suspende el braceo, se detiene jadeante moviendo las piernas para mantenerse a flote. Entre los residuos que se deslizan a su lado, escoge una botella a la deriva. Desdobla con cuidado la bolsa de plástico atada a su cuello. Observa el papel arrugado y seco en su interior. Lo enrolla y lo introduce a la botella junto a los musgos verdes fluorescentes. Con el último aliento, sintiendo la corriente submarina de la noche, se impulsa fuera del agua y lanza el mensaje lejos del enjambre putrefacto.
Inerme, se deja arrastrar por el oleaje mientras observa el bamboleo de su esperanza rumbo al horizonte iluminado.
II
Eusebio terminó su labor de barrido, cerró la red en torno a la basura colectada, y encendió el motor de su lancha. Como los pobladores jóvenes de la isla, sale todas las noches en las brigadas de limpieza de la playa. Toneladas de residuos circundan los islotes y es necesario desalojar lo suficiente para permitir el paso de las lanchas.
De pronto detiene la marcha y observa con atención el frasco transparente con extraños brillos verdes. Entre aquel mar de deshechos, sus ojos conocedores distinguen la verde fluorescencia con reflejos de luna. Dirige su lancha hacia el recipiente y lo atrapa con sus remos. Abre, extrae el papel arrugado y lee con sorpresa el contenido escrito a mano:
Compañeros brigadistas:
Soy Cristobal Romero. Mi lancha quedó varada y el motor trabado.
Ubicación: islote 33, 23 grados norte y 17 sur.
No tarden, tengo poco alimento y agua potable.
Sigan en la lucha compañeros.
Por un mundo limpio y saludable.
Luna llena. Marzo del 2031.
Ensueños de Pandemia
Abro la puerta del consultorio y tomo asiento en la sala de espera, a sana distancia del último paciente. Arreglo el resorte del cubrebocas observando a Beatriz que me sonríe, desde el titulo colgado en la pared, con sus labios gruesos y sensuales. Beatriz Bustamante. Especialista en Psiquiatría. Los ojos grandes y negros se ven más hermosos y sonrientes, cuando despierto del ensueño frente a ella.
— Buenas tardes, Don José, ¿cómo se siente hoy? Espero esté mejor con las pastillas. ¿Pudo cumplir con la tarea?
— Dormí mejor con las pastillas, pero despierto cansado y sin poder soñar.
— Recuéstese y cuénteme. ¿Absolutamente ningún sueño? Es muy importante conocer los sueños, si quiere salir de la depresión en estos tiempos de encierro y soledad.
Su voz es profunda pero suave, elegante, a veces con giros eruditos aterciopelados. Al menos así la percibo mientras me acomodo en el reporset aclarando la garganta. Con tropiezos de palabras, reprimiendo temores, decidido a exorcizarlos me resuelvo a hablar:
— La verdad sí tuve un sueño, doctora, absurdo y muy confuso. No sé si pueda explicarlo.
—Dígame Don José… Para eso estamos aquí. Estamos buscando el origen de sus ansiedades y no importa cuál sea el contenido, yo sabré comprenderlo.
Trato de adivinar la sonrisa detrás del cubrebocas, recordando los labios de la fotografía. Siento el sonrojo en mi rostro cuando recupero la palabra, no sin antes excusarme.
—Es que el sueño tiene que ver con usted-, apenas balbuceo.
Por fin, la mirada de cejas y pestañas perfectas se levanta de la libreta. De reojo adivino un gesto de interés diferente.
— Adelante.. Si por fin pudo dormir lo suficiente para soñar, es un adelanto notable. No se preocupe si es inquietante o perturbador. Yo me encargo de interpretarlo. Sea franco y directo. No hay nada por esconder en este consultorio. Tenga toda la confianza…-, continua Beatriz hablando y yo escucho en silencio, mientras el ámbito y los contornos pierden consistencia. Luego, ya relajado, logro emitir algunas frases aisladas.
— Verá, doctora. Sueño que estoy con usted en el consultorio. Me hace las mismas preguntas y yo… No puedo concentrarme. Al principio contesto y luego me quedo atorado, sin poder expresarme.
— ¿En el sueño? - Interrumpe la doctora y entonces despierto y retomo el pensamiento un tanto atropellado.
— Con la pandemia los días transcurren sin recuerdos -trato de explicar. - Presente y pasado se confunden. Por momentos todo parece un sueño.
Ella escucha en silencio mis renovados desvaríos sobre la miseria cotidiana de vivir un presente sin futuro.
— Exacto-, exclamó de pronto la doctora. Sus ojos azabache salen de su escondite apenas un instante, volviendo luego a sus anotaciones. - El tiempo durante el encierro es relativo y todos tenemos problemas, don José. Yo, por ejemplo, en ocasiones olvido citas o adelanto otras. Tengo muy presente su primera consulta y lo encuentro mejor. No es nada preocupante. Dígame todo lo que pueda de su sueño.
— Para empezar no soy yo quien está en el sofá, sino usted. Yo desde su escritorio tomo notas mientras usted habla como en trance. No sé si me explico doctora… Quizá sea porque antes de ser ingeniero pensé ser psiquiatra, ¿lo recuerda?
La doctora parece incomoda moviéndose en la silla. Recostado, desde aquella posición sólo puedo imaginarla.
— Y dígame, ¿de qué hablamos en su sueño? Cualquier detalle puede ser importante.
— Solo recuerdo fragmentos, -alcanzo al balbucear mientras percibo la cercanía de su inolvidable aroma.
Entonces algo extraño sucede. Me levanto, me aproximo pero apenas escucho. Acerco mi oido a sus labios y todo se difumina en escenas confusas, a veces asfixiantes. Termino de vaciar mi sueño añoranza empapado en sudor.
Beatriz se levanta, da unos pasos. Escucho una tasa de café llenándose a la distancia y una larga explicación acerca de los intrincados objetos del deseo y su correspondencia con los inusuales momentos que estamos viviendo… Su voz se pierde por momentos mientras mi ensueño vuelve con renovada intensidad.
Cuando despierto, la Doctora termina de escribir garabatos, en la receta y un tanto lejana, cortante, me indica:
— Su caso no es para preocuparse. Sólo siga tomado sus pastillas. Recuerde anotar todo inmediatamente después de los sueños. A veces la memoria se mezcla y nos engaña. Nos vemos la próxima semana.
Salgo a la calle con mi receta en la mano. Regreso a casa sin prisas, con la mirada misteriosa de Beatriz sonriéndome -sin cubrebocas-, desde la fotografía colgada en la pared, y sus palabras tersas resonando en mi cerebro.