Poesía hispanoárabe: Ahmad Abū ‘Āmir ibn Šuhayd (أبوعامر ابن شهيد) (Córdoba, 992-1035). Selección de Fernando Salazar Torres
Ahmad Abū 'Āmir ibn Šuhayd (أبوعامر ابن شهيد)
(Córdoba, 992-1035)
Selección de Fernando Salazar Torres
Al ver que la vida me vuelve el rostro
Al ver que la vida me vuelve el rostro
y que la muerte me ha de atrapar sin remedio,
sólo anhelo vivir escondido
en la cima de un monte, donde el viento sopla;
solitario, comiendo lo que reste de vida
las semillas del campo y bebiendo en los hoyos de las peñas.
Después de la orgía
Cuando, llena de su embriaguez, se durmió,
y se durmieron los ojos de la ronda,
me acerqué a ella tímidamente,
como el amigo que busca el contacto furtivo con disimulo.
Me arrastré hacia ella insensiblemente como el sueño;
me elevé hacia ella dulcemente como el aliento.
Besé el blanco brillante de su cuello;
apuré el rojo vivo de su boca.
Y pasé con ella deliciosamente,
hasta que sonrieron las tinieblas,
mostrando los blancos dientes de la aurora.
En la oscuridad, cada flor abrirá su boca
En la oscuridad, cada flor abrirá su boca,
buscando las nubes de la lluvia fecunda;
y los ejércitos de las negras nubes cargadas de agua,
desfilaban majestuosamente, armados con los sables dorados del relámpago.
Ahmad Abū 'Āmir ibn Šuhayd (أبوعامر ابن شهيد) (Córdoba, 992-1035). El poeta y crítico arabigoespañol Abū ‘Āmir Ahmad ibn Šuhayd (992-1035) es el puro intelectual que, por su rango, no hace de las letras oficio, sino ministerio. Probablemente jefe del grupo poético y político en el que militaban Ibn Hazm (v. Tawq al-hamāma), siempre les unió gran amistad.
De Ibn Šuhayd conservamos una Risālat al-tawābi’ wa-l-zawābi‘ [Epístola de ultratumba], escrita hacia 1030; una obra de crítica literaria en la que refiere el viaje a las regiones ultraterrenas, donde mantiene conversación con los genios inspiradores de los grandes escritores árabes: poetas, oradores y demás sabios, y que viene a ser cómo un esbozo de Divina Comedia. Entre sus opiniones como crítico podemos destacar las siguientes: su afirmación de que la buena literatura consiste en el temperamento del escritor y no en su erudición o corrección gramatical, pues para él el mejor instrumento del escritor — el poeta nace, pero no se hace — es la inteligencia. En cuanto a su producción poética, sabemos que tenía grandes dotes de improvisador; compuso numerosos versos para competir con los poetas orientales.
Recordemos, por ejemplo, la preciosa descripción de la tormenta: «En la oscuridad, cada flor abría su boca, buscando las ubres de la lluvia fecunda; y los ejércitos de las negras nubes, cargadas de agua, desfilaban majestuosamente, armadas con los sables dorados del relámpago». Cuando ya se le acercaba la muerte — murió de hemiplejía — escribió un poema a Ibn Hazm en el que le rogaba que no se olvidara de hacer su elogio fúnebre y en el que expresaba su deseo de pasar sus últimos días «en la cima de un monte, donde el viento sopla; solitario, comiendo lo que me reste de vida las semillas del campo y bebiendo en los hoyos de las peñas». Al morir fue enterrado en un parque de Córdoba, bajo las flores. [Traducción parcial de la Risālat al-tawābi‘ wa-l-zawābi‘ por Elas Terés, en «Homenaje a Millás-Vallicrosa», II (Barcelona, 1956)