Cuento de los hermanos Grimm: La sonrisa de Cheshire. Traducción de Luciano Pérez García
La sonrisa de Cheshire
Traducción de Luciano Pérez García
Mi hermana paraba obsesionada con “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas”. Había leído las reseñas y los resúmenes, las teorías, los estudios críticos, todo lo que podía haber con respecto a dicha obra.
Su cuarto era de color azul y, en la esquina, estaba dibujado un árbol con un hueco. Tenía muñecas, juegos de naipes, sombreros de copa alta. Era un mundo mágico su cuarto. Uno no podía ingresar a él sino nos amenazaba con cortarnos la cabeza. Y era una amenaza muy seria. Sus ojos se colocaban rojo fuego cuando uno arañaba alguna de sus valiosas posesiones. Le había costado conseguirlas. Por ejemplo, un verano decidió sacrificar sus vacaciones y dedicarse, enteramente, a la limpieza de carros para comprarse una edición tapa dura, con grabados en alto relieve, del libro en edición bilingüe. Era una fanática acérrima, ni el más creyente cristiano podía ganarla.
Mi hermana era algo especial, pero siempre tenía una ocurrencia.
En algunas ocasiones le gustaba imaginar cómo se vería el Sombrerero y se vestía como él. Un pantalón sastre marrón, un saco morado y una blusa blanca. Yo le decía que tenía más un aire al Jócker de Tim Burton, pero ella insistía que esa era su visión del Sombrerero. Esa era su estética y su visión. En otra ocasión decidió usar un vestido rojo con un corsé diminuto, colocándose en el cuello tiaras de plata para hacer parecer a su cuello más pequeño y a su cabeza más grande. Para ella, esa era la representación de la Reina de los Corazones (no confundir con la Reina Roja, que sería un delito para ella). Porque creía que la cabezona era la mejor forma de representar el ego que hincha el alma. Así era mi hermana, algo loca, algo distinta.
A la universidad iba vestida con su estilo burtomnesco, el mismo Tim estaría orgulloso. Ella se sentía importante. Siempre había algo nuevo que hablar. Como alguna carta nueva de Caroll hablando sobre algún personaje del mágico mundo o sobre alguna nueva traducción que le gustaba. Por algo había elegido Comunicaciones, así podía elaborar su tesis en torno al libre y a los personajes. Ella era feliz. Nada podía destruir su felicidad.
Nada.
Nada.
Nada.
Nada.
(Corte profundo de respiración narrativa)
Tuvo que aparecer Mick.
Mick era un compañero de su clase y solo tuvo que decir algo que cambiaría la vida de mi hermana. Su frase célebre caló hondo en ella y solo le propinó una crisis nerviosa por siete días. La frase era: «Pero te falta un gato azul»
¡Maldita sea! La utopía de mi hermana se derrumbó como un castillo de naipes. Su alma era una cabeza rodando en las escaleras de la casa. Y su llanto era el llanto de todas las personas olvidadas del cementerio. Realmente fueron siete días nefastos en mi casa. Mis papás, mis tíos, mis primos y yo nos sentábamos en la sala (que de paso estaba infestado de adornos alusivos a Carroll y su obra magna) para dialogar sobre qué hacer ante dicha situación. Por siete días conversamos y veíamos los pros y las contras. Podía ser tan sencillo como adoptar un gato de algún refugio, pero ella quería un maldito gato azul. Pudo haber sido más sencillo si ella hubiera leído a Poe y así solo tendríamos que buscar un gato negro, pero no, ella quería el maldito gato azul. Pensamos en teñir algún gato viejo (igual, la edad o el tinte lo mataba), pero no queríamos cargar con el remordimiento.
Sin embargo, al séptimo día, tal cual, como número sagrado para los pueblos errantes de Medio Oriente, apareció en nuestra puerta un pequeño gato azul. No tendría más de tres meses. Lloraba por alimento. Al instante que chillaba, mi hermana lo escuchó como fiera salvaje que escucha a su presa y bajo corriendo. De un salto llegó a la puerta y abrazo al gato entre sus atributos femeninos y la locura de sus brazos. El pequeño recibió leche, comida y techo. Le colocó un collar rojo con un dije de corazón colgando de él. Todos nos encariñamos con él y pensamos en armar el debate para el nombre, pero Anabel (sí, el ánimo por la literatura derivó en los nombres de nosotros) ya tenía pensado el nombre adecuado. El nombre del pequeño sería Cheshire.
Cheshire crecía en alegría. Mi hermana ya estaba por finalizar su tesis. Estaba ad portas de graduarse y quería hacer una excelente tesis. Su tema era referente a los principios de psicopatía reflejados en la actitud de la Reina de Corazones. Debía ser una tesis de comunicaciones, pero optó por cambiar de carrera a psicología. Su argumento consistió en que así podía entender mejor a los personajes, reflejados como sombras de personas cotidianas que rodearon a Carroll durante sus años de vida. Durante todo este tiempo, Cheshire acompañaba a mi hermana en sus investigaciones de madrugada. Ella pernoctaba a partir de las tres de la mañana (la hora del diablo) para poder despertar a las siete y proseguir con su faena diaria. Nosotros le decíamos que madrugar le pasaría factura, pero ella confiaba en su capacidad y vehemencia. Además, aseguraba que Cheshire la acompañaba cada noche y se ponía a hablar con él como si fuera Alicia con el gato de la historia. Para nosotros era un acto de ternura, al menos la veíamos feliz.
Sus ojos resplandecían como un par de lunas.
Pero una mañana, algo nos alertó a todos. Anabel estaba gritando en su cuarto. Estaba durmiendo, pero se encontraba gritando. Nos alertó a todos. De diferentes formas buscábamos despertarla, pero todo esfuerzo era inútil. Pero pasados veinticinco minutos, Anabel reaccionó. Nos dijo que sentía que alguien le presionaba el pecho y por eso comenzó a gritar, que no podía saber quién era porque con una mano le tapó los ojos. Nosotros le detallamos que nadie había ingresado a la casa. Ella seguía en su argumento y comenzó a llorar en el regazo de mamá.
Anabel, aquella tarde, no quiso almorzar, se pasó todo el momento en su habitación, jugando con Cheshire. Para ella, él era el único que la comprendía. No tenía intenciones de comer, solo hablaba con su gato azul. Pero en un momento, ella sintió un susurro, volteó y vio a Cheshire sonriendo. Pero era una sonrisa enorme, con los ojos saliendo de su órbita. Ella se asustó y salió corriendo. Fue a la sala a contarnos. Jamás la vimos tan asustada, tan agobiada. Fuimos con ella a su cuarto, pero solo encontramos al minino durmiendo. Mi mamá le dijo a Anabel que seguramente el susto le había hecho tener alguna alucinación, pero ella juraba que había visto a Cheshire sonreír con aspecto maquiavélico. Mi mamá solo atinaba a mirar a mi papá mientras abrazaba a Anabel que temblaba.
Los próximos días fueron así: Anabel sin comer, corriendo asustada buscando a mamá y Cheshire durmiendo. Para mí, los gritos de mi hermana eran comunes.
Ya me había acostumbrado a su locura.
La tesis quedó postergada. Los estudios se truncaron. Mi hermana adelgazó y ahora tenía el perfil de un naipe. Sus ojos se volvieron reflejos de los ojos de un mapache. Cheshire se había vuelto en su único compañero, pero ella ya no jugaba con él. Solo lo miraba de reojo y el gato, extrañamente, le correspondía la mirada.
Supongo que era un duelo entre dueño y mascota.
Ya era cierre de año. Todos nos estábamos preparando para ir a comprar los presentes de la familia, excepto Anabel. Ella optó por quedarse en casa. Ya no era la chica alegre de antes. Decidimos salir, le avisamos que regresaríamos en pocas horas, que no salga y que le dé de comer al gato, que ya era la hora de su cena.
Poco después de que nos fuimos, Anabel bajó de su cuarto, sacó el plato de comida de su empaque y lo llenó con las croquetas que le gustaban a Cheshire. Pero sobrevino un apagón en la casa. Ella se armó de valor. Decidió irse a su cuarto, pero escuchó que unos pasos se dirigían a las escaleras. Cogió un cuchillo. Avanzó junto a los pasos. Los latidos eran los pasos. Ella estaba ahí, sola, frente al silencio y a las sombras. No tenía sentido pensar que alguien más había, quizá solo fuera el gato y su miedo la confundía. Pero Anabel no sentía seguridad. De pronto un estruendo, un grito, unos zarpazos y silencio.
Sepulcral silencio.
Llegamos pasada las once. Encontramos la puerta sin violentar. Llamamos a Anabel, pero ella no bajaba de su cuarto. Todo estaba tranquilo en casa. Los medidores indicaban que la luz estaba bien – justo en dos días venía el recibo – y todo se encontraba en perfecto estado. El plato estaba a medio comer. Subimos al cuarto para llevarle su nueva edición del libro a Anabel, la llamamos al ir subiendo, pero no había respuesta. Abrimos el cuarto y la escena era grotesca.
Anabel yacía sobre la cama, ensangrentada. El rostro estaba petrificado con una sonrisa desbordante y los ojos desorbitados. Su vestido rojo estaba encima de ella, con arañazos y la ventana abierta. Un par de huellas en el umbral y nada más.
Cheshire estaba maullando, como si estuviera llorando por su ama. Solo atinaba a maullar mientras mamá lo abrazaba.
Papá fue a llamar a la policía. Yo estaba estupefacto, tanto que el miedo me hizo creer que Cheshire comenzó a reír.
Veinte años después, una joven adopta un gato azul que deambulaba con un collar rojo con un dije de corazón colgado en él. En las noticias se informa que una familia, esposos y su hijo, habían fallecido y sus cuerpos habían sido encontrados en el jardín de la casa.
Todos tenían la cabeza cortada y arañazos en la espalda. Las cabezas fueron encontradas con el rostro petrificado en una sonrisa maquiavélica.
Mientras la joven leía las noticias, su gato sonreía.
Luciano Pérez. Es originario de la Ciudad de México, nacido en 1956. Egresó de los talleres literarios del INBA, donde fue discípulo de los escritores Agustín Monsreal y Sergio Mondragón. De 1986 a 2006 laboró en la Subdirección de Acción Cultural del ISSSTE, primero como promotor de talleres literarios, y de 1989 a 1998 en la revista cultural del instituto, memoranda, donde fue secretario y luego jefe de redacción. De 2007 a 2012 estuvo en Ediciones Eón, como redactor y corrector, y después como editor en jefe. Desde 2013 se ha dedicado a traducir del alemán al español, tanto para la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, como para Editorial San Pablo. Narrador, ensayista y poeta, ha publicado los siguientes libros: Cacería de hadas (1990), Cuentos fantásticos de la Ciudad de México (2002), y Antología de poetas de lengua alemana (2006). Actualmente es editor de la revista cultural en línea Ave Lamia, y aquí publica sus ensayos literarios, históricos y de cultura popular, además de cuentos de corte fantástico, así como también traducciones de autores alemanes.