Cuento ruso: Mesa para cuatro de Beatriz F. Oleshko
Mesa para cuatro
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
F. de Quevedo
Inmersión
Y hoy —ahora antes de la llegada de Julia— volví a adentrarme en ti.
Cráneos de niño
—Delicioso —exhaló luego de dar la primera calada.
Segundos antes, hice un pacto con el viento. Se cumplió al soplar en dirección al fuego que le ofrecí, logrando que sus dedos rodearan mi mano para mantener la llama encendida.
—Veo que estás en buena compañía —me dijo mientras pasaba sus dedos por las hojas terrosas de la revista que estaba sobre la mesa.
—Cráneos de niño, en Celaya los preparan como postre—expliqué cuando dio con el separador.
—“Un lector jamás se sentirá solo, Julia” —citó a su abuelita.
—Dos medialunas de merengue con cajeta dentro y bañadas con mermelada de fresa…
—Supongo que por eso me siento así… —dijo saboreando el ChapStick de vainilla que no humectaba sus labios.
—Las medialunas son los huesos del cráneo de un niño, la mermelada la sangre que los irriga y la cajeta…
—Los sesos de un niño o una niña, los últimos seguro llevan más cajeta—pasó página.
—¿Otro cigarro?
Hora gris
Julia insistió en su puntualidad.
Y su tardanza fue la suficiente como para que llegara nuestra hora. Descendíamos de Cuernavaca a la Capital.
—Es la hora gris —me dijiste.
—Yo la veo tan roja como mi amor por ti —contradije pasando mi lengua por tu mejilla plomiza.
Altruismo
La descarga del recuerdo sacudió mi cuerpo. La mesa le hizo eco. La revista cayó. La penumbra me impidió encontrarla. Me agaché a buscarla a tientas. Mi minifalda estableció una conversación con los presentes, quienes se sumaron a la búsqueda hasta que un grito triunfal se esparció por el lugar; coincidió con el encender de las lámparas. Cayó la noche.
—Estaba en la maceta—me dijo el ganador con cara de sabueso mientras se sacudía la tierra sedienta con una mano y me tendía la otra.
—Gracias, espero a alguien —respondí levantándome por cuenta propia.
Su mano continuaba extendida.
—¿No me compras un separador? —ofreció con un tono acorde al mensaje de Mafalda de su diseño: “¡Buen día, mundo! ¡Buen día gente buena de toda la tierra!”.
Mesa para cuatro
Brindamos: ¡por el gusto!
—No soy feliz —repitió luego de tequila y medio.
—Quién se cree —exclamó sin tomar sus llamadas y después de cada mensaje de texto.
—Tu marido —resentí.
Fue al baño y volvió. De lo primero tengo certeza. Lo segundo lo delató su palidez.
—Qué feos zapatos tiene esa mona, como esos que usan los enfermos y enfermas de polio —señaló hacia uno de los pies de Mafalda, apoyado sobre la firma de Quino.
—¿Por qué no comes algo? —sugerí.
—Un tamalito de pollo envuelto en hoja santa —saboreó mientras deshebraba el separador.
—No quiero que no nos volvamos a ver jamás —escuché decir al tequila.
Su hipo desprendió una de mis pestañas.
—¿Arriba o abajo? —abrió los dedos antes de que respondiera.
Soplé.
No se cumplen, los deseos.

Beatriz F. Oleshko. Escritora y lingüista ruso-mexicana. Graduada con mención honorífica de la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas (UNAM) y de la Maestría en Lexicografía Hispánica (Real Academia Española–Universidad de León, España). Ha sido acreedora de la beca para Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en la categoría de cuento, asesora de la Secretaría General de la Universidad Nacional Autónoma de México en el fomento a la comprensión de lectura y parte de la Comisión de Lexicografía de la Academia Mexicana de la Lengua. Entre sus obras de narrativa están “Resbalosas” (El Septentrión, 2018); “Adiós” (Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, 2017); “Propagación de la luz” (Casa del Tiempo, 2016); “Ecoamantes” y “Tierra solar” (Nitro/Press, 2016). Entre sus temas de investigación como lingüista están la metáfora en la Geometría Fractal; las marcas sociolingüísticas y geográficas del español actual; y el desarrollo de programas interdisciplinarios y sostenibles para la comprensión de lectura.