Cuento policíaco latinoamericano: El doble ha muerto, de Osvaldo Reyes (Panamá)

 

 

Nuestro editor de contenidos, Atzin Nieto, inicia una curaduría de cuento latinoamericano del género policíaco.

 

 

El doble ha muerto

Osvaldo Reyes

 

 

 

—Tienes que aceptar que la simetría en la escena es casi poética.

La detective Graco miró al patólogo con cara de pocos amigos. Su compañero, quien estudiaba la escena desde la otra esquina del pequeño cuarto, anotando algunos detalles en su libreta de bolsillo, se acercó para ver de qué estaba hablando el doctor Tovar.

La mesa era sencilla, de fórmica y bordes astillados. Una botella solitaria de ron Flor de Caña, con dos dedos de líquido cubriendo el fondo, marcaba el centro del terreno de juego. A su alrededor, fichas de dominó conectadas por sus puntos rodeaban la botella, como súbditos de marfil adorando una deidad.

Tres sillas de pie. Una tirada en el piso, al lado de un cuerpo. Era un hombre de mediado tamaño, con un suéter negro y pantalones azul oscuro. A lo lejos, un vaso de plástico rasgado a lo largo, su contenido cubriendo el suelo y la mano que lo sostuvo antes de caer.

—¿A qué se refiere doctor? ¾preguntó el detective Anderson, cansado de no ver de qué estaban hablando—. ¿Qué simetría?

—¿No me contaron que la víctima trabajaba de doble?

—Bueno, sí. Saúl Nieto —dijo, leyendo de su libreta para estar seguro—. Hacía todas las escenas peligrosas de Johnny Mathews, el actor que se llevaron en la ambulancia.

Tovar miró el tablero de juego y luego al policía.

—¿No lo ves?

Anderson regresó su atención al tablero y a las fichas. Después de quince segundos de silencio, su compañera respondió por él.

—No todos son fanáticos del dominó.

—Conozco el juego —se defendió Anderson, como si demostrar la ignorancia no fuera una opción—. Lo he jugado muchas veces.

—Jugarlo y conocerlo son cosas muy diferentes.

Graco sacudió la cabeza, como si el patólogo no tuviera remedio y señaló desde lejos los dos extremos de la fila de fichas.

—El juego se trancó. Cada pinta, el número que tiene en cada extremo una ficha o piedra, va del cero al seis. Si en ambos extremos se coloca la séptima pinta de un número, el juego se cierra y termina la partida.

—Eso lo sé —aclaró Anderson, molesto—. ¿Eso que tiene que ver con la simetría?

—Que el término para cuando eso pasa —dijo Tovar—es “se murió el doble”.

Miró a Saúl Nieto y luego al tablero de juego.

—¿Ves la simetría? ¿Quién dijo que la muerte no puede ser hermosa?

 

***

 

—¿Qué sabemos de ellos? ¾preguntó Graco.

Su compañero respondió pasándole una taza llena de café negro. En su otra mano, una taza con un líquido verde claro.

—¿Cómo puedes tomar ese veneno? —dijo Anderson mirando el brebaje y la taza del mismo color.

—Te lo he dicho otras veces, Rogelio —respondió, alzando un dedo en señal de advertencia—. No te metas con mi café. Yo no me meto con tu agua.

—Té verde con gingseng.

Graco lo miró, sorbiendo de su taza.

—Corrijo. Agua con hierbas. Ahora, regreso a mi pregunta original, ¿cuál es la historia con esos cuatro?

Anderson se sentó y estiró los pies.

—Nada extraordinario. Llevaban varios meses filmando una película. Un proyecto independiente sobre los días previos a la invasión. Bajo presupuesto, mínimos efectos especiales, pero si había ciertas escenas peligrosas. El martes fue el último día de filmación.

—¿Cómo se dio la partida de dominó?

—Johnny y Sebastián Perdomo, el camarógrafo, son verdaderos fanáticos. Solían organizar partidas con los otros miembros del equipo en su tiempo libre. Ese día todos tenían algo que hacer y al final quedaron jugando ellos cuatro. Johnny, Sebastián, Saúl y Martina Flaco, una de las maquillistas.

—¿Quién enfermó primero?

Anderson terminó de tomarse su té, colocó la taza en el escritorio de Graco y sacó una libreta de su bolsillo.

—Saúl. Comenzó a ponerse azul y a quejarse de dificultades para respirar. Martina trató de ayudarlo, pero poco después Johnny empezó a presentar síntomas similares. Sebastián fue quién llamó a la ambulancia. Mientras esperaban, Saúl empezó a convulsionar. Cuando llegaron los paramédicos, ya estaba muerto. Johnny logró llegar al hospital. Está en Cuidados Intensivos.

—¿Alguna idea de qué les pasó?

—Esa respuesta se las puedo dar yo —dijo el doctor Tovar entrando en la oficina. En la mano traía un cartapacio de color amarillo, que depositó en el escritorio. Cuando Graco lo abrió, sacó dos hojas de su interior. Tovar pudo ver como su perfilada ceja derecha se alzaba ligeramente al ver el contenido.

—¿Cianuro? ¿En serio?

Tovar alzó los hombros.

—Es lo que dicen los del laboratorio. La primera hoja es el análisis del contenido de la botella de ron. La segunda, los niveles en sangre de Johnny Mathews. Cianuro en ambos casos.

—Pensé que el cianuro era mortal —dijo Anderson, tomando los papeles de mano de Graco.

—En realidad, todo depende de la dosis. El cianuro es uno de los venenos más letales, no lo dude. Cien miligramos de cianuro de potasio, el equivalente a dos cucharaditas, son suficientes para matar a un adulto promedio. Sin embargo, hay cierta varianza entre los individuos. Unos son más susceptibles que otros.

—La pregunta es —dijo Graco—si el ron estaba envenenado, ¿quién no tomó el ron?

—Tanto Sebastián como Martina. El camarógrafo tiene hepatitis B, así que no toma y Martina solo bebió un poco de vino.

—Yo tengo otra pregunta —dijo el patólogo—. ¿Querían matarlos a ambos o solo a uno de los dos?

—Esa es otra buena pregunta —aceptó Graco—. La lógica dice que ambos, pero necesitamos saber más. ¿En algún momento dejaron la botella sola? ¿Alguien se acercó sin que ellos lo vieran? ¿Quién tomó primero?

—No sé —dijo Anderson—. No recuerdo esos detalles.

—Entonces —dijo Graco, levantándose de la silla y sacando de su cajón su arma reglamentaria y su cartera—tenemos que hablar con los sobrevivientes.

 

***

 

—No puedo creer que esté muerto, en serio.

Sebastián tenía cara de no haber pegado el ojo en toda la noche. Martina, a su lado, se ponía un poco de polvo en el rostro, mientras veía de reojo al camarógrafo lamentar la muerte de Saúl.

Cuando los localizaron, los dos estaban en un café a unos pocos metros del hospital. Era una oportunidad que no podían desaprovechar y decidieron ir los tres. Tovar hablaría con los intensivistas, para ver si era posible hablar con Johnny, mientras Graco y Anderson se sentarían a conversar con los dos sospechosos. Ya habían terminado de echarse algo en el estómago. Por los restos en los platos, Sebastián había comido huevos con queso y algún tipo de carne, que de lejos parecía hígado encebollado. Martina, un croissant y té.

Los hábitos alimenticios no son un reflejo de la personalidad, pensó Graco al verlos interactuar.

—No parece estar muy molesta por la muerte de Saúl, señorita Flaco —dijo Anderson. Ella movía los labios, asegurándose de que el lápiz de labios estuviera bien colocado, como si le mandara un beso a su imagen en el espejo.

—Saúl no me caía mal.

—Es una manera muy curiosa de ponerlo ¾dijo Graco.

—No les voy a mentir, vale. Saúl era excelente en su trabajo, pero creo que ser el doble de Johnny le estaba pasando la factura. En las últimas dos películas que filmaron juntos, Saúl sumó tres costillas y una clavícula fracturada, además de una luxación de hombro.

—¿Es eso normal?

—En realidad, sí —dijo Sebastián tras aspirar hondo y pasarse la mano por el cabello—, pero Martina tiene razón. Últimamente, se golpeaba a cada rato. Casi tuvimos que detener la filmación de la película en tres ocasiones, por lesiones asociadas a su trabajo.

—¿Ninguna fue sospechosa?

—Para nada—dijo Martina torciendo los labios—y sé lo que trata de implicar. Nadie trató de matar a Saúl. Bueno, no durante la filmación. Sus golpes fueron gajes del oficio, un poco más frecuentes y aparatosos de lo esperado para el nivel de acción de esta película.

—¿Cómo se llevaba con Johnny?

—Diría que lo adoraba, pero eso sería minimizar sus sentimientos —respondió Sebastián, volteando la mirada hacia el hospital. El cuarto de urgencias se podía ver a lo lejos—. En realidad, lo idolatraba. Creo que Johnny se sentía responsable por él y le trataba de conseguir trabajo siempre que podía. Además, era el doble perfecto. Hasta se movía y actuaba como lo hacía Johnny.

—¿Quién tomó de la botella de ron primero? —preguntó Anderson, recordando las preguntas de su compañera.

—Los dos. A la vez —dijo Martina cruzándose de brazos—. Saúl llevaba su papel de doble al extremo. Cuando estaban juntos, repetía los gestos de Johnny. Cuando bebían, era siempre a la par, hasta en la cantidad. Es divertido, cuando lo ves una vez. Cuando lo hacen todo el tiempo, es desquiciante.

Casi, como un movimiento involuntario, miró hacia el hospital y murmuró: —Hacían.

Con el nudillo se limpió la comisura del ojo, donde una lágrima amenazó salir, y la obliteró de un solo movimiento.

—Entonces —presionó Anderson—. ¿Ambos tomaron de la botella? ¿Cantidades iguales?

—Apuesto a que sí —dijo Sebastián—. Como le dijo Martina, cuando tomaban, era como ver una imagen doble.

—¿Y durante el juego de dominó?

—Johnny es muy competitivo cuando juega. No habría permitido tontería alguna. En defensa de Saúl, él lo sabía y no se hacía el payaso entonces. Además, era bastante bueno. De cada diez juegos, Saúl ganaba tres, por lo menos, pero no importaba lo que estuvieran haciendo, si Johnny tomaba, Saúl lo imitaba.

—Ustedes me disculpan —dijo Graco ceñuda—. Si alguien hiciera eso conmigo, solo lo conseguiría una vez. A la segunda, le quito las ganas con un buen golpe en la nuca. ¿El señor Mathews no se molestaba?

—Se lo dije ¾exclamó Sebastián¾. Johnny lo apreciaba mucho. Fue su doble toda su vida. Creo que no le gustaba mucho, pero al final decidió que era mejor seguirle el juego. Si lo hacía feliz, él no se lo iba a impedir.

—¿Alguna vez dejaron la mesa? ¿Se levantaron para hacer algo?

Sebastián y Martina se miraron, tras lo cual negaron al unísono.

—Para nada —dijo Sebastián—. Cuando nos sentamos a jugar, no nos levantamos hasta terminar. Saúl fue el último en llegar. Traía la botella en la mano. La puso en el medio de la mesa y empezamos. Así seguimos hasta que se puso azul.

Anderson iba a hacer una pregunta, pero el celular de Graco cortó la conversación. Las notas de Murder by numbers de Sting sonaron, anunciando una llamada entrante.

—Es Tovar —dijo Graco, leyendo la pantalla—. Johnny está bien y puede hablar con nosotros.

Ya en camino al hospital, tras despedirse de Sebastián y Martina y recordarles que no salieran de la ciudad, le dijo a su compañero: —Además, dice que nos tiene una sorpresa.

 

***

—¿Ciego?

—Eso fue lo que me dijo. —Johnny se veía cansado. Tenía una cánula en la nariz, que no dejaba de darle oxígeno, y sus brazos estaban conectados a sendas bolsas que colgaban de atriles a ambos lados de su cama¾. Esta sería la última película que haríamos juntos.

—¿Le dijo la causa? —preguntó Tovar. Por su tono, Graco asumió que ya sabía la respuesta, pero esperó paciente a ver como respondía el actor.

—Un nombre raro. Algo genético.

—Neuropatía óptica de Leber ¾dijo Tovar.

—Eso mismo. Su papá la tuvo, pero pensó que se escaparía. Me dijo que hace un año empezó a perder la visión. Un doctor le dijo que tenía tratamiento, pero no garantizaba éxito. Saúl decidió que era su destino y que fuera lo que Dios quisiera. Sin embargo, no podía seguir haciendo acrobacias si no podía ver bien. En los últimos meses se golpeó tantas veces por culpa de su problema, que me sorprende que llegara hasta el final.

—Comprendo —dijo Graco—. Ahora, con el ron. ¿Alguien se acercó a la mesa mientras estuvieron jugando?

—Nadie.

—¿Y sabe si Saúl dejó la botella en alguna parte, antes de empezar la partida?

—Bueno, lo vi que la guardó en la nevera de su camerino, al llegar a la locación en la mañana. No la tocó hasta que terminamos. Cualquiera pudo entra allí a lo largo del día.

—¿Y solo ustedes tomaron ron?

Johnny asintió, su piel más pálida de lo que ya estaba. El interrogatorio lo estaba agotando y su médico se dio cuenta. Les pidió que lo dejaran descansar. Graco quiso hacerle una pregunta más, pero Tovar le indicó con un gesto que lo dejara y que hablaran afuera.

—¿Tiene algo para mí? —preguntó cuando estuvieron fuera de la habitación—. Espero que sí, porque pude sacarle un par de preguntas más antes de que me sacara ese médico.

—Nunca subestimes la impaciencia de un intensivista. Son bombas de tiempo con piernas.

Sacó su teléfono. Empezó a deslizar el dedo sobre la pantalla, mientras buscaba un contacto.

—Serrano, el intensivista, estaba tratando de encontrar una razón que explicara por qué Saúl murió, pero Johnny no. Cuando se enteró de la historia de la ceguera, buscó a Saúl en la base de datos del hospital y descubrió que se atendía aquí, en el San Marcos.

Su dedo se detuvo y presionó un número.

—Quiero que escuchen lo que su oftalmólogo me dijo. La ley le prohíbe dar esta información, pero como es indispensable para resolver este crimen, aceptó siempre que nunca lo mencionen. Se apellida Sinti.

Apoyó el teléfono en su palma y lo puso en altavoz. El sonido de llamada se repitió tres veces, antes de que una voz grave contestara del otro lado.

—Doctor Tovar. Asumo que tiene a los detectives a su lado.

—Sí, lo tengo en altavoz.

—Perfecto. Vamos al grano. Saúl sufría de una neuropatía óptica hereditaria. Su enfermedad afecta a adultos jóvenes y puede aparecer entre los 18 y 30 años. Acababa de cumplir los 29, así que pensó que se había ganado la ruleta genética, hasta que empezó a perder la visión del ojo izquierdo. Cuando vino a verme, ya tenía afección de los dos ojos.

—¿Es irreversible? —preguntó Graco.

—Es una buena pregunta, sin una buena respuesta. No hay cura, pero puede haber recuperación espontánea. Lamentablemente, puede progresar a una ceguera profunda. Creo que su padre perteneció a este grupo y Saúl no quería pasar por lo mismo. Me dijo, el primer día, que no pretendía vivir en la oscuridad como su viejo. Pensé que se refería a que iba a luchar, pero después pensé que era otra cosa.

—Un momento —dijo Graco—¿Saúl tenía ideas suicidas?

—Sí. La neuropatía de Leber puede cursar con otros trastornos neurológicos, incluyendo demencia. Por eso le sugerí ir con un psiquiatra y un neurólogo. Nunca aceptó. Me dijo que estaba bien y que no pretendía irse de este mundo todavía. Tenía una película que terminar y no podía defraudar a su doble.

—Un momento —cortó Graco—¿Usó esas palabras? ¿Su doble?

—Sí. Me dijo que era un famoso actor de cine y que su doble lo necesitaba. Cuando terminara la película, entonces lo podría dejar ir en paz.

—Eso no lo vi venir —dijo Anderson cuando Tovar cerró la llamada—. ¿Saúl se suicidó?

—Es posible. Sabíamos sobre su manía de imitar a Johnny. Quizás iba más allá de un juego. En su cabeza, él era Johnny y Saúl. Si uno se iba, debían irse los dos.

—Eso es lo que creo —dijo Tovar—. Puso el cianuro en la botella de ron y la sirvió en la mesa de juego. Después de muchas noches juntos, sabía que Sebastián no tomaba y que Martina no tocaría la botella.

—Pero si eso es así —dijo Anderson—¿cómo se salvó Johnny?

—Tengo una solución a ese misterio, pero me rugen las tripas. Vamos a comer.

 

***

 

—Ya se divirtió suficiente —dijo Graco—y no crea que me tragué lo del hambre. Todo lo que quería era hacernos sufrir y hacerse el melodramático.

El doctor Tovar, con una empanada en la boca, puso cara de ofendido. Solo pudo mantener el gesto cinco segundos, hasta que la vio llevarse la mano a su arma de reglamento.

—Bien, bien. Creo que Johnny sobrevivió por pura casualidad.

—Toda esta espera —dijo Graco, colocando su taza de café en la mesa. A su lado, Anderson repitió el gesto, con una taza de té—, para decirme que fue la Divina Providencia. Eso lo pude decir yo.

—No del todo. Johnny sobrevivió porque Saúl, en su deseo de morir, decidió usar cianuro y ponerlo en una botella de ron. La acidez del estómago facilita la absorción del ion cianuro. El alcohol neutraliza esta acidez y reduce la absorción del veneno, a pesar de la ingesta de dosis letales.

—Si eso fuera cierto —dijo Graco—Saúl debió sobrevivir también.

Tomó un sorbo del café. Anderson, a su lado, hizo lo mismo. Tovar entrecerró los ojos, pero siguió con su explicación.

—Cierto, pero la Divina Providencia, como la llamaste, no carece de ironía. La neuropatía de Leber se debe, en esencia, a una deficiencia en una enzima llamada rodanasa. ¿Sabes lo que hace la rodanasa?

Graco y Anderson negaron con la cabeza.

—La rodanasa es una enzima mitocondrial que se encarga de detoxificar el cianuro. Su deficiencia lo hace particularmente susceptible al mismo. Lo que ganó con el alcohol, lo perdió por su enfermedad de fondo. Saúl logra suicidarse, como quería, pero no llevarse a Johnny.

—El doble ha muerto —dijo Graco recordando la partida de dominó¾. Creo que, después de todo, tenía razón. Hay simetría hasta en la muerte.

Se rascó la muñeca. Cuando Anderson empezaba a hacer lo mismo, la mano de Graco salió disparada como una catapulta y lo golpeó en la parte alta de la nuca.

—Te lo advertí —le dijo, retomando su taza de café y cerrando los ojos para disfrutar de su aroma.

 Suficiente simetría por un día.

Osvaldo Reyes (1971) nació en la ciudad de Panamá. Estudió medicina en la Universidad de Panamá y luego se especializó en Ginecología y Obstetricia en la Maternidad María Cantera de Remón. Actualmente labora como médico especialista en la Maternidad del Hospital Santo Tomás, donde también ejerce funciones como Coordinador de Investigaciones. Es profesor de la Cátedra de Obstetricia de la Universidad de Panamá y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Es un ferviente lector y escritor del género negro, con ocho libros y dos colecciones de cuentos publicados a la fecha. Sus relatos forman partes de diferentes antologías (Pólvora y sangre, Escrito en el agua, Círculo de Lovecraft). Es ganador del Primer Premio de Narrativa Corta (2017) del Panama Horror Film Fest y del concurso de microrrelatos (2019) del grupo Tierra Trivium (#crimenperfecto).

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