Narrativa

El significado de ser madre: Cuentos de Carlos Meneses (Lima, Perú)

 

 

 

 

Carlos Meneses (Lima, Perú)

 

 

SER MADRE

 

A Ma. Luisa de la Flor de Oquendo +

 

 

La madre se quitó el ojo derecho y fue a venderlo. Envió el producto de la venta por correo urgente y esperó ansiosa las noticias. Tiempo después recibió una carta escueta en la que le pedía más dinero. Vendió su pierna izquierda y todo su  cabello gris, envió apresuradamente el dinero y esperó. La respuesta llegó con retraso, en realidad  sólo fue un nuevo mensaje de clamorosa necesidad. Salió a la calle inmediatamente,  ofreció su pecho escuálido y como cobró una miseria vendió también sus antebrazos  y algunas de sus gastadas vértebras. El dinero íntegro salió ese mismo día. Pasaron semanas hasta que llegó un nuevo mensaje desesperado que movilizó a la anciana que angustiada ofreció su vientre, su flaca y encorvada espalda, sus clavículas y la frente, quiso vender su ternura y su esperanza, pero no las aceptó ningún comerciante. El envío lo hizo sin perder tiempo. Como de costumbre cuando llegó nueva carta las solicitudes fueron las mismas de siempre. Vendió su nariz, sus labios, su cráneo, su viejo  e inútil sexo, su mano izquierda y  le rechazaron por falta de atractivos su memoria y sus antiguos sueños. Estaba segura de que tras esa remesa sí lo lograría. Cuando tras varias semanas llegó nueva carta supo que las cosas habían mejorado pero que aun tenía mucho camino que recorrer y, como siempre dijo que no le quedaba ni una moneda. Se quitó el ojo izquierdo, la pierna derecha, sus caderas desvencijadas, la arqueada columna vertebral, el corazón, su último suspiro. Pidió que le mandasen el producto de la venta con la mayor prontitud. Al día siguiente llegaba un alborozado telegrama : ¡ Madre, no envíes más dinero, he triunfado!

 

 

 

 

 

EL ARTE DE  SABER  FIRMAR

 

A María Luisa Oquendo +

 

 

Está de pie, serio y receptivo. Le indican que deberá firmar los ejemplares de su última novela. El asiente con un sí sibilante. Lo convocan para las cinco de la tarde y le recalcan puntualidad. Le advierten que de su firma dependerá en gran parte el éxito de su libro y que eso favorecerá la cuantía de sus derechos de autor. También le indican que de preferencia sea generoso con sus dedicatorias. Le sugieren que vista ropa elegante y a la vez llamativa, y si es nueva mejor. Le piden que sonría  a todos los que le soliciten autógrafos y que aparte de pedirles el nombre les dedique algunas palabras agradables. Le aconsejan con amable tono que so alguien ha comprado dos ejemplares o más, algo inusual pero que puede suceder, en la dedicatoria le dé consideración de inteligente y amigo. Lo conducen al lugar donde deberá situarse. Le repiten por enésima vez que de ninguna manera se dará por terminada su tarea mientras haya gente a su alre4dedor. El escritor cumple al pie de la letra todas las indicaciones. Tras algunas horas de estar firmando, se le acerca el relaciones públicas de la editorial y le entrega nuevos bolígrafos y un vaso de agua. Cuando llega la noche se le ve desencajado, el pulso le tiembla ligeramente. Entienden que con la mirada les está pidiendo algo de comer y beber. Observan que ha abandonado la silla en la que estaba sentado y se apoya contra el marco de la puerta. El director y su equipo bostezan, deciden descasar y duermen en los cómodos sillones de la habitación contigua. A la mañana siguiente comprueban que nada se ha alterado salvo el semblante del escritor cada vez más pálido y ajado.  Deciden darle ánimos con palmaditas en el hombro y palabras reconfortantes. El novelista se recupera escasamente, hace un esfuerzo y sigue firmando Cuando se han cumplido más de 24 horas sin descanso se le ve una barba negra muy crecida y los ojos perdidos en cuencas verdosas. Deciden  hacer un paréntesis para que coma un emparedado y un barbero lo rasure. Consideran que todo esto se haga de cara al público que se sentirá muy atraído con el espectáculo y aumentarán las ventas Lo notan muy fatigado y acuerdan darle una taza de té. Se olvidan unos largos minutos del novelista,  Reaccionan cuando oyen voces desacompasadas y ven un tumulto rodeando la silla del escritor. Se abren paso y llegan hasta él. Está desmayado, en el suelo. Le dan cachetes en las mejillas, lo llaman repetidamente por su nombre. Alguien llama a un médico.  Intentan ponerlo de pie pero es esfuerzo vano. El médico le toma el pulso, les ausculta el corazón, le levanta los párpados. Mira al director y le dice que todo es inútil, que ese señor ya nunca más volverá a firmar un solo libro. Hay voces lastimeras, tal vez alguien arrepentido. El director revisa apresuradamente la programación acordada. Llama a su secretaria y le pide que telefoneé al siguiente escritor.

 

 

 

 

MIRAR SIEMPRE EL  HORIZONTE

 

Rosa E. Oquendo  +

 

 

Su padre sencillo, de pocas palabras, le dijo una vez que si daba todos los pasos de su vida en una misma dirección alcanzaría la felicidad, porque habría dado la vuelta al mundo y logrado admiración internacional. Cuando cumplió los quince cogió sus pocas pertenencias, se despidió de su familia y se dispuso a caminar siempre en la misma dirección mirando el horizonte. Estaba  convencido de que iba por buen camino y que tras el esfuerzo de varios años llegaría al punto de donde había partido. Un día, cuando  aun la fatiga no lo había invadido, se sorprendió al divisar su casa a muy escasa distancia. Un instante después su padre salió a darle el encuentro. Se sintió feliz porque creyó que había triunfado en plena juventud. La voz paterna enfrió sus entusiasmos, se había producido un error en la extenuante caminata. Todo su deseo a partir de ese momento fue el de reemprender la marcha y descubrir en qué momento había llegado el error y quebrado la rectitud de su camino. Tras nuevos consejos paternos  volvió a acometer la tarea de avanzar rectamente hacia el horizonte. Anduvo mucho tiempo con el convencimiento de que no se desviaba ni una pulgada de la ruta. Una noche se sintió muy mal. Sumamente cansado, su cuerpo no le obedecía el dolor era agudo. Triste, son fuerzas, aun mantuvo la esperanza de poder continuar el camino hasta llegar a su casa. Estaba segurote no haber errado ni un solo paso.

A la mañana siguiente lo encontraron muerto. Un anciano dijo que le parecía conocerlo. Que era hijo del leñador fallecido hacía años, y que vivía en una casa de la que no quedaba ni la menor huella y había estado situada en el mismo sitio donde  yacía ese cuerpo sin vida.

 

 

 

 

Carlos Meneses: (Lima 1930) Estudió Filosofía y Letras, especialidad Literatura, en la Universidad de San Marcos, de Lima, y Periodismo, en la Escuela de Periodismo, de Madrid. Ha publicado teatro, novela, cuento y ensayo, tanto en España como en el Perú y en México. Ha obtenido varios premios como el nacional de teatro del Perú en 1958; el Blasco Ibáñez, de Valencia, a su novela Edén Moderno, (2002) o el Peñíscola de cuentos por Lo que puede un pianista. Ha sido periodista en Lima, Santiago de Chile, Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, Madrid y Palma de Mallorca, ciudad en la que reside desde l964. De sus biografías destacan las de Oquendo de Amat, Borges, J. Guillén, Miguel A. Asturias y Rafael Barrett. Ha sido crítico de libros entre los años 70 y 90.

 

 

 

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