Cuento alemán: La flama azul de Jakob y Wilhelm Grimm
La edición titulada Cuentos auténticos de los Hermanos Grimm que publica la editorial Edelvives consiste en una selección de dieciséis de esas viejas historias, tal y como fueron redactadas, sin los arreglos y edulcoraciones que les fueron hechos después para mitigar los posibles detalles crueles y violentos que se consideraron inapropiados para los niños
Luciano Pérez
LA FLAMA AZUL
Jakob y Wilhelm Grimm
Traducción: Luciano Pérez
Había una vez un soldado, que había servido fielmente durante largo tiempo al rey. Cuando la guerra terminó, el soldado tenía muchas heridas, y por esta razón ya no podía ser útil, y entonces el rey le dijo: “Puedes irte a casa, no te necesito más; no hay dinero que darte como indemnización, así que tus servicios a mí han terminado”. Eso no le pareció bien al soldado, que había sacrificado toda una vida por el rey, y se fue muy lejos, preocupado; caminó un día entero, hasta que fue de noche y llegó a un bosque.
Mientras las tinieblas caían, vio él una luz que se veía en una casa cercana, donde vivía una bruja. Se dirigió hacia ahí, tocó la puerta, y cuando le abrieron dijo: “Dame un sitio donde pasar la noche, y un poco de comer y de beber”. La bruja respondió: “¿Quién va a querer darle algo a un soldado que vaga por aquí? Pero quiero demostrarte mi buen corazón y te proporcionaré lo que pides, si haces lo que te pida”. El soldado preguntó: “¿Qué tengo que hacer?”, y ella le dijo: “Quiero que mañana arregles mi jardín”. Él estuvo de acuerdo, y al día siguiente trabajó con todas sus fuerzas, y cuando llegó la noche ya había terminado. “Lo veo bien”, le dijo la bruja respecto al jardín, “pero aún no te puedes ir. Quiero que te quedes esta noche, para que mañana recolectes un montón de leña y la cortes en trozos pequeños”.
El soldado se ocupó de ello al día siguiente, y en la noche, al concluir, se encontró con que la bruja quería tenerlo otra noche más. Le dijo ella: “Mañana quiero que realices otra tarea. Atrás de mi casa hay una viejo pozo sin agua, ahí se cayó mi flama de color azul, que nunca se apaga; debes sacarla y entregármela”. Al otro día, los dos fueron hacia el pozo, y él bajó al fondo en una cubeta. Encontró la flama azul, se montó en la cubeta, y le hizo una señal a la bruja para que lo subiese. Ella no quiso hacerlo, sino hasta que primero el soldado pusiera la flama en la cubeta y la bruja la tuviese en las manos. Pero él dijo: “No, no te entrego la luz, sino hasta que esté yo arriba”. La bruja montó en cólera, soltó la cuerda, y la cubeta con el soldado cayeron al fondo.
Ahora, ¿quién le ayudaría a salir de ahí? La flama azul siguió encendida. El soldado pensó que la muerte no tardaría en llegar. Se puso muy triste, y entonces se sentó en el suelo y sacó de su bolsillo una pipa. Sería su última fumada, pensó, y prendió la pipa con la flama azul. Mientras el humo se desplegaba por el fondo del viejo pozo, surgió un hombrecillo que le preguntó al soldado: “Amo, ¿qué ordenas?” Pero el soldado, desconcertado, le contestó: “¿Qué tengo yo que ordenarte?” El hombrecillo insistió: “Debo obedecerte en todo”. Y aquél le dijo: “Bueno, pues ayúdame a salir de aquí”. El hombrecillo lo tomó de la mano y sacó al soldado, pero éste no olvidó llevar consigo la flama azul.
La flama lo fue guiando hacia los tesoros que la bruja había enterrado en algún lado, y el soldado tomó de ahí tanto oro como pudo llevarse. Una vez hecho así, le dijo al hombrecillo: “Ahora, ve y atrapa a la bruja y que la juzguen” Poco después, se oyó un espantoso grito como de gato salvaje, que pasó rápido como el viento, y luego ya no se escuchó más. El hombrecillo estuvo de regreso y dijo: “La bruja ha sido juzgada y cuelga ya de la horca, amo. ¿Qué más ordenas?” El soldado respondió: “Por el momento nada. Te puedes ir, sólo quiero que te aparezca cuanto antes en el instante en que te eche un grito”. El hombrecillo dijo: “No es necesario que me llames. Basta que enciendas tu pipa con la flama azul, y de inmediato me apareceré ante ti”.
El soldado caminó de regreso a la ciudad de donde había salido. Había comprado con el oro de la bruja bonita ropa para ponerse, y buscó el mejor alojamiento para hospedarse, consiguiendo la más hermosa habitación que había. Una vez hecho así, prendió la pipa con la flama azul y se hizo presente el hombrecillo. El soldado le dijo a éste: “Le serví al rey con fidelidad por largo tiempo, pero me despidió, condenándome a morir de hambre. Por eso quiero tomar venganza”. El hombrecillo preguntó: “¿Qué debo hacer?” Y el soldado le ordenó esto: “Cuando sea de noche, y cuando la hija del rey que me despidió, la princesa, esté ya acostada para dormir, tráela aquí para que sea mi sirvienta”. El hombrecillo respondió: “Para mí eso es muy fácil, pero para ti resultaría peligroso. Puede ocurrirte algo muy malo”.
Cuando dieron las doce de la noche, se abrió la puerta de la lujosa habitación, y el hombrecillo traía a la princesa. El soldado le dijo a ésta a gritos: “¡Ah, eres tú! ¡Ponte a trabajar de inmediato! Ve por leña y enciende la chimenea”. Cuando esto estuvo hecho, él le ordenó que le lustrara las botas, y luego que limpiara, puliera e hiciese brillar todo cuanto había en la habitación. Ella hizo todo cuanto se le pidió, sin replicar nada, muda y con los ojos medio cerrados. Antes del primer canto del gallo, el hombrecillo la regresó al palacio del rey.
Ya en plena mañana, la princesa despertó y fue con su padre para platicarle que había tenido un extraño sueño: “Iba yo por las calles llevada a la velocidad del relámpago, y de repente me encontré en la habitación de un soldado, al cual tuve que servir como sirvienta y hacer todo el trabajo de limpieza, además de encender la chimenea y lustrarle las botas. Fue sólo un sueño, pero estoy tan cansada, que me parece como si todo hubiese sido verdad”. El rey le dijo: “Tal vez no fue sueño, sino realidad. Quiero darte un consejo. Llénate hoy el bolsillo con pétalos de flores y hazle un agujero; si otra vez te llevan esta noche, cuando así sea irás dejando pedazos de flores como huellas por toda la calle, y así te encontraremos”. Mientras el rey hablaba, el hombrecillo estaba ahí, invisible, y escuchó todo. Al anochecer, cuando la princesa fue llevada otra vez por la calle, llevaba el bolsillo lleno de pétalos de flores; pero no hubo ninguna huella, pues el audaz hombrecillo tiró todos los pétalos. Y la princesa volvió a ser sirvienta durante esa noche.
El rey reunió a su gente al amanecer, para preguntarles qué huellas habían dejado los pétalos. Pero no hubo nada, pues los niños hambrientos se comieron todo, pues dijeron: “Hoy han llovido flores”. El rey llamó a su hija para decirle esto: “Debemos intentar otra cosa. Déjate puestos los zapatos cuando te acuestes, y cuando llegues adonde te llevan cada noche, te quitas uno y lo escondes allá, no me digas en este momento dónde. Yo lo encontraré”. El hombrecillo escuchó eso, y cuando el soldado le solicitó que le trajese a la princesa por tercera ocasión, aquél le advirtió que en esta ocasión le iba a ir muy mal. El soldado le dijo con firmeza: “Haz lo que te ordeno”, y la princesa fue de nuevo la sirvienta. Pero logró esconder el zapato en algún sitio de la habitación.
A la siguiente mañana el rey recorrió la ciudad entera en busca del zapato de su hija (ella le acababa de decir en qué lugar hallarlo, aunque no supiese en qué casa estaba el cuarto del soldado). Fue descubierto dónde estaba, y el soldado intentó escapar, pero lo atraparon y se le encerró en la cárcel. En su fracasada huída olvidó su maleta, en donde estaban la flama azul y el oro de la bruja, y sólo traía una moneda en la bolsa. Estaba encadenado de una mano cerca de la ventana que daba a la calle, y vio pasar a uno de sus antiguos camaradas del ejército. Lo llamó, y cuando se acercó a la ventana, el soldado le dijo: “Sé bueno conmigo y tráeme la maleta que dejé en el alojamiento donde estuve. Te doy esta moneda”. El camarada la tomó, y una vez que le fue explicado dónde quedaba la casa donde el soldado se alojó, fue de inmediato a traer lo solicitado.
Una vez con la maleta, la abrió con la mano libre, sacó la flama y con ésta encendió su pipa. El hombrecillo vino y dijo: “No tengas miedo. Ve adonde te lleven y no te preocupes. Pero ten contigo siempre la flama azul y la pipa”. Al siguiente día se efectuó el juicio del soldado, y el juez lo condenó a muerte. Cuando fue conducido a su ejecución, la pidió al rey una última gracia. “¿Cuál?”, preguntó el rey. Y el soldado respondió: “Que mientras camino adonde me ejecutarán, pueda yo fumar”. El rey le dijo: “Puedes fumar, pero no creo que eso te dé la vida”. El soldado encendió su pipa con la flama azul, y aparecieron dos anillos de humo que se convirtieron en el hombrecillo, el cual tenía en su mano un garrote y preguntó a su amo: “¿Qué ordenas?” Y el soldado le dijo: “Pégale al injusto juez y a sus cómplices, y no perdones tampoco al rey, que tan mal se ha portado conmigo”. El hombrecillo, rápido como un rayo, con su garrote no paró de golpear; el rey suplicó que se le perdonase, le otorgó al soldado el reino y le dio a la princesa por esposa.
Luciano Pérez. Es originario de la Ciudad de México, nacido en 1956. Egresó de los talleres literarios del INBA, donde fue discípulo de los escritores Agustín Monsreal y Sergio Mondragón. De 1986 a 2006 laboró en la Subdirección de Acción Cultural del ISSSTE, primero como promotor de talleres literarios, y de 1989 a 1998 en la revista cultural del instituto, memoranda, donde fue secretario y luego jefe de redacción. De 2007 a 2012 estuvo en Ediciones Eón, como redactor y corrector, y después como editor en jefe. Desde 2013 se ha dedicado a traducir del alemán al español, tanto para la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, como para Editorial San Pablo.
Narrador, ensayista y poeta, ha publicado los siguientes libros: Cacería de hadas (1990), Cuentos fantásticos de la Ciudad de México (2002), y Antología de poetas de lengua alemana (2006). Actualmente es editor de la revista cultural en línea Ave Lamia, y aquí publica sus ensayos literarios, históricos y de cultura popular, además de cuentos de corte fantástico, así como también traducciones de autores alemanes.