Ciclo de letras inglesas. Once: Sandra Cisneros (Estados Unidos). Traducción de Angélica Ramírez Roa
Empezamos un ciclo de traducción de letras inglesas, coordinado por Juan Manuel Esquivel. Las traducciones son realizadas por distintos autores que actualmente están cursando el Diplomado en Formación de Traductores Literarios en la ENALLT.
“Eleven” forma parte del libro Woman Hollering Creek and Other Stories. En una lectura, en 1996, que hizo Sandra Cisneros de esta historia, afirma que la escribió en una época en la que necesitaba dinero. Supo de una editorial que podría pagarle por escribir un cuento infantil, así que se puso a escribir y les envió “Eleven”. Al editor le pareció que no era para niños, lo rechazaron, “que mal porque en verdad necesitaba el dinero, estaba quebrada. Pero resultó que esta es la historia que más me piden leer y la que los niños entienden mejor”.
ONCE
Sandra Cisneros (Estados Unidos)
Traducción de Angélica Ramírez Roa
Lo que no entienden sobre los cumpleaños y lo que nunca te dicen es que cuando tienes once años, también tienes diez y nueve y ocho y siete y seis y cinco y cuatro y tres y dos y uno. Y cuando te despiertas el día de tu cumpleaños once esperas sentirte de once años, pero no te sientes así. Abres los ojos y todo es exactamente como ayer, solo que es hoy. Y no te sientes de once años para nada. Te sientes como si todavía tuvieras diez. Y los tienes, por debajo del año que te hace de once.
Como los días en los que dices algo tonto y esa es la parte de ti que todavía tiene diez. O tal vez algunos días necesitas sentarte en el regazo de tu mamá porque tienes miedo, esa es la parte de ti que tiene cinco. Y tal vez un día cuando ya creciste necesitas llorar como cuando tenías tres, eso está bien. Eso es lo que le digo a mi mamá cuando está triste y necesita llorar. Tal vez se siente como de tres.
Porque la manera en la que creces es como una cebolla o como los anillos de adentro de un tronco o como mis pequeñas muñecas de madera, que caben una dentro de la otra, cada año dentro del siguiente. Así es tener once años.
No te sientes de once. No luego luego. Te toma algunos días, si no es que semanas y a veces hasta meses antes de que digas Once cuando te preguntan. Y no te sientes lista como de once, no hasta que casi tienes doce. Así son las cosas.
Solo que hoy me gustaría no tener únicamente once años resonando dentro de mí como lo harían los centavos dentro de una caja metálica de curitas. Hoy desearía tener ciento dos en lugar de once porque si tuviera ciento dos hubiera sabido qué decir cuando la Señora Price puso el suéter rojo en mi escritorio. Hubiera sabido cómo decirle que no era mío en vez de solo quedarme ahí sentada con esa mirada en la cara y sin que me saliera nada de la boca.
“¿De quién es esto?”, pregunta la Señora Price y sostiene el suéter rojo en lo alto para que lo vea toda la clase. “¿De quién? Ha estado arrumbado un mes en el guardarropa”.
“No es mío”, responde todo el mundo. “Yo no fui”.
“Tiene que ser de alguien”, sigue diciendo la Señora Price, pero nadie recuerda nada. Es un horrible suéter con botones rojos de plástico y cuello y mangas tan estiradas como para que lo uses como cuerda para brincar. Tal vez tiene mil años de viejo, y aunque fuera mío, no lo diría.
A lo mejor porque soy flaca o quizá porque no le caigo bien, pero la tonta de Sylvia Saldívar dice: “Creo que es de Rachel”. Un horrible suéter como ese, todo raído y viejo, pero la Señora Price le cree. La Señora Price toma el suéter y lo pone justo sobre mi escritorio, pero cuando abro la boca no me sale nada.
“Eso no es, yo no, tú no… No es mío”, digo finalmente con una vocecita que tal vez era de cuando yo tenía cuatro.
“Claro que es tuyo”, dice la Señora Price. “Recuerdo que una vez te lo vi puesto”. Como ella es mayor y es la maestra, ella tiene razón y yo no.
No es mío, no es mío, no es mío, pero la Señora Price ya estaba en la página treinta y dos y en el problema número cuatro de mate. No sé por qué, pero de repente empecé a sentir un malestar por dentro, como si la parte de mí que tiene tres quisiera salirme por los ojos, solo que los cerré fuerte y apreté mucho los dientes y traté de recordar que hoy tengo once años, once. Mi mamá me va a hacer un pastel para la noche y cuando llegue mi papá todos cantarán Feliz cumpleaños, feliz cumpleaños a ti.
Pero cuando se me pasa el malestar y abro los ojos, el suéter rojo todavía está ahí, como una gran montaña roja. Muevo con mi regla el suéter rojo hacia la esquina del escritorio. Muevo mi lápiz y los libros y la goma tan lejos de él como es posible. Hasta muevo mi silla un poquito hacia la derecha. No es mío, no es mío, no es mío.
En mi cabeza pregunto cuánto falta para el almuerzo, cuánto para que pueda agarrar el suéter rojo y aventarlo por la reja del patio de la escuela o para dejarlo colgado en un parquímetro o para hacerlo bolita y tirarlo en un callejón. Pero no cuando la hora de mate termina y la Señora Price dice bien fuerte y delante de todo el mundo: “Ya fue suficiente Rachel”, porque ella ve que hice el suéter rojo hasta la esquina de mi escritorio y está colgando de la orilla como una cascada, pero no me importa.
“Rachel”, agrega la Señora Price. Lo dice como si se estuviera enojando. “Ponte ahora mismo ese suéter y déjate de tonterías”.
“Pero no es…”.
“¡Ya!”. Ordena la Señora Price.
Ahora es cuando desearía no tener once, porque todos los años dentro de mí, diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos y uno, presionan desde el fondo de mis ojos mientras paso un brazo por la manga del suéter que huele como a queso cottage, y después el otro brazo por la otra y me quedo ahí con los brazos separados como si el suéter me lastimara, y lo hace, me da comezón y está lleno de gérmenes que ni siquiera son míos.
Es entonces cuando todo lo que he estado aguantando desde la mañana, desde la hora en la que la Señora Price puso el suéter en mi escritorio, por fin sale, y de pronto estoy llorando enfrente de todos. Quisiera ser invisible, pero no lo soy. Tengo once años y hoy es mi cumpleaños y estoy llorando enfrente de todos como si tuviera tres. Pongo la cabeza en el escritorio y hundo la cara en los tontos brazos del suéter de payaso. Mi cara toda caliente y la baba se me escurre de la boca porque no puedo hacer que los ruiditos de animal no se me salgan, hasta que ya no me quedan más lágrimas en los ojos y solamente se sacude mi cuerpo como cuando tienes hipo y toda la cabeza me duele como cuando te tomas la leche muy rápido.
Pero la peor parte es justo antes de que suene la campana para el almuerzo. Esa mensa de Phyllis López, que todavía es más tonta que Sylvia Saldívar, ¡dice que recuerda que el suéter rojo es suyo! Me lo quito rápido y se lo doy, la Señora Price es la única que hace como que todo está bien.
Hoy cumplo once años. Habrá un pastel que mi mamá está haciendo para la noche y que comeremos cuando mi papá regrese del trabajo. Habrá velitas y regalos y todos cantaremos Feliz cumpleaños, feliz cumpleaños a ti, Rachel, solo que es demasiado tarde.
Cumplo once años hoy. Tengo once, diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos y uno, pero ojalá tuviera ciento dos. Desearía tener cualquier edad menos once años, porque quiero que hoy ya esté muy lejos, como un globo suelto en el aire, como una o muy chiquita en el cielo, tan chiquita que tengas que cerrar los ojos para verla.
Sandra Cisneros (Chicago, 1954) ha escrito poesía: Bad Boys (1980), My Wicked, Wicked Ways (1987), Loose Woman (1994), Woman Without Shame (2022); narrativa: The House on Mango Street (1984), Woman Hollering Creek and Other Stories (1991), Caramelo (2002), Puro Amor (2018), Martita, I Remember You/Martita, te recuerdo (2021); un libro para niños: Hairs/Pelitos 1994; el libro ilustrado: Have You Seen Marie? (2012); una colección de ensayos personales: A House of My Own: Stories from My Life (2016). La obra con la que ha alcanzado gran reconocimiento, The House on Mango Street, ha vendido más de seis millones de ejemplares y ha sido traducida a más de veinticinco lenguas.
Angélica Ramírez Roa es licenciada en Lingüística (Universidad Autónoma Metropolitana), especialista en Estudios de Género (El Colegio de México) y Maestra en Español (University of Ottawa). Ha trabajado en enseñanza de español como segunda lengua, en edición, corrección de estilo y en traducción técnica, especializada y para subtitulaje. Actualmente cursa el diplomado en Formación de Traductores Literarios en la ENALLT.