Cuento: Braceo y floreo. Daniella Blejer (México)
Braceo y floreo
Daniella Blejer
Lo que más le molestaba a Miguel de las nuevas manos era su delicadeza, aunque a su esposa eso parecía agradarle. Antes del accidente habían sido de ebanista: fuertes y hábiles para ensamblar. Ahora los dedos eran más largos, las muñecas flexibles y los dorsos agraciados. Si ya no tenía manos de ebanista, si no servían para tornear y construir sillas y escritorios; entonces, ¿quién carajos era?
Recordaba con horror los días posteriores a la operación: los dedos inflados como papas, los bordes de las muñecas suturados y llenos de costras. Empezar de nuevo con esos pedazos ajenos le provocó más ansiedad que haber perdido las manos en una tormenta eléctrica. Poco a poco se fueron deshinchando y, como bloque de mármol que cincelado deja ver la escultura, volvieron a su dimensión normal. Miguel rotaba sus muñecas y veía con asombro como abría y cerraba los dedos como si fueran los pétalos de una flor.
Trató en diversas ocasiones de volver a la ebanistería. Se acercaba a ver lo que hacían en su taller, pero no pasaba de hacer un croquis o de dar un par de instrucciones. Sus manos aún no podían manipular lijas, cuchillas o sierras. Notó que cuando los trabajadores escuchaban música, éstas se movían por cuenta propia expresando cierto temperamento artístico. Se le ocurrió que quizás podría pintar con ellas. Al poco tiempo los muebles se llenaron de pétalos de flores y abanicos.
Las nuevas manos trajeron consigo otros cambios en su vida sexual. Tras años de rechazo, pudo reencontrarse con su mujer en la cama. Las manos finas y delicadas la tocaban con destreza. Y mientras que a él le causaban extrañamiento, ella respondía a los tactos con una excitación renovada. Todo parecía ser dicha, sin embargo algo entre ellos la ensombrecía, la nueva disposición comenzó a levantar sospechas en el marido. Los doctores afirmaban que todo iba bien, pero aquella delicadeza de las manos no lo dejaba tranquilo, ¿de quién sería?
Fue con la jefa de la Unidad de Trasplantes y le inventó una historia: Quiero agradecer a los familiares por las manos que me donaron. La doctora se quedó callada. Si usted me da sus datos, yo podría expresarles mi gratitud, insistió Miguel. Silencio. Al menos dígame si mi donador fue un buen hombre. No puedo darle esa información, le dijo. Para convencerla, berreó en tono melodramático: A veces siento que estoy poseído por unas manos asesinas, quisiera cortármelas con una sierra, cortármelas y terminarlo todo. Por favor, estoy enloqueciendo. Al verlo tan desesperado, la doctora le dijo que las manos habían pertenecido a un guitarrista caído durante una balacera.
En el taller se topó con la guitarra de su primo que había quedado de arreglar hacía años. Miguel la tomó para confirmar si tenía alguna relación con aquel guitarrista del que le hablaron. Aliviado, probó que no sabía tocar ni una sola pieza. Sin embargo, al acariciar las caderas de su mujer, a menudo se encontraba dándoles golpecitos rítmicos. La mujer estaba encantada, lo buscaba todas las noches entre las sábanas. Se había vuelto adicta a su tacto. Las manos parecían cobrar vida propia: apretaban nalgas, masajeaban pies y recorrían lentamente pantorrillas, muslos hasta llegar a la entrepierna, donde jugueteaban lo que a Miguel le parecía una eternidad.
En la hemeroteca encontró una noticia fechada el día del trasplante: no era un guitarrista solo caído en una balacera, sino todo un ensamble de flamenco. Los balearon en un ajuste de cuentas por intentar arrebatarle a “La Patrona” la plaza de la Cuauhtémoc. Miguel fotocopió el reportaje. Pasaba horas leyendo una y otra vez las biografías de los músicos tratando de establecer conexiones. En las noches, mientras su mujer se estremecía, se le aparecían las caras de los cantaores, guitarristas y palmeros. ¿En quién pensaba mientras la tocaba? ¿En él, o en alguno de los músicos? ¿Había tenido un amante antes del accidente? ¿Era este un reencuentro? Los muy infelices sonreían, parecían burlarse de su desgracia.
Decidió evitar a su mujer a toda costa hasta resolver la identidad de sus manos. Las fotografió para compararlas con las de cada uno de los integrantes del ensamble. Poco a poco fue descartando a los hombres, ya fuera por tono de piel, estructura ósea o tamaño. Después fijó su atención en las mujeres, pensó que era menos probable que los doctores le hicieran un trasplante de manos del sexo opuesto, pero no se podía dar el lujo de descartarlas. Nadie parecía cuadrarle hasta que reparó en Paloma Pascual, una de las bailaoras. La española de unos cuarenta años, esbelta, morena, con ojos expresivos y manos largas y afinadas tenía algo que lo desconcertaba, algo que le parecía familiar.
Fue a ver una lectora de manos, quizás ella podría darle una pista. La adivina le dio la bienvenida y le ofreció un té. Miguel conversó cuidándose de no revelar la historia. Después de un rato, ella le pidió las palmas para leerle la buenaventura. Miró con minuciosidad las líneas y los montes de la mano dominante y le dijo: Tienes una mano muy interesante, mitad filosófica, mitad motora. La parte filosófica responde a un alma sensible, compleja, artística. La motora tiene que ver con un carácter pragmático, dueño de habilidades técnicas.
¿Eso quiere decir que hay dos personas viviendo en mi mismo cuerpo?
Las líneas de las manos nos hablan también de vidas pasadas. En tu línea de vida, por ejemplo, está marcada un accidente, un rayo de luz o quizás un arma de fuego. Aquí la línea se bifurca y empieza una nueva historia.
¿Quién le dijo del accidente?
Yo sólo interpreto lo que quiere tu mano.
Pero es que estas no son mis manos.
Pues lo son ahora.
Miguel volvió a casa. Miró de nuevo el retrato de Paloma Pascual. ¿Cómo no le vio antes la nuez de Adán? Ya no le quedaban dudas, las manos eran de ella, o de él. Las palabras de la adivina resonaban en su cabeza mientras se miraba frente al espejo. Floreó las manos y se decidió.
Al llegar, la esposa encontró a Miguel maquillado y vestido de bailaora. Ella sonrió. Se fue
a sentar sobre la cama y lo acercó para quitarle la ropa.
Daniella Blejer (CDMX, 1970) es narradora y ensayista. Se doctoró en letras por la UNAM, ha impartido seminarios sobre literatura y arte en la UIA, UNAM y Universidad Anáhuac. Es autora de Los juegos de la intermedialidad en la cartografía de Roberto Bolaño (Brumaria, 2017). Editora y compiladora del volumen Visibilidad e interferencia en las prácticas espaciales (Diecisiete Editorial / Brumaria, 2021). Su primera novela, Antwerpen fue publicada por Librosampleados en 2021. Sus cuentos aparecen en revistas literarias y culturales como Letralia y Replicante. Sus artículos, en revistas especializadas como Fractal, Acta Poética y Revista de Literatura Mexicana Contemporánea entre otras.