Ciclo de letras inglesas. La bruja: Shirley Jackson. Traducción de Mijal Montelongo Huberman
Imagen: USA. New York City. 1940s. Shirley JACKSON, author of "The Lottery".Contact email:New York
Empezamos un ciclo de traducción de letras inglesas, coordinado por Juan Manuel Esquivel. Las traducciones son realizadas por distintos autores que actualmente están cursando el Diplomado en Formación de Traductores Literarios en la ENALLT.
La bruja
Shirley Jackson
Traducción de Mijal Montelongo Huberman
El vagón estaba tan vacío que el niño tenía un asiento solo para él. Su madre estaba sentada al otro lado del pasillo en el asiento contiguo al de la hermanita del niño. La bebé tenía un pedazo de pan tostado en una mano y una sonaja en la otra. Iba bien sujeta con un cinturón al asiento, de manera que podía estar sentada y ver a su alrededor, y cuando se empezaba a deslizar lentamente hacia los lados, el cinturón la atrapaba y la detenía a medio caerse en lo que su madre se volteaba y la enderezaba otra vez. El niño estaba viendo por la ventana mientras comía una galleta, y su madre estaba leyendo tranquilamente, respondiendo a sus preguntas sin levantar la mirada.
—Estamos sobre un río —dijo el niño—. Este es un río y estamos sobre él.
—Está bien —dijo su madre.
—Estamos en un puente sobre el río —dijo el niño para sí mismo.
El resto de la gente que había en el vagón estaba sentada en el otro extremo. Si alguien pasaba al lado del niño, él se volteaba y decía: «Hola». El desconocido usualmente respondía: «Hola», y a veces le preguntaban si estaba disfrutando el viaje en tren, o hasta le decían que era todo un hombrecito. Estos comentarios molestaban al niño e, irritado, regresaba a mirar por la ventana.
—Ahí hay una vaca —decía. O, suspirando: —¿Cuánto falta para llegar?
—No falta mucho —respondía su madre cada vez que el niño preguntaba.
La bebé estaba muy callada y entretenida con la sonaja y el pan tostado, que su madre remplazaba constantemente. En una ocasión, se fue demasiado de lado, se pegó en la cabeza y empezó a llorar; por un minuto hubo ruido y movimiento alrededor del asiento de la madre. El niño se bajó de su asiento y corrió al otro lado del pasillo para acariciar los pies de su hermana y pedirle que no llorara. Finalmente, la bebé se rio, volvió a entretenerse con su pan tostado, y la madre le dio una paleta al niño, quien regresó a la ventana.
—Vi una bruja —le dijo a su madre después de un minuto—. Afuera había una bruja enorme y vieja y fea y vieja y mala y vieja.
—Está bien —dijo su madre.
—Una bruja enorme, vieja y fea, y le dije que se fuera y se fue —siguió diciendo el niño, en voz baja para sí mismo—. Vino y dijo: «Te voy a comer», y yo dije: «No, no lo vas a hacer», y la corrí, a esa bruja mala, vieja y malvada.
Dejó de hablar y levantó la mirada al mismo tiempo que la puerta externa del vagón se abría y entraba un hombre. Era un hombre mayor con rostro agradable y pelo blanco; su traje azul estaba apenas marcado por el desarreglo que suele acompañar un largo viaje en tren. Tenía un puro, y cuando el niño dijo: «Hola», el hombre le hizo un ademán con el puro y dijo: «Hola, hijo.» Se detuvo al lado de su asiento, e inclinándose sobre el respaldo, bajó la mirada y el niño estiró el cuello para ver hacia arriba.
—¿Qué estás buscando por la ventana? —preguntó el hombre.
—Brujas —dijo en seguida el niño—. Brujas malas, viejas y malvadas.
—Ya veo —dijo el hombre—. ¿Encontraste alguna?
—Mi padre fuma puros —dijo el niño.
—Todos los hombres fuman puros —dijo el hombre—. Algún día tú también fumarás un puro.
—Yo ya soy un hombre —dijo el niño.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó el hombre.
Ante esta típica pregunta, el niño miró desconfiadamente al hombre por un minuto y después dijo:
—Veintiséis. Ochocien y cuarenta ochenta.
Su madre levantó la mirada del libro.
—Cuatro —dijo sonriendo con cariño al niño.
—¿En serio? —dijo amablemente el hombre al niño—. Veintiséis —. Indicó con la cabeza a la madre que estaba al otro lado del pasillo—. ¿Ella es tu madre?
El niño se inclinó hacia adelante para ver y entonces dijo:
—Sí, es ella.
—¿Cómo te llamas? —preguntó el hombre.
El niño lo volvió a ver desconfiadamente.
—SR. Jesús —dijo.
—Johnny —dijo la mamá del niño. Buscó la mirada del niño y frunció profundamente el ceño.
—Esa de allá es mi hermana —dijo el niño al hombre—. Tiene doce años y medio.
—¿Amas a tu hermana? —preguntó el hombre. El niño se quedó con la mirada fija, y el hombre rodeó el asiento para llegar al otro lado y sentarse junto a él—. Oye —dijo el hombre—, ¿te cuento de mi hermanita?
La madre, que había levantado la vista ansiosamente cuando el hombre se sentó al lado del niño, regresó tranquilamente a su libro.
—Cuéntame de tu hermanita —dijo el niño—. ¿Era una bruja?
—Puede ser —dijo el hombre.
El niño rio emocionado, y el hombre se inclinó hacia atrás y le dio una calada a su puro. «Hace mucho, mucho tiempo», comenzó, «tenía una hermana pequeña igual que la tuya.» El niño dirigió la mirada al hombre, asintiendo a cada palabra. «Mi hermanita», continuó el hombre, «era tan bonita y tan simpática que la amaba más que nada en el mundo. Entonces, ¿te digo lo que hice?»
El niño asintió energéticamente con la cabeza, y la madre levantó la mirada del libro y sonrió mientras escuchaba.
—Le compré un caballo mecedor y una muñeca y un millón de paletas —dijo el hombre—, y después la agarré y puse las manos alrededor de su cuello y apreté y apreté hasta que murió.
El niño se sobresaltó y la madre se volteó al mismo tiempo que su sonrisa desaparecía. Abrió la boca y la volvió a cerrar cuando el hombre continuó:
—Y entonces la agarré y le corté la cabeza y tomé la cabeza…
—¿La cortaste toda en pedazos? —preguntó el niño sin aliento.
—Le corté la cabeza y las manos y los pies y el cabello y la nariz —dijo el hombre—, y la golpeé con un palo y la maté.
—Alto allí —dijo la madre, pero la bebé se cayó de lado justo en ese instante y, para cuando la madre la había vuelto a enderezar, el hombre ya había continuado con su relato.
—Y agarré la cabeza y le arranqué el pelo y…
—¿A tu hermanita? —inquirió el niño con avidez.
—A mi hermanita —dijo firmemente el hombre—. Y puse la cabeza en una jaula con un oso y el oso se la comió.
—¿Se comió toda la cabeza? —preguntó el niño.
La madre dejó su libro y cruzó el pasillo. Se paró al lado del hombre y dijo:
—¿Qué le pasa?
El hombre volteó a verla cortésmente y ella dijo:
—Lárguese de aquí.
—¿Te asusté? —dijo el hombre. Volteó a ver al niño, lo codeó y los dos se rieron.
—Este hombre rebanó a su hemanita —le dijo el niño a su madre.
—Voy a llamar al inspector —le dijo la madre al hombre.
—El inspector se comerá a mi mami —dijo el niño—. Le cortaremos la cabeza.
—Y también la cabeza de la hermanita —dijo el hombre. Se levantó, y la madre se hizo hacia atrás para que él pasara.
—Ni se le ocurra regresar a este vagón—dijo ella.
—Mi mami te comerá a ti —le dijo el niño al hombre.
El hombre se rio, y también el niño, y entonces el hombre dijo a la madre: «Con permiso», y pasó a su lado para salir del carro. Cuando la puerta se hubo cerrado tras él, el niño dijo:
—¿Cuánto tiempo más vamos a estar en este viejo tren?
—No falta mucho —dijo la madre. Estaba parada observando al niño como queriendo decir algo, y finalmente dijo:
—Estate quieto y pórtate bien. Puedes tomar otra paleta.
El niño bajó del asiento entusiasmado y fue con su madre. Ella sacó una paleta de una bolsa que estaba en su bolso de mano y se la dio.
—¿Cómo se dice? —preguntó ella.
—Gracias —dijo el niño—. ¿En verdad rebanó ese hombre a su hermanita en pedazos?
—Sólo estaba bromeando —dijo la madre, y agregó rápidamente—. Sólo bromeaba…
—Pue’ que —dijo el niño. Regresó a su asiento con su paleta y se acomodó para volver a ver por la ventana—. Pue’ que el hombre fuera una bruja.
Shirley Jackson. Nació el 14 de diciembre de 1916 en San Francisco. Su obra más reconocida es el cuento “La lotería”, publicado en 1948 en The New Yorker. También tiene varias novelas aclamadas como Siempre hemos vivido en el castillo, La maldición de Hill House, entre otras. Sus relatos se caracterizan por retratar circunstancias realistas que contienen elementos del horror y de lo oculto. Murió el 8 de agosto de 1965.
Mijal Montelongo Huberman. Nació el 25 de agosto de 1996 en la Ciudad de México. Creció en Tampico, Tamaulipas, hasta que fue a la Ciudad de México a estudiar la carrera de Biología en la UNAM. Ahora está acabando una maestría en Ecología. Le interesa la literatura y los idiomas, por lo que se está formando como traductora. Siempre está acompañada de libros, perros y gatos.