Narrativa

Historia de la digitalización de los (poco) sentidos. I – Olfato. Autor: El Extranjero

 

 

 

Historia de la digitalización de los (poco) sentidos 

 

I - Olfato

 

 

Autor: El Extranjero

 

 

“Hay un tema con el transporte de materia.”

 

Suena la alarma y John Erency se levanta mecánicamente. Siente en su pereza todo el peso del Lunes. Musita improperios ante cada pequeño obstáculo que se le cruza, desde ponerse las pantuflas al revés hasta un pequeño corte al afeitarse.

John demora en la ducha. Le gusta tomarse su tiempo para despertarse. Se mira en el espejo empañado y se nota viejo. Rozando las 6 décadas, ingresando al sobrepeso y adentrado en la calvicie. No es muy viejo tampoco, parece más joven que su padre a su edad. Pero igualmente se ve arrugado, arruinado. No es tristeza, nada de eso. Es una incipiente aceptación del paso inevitable del tiempo, y de la obsolescencia natural de las cosas.

La rutina lo encamina. Un paso y después otro, avanza a través de la mañana. Que si se atasca la tostada, o tiene que apurarse para subirse a un transporte sobrepoblado. Con un dejo de nostalgia, observa un ómnibus lleno de personas mirando sus pantallas, y escuchando sus auriculares. “La pucha, me estoy volviendo un viejo quejoso...”, John sigue murmurando insultos a la vida, de esos que se sueltan genéricos ante actitudes propias, o simplemente porque uno tuvo mala suerte y debe expresar su malestar con la forma en que se repartió la baraja.

De a poco, la monotonía del paisaje lo deja a solas con sus pensamientos, y abriéndose paso entre el ruido va ordenando las tareas que lo esperan en el Laboratorio. Revisar correos institucionales, reunirse con sus estudiantes, preparar el curso de mañana. Además tiene una reunión en la tarde, para una posible colaboración con otro grupo con el objetivo de presentarse a una serie de fondos concursables. Guarda el periódico al costado de su mochilita, de esas cuasi cuadradas para llevar PCs, que le da un aspecto curioso, casi como un personaje con gabardina de mediados del siglo XX llevando un jetpack.

Entra al Laboratorio como viene, un paso atrás de otro. Saluda con la cabeza y unas pocas palabras, esquiva las conversaciones de cortesía y mira al piso en el ascensor. “Debieron poner un espejo, siempre tendrían que poner espejos en los ascensores...”. Se entretiene ensayando frases hechas para responder sin decir nada al próximo Mengano que se le cruce. Pero ya está en el Laboratorio, se sienta en su escritorio, y siente de nuevo el pesar del Lunes en sus hombros fatigados.

 

 

Le pega una vichada a la casilla de entrada de la cuenta institucional. Hay unos miles de correos sin leer, pero el ruido no le molesta, él sabe ignorar los detalles. No como los jóvenes, que no tienen correos por leer, pero tampoco los han leído. “Cada vez más viejo cascarrabias”, se ríe. Si bien es una conclusión a la que ha llegado en un auto análisis empírico, no lo cree realmente.

Su vista se detiene en un mensaje en particular. Tiene mayúsculas, tiene que ser algo importante, o al menos alguien está gritando. Es de uno de sus estudiantes de doctorado, Amir Hagopian. Amir tiene los vicios y las virtudes de los jóvenes de hoy en día: impaciente por llegar a algún lugar que desconoce, está en todo y no está en nada. John repasa mentalmente el estado de la tesis de su pupilo. No está muy adelantada, y sobre todo, le falta llegar a algún resultado concluyente. No es fácil en su área, hay tan pocos avances realmente nuevos que muchas veces estos “resultados” devienen más en el análisis de las fronteras del conocimiento que en empujar este límite. “Qué resultadistas terminamos siendo, como si fuera un partido de fútbol” piensa con amargura John.

Con la esperanza anulada por la prolongada ausencia de sobresaltos y motivaciones, John reflexiona sobre sus propios pequeños aportes en la gran marea del conocimiento humano. Su único verdadero aporte fue el desarrollo de la Nariz, es decir la posibilidad de estudiar a nivel de composición molecular a los gases, utilizando de manera inteligente a un conjunto intrincado de sensores. Desde entonces, su trabajo había consistido en dar conferencias sobre posibles aplicaciones de la Nariz, a pesar de que hacía años no se le veía futuro. “Es que hay un problema con el transporte de materia… El orden de los factores altera al producto...”. Luego de un breve reconocimiento en un par de conferencias, de a poco la Academia había dejado de interesarse por las investigaciones en esa área: “con la vista y el oído tenemos suficiente” era la sensación general. ¿Para qué preocuparse con gases y olores?

Dejando sus disquisiciones aparte, dirigió una reflexión teñida de oración a Dioses invisibles, centrada en las aspiraciones de Amir, que no era mal chico y bien merecía una vida más interesante que la suya. “Todos empezamos emocionados, y ninguno termina satisfecho” concluyó. No queriendo trasladar sus frustraciones al mundo, recuperó el semblante imperturbable de hombre del siglo XXI.

Como era de esperarse, el correo no usaba ni tildes ni puntuación adecuada. En un dialecto salpicado de anglicismos, el chico le daba buenas noticias. “Luego de un breakthrough, llegué a grandes resultados, con los que creo que mi trabajo de Tesis está ready. ¡Check and mate science!”. Seguía una serie de instrucciones para ejecutar en La Máquina. Otra vez ese dejo de superioridad en jóvenes orientando a viejos, que es inevitable en las instrucciones para montar cosas sencillas. Casi como en esos manuales para montar muebles de Ikea: sobran comandos como sobran tornillos, o eso le da la impresión al armador. Luego de guardar esos comandos en el cajón de comandos perdidos, John relee el correo. “Lo mejor sería que me esperes hasta que llegue, y así lo testeamos juntos.”

Le aburre volver a los correos de la administración, y le aburre volver a la clase que tiene que preparar. Esto es lo único que puede traer de bueno un Lunes, una novedad, una diferencia, una ruptura en la monotonía. Y es que así vienen las cosas, en pares antagónicos. ¿O será en trios? En fin, no importa, esto parece más divertido, así que John se despereza, apura el café frío de un largo trago y se dirige a la sala de La Máquina.

 

 

John entra más motivado al cuarto. Prende las luces y ahí está, La Máquina, bello embrollo de cables, con su microprocesador, sus antenas, sus sensores. Revisa las conexiones: todo parece estar pronto para encenderla. Mientras se inicia, coloca a la Nariz en su cubículo y la enchufa a La Máquina. “No parecen gran cosa” piensa para sus adentros. Siempre se imaginó en un Laboratorio más grande, con máquinas por doquier, máquinas de bordes lisos y curvos, con los cables escondidos, con impecable barniz metálico, de preferencia blanca. Lo blanco es limpio, es nuevo, y es bueno. Antes las cosas venían en negro, pero ahora predominaba el blanco, o los tonos suaves. Después de todo, al gris nunca se lo elimina del todo. Pero La Máquina no era ni gris suave, ni blanca, ni siquiera negra. Era una mezcla de pedazos rejuntados usando cables coloridos, con algunos soportes mal impresos para las piezas de mayor cuidado. Lo único que lucía impecable era la Nariz: dos orificios apuntando a un bocal; descendiendo desde un cilindro de vidrio, cerrado, y en cuyos costados se adivinaban sutiles rastros de circuitería integrada. Un conector disimulado completaba el cuadro. Tal vez sería por el vidrio que la veía tan linda, o tal vez por cariño nomás.

Luego de enchufar la Nariz, vuelve a leer el correo de Amir, esta vez en el monitor de La Máquina. La serie de instrucciones continúa: bloquear las narinas, abrir el paso del conector al generador, generar vacío en el receptáculo final, ejecutar en terminal tal comando, esperar, ejecutar tal otro. Ya habían repasado varias veces esta serie de acciones, y John empieza a interesarse, casi al punto de la excitación. Tal vez Amir habría logrado encontrar alguna solución interesante. Una que él desconociera, y que permitiera empujar la digitalización del olfato a una nueva frontera.

Hacía mucho que los esfuerzos por generar olores se habían estancado en la utilización de gamas predeterminadas. Funcionaba bien en algunos casos, como cuando uno quiere recordar una comida exótica y desea encontrar al que más se aproxima en una biblioteca de olores. Pero eso no era para nada a lo que aspiraba John, el capturar la esencia de un olor y transmitir esa información por algún medio, para poder luego reconstruir el olor con la información transmitida. Eran enfoques completamente diferentes, y si bien al inicio sus ideas generaron gran revuelo y fueron bien aceptadas, con el paso del tiempo las opiniones volvieron a centrarse en los sentidos bien conocidos: oído y vista. Por otro lado, a la gente parecía alcanzarle con reproducir un olor bien conocido: ya no hacía falta sufrir el humo del incienso, acercarse al mar o adentrarse a un bosque de eucaliptos.

 

 

El correo tiene un archivo adjunto. Descargarlo, descomprimirlo, dejarlo en el escritorio o en su defecto ajustar el path, abrir el analizador, ejecutar el regenerador de moléculas. John percibe un ruido nuevo, periódico, y recién entonces observa una serie de pequeños ventiladores que cada tanto ajustan su posición a lo largo del generador. “Claro!” piensa para sus adentros, “estuvo probando los efectos de la alteración dinámica… Espero que haya tomado en cuenta la temperatura.” Una barra de progreso le va indicando el estado del asunto: 58%. Avanza lento, pero tampoco se detiene, lo que da cierta tranquilidad de estar yendo hacia algún lado.

Cuando está en 97%, John se acerca al bocal. En cuestión de minutos, hacia ese bocal las narinas expulsarán moléculas portando un olor muy similar al original. Si Amir había encontrado la forma de utilizar la dinámica y la temperatura para reproducir la composición molecular original, esto realmente sería un gran avance. Por el contrario, si el sistema fallaba, la composición resultante podría ser letal.

Al llegar al 100%, desde las narinas se sintió un suave “pshhh”, y un gas incoloro invade el bocal, que luego se cierra herméticamente. Descartando riesgo de muerte con una rápida lectura de la composición resultante, John se aproxima al bocal, lo desconecta de las narinas y lo conecta al respirador, que sujeta a su cabeza con gestualidad pomposa. En su imaginación ya no es un trabajador más, entrado en años y cansado, sino un prestigioso investigador a punto de dar un salto al reconocimiento mundial.

Una profunda inhalada, toser, escupir, volver a toser, putear. “Pero la concha de su madre, ¡qué carajo hizo este botija!”. John no vuelve de su asombro. El olor putrefacto aún invade sus narinas, lo siente invisible, gaseoso, recorriendo cada una de sus neuronas, moviéndose con su sangre hasta cada parte de su cuerpo. Tiene ganas de vomitar, pero no sale nada, solo hay tos, eructos y escupitajos, como si así pudiera librarse del recuerdo. Un poco mareado, se sienta en la silla y se tapa la nariz, como si ello disminuyera su percepción. “Si no entra aire, el gas dejará de recorrer mi cuerpo” piensa estúpidamente. Por supuesto que no, no hay ningún gas recorriendo su cuerpo, es solamente el retruco de un hedor fuerte, sentido una única vez en el primer momento de profunda inhalación.

John no entiende nada. No sabe por qué salió un efluvio tan asqueroso, que a su vez le parecía vagamente familiar. No se trata de un olor conocido, como quien dice “olor a …” “baño de estadio”, “jazmín” o ”asado”. Es un tufo nuevo, de una familia de pestilencias conocidas. “¡Hiede a mierda! ¡A pura mierda!” concluye furioso. “Este botija se pasó de la raya, esto no puede ser.”

John está cansado. Las repentinas oscilaciones entre su estado de extrema pasividad frente a la vida y de profunda exaltación lo han agotado. Si hace 15 minutos tenía ganas de escuchar a Amir, ahora está maquinando a través de qué burocracia tiene que transitar para dejar de ser su Tutor. Y empieza mentalmente a redactar partes de una carta de recomendación que lo sepulte.

 

 

Cabizbajo, pensativo, John está quieto como una estatua. Sentado, quieto, y tranquilo. Siente que este episodio es una confirmación del mundo que lo rodea, que los rodea. La ciencia, último bastión de lo noble y hermoso, ha sido corrompida al punto de la burla. Todo es chiste, todo es ácido, todo huele a podrido. “Pero Amir es una buena persona, no puede ser esto. Es increíble.” Intenta convencerse de que no es más que una mala pasada, destinada a otro que no sea él, tal vez a otro estudiante. “Son gurises chicos” los trata de justificar una y otra vez. “Pero la verdad es que ya no son gurises chicos, tiene como 30 años el pelotudo este.” “Las nuevas generaciones demoran más en crecer que nosotros.” Y así sigue, quieto y tranquilo, impermeable a la tormenta interna de emociones, impávido como buen hombre del siglo XXI.

 

 

Durante esas cavilaciones, Amir entra con suavidad a la oficina. Ya  no golpea, existe confianza con su Tutor, siempre se han llevado bien, y aunque se sabe en falta permanente (es un poco boludo, no hay por qué negarlo), está orgulloso de los resultados obtenidos. ¿Cómo no estarlo? Es la primera vez que alguien logra reproducir un olor en recepción. El último toque que faltaba era el manejo adecuado de la dinámica de las partículas. Ya Erency había logrado desarrollar la Nariz, que combinando sensores de temperatura, densidad, movimiento, análisis cromatográficos y otros, lograba determinar la composición molecular de una forma sorprendente. Sin embargo, “hay un problema con el transporte de materia”, argumentaban quienes sabían. Y no se equivocaban: la reproducción de ondas electromagnéticas es mucho más sencilla que la de materia. Además, nadie le daba mucha pelota realmente a este problema, “el humano del siglo XXI está todo tomado por la vista, y con suerte el oído” pensó.

Pero el Profesor Erency había insistido. Con sucesivos acompañantes había modificado a la Nariz para agregarle la función de exhalación de gases, que una Máquina debía “imprimir”. Un ex estudiante devenido en competencia comercializó la idea rápidamente: un reproductor de olores a partir de una biblioteca. Pero Amir pensaba con amargura que era un chiste, una pálida parodia de lo que estaban investigando. “Es casi como ir a comprar uno de esos pinitos para el auto, y elegir el sabor. O comparar la libertad con una góndola de supermercado de posibilidades. No tiene sentido.” Lo que querían era poder adjuntar el olor de la vida misma, lo que uno vive y siente al oler un paisaje, al cocinar, al encontrarse con alguien. “Guardar la esencia de mi abuela, así como la conservan algunos objetos que le pertenecieron; o el olor a mar que sube en Montevideo en los días de viento Sur y marea baja; y mandarlo por adjunto en algún mail.”

Sin embargo, el éxito comercial del estudiante había tenido un efecto positivo en el Laboratorio, liberando algunos fondos que, dentro de todo, le permitieron la supervivencia. El debate entre paleta de olores y reproducción desde cero no se había agotado. Muchos insistían con la selección de principales características aromáticas y la utilización de “las más cercanas” en proporciones similares, pero esto obtenía un resultado impreciso, y sobre todo, muy generalizado. No había diferencias entre dos asados, pero lo que importa cuando es uno el que quiere compartir su asado, es la diferencia con los demás asados, justamente lo que lo hace único. ¿Sino para qué compartir algo especialmente? Uno diría “imagínese el asado tipo, pues eso”, y ya está. En cualquier caso, en el Laboratorio se habían empecinado con la reconstrucción “desde 0” que le decían: la utilización de los elementos más básicos combinados en diferentes procesos físico químicos para obtener una distribución, composición y dinámica molecular similar a la analizada originalmente. Claro que eventualmente, esa impresora se quedaría sin, digamos Oxígeno, pero también las impresoras se quedan sin tinta o sin filamento plástico, o los parlantes no amplifican bien algunos sonidos. Eso se resolvería luego, obteniendo los elementos del aire mismo que rodea a La Máquina, aunque tampoco se garantiza la existencia de todos los elementos en el aire. En fin, cavilaciones para gente del futuro. Ahora, Amir había logrado resolver un problema de dinámica de fluidos y de térmica mediante la incorporación adicional de un array de ventiladores, de posicionamiento automático a lo largo del proceso de regeneración utilizando inteligencia artificial.

—¿Cómo andas Erency? ¿Todo bien? ¿Estuviste probando? - pregunta Amir curioso.

John, más sorprendido que otra cosa, va a contestar con las frases de cortesía que ensaya hace años, pero se detiene en seco y frunce el ceño.

—¿Vos me estás tomando del pelo? ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué carajo grabaste?

Caído en la cuenta de lo sucedido, Amir queda boquiabierto. “Rápido, explicate.” Pero no hay justificación, simplemente una explicación, bastante mala por cierto. “Por lo menos decí algo, hacete cargo, hermano.”

—Disculpame John, no quise ofenderte. Estuve todo el fin de semana trabajando en esto, y llegó un momento en que estaba tan embolado del olor tipo que usamos, ese lavanda espantoso con pinta de suavizante, que empecé a improvisar. Al principio quise usar el olor a marcador, que tanto me gustaba de chico. No funcionaba, y además no capturaba demasiado y no era nada práctico. Después usé el almuerzo, el café y hasta un saché de mostaza que tenía guardado en la mochila. Y bueno, al final intenté con una flatulencia. Te pido perdón, me doy cuenta que me desubiqué. En verdad pensé en llegar más temprano y utilizar otro olor para probar, pero me colgué un poquito... viste que las mañanas me cuestan.

—No sé si te lo estás tomando con la seriedad que deberías. No se trata de “colgarse”, se trata de respeto. Hace años que vengo trabajando contigo, y nunca te traté de esta manera, y no creo merecer esto. Los resultados, si bien sorprendentes, no alivianan el hecho de que todo esto parece una tomadura de pelo, una burla a mi trabajo y a mi persona.

—Pero no te lo tomes así, no es para tanto. No lo hice con la intención de ofender, y no creo que sea tan grave. ¿Tiene diferencia el olor a los efectos de nuestro trabajo? Sabemos que las esencias fuertes son más fáciles de reproducir, por el peso muy grande que tienen unos pocos componentes principales, y bueno, pensé que eso me ayudaría. Además, el olfato reconoce con mayor facilidad los malos olores que los buenos, por eso de que es un mecanismo de defensa y protección que tenemos hardwardeado. En cualquier caso, te pido disculpas. Lamento mucho haberte molestado, y si no querés que siga acá, y bueno, no hay mucho que yo pueda hacer.

Hay un momento de silencio. John vuelve a la tranquilidad del silencio, se refugia en su orgullo herido, y después de un rato asoma la cabeza, saliendo del egocentrismo para analizar la situación con mayor frialdad.

—Los resultados son realmente sorprendentes, dice al cabo de un rato.

—¡Fa, salado! ¿Te imaginás el futuro? Juegos de computadora con olor a bosque de cedros cuando visitas a los elfos oscuros; la evocación de recuerdos más completos agregando al aroma a los videos familiares; reconocimiento de sustancias explosivas en aeropuertos; transmisión en vivo de los olores en Master Chef o clases de cocina a distancia; detección de feromonas y predicción del mejor momento para el apareamiento de ganado; combate al narcotráfico... aunque esto no sé si es bueno o malo.

—O pelotudos como vos mandando pedos en adjunto. Idiotas que van a agarrar lo que uno se pasa la vida estudiando para transformarlo en burlas. Lo mismo pasa con todo. No te culpo de ser así, toda tu generación está perdida, alienada. La mía también, estamos todos podridos. - ahora John cree ser un viejo cascarrabias, o más que creerlo lo sabe y está orgulloso de ello.

—No seas así. Está bien, yo puedo ser un poco pelotudo, y puede ser que mi generación sea un poco… chata, desinteresada, no se tome las cosas con “seriedad” y que todo pase efímeramente por el sensibilómetro, tocando alguna fibra acá y allá, para ser luego olvidado. Pero también tenemos cosas buenas, como toda generación.

—O no. No es una cosa lineal el progreso humano. No hay generaciones parejas que se desenvuelven en mundos diferentes; hay generaciones diferentes que son consecuencia de los mundos en que viven, y que son causa de los mundos que se vienen. Esa idea de que el futuro es promisorio es relativamente reciente, antes la concepción era que los hijos eran menos que sus padres.

—Pero cada año rompemos récords en cada deporte, en cada disciplina. Yo no digo que seamos mejores que antes, pero tenemos más información más temprano, nos entrenamos más rápido y estamos más especializados en los temas actuales. Aparte, en todo caso es tu generación la que debe cargar estos demonios en sus hombros. Años educándonos desde los monitores y ahora se horrorizan de las pantallas. Antes miraban telenovelas boludas, ahora por lo menos cada quién puede disfrutar de su alienación como quiere. Al final y al cabo, es tu generación la que difunde cadenas religiosas en los grupos familiares. Nosotros ya sabemos manejarnos mejor con la tecnología, sabemos convivir con el ruido, sabemos separar la paja del trigo. Y los que vengan después sabrán disfrutar de las bondades de la ciencia aún de mejor manera.

—Disfrutar, o dejar pasar el tiempo, que son básicamente la misma cosa en este pozo. Matar al aburrimiento con más aburrimiento. “Todo en la vida es mierda”, decía Onetti, y pienso que reprodujiste a la vida misma en este gas pestilente.

Amir no puede evitar reírse. Ya está más distendido, están hablando de generalidades, en un rato irán a tomar un café, se encontrarán con alguien y la charla va a derivar en algún tema más de actualidad. Fútbol, vegetarianismo o farándula, con toda probabilidad.

—Me aterra pensar en qué estamos colaborando.- dice luego de un silencio John.

—¿Qué querés decir? Es el avance de la ciencia, no tiene doble lectura, lo que se sabe se sabe y lo que no se sabe, no se sabe. Cualquier aporte en ese sentido no puede ser malo, sino tal vez su utilización luego lo sea.

—Preguntale al viejo Oppenheimer a ver qué te dice. Y qué, ¿vos pensás que cuando armaron Internet se esperaban que la mitad del tráfico fueran bots? ¿Que la gente lo usaría para ver reacciones del Kun Agüero a gente jugando a la computadora? ¿Que sería la principal herramienta de idiotización del siglo XXI? ¿Que la “caja tonta” se desplazó del televisor a las pantallas individuales?

—Pero qué me estás diciendo, que no habría que haber desarrollado Internet? No sé, parece mucho lo que se ha ganado.

—Sin dudas se ha ganado mucho, pero también se perdió mucho. Ahora todo debe ser instantáneo, rápido, ya, y durar poco. Unos minutos, un instante. Nos tienen vigilados como a cobayas. Nos llevan para donde quieren, nos aislan en burbujas, y nos refugiamos en nuestra soledad, con la fiel compañía del mejor amigo del hombre: la pantalla. En fin, no me queda claro que la felicidad humana haya aumentado.

—Pará un poco, somos científicos, ni dioses ni un partido político. Tenemos un trabajo, como cualquiera, y lo hacemos. Si querés cambiar las cosas habría que hacer la revolución no esconder conocimiento.

—Yo no digo eso. Sólo me pregunto cuántos jóvenes usarán este avance para aislarse más en una realidad virtual, o cuántos pelotudos espamearan olores desagradables.

Amir no puede evitar estar un poco de acuerdo. Él mismo fue víctima de esa alienación corriente, como todo pasa, como nada importa demasiado, probar a tirarse un pedo en el bocal y luego reproducirlo parece una idea tan buena como cualquier otra. Claro que se había fumado un porro mientras trabajaba el Domingo, y en ese caso todas las ideas parecen un poco buenas. Pero no, no era esa la explicación, era la otra, la de mentes rotas por la estupidización constante, por el bombardeo idiotizante.

 

 

Amir sube las escaleras de dos en dos. Lleva la camisa pegada al cuerpo sudoroso, y no sabe distinguir si el sudor proviene de los nervios o del calor ambiente. En minutos presentará su Tesis Doctoral, con demostración de su trabajo incluida. Entra raudo al salón, y revisa las conexiones de La Máquina, el estado de la Nariz, y demás posibles causas de error.

—Buenas tardes, sean ustedes bienvenidos a esta defensa de Tesis doctoral que lleva por nombre “Regeneración aromática a partir de la descomposición molecular en ambientes gaseosos”. Mi tutor fue el Dr. John Erency, y yo soy el Ing. Amir Hagopian. En los próximos 40 minutos les explicaré lo que ha sido mi trabajo de los últimos 3 años, y terminaré con una demostración de los resultados obtenidos.

Pasada la presentación, expresada con claridad y sin anglicismos en un perfecto lenguaje académico (para orgullo de John), Amir invita al tribunal y resto de presentes a acercarse a La Máquina, a observarla y admirarla. Luego, solicita con soltura que alguno de los presentes elija un olor, una fragancia que solamente podría ser generada por una fuente y que a su vez fuera muy reconocible. “Funciona mejor con los malos olores, pero funciona bien con cualquier esencia”, explica. De entre los asistentes surge entonces una figura alta y sombría: el ex estudiante, aquel que hizo plata y promovía la reproducción de olores en base a librerías. “Buenas tardes, quisiera felicitar el trabajo que ha realizado, Hagopian, y si no le molesta tengo una propuesta de hedor.” John mira con desconfianza a su ex pupilo, sospechando que algo se trae entre manos.

En eso, el empresario saca un vasito cerrado herméticamente que parece no contener nada, o que contiene una sustancia incolora. Lo acerca ceremoniosamente a la mesa, y pasa a explicar:

—Este es un olor muy fuerte, era producido por un pequeño mamífero llamado Zorrillo que ya no existe. Este pequeño animal se defendía a través de la exhalación de olores muy profundos que alejaban a sus enemigos. Si bien es un hedor muy útil, pues sirve para alejar peligros o alertar de riesgos con mucha eficacia, al extinguirse el animal productor hemos debido frenar la producción de dispensadores de Zorrillo. Con este trabajo podríamos perpetuar al olor a Zorrillo, u otros aromas, más allá de la supervivencia del elemento de generación original. ¡Volveríamos eterno al Zorrillo!

“O terminaríamos de prescindir de él.” piensa John con amargura. No sabe del todo por qué, pero no le gusta la idea. Por supuesto que a Amir no le interesa pensar en cuestiones filosóficas en este momento: toma el frasco y lo acerca a la nariz, introduciendo las narinas en el vaso. Ejecuta un comando sencillo en el ordenador y se escucha una absorción, a la vez que la barra de progreso comienza a avanzar. Terminado el proceso, es retirar el vaso, conectar el bocal, y ejecutar otra instrucción. “¿Cómo sé que no se está simplemente sacando el gas entrado?”, pregunta un miembro del tribunal. “Ya verá”, afirma Amir con confianza. Terminado el proceso, luego del suave “Pshhh”, Amir retira el bocal, coloca otro bocal y vuelve a lanzar el proceso de generación. “Así podríamos seguir llenando cuantos frascos quisiéramos, sin perder densidad en olfs ni calidad en el producto obtenido.” Luego de llenado el segundo recipiente, entrega uno al tribunal y otro al desafiante.

En grupos rodeando a los recipientes, el público se entusiasma. “¡Qué impresionante!” se escuchan exclamaciones de sorpresa. Luego, se trasladan hacia fuera, donde destapan el vaso inicial, conteniendo una porción inutilizada del gas original. El tufo es el mismo, indudablemente, al menos para la percepción humana. Amir sonríe orgulloso mientras recibe las felicitaciones del tribunal y asistentes. Al finalizar las formalidades, John se le acerca suavemente, no queriendo perturbar su momento de gloria.

—¡Felicitaciones, Amir!, le dice contento.

—Muchas gracias, John. El mérito es compartido. Y al final y al cabo, entre nos, el momento importante fue poder oler el pedo. Ese Domingo sentí que había dado vuelta la maquinita.

—Un momento de mierda, retruca John con sorna.

—Ja, capaz que sí. De pedo sigo conservando la grabación, así que si un día te viene nostalgia...

—No te preocupes, espero nunca estar tan al pedo.

—Entonces la estoy guardando al cohete.

Se ríen. Están contentos. Se terminó el momento de justificación ante el mundo de que su trabajo (su existencia en el marco de la sociedad humana) valía la pena. Amir continuará su vida, quién sabe cómo o dónde, pero con esta tesis no le faltarán oportunidades. John seguirá trabajando en el Laboratorio, esa misma tarde tiene otra reunión para presentarse a unos fondos concursables. Es Viernes, y John está de buen humor, se viene el fin de semana y tiene esa sensación de niño chico de que comienzan un par de días de libertad, sensación que se volverá amargura el Domingo. Pero hoy es Viernes.

 

 

Han pasado años. La digitalización del olfato es una realidad: las alertas por escapes de gases en fábricas o casas han salvado vidas; aunque las aplicaciones para enviar olores desagradables también se han multiplicado.

John vive retirado en una casa de verano, en compañía de su pantalla. Ocasionalmente revisa los avances en el campo científico, curioso de unos japoneses que están trabajando en la digitalización del tacto. Se ha convencido con los años del avance inevitable, implacable, positivo de la ciencia. Un Miércoles (estando jubilado todos los días son Miércoles de vacaciones), mientras John deambulaba sin demasiado rumbo, sus pasos lo conducen a la Universidad del pueblo cercano.

Entra con curiosidad, sin dejar de comparar aspectos, sonidos e incluso olores con los de su juventud. Es interesante que a pesar de haber trabajado más de 3 décadas en universidades, realice la comparación con la Universidad de su juventud, cuando era estudiante. De pronto, una imagen lo atrapa: hay un vago recuerdo en la figura de ese barbudo de rasgos armenios. “Pucha, ¡si ese es Amir!” exclama luego de unos instantes. Generalmente no recuerda a sus ex estudiantes, o no los reconocería, siempre fue de meter la pata en esos asuntos. La conferencia se está desarrollando en ese momento, tal vez todavía llegue a alcanzarlo.

Entra al salón por el fondo, y alcanza a escuchar las palabras de Amir mientras termina:

—[...] y en ese momento entendí que la reproducción de olores era uno de los avances más significativos en la ciencia sensorial desde la cámara de fotos y los discos de pasta. Ya vendrán avances en materia de digitalización del gusto y del tacto, y entonces podremos vivir una perfecta doble vida, considerar robots con capacidades sensoriales superiores a las humanas, el futuro es inimaginable por la cantidad de posibilidades que se abren. Sin embargo, si algo he aprendido en este tiempo, es que mover las cosas al mundo digital no puede ser la sustitución de vivencias. Si me preguntan hacia dónde va el mundo, y cómo ha contribuido mi trabajo a este rumbo, no puedo decir más que “mi trabajo es consecuencia y no causa de un rumbo prefijado”, que este rumbo que ha tomado la humanidad no es consciente, o por lo menos no ha sido discutido en profundidad. Mi trabajo no es mío, yo sólo le dí unos retoques finales, lo firmé y estuve en la foto. Y mi consejo es, al decir de Epicuro: “cultiven su jardín”. Ahí encontrarán todos los olores que necesitan. Pero aún más importante, inviten a gente de carne y hueso a compartir esos olores.

Quieto en la puerta y con la oreja parada, John se siente satisfecho. “Mirá vos, a pesar de seguir siendo presuntuoso, Amir envejeció, como hacemos todos, y más sabe el diablo por viejo que por diablo. Bienvenido al club de los viejos cascarrabias, joven pupilo!”

 

 

 

 

 

El Extranjero nació unos días antes de que cayera el muro de Berlín, en un lugar lejano del Norte. A los pocos años se mudó (o lo mudó su familia) al Sur, a un país chiquito pero grande como es Uruguay. Estudió ingeniería y da clases en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República. Por ser indeciso, sigue estudiando, ahora un posgrado, lo que unido a la docencia termina resultando en "hacer deberes" como forma de vida. Sin tener grandes pretensiones, escribe algunas de las locuras que lo asaltan en estos tiempos de distancia y soledad, ocasionalmente vinculadas a su área de estudio. Agradece los aportes anónimos realizados a altas horas de la noche en los bares de Montevideo, y entiende que su creación es entonces el pulido grupal de ideas (si acaso) individuales.

 

 

 

 

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