Ciclo de letras inglesas. Una casa encantada: Virginia Woolf. Traducción de Juan Esquivel

 

 

 

 

Empezamos un ciclo de traducción de letras inglesas, realizado por distintos traductores que están cursando el Diplomado en Formación de Traductores Literarios en la ENALLT.

 

 

 

 

Una casa encantada

Virginia Woolf / Trad. Juan Esquivel

 

 

Un poco de contexto

 

Cuenta Leonard Woolf que entre 1912 y 1919 Virginia y él solían hospedarse con frecuencia en un antiguo cottage muy cerca de Beddingham, en Sussex, en las llamadas downlands al este de Inglaterra. Lo llamaban Asham y durante aquellas estancias fueron testigos de fenómenos “paranormales”, como pisadas o susurros que eran imposibles de atribuírsele a alguien más porque sólo ellos estaban en la cabaña; también oían puertas que se abrían y cerraban “solas”. Estos “ruidos” parecían ser provocados por una “pareja”, por otro matrimonio, pues escuchaban voces tanto de hombre como de mujer, una especie de conversación. Los sonidos se hacían más constantes durante la noche.

Por aquellos años, Virginia Woolf publicó Modern Fiction, un ensayo que cuestionó profundamente el quehacer narrativo inglés de su época, mismo que traduje para Taller Igitur, lo titulé La narrativa moderna. Con exquisito tono irónico, Woolf señalaba que los escritores de su tiempo eran capaces de “hacer un libro tan bien construido y solido en su artesanía que ni el más exacto de los críticos podría encontrar la grieta o fisura que lo derrumbase”. Con esta analogía entre arquitectura y literatura Woolf denunciaba al realismo literario que dominaba en ese entonces, y como tales “edificios” eran tan exactos que no dejaban “ni siquiera un resquicio entre los marcos de las ventanas o una hendidura en los bordes”, había llegado el momento de proponer otro tipo de narrativa, una que verdaderamente le permitiera al lector volver a conectar con la vida. ¿Cómo lo lograría nuestra autora? Dialogando con las ideas más avanzadas de su tiempo: la fenomenología de Husserl; con Bergson y su filosofía de la duración, donde la conciencia, en tanto tiempo que se distiende, es memoria; también se sienta a tomar un café con Einstein para hablar del tiempo; con Freud, Jung y compañía discutirá del inconsciente, de los sueños, de los arquetipos, tan presentes en esta casa. En suma, Una casa encantada es la versión modernista del cuento de fantasmas.

Virginia Woolf, “uno de los creadores del alma moderna”, según Anthony Burgess, supo explorar nuevas vías para actualizar un género de larga data en la tradición inglesa. Y como todo lo anterior sólo es posible mediante las palabras, espero, en este mi segundo encuentro con la Woolf, estar a la altura.

 

 

 

 

Una casa encantada

 

A CUALQUIER HORA que despertaras había una puerta cerrándose. De habitación en habitación ellos iban, de la mano, levantando aquí, abriendo allá, cerciorándose: una pareja fantasmal.

“Aquí es donde lo dejamos”, decía ella. Y él agregaba: “¡Sí, pero acá también!”. “Está arriba”, murmuraba ella. “Y en el jardín”, susurraba él. “En silencio”, dijeron, “o los despertaremos”.

Pero no es que ustedes nos despertaran. Claro que no. “Lo están buscando; están corriendo la cortina”, una podría decir, y luego leer una o dos páginas. “Ya lo encontraron”, una estaría en lo cierto, deteniendo el lápiz en el margen. Y entonces, cansada de leer, una podría levantarse y ver: la casa toda vacía, las puertas abiertas, sólo el burbujeante zureo de las torcaces satisfechas y el zumbido de la trilladora desde la granja. “¿A qué venía?”, “¿qué buscaba?”. Mis manos estaban vacías. “¿Arriba tal vez?”. Las manzanas se encontraban en el desván. Y de nuevo hacia abajo, el jardín tan quieto como siempre, sólo el libro había caído sobre el pasto.

Pero ellos lo habían encontrado en el salón. No es que pudieran verse. Las ventanas reflejaban manzanas, reflejaban rosas; todo el follaje era verde en el cristal. Si ellos se movían por el salón, la manzana sólo volvía su lado amarillo. Sin embargo, un instante después, si la puerta se abría, se esparcía por el piso, colgaba de la pared, pendía del techo… ¿Qué? Mis manos estaban vacías. La sombra de un tordo atravesó la alfombra; de los pozos más profundos del silencio la torcaz extraía su burbujeante zureo. “A salvo, a salvo, a salvo”, el pulso de la casa latía suavemente. “El tesoro enterrado; la habitación…”. El latido se detuvo en seco. ¿Era aquello el tesoro enterrado?

Un momento más tarde la luz se había desvanecido. ¿En el jardín, entonces? Pero los árboles tejían tinieblas a un errante rayo de sol. Tan fino, tan único, serenamente hundido sobre la superficie el rayo que buscaba ardía siempre tras el cristal. La muerte era el cristal; la muerte estaba entre nosotros; llegó primero a la mujer, cientos de años atrás; la casa quedó sola, las ventanas fueron tapiadas; las habitaciones se oscurecieron. Él se marchó, él la dejó, fue al norte, fue al este, vio girar las estrellas en el cielo del sur; buscó la casa, la halló abandonada al pie de las colinas del sur. “A salvo, a salvo, a salvo”, el pulso de la casa latía alegremente. “El tesoro es tuyo”.

El viento ruge por la avenida. Los árboles se encorvan en una y otra dirección. Los rayos de luna chapotean salvajemente en la lluvia; pero el rayo de la lámpara cae en línea recta desde la ventana. La vela arde firme y quieta. Deambulando por la casa, abriendo ventanas, susurrando para no despertarnos, la pareja fantasmal busca su alegría.

“Aquí dormíamos”, dice ella. Y él agrega: “besos infinitos”. “En la mañana, al despertar…” “Plata entre los árboles…” “En el piso de arriba…” “En el jardín…” “Cuando el verano…” “En tiempo de nieve…”. Las puertas se cierran a la distancia golpeteando suavemente como el latido de un corazón.

Se acercan más; se detienen en la puerta. El viento cae, la lluvia se desliza plateada sobre el cristal. Nuestros ojos se oscurecen; no oímos pasos a nuestro lado; no vemos a dama alguna extender su capa fantasmal. Las manos de él cubren la linterna. “Míralos”, susurra. “Duermen profundamente. Amor sobre sus labios”.

Inclinándose, sujetando su lámpara plateada por encima de nosotros, ellos nos miran largo y hondo. Se demoran. El viento corre lineal; la flama se arquea un poco. Indómitos rayos de luna cruzan tanto piso como pared, y al encontrarse tiñen los rostros inclinados, los rostros examinantes, los rostros que escudriñan a los durmientes y buscan su oculta alegría.

“A salvo, a salvo, a salvo”, el corazón de la casa late con orgullo. “Tantos años…”, suspira él. “De nuevo me encontraste”. “Aquí”, murmura ella, “durmiendo; leyendo en el jardín; riendo, rodando manzanas en el desván. Aquí dejamos nuestro tesoro…”. Inclinándose más, su luz me descubre los ojos. “A salvo, a salvo, a salvo”, el pulso de la casa late con vehemencia. Despierto gritando: “¡Es este su tesoro escondido? La luz en el corazón”.

 

 

 

 

 

Virginia Woolf (Londres, 25 de enero de 1882-Lewes, Sussex, 28 de marzo de 1941) fue una novelista, ensayista, escritora de cartas, editora, feminista y escritora de cuentos británica, considerada como una de las más destacadas figuras del modernismo literario del siglo XX. Durante el período de entreguerras, Woolf fue una figura significativa en la sociedad literaria de Londres y un miembro del círculo de Bloomsbury. Sus obras más famosas incluyen las novelas La señora Dalloway (1925), Al faro (1927), Orlando: una biografía (1928), Las olas (1931), y su largo ensayo Una habitación propia (1929), con su famosa sentencia «Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción». Fue redescubierta durante la década de 1970, gracias a este ensayo, uno de los textos más citados del movimiento feminista, que expone las dificultades de las mujeres para consagrarse a la escritura en un mundo dominado por los hombres.

 

 

 

 

Juan Manuel Esquivel García (Ciudad de México, 1980) es poeta, ensayista y traductor. Estudió Ciencias de la Comunicación en el Tecnológico de Monterrey. Luego ejerció el periodismo y la comunicación corporativa. En lo relativo a las letras se ha formado en distintos centros culturales. Por su poesía fue invitado al programa Al compás de la letra en Radio UNAM. Su trabajo se publica regularmente en Periódico de Poesía, Casa del tiempo, Letralia, Taller Igitur, El Gólem, Murmullo de Paloma. Actualmente prepara su primer poemario y cursa el Diplomado en Formación de Traductores Literarios en la ENALLT.