Poesía. Por Ricardo Güiraldes
POESÍA
Ricardo GÜIRALDES
No creo en la poesía realizada según una definición. La poesía es aquello hacia lo cual tiende el poeta. Esta vaguedad me parece preferible a todo sistema. Apunto, abreviando, una parábola de Ramakrisma:
Un devoto tenía dos hijos, a quienes puso bajo la tutela de un maestro espiritual, a fin de que se instruyeran en el conocimiento de Brama. Vueltos los dos hijos al hogar, el padre, deseoso de saber lo que habían aprendido, los interrogó por orden de edad. El mayor hizo una sabia y erudita disertación, el menor cayó en éxtasis: «Tú sabes lo que es Brama», dijo el viejo devoto al último de sus hijos.
Dejémonos, pues, de tanta definición.
«El Cencerro de Cristal», ya que debo contestar a la pregunta, no tiene prejuicio en tal o cual sentido. Es arbitrario y frecuentemente de mala intención quererlo hacer caber en un rótulo que encierra menosprecio. Han dicho según los años descostraban la inteligencia de los tinterillos de periódico y criticastros mundanos, que era «decadente», «simbolista», «futurista», «ultraísta», con que querían significar simplemente: «Es un libro de «esos» que pertenece a una escuela de «esas» que no comprendo». Era «raro» para la inercia intelectual y se le acoplaba con lo que en el momento parecía «raro».
Cada composición del Cencerro obedece a lo que el sujeto dicta desde su significado interior. Tal es por lo menos la intención. No creo en formas prefijadas, llámeseles como se les llame. El Cencerro es un libro que quiere respirar a su antojo y no puede aguantar fajaduras ni aparatos de ortopedia, por más perfeccionados que sean. El Cencerro son muchas zapatetas al aire.
No comprendo, y ya lo he dicho, que se sienta a un queso, a la mamá, a la luna, a una fiesta patria y al «atardecer inefable», en forma de soneto. El sonetista tiene un moldecito de budín en la mano y mete dentro todo lo que se le pone a tiro. Hacer sonetos es hacer de serie como Ford hace automóviles (¿lo son?).
Toda forma poética es feliz, agregando a las que se han hecho las que se hacen y harán. La poesía, como el mercurio, escapará siempre de nuestras manos. Cuando creamos haberla atrapado, estará al lado nuestro, tan íntegra como antes, y no quedará de nuestro gesto más que su mayor o menor belleza.
En el Cencerro, me he llevado las cosas por delante, dando prioridad a lo que es vital, sobre lo que es académico. No he tenido miedo de lo grotesco. Me he reído, sobretodo de mí mismo, y a fe que me ha hecho bien.
Pero vuelvo a lo dicho: la forma obedece a lo que el sujeto dicta desde su significado interior. No habría para comprobarlo más que leer Mi Caballo y Los Filosofantes. El primero escrito en pasión, buscando lo fuerte y lo ideal en un solo impulso de palabras, el segundo escrito para definir lo grotesco por lo grotesco, usando el modo chabacano de los remates que se hacían en La Ópera, cuando Carnaval, aprovechando la ridiculez lastimosa de un pobre hombre atacado de exhibicionismo: «¡Cuánto dan por él!», «¡háganlo trotar!», etc.
Ergo: Una regla académica sirve. Un tono burdo también, en la ocasión.
Y no quiero decir más. Si publico una reedición del arrinconado Cencerro, adjuntaré un folleto explicativo, más denso y mejor pensado que estas palabrejas.
¡Lástima! Yo creí -por fe en la viveza criolla- ser comprendido a media palabra.