Aun cuando perdamos. Cuentos sobre la magia de fútbol: Eduardo Galeano (Uruguay)
Como parte de las jornadas mundialistas de la Copa del Mundo de Fútbol Catar 2022, publicamos una serie de cuentos sobre este deporte. Aun cuando perdamos. Cuentos sobre la magia del futbol , organizada por la poeta argentina Melina Sánchez, reúne parte de la narrativa escrita durante el siglo XX y XXI asociado con el fútbol.
Eduardo Galeano (Montevideo, Uruguay)
El jugador
Corre, jadeando, por la orilla. A un lado lo esperan los cielos de la gloria; al otro, los abismos de la ruina. El barrio lo envidia: el jugador profesional se ha salvado de la fábrica o de la oficina, le pagan por divertirse, se sacó la lotería. Y aunque tenga que sudar como una regadera, sin derecho a cansarse ni a equivocarse, él sale en los diarios y en la tele, las radios dicen su nombre, las mujeres suspiran por él y los niños quieren imitarlo. Pero él, que había empezado jugando por el placer de jugar, en las calles de tierra de los suburbios, ahora juega en los estadios por el deber de trabajar y tiene la obligación de ganar o ganar. Los empresarios lo compran, lo venden, los prestan; y él se deja llevar a cambio de la promesa de más fama y dinero. Cuanto más éxito tiene, y más dinero gana, más preso está. Sometido a disciplina militar, sufre cada día el castigo de los entrenamientos feroces y se somete a los bombardeos de analgésicos y las infiltraciones de cortisona que olvidan el dolor y mienten la salud. Y en las vísperas de los partidos importantes, lo encierran en un campo de concentración donde cumple trabajos forzados, come comidas bobas, se emborracha con agua y duerme solo. En los otros oficios humanos, el ocaso llega con la vejez, pero el jugador de fútbol puede ser viejo a los treinta años. Los músculos se cansan temprano:- Éste no hace un gol ni con la cancha en bajada.- ¿Éste? Ni aunque le aten las manos al arquero. O antes de los treinta, si un pelotazo lo desmaya de mala manera, o la mala suerte le revienta un músculo, o una patada le rompe un hueso de esos que no tienen arreglo. Y algún mal día el jugador descubre que se ha jugado la vida a una sola baraja y que el dinero se ha volado y la fama también. La fama, señora fugaz, no le ha dejado ni una cartita de consuelo.
El arquero
También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped. Es uno solo. Está condenado a mirar el partido de lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento. Antes vestía de negro, como el árbitro. Ahora el árbitro ya no está disfrazado de cuervo y el arquero consuela su soledad con fantasías de colores. Él no hace goles. Está allí para impedir que se hagan. El gol, fiesta del fútbol: el goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace. Lleva a la espalda el número uno. ¿Primero en cobrar? Primero en pagar. El portero siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo. Cuando un jugador cualquiera comete un penal, el castigado es él: allí lo dejan, abandonado ante su verdugo, en la inmensidad de la valla vacía. Y cuando el equipo tiene una mala tarde, es él quien paga el pato, bajo una lluvia de pelotazos, expiando los pecados ajenos. Los demás jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces, pero se redimen mediante una finta espectacular, un pase magistral, un disparo certero: él no. La multitud no perdona al arquero. ¿Salió en falso? ¿Hizo el sapo? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de acero? Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta el fin de sus días lo perseguirá la maldición.
Eduardo Galeano: Nació en Montevideo, Uruguay en 1940, falleció en la misma ciudad el 13 de abril de 2015. Radiografista de la realidad de todo un continente, auténtico ciudadano de la Patria Grande. Uruguayo de nacimiento, más bien rioplatense. Vivió en su Uruguay natal, en Argentina, en España, en Francia, pero además escribió para medios de diferentes países latinoamericanos constantemente aunque no residiera allí, como en La jornada de México.
Incursionó en el periodismo desde muy joven, a los 14 años, y a los 19 ya era jefe de redacción. Creó las revistas Crisis, Marcha, Brecha, fundó la Editorial El chanchito. Formó parte de varios comités de intelectuales y políticos en torno a la defensa de los derechos humanos. Se encuentra entre los intelectuales de la izquierda latinoamericana más leídos. Sus reflexiones se ocupan de temas de la cultura popular, de la política y de la historia. Entre sus obras más conocidas se encuentran: Las venas abiertas de América Latina, Memoria del fuego, El libro de los abrazos, Patas arriba. La escuela del mundo al revés, El fútbol a sol y a sombra.