Hispanidades

Las baterías de cañones del siglo XVIII. Por Mario Jesús Gaspar Cobarruvias

 

 

 

 

LAS BATERÍAS DE CAÑONES DEL SIGLO XVIII

Texto/Imagen:

L.C.C. Mario Jesús Gaspar Cobarruvias

 

(Versión publicada el 7 de diciembre de 2016 y actualizada el 9 de noviembre de 2022)

IMAGEN: señalización de los componentes de la batería San Miguel construida entre 1771 y 1801, para la defensa de la ciudad de San Francisco de Campeche, México.

 

 

 

 

El desarrollo de las armas de fuego en Europa a partir del siglo XIII, particularmente de los primeros cañones, hizo que los altos e imponentes castillos medievales tuvieran que reformarse para resistir los embates de esta nueva herramienta bélica, que poco a poco fue apareciendo en mayor número en los campos de batalla.

El 7 de abril de 1453 señala no solo el inicio del sitio que llevaría a la caída de Constantinopla –capital del Imperio Romano de Oriente- y al final de la Edad Media, sino también la muerte de los castillos como fortalezas capitales. Ese día fue disparado el gran cañón de 9 metros conocido como La Gran Bombarda, que poco a poco comenzó  a abrir brechas en la hasta entonces imbatible muralla bizantina.

Este evento fue el inicio que marcó una profunda reforma arquitectónica militar en los castillos, que pasaron de tener murallas altas, delgadas, con torres redondas y edificios imponentes, a poseer muros más gruesos, con fuertes poligonales en sus vértices, además de un perfil más bajo que ofrecía un menor blanco a la artillería. Entre los siglo XV y XVI se hizo la transición del castillo feudal a la fortaleza abaluartada.

El siglo XVIII fue la Edad de Oro de la fortificación abaluartada en Europa y América, que se había ido perfeccionando cada vez más con aportes alemanes, españoles, franceses, holandeses y principalmente italianos: baluartes, adarves, revellines, lunetas, reductos, cortaduras, etc. Y una de sus últimas aportaciones enlazando esta nueva arquitectura con su enemigo ígneo, fue la fortificación llamada batería de cañones.

En su obra GLOSARIO ILUSTRADO DE TÉRMINOS DEL PATRIMONIO MILITAR publicada en agosto de 2000, la licenciada en historia del arte Tamara Blanes Martin (Universidad de La Habana), define este tipo de fortificación:

 

“Es un emplazamiento de artillería que puede contar con cualquier número de cañones, se adapta a cualquier terreno, está exenta de los rígidos principios de la obra abaluartada y asimila infinidad de trazos y tamaños.” (Pág. 4)

 

El doctor en historia Juan Manuel Zapatero y López Anaya, en su libro LA FORTIFICACIÓN ABALUARTADA EN AMÉRICA, la describe así:

 

“De donde trasciende que la denominación de Batería, aplicada primeramente a una instalación artillera agrupada por una razón táctica, quedó metodizada en una obra defensiva, técnica, construida cerca de los Fuertes o Recintos.

Fundamentalmente el concepto de agrupar los cañones bajo una razón defensiva, originó la nueva obra  de la fortificación, que por abrigarlos, recibió la denominación de Batería o lugar cubierto destinado a algún número de cañones, fabricado con arreglo a las normas del Arte.” (Pág. 119)

 

Referente a cuando comenzó a aplicarse, las opiniones varían según los especialistas. Blanes señala que su uso comienza en las plazas bajas de las fortificaciones en el siglo XVI. Zapatero le aproxima a tiempos más recientes:

 

“Como pieza de la fortificación abaluartada, irregular, apareció tardía, a principios del siglo XVIII, cuando las necesidades de flanqueo de las fortalezas, hicieron ver a los ingenieros la conveniencia de los fuegos laterales.” (Pág. 115)

 

Se refiere muy posiblemente a la batería ya perfeccionada como fortificación irregular (con medidas desiguales en los lados de sus muros) que podría operar individualmente y separada de su fortaleza.

Estos edificios del siglo XVIII entrarían en la categoría de obras convenientes, es decir, de aquellas que se aconsejan construir para reforzar el cuerpo principal de la fortaleza (como el Revellín de San José en San Juan de Ulúa) y tendrían la ventaja de adaptarse al terreno más libremente que las fortalezas a las que debían apoyar, variando notablemente su tamaño, forma, número de cañones y garitas de vigilancia.

La batería sería usualmente -en cuanto a tamaño y dependiendo de su forma- menor que los baluartes y en el caso de las más grandes (como la de San Miguel en Campeche con 20 piezas de artillería), tan enormes como aquellos o del tamaño de un fortín grande para 80-150 hombres. Las medianas tendrían la magnitud de un fortín (8-10 piezas) y las más pequeñas, la de un reducto (2-4 piezas).

 

 

TIPOS DE BATERÍAS

 

Al igual que las fortalezas y baluartes tienen sus variantes. Blanes las divide en la siguiente forma:

 

“Se reconoce que tiene un carácter provisional cuando se levanta en el campo ofensivo para atacar una plaza, como se observa en el sistema en paralelas, o en cualquier sitio que se desee colocar improvisadamente. La batería complementaria se usa cuando se coloca para reforzar la defensa de una fortaleza. Y la batería permanente es una tipología que habitualmente su traza se caracteriza por tener una batería a barbeta semicircular por la parte de mar y un frente abaluartado u hornabeque por la parte  de la campaña. Su función fundamentalmente es reforzar la línea costera y cubrir los laterales de las fortalezas de primer orden.” (Pág. 4)

 

También menciona dos tipos bien definidos de batería en función del tipo de estructura desde la cual disparan los cañones:

 

1) “Batería a barbeta: se dice cuando la artillería está descubierta sin la presencia de troneras (cañoneras) ni merlones. Esto permite un radio de acción dinámico porque el cañón puede disparar a todas direcciones libremente, aunque está expuesto al fuego enemigo.

2) Batería acasamatada: es la artillería colocada dentro de un alojamiento, generalmente, abovedado y sus bocas de fuego son proyectadas hacia el exterior. Su campo de acción es limitado aunque tiene la ventaja de estar protegida la artillería.” (Pág. 4 y 5)

 

Por su parte, Zapatero las clasifica bajo este criterio:

 

“Las baterías, unas son bajas y otras elevadas. Las bajas por su mejor aplicación defienden con más facilidad; las altas, más difíciles, se les asignaban posición dominante o de vigilancia en los cerros o padrastros, ambas sin embargo fueron obra de la fortificación permanente y no de campaña.” (Pág. 119)

 

Además, cuando se montaban agrupaciones de cañones en las líneas de asedio, las distingue llamándolas:

 

PRIMERAS, porque se situaban frente a la Plaza con el fin de arruinar sus parapetos y obras exteriores que entorpecieran el cerco efectivo.

SEGUNDAS, si se instalan sobre el parapeto del Camino Cubierto y tienen la misión de abrir brecha y camino para el ataque.

TERCERAS, si se hacen en las obras exteriores y sirven para batir el cuerpo de la Plaza enemiga, por ello sus piezas eran de menor calibre, prefiriéndose las de 4 pulgadas.

 

 

EL ORIGEN

 

En cuanto a sus orígenes, Zapatero considera que la batería de cañones fue resultado de la evolución militar de las torres costeras artilladas del siglo XVII. Menciona que:

 

“Con la misma denominación y similar función táctica se hicieron en el XVIII, así el ingeniero Miguel del Corral en 1771 para la defensa de la Punta de Antón Lisardo en Méjico, propone la construcción de una torre –similar a la de Somovilla- ; asimismo, fue muy parecida la Torre de Lerma en Campeche, según planos de Rafael Llobet en 1789.” (Pág. 115)

 

Las torres armadas con 1 o 2 cañones tenían la función de vigías o atalayas para la prevención de ataques piratas a los litorales, por lo que no es extraño que evolucionaran en tamaño y armamento hasta convertirse en las imponentes plataformas de decenas de bocas de fuego. Las de América, fueron continuación de las numerosas construidas en España desde siglos atrás y durante el reinado de Felipe II en el siglo XVI. Sirve de ejemplo, la ya mencionada Torre de Lerma, construida en el pueblo del mismo nombre a 7 kilómetros de Campeche en 1680 y cuya orden de destrucción se ejecutó en 1880.

El arqueólogo Jorge Victoria Ojeda, del Archivo Histórico de Mérida, en su investigación titulada YUCATÁN NOVOHISPANO: NOTA PARA UN ESTUDIO COMPLEMENTARIO ENTRE LAS TORRES COSTERAS DE ESPAÑA Y LAS DE AMÉRICA HISPANA, menciona lo siguiente:

 

“La aparición “oficial” de vigías en el territorio americano se debió al mandato de Felipe II en 1561 —reiterado en 1591 y 1611—, por el que ordenaba a sus virreyes y gobernadores implantar puestos de vigilancia para el resguardo de los principales puestos de las Indias (Recopilación 515), aunque presumiblemente ya existían debido a la presencia española en América desde varias décadas antes.

Para la región yucateca, las primeras vigías reportadas fueron las de Río Lagartos y Sisal, en 1588, por fray Alonso Ponce, quien señaló para ambos sitios la existencia de “un vela que le guarde y descubra los navíos y de aviso cuando llegare algún corsario u otro enemigo, y hay para esto hecha una torre de madera, y junto a la torre una casa de paja, en que está la vela y algunos indios que le sirven” (Ciudad Real 313).” (Pág. 15 y 16)

 

También hace esta descripción de las torres de vigía españolas del siglo XVI:

 

“Esas construcciones, en ambos casos de piedra, ripio y argamasa, fueron hechas de planta y cuerpo circular, o tronco-cónicas, con diámetro de cinco y ocho metros aproximadamente, base terraplenada en el tercio inferior hasta el cordón. Podían tener una o dos bóvedas, y entrepisos de madera para albergar un mayor número de personas. En algunos casos estaban coronadas con almenas para la instalación de cañones —de ahí la denominación de torres almenaras—, y con la puerta de acceso más o menos a la mitad inferior de la torre. Su altura oscilaba entre 12 y 15 metros, considerando las condiciones y características del terreno.” (Pág. 9)

 

Los emplazamientos vigías, como el aun visible en Mesa Roldán, evolucionaron no solo en la batería de cañones, sino también en la torre de telegrafía óptica y en los fuertes-atalayas de arquitectura inspirada en las ideas del marqués de Montalembert en el siglo XIX. Como ejemplo del primero está la torre española de Arganda del Rey restaurada en los primeros años del siglo XXI y del segundo, el fortín mexicano de Órdenes Militares en la población de Plan del Río, restaurado en la primera década del siglo XXI.

Los españoles sobresalieron en el arte de construir baterías de cañones a partir del siglo XVI, dado que a diferencia de Francia e Inglaterra, poseían extensos litorales con miles de kilómetros de costa que defender de las incursiones piratas, corsarias y de las armadas enemigas. La necesidad de proteger sus centros de población comerciales –como Veracruz, Campeche, Cartagena de Indias y Portobelo- obligó a pensar en estos sistemas de defensas para apoyar a las fortalezas, cubriéndoles sus flancos.

Era bien conocida la mortal eficacia de la artillería embarcada en los barcos (que en el siglo XVIII montaban más de 100 cañones los más poderosos, los llamados navíos de línea), pero una batería de cañones emplazada en el sitio adecuado, disminuía la ventaja y si estaba además en terreno alto, invertía la situación y ponía a los barcos en peligro mortal al no poder devolver el fuego; forzando a tomarla por riesgosos desembarcos y feroces asaltos. Los sistemas de fortificación propuestos en Europa, con excepción de España, no otorgaron suficiente atención a la batería de cañones y por lo tanto, como menciona Zapatero:

 

“En ninguna de las escuelas europeas cobraron tanta y señalada importancia como en América, ni los tratadistas –salvo los ingenieros militares españoles- dieron la valoración que por su trascendencia tuvieron en el Nuevo Continente, donde llegaron a ser obras consustanciales y características de la Fortificación Hispanoamericana. Por eso no aparecen, con esa característica americana en los sistemas de fortificación francés, alemán o italiano de los siglos XVII y XVIII; pertenecen enteramente a la Academia de Matemáticas de Barcelona, cuyos ingenieros las difundieron con éxito en América.” (Pág. 115)

 

 

FORMAS Y PROPORCIONES

 

La forma de las baterías de cañones del siglo XVIII, considerado la edad de oro del sistema del fortificación abaluartado, era muy variable, pues se adaptaban al terreno y sus trazas arquitectónicas era muy liberales. Nuevamente, Zapatero señala que:

 

“Si se añade, que no obstante la ventajosa irregularidad dada la acomodación al terreno, se observaban las recomendaciones de aproximar la Fortificación (batería) a la Regular (fortaleza), se podrán comprender y analizar favorablemente los diferentes modos o trazas de las baterías levantadas en los litorales americanos.” (Pág. 117)

 

En el territorio de la Nueva España se adoptó en muchos sitios la que tiene una barbeta semicircular al frente mirando al mar y una forma abaluartada atrás, para prevenir los asaltos de una fuerza desembarcada. Se consideraba que este era el único punto débil importante de las baterías, por lo que en ocasiones, estaban apoyadas por cuarteles de infantería y baluartes muy próximos.

Las proporciones se regulaban según el número de cañones montados, llegando en ocasiones la parte semicircular a abarcar la mitad del total construido. A cada pieza de artillería se le daban 3.66 metros de separación entre tronera y tronera, multiplicando esta distancia por 12, se obtenía el ancho de la batería.

El gran ingeniero español Sebastián Fernández de Medrano, de la Escuela de Bruselas, añade además que los parapetos deben tener entre 2.13 y 2.74 metros de altura, teniendo las troneras de 61 a 91.50 centímetros en la boca interior y de 1.83 a 2.44 metros en la exterior. Estás últimas fueron ampliadas hasta 3.50 metros en el siglo XVIII conforme progresaba la artillería, para evitar que el rebufo o impacto de la onda expansiva producida por el disparo abrasara los costados de la tronera desgastándola, distantes entre 4.57 y 5.49 metros del centro de la batería.

La batería respecto a los ángulos de fuego, proporcionaba gran libertad de movimiento pues no guardaba la simetría dictada por las Máximas abaluartadas, pero el disparo concentrado de tantas piezas en un espacio tan reducido provocaba repetidos gastos de mantenimiento. Por ello, se aconsejaba que los parapetos tuvieran las proporciones ya mencionadas, para evitar que a largo plazo, la fuerza de los disparos y el debilitamiento de los merlones, terminaran por descabalgar o sacar las piezas de su sitio, en perjuicio de su puntería.

 

 

LAS BATERÍAS EN MÉXICO

 

La gran utilidad de estos emplazamientos artilleros contribuyó a su rápida difusión y fama, construyéndose cientos de ellas durante siglos. Zapatero menciona acerca de las últimas:

 

“Todavía se edificaron en México en 1820, para la defensa del puerto de Guaymas, en la Punta del Lastre, una batería de traza circular, que por su sencillez, reducidas proporciones y la importancia de la dotación artillera de máximo calibre, ofrece valioso avance fortificado.” (Pág. 125)

 

Durante la época virreinal, las baterías de cañones reforzaron el poder defensivo de la ciudad amurallada de Campeche y de la fortaleza de San Juan de Ulúa. Pero donde destacaron mejor por su importancia dentro de un plan de defensa aunque no tanto por su actividad bélica, fue en la costa Veracruzana, continuamente asaltada por piratas y bajo la amenaza de la poderosa Armada inglesa.

Durante más de un siglo la ciudad de Veracruz estuvo defendida principalmente por la fortaleza de San Juan de Ulúa pues su recinto amurallado de 8 baluartes no estaba aun terminado. Adriana Gil Maroño, master en Historiografía de México, en el libro ULÚA: FORTALEZA Y PRESIDIO (Tomo III de Historias de San Juan de Ulúa en la Historia), menciona lo siguiente:

 

“Uno de los primeros ingenieros que planteó un sistema de defensas escalonadas, en 1765, fue el teniente coronel de ingenieros Miguel del Corral, el cuál después de acompañar a Villalba en una expedición por las costas veracruzanas sugirió la construcción de nueve baterías repartidas a lo largo del litoral veracruzano siendo los puntos elegidos: Alvarado, Mocambo, Río de La Antigua, Boca del Río Xamapa, Punta Bellaca, Chachalaca, boca del Río Juan Ángel y dos más en el terreno comprendido entre La Antigua y Punta Bellaca.

Cada batería constaría de ocho a diez cañones imitando las existentes en la costa española. Se contemplaba la construcción de un fuerte en Antón Lizardo con su foso, explanada y camino cubierto con capacidad para 300 a 400 hombres, y la de una fortificación en el interior del territorio veracruzano (la fortaleza de Perote).” (Pág. 116)

 

Este plan establecía poner baterías costeras en las puntas de costa y entradas de ríos, a fin de que hostilizaran los desembarcos enemigos y alertaran a las fortalezas próximas. Gil Maroño puntualiza el efecto militar que las baterías artilladas tuvieron en las costas de la Nueva España:

 

“Con el proyecto de las baterías costeras y la construcción de fortificaciones en el interior del territorio veracruzano, el sistema defensivo daba un vuelco, ya que durante la primera mitad del siglo XVIII la defensa del territorio se centraba en San Juan de Ulúa y Veracruz. Las defensas escalonadas vienen a reforzar el sistema defensivo a lo largo de la costa virreinal y al interior del territorio.

Es importante mencionar que para esta época se habían culminado y estaban por concluir otras construcciones militares en otros puntos de la costa virreinal como el fuerte de San Francisco de Campeche, el Presidio de la Señora del Carmen en Laguna de Términos, el Presidio  de San Felipe de Bacalar, la ciudadela de San Benito de Mérida y el fuerte de Sisal. En el Pacífico se erigían los castillos de San Diego y de San Carlos, ambos en el puerto  de Acapulco.” (Pág. 119)

 

Durante la Guerra de Independencia (1810-1821) y la Primera Intervención Norteamericana (1846-1848), la batería llamada Atalaya de la Concepción en Puente Nacional, jugó un papel importante por el control de los caminos a la capital; obligando a sus atacantes a realizar obras de sitios y ataques sorpresivos para rendirla. Contaba con la ventaja de un amplísimo dominio visual de la región y el estar situada en una elevación natural muy difícil de escalar por la infantería.

Las baterías de cañones evolucionaron con los avances de la artillería y se emplearon, cada vez más poderosas, en las dos guerras mundiales, donde fueron temidas incluso por los grandes acorazados, cruceros y portaaviones. Destacan las formidables alemanas que guarnecían los puntos estratégicos de la Muralla del Atlántico y los fiordos nórdicos.

Sirve como trágico recordatorio, el hundimiento del crucero pesado alemán Blücher en la noche del 8 de abril de 1940, durante la invasión alemana a Oslo, la capital de Noruega. Dos viejos cañones de 280 mm situados en la batería de la fortaleza Oscarsborg, impactaron 2 veces a este crucero causándole graves daños y forzándole a retirarse. Después fue alcanzado por la batería de 150mm de Drobak y finalmente rematado por dos torpedos lanzados desde una batería terrestre.

Este episodio bélico ilustra la importancia que habían llegado a tener las baterías de cañones bien situadas, incluso en una época en que la aviación estaba ya bien desarrollada.

 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 

Blanes Martin, Tamara. GLOSARIO ILUSTRADO DE TÉRMINOS DEL PATRIMONIO MILITAR. Universidad de la Habana, Cuba, 2000.

LA FORTIFICACIÓN ABALUARTADA EN AMÉRICA. Front Cover. Juan Manuel Zapatero. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1978

ULÚA: FORTALEZA Y PRESIDIO. Volúmen III. Adriana Gil Maroño, Martín Gabriel Barrón Cruz. CONACULTA-INAH-ICAVE, México, 1999.

 

 

REFERENCIAS ELECTRÓNICAS

 

Victoria J, Vigías en el Yucatán novohispano: nota para un estudio complementario entre las torres costeras de España y las de la América hispana. Fronteras de la Historia [Internet]. 2009;14(2):228-255. Recuperado de: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=83312209002

 

 

 

 

 

 

Mario Jesús Gaspar Cobarruvias. Originario de la ciudad de Veracruz, licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Veracruzana y técnico en informática por CENESCO. Artista en artes plásticas (dibujo, pintura y escultura) por la Escuela Municipal de Bellas Artes en Veracruz y fotógrafo-instructor profesional. Investigador independiente en historia, antiguas vías de comunicación y campos de batalla desde 2009. Ha sido profesor del área de Humanidades, historia, antropología, fotografía, diseño grafico e informática en colegios y la Universidad Empresarial en Veracruz, Boca del Río y Soledad de Doblado. Se especializa en historia universal y militar, el periodo del poblamiento europeo y conquista de los siglos XV y XVI, las guerras de los siglos VIII al XIX en Europa y América, así como en heráldica, numismática, armamento y artillería antiguos. Así como en el estudio de arquitectura e ingeniería de caminos, puentes, hornos, ingenios y molinos de agua y viento. También es conferencista de nivel estatal e internacional entre América y Europa, diplomado en historia del arte prehispánico, colonial y mexicano por el Instituto Veracruzano de la Cultura, paleografía virreinal, historia de Veracruz y Boca del Río, administración pública, gestión social, grabación de escenas, etc. Desde 2019 es miembro del grupo ciudadano TOLOME UNIDO a cargo de asuntos históricos, coordinador estatal de cultura para el Estado de Veracruz para la Promotora Nacional de Economía Solidaria (PRONAES), director de Investigación, Análisis y Proyección Históricas para el Proyecto Ruta de Cortés perteneciente al Proyecto México del Consorcio Constructor de Empresas Mexicanas (CCEM), miembro de la Directiva de la asociación cultural México Hispano, fundador-director del equipo de Exploración y Estudio del Camino Real Veracruz-México (EXESCR) e integrante del equipo de Exploración y Estudio del Camino Real Xalapa-La Concepción-Naolinco (ECXACON). También se desempeña como explorador, guía-senderista, asesor en turismo cultural, recorridos históricos y organizador de expediciones documentales en el Camino Real de México a Veracruz, la Ruta de Cortés y otros itinerarios. Participa en diversos proyectos de preservación del patrimonio histórico, artístico e industrial, rescate de memoria histórica y conmemoraciones municipales y regionales. Ha sido galardonado dos veces con la medalla y el diploma de honor de la Institución de la Superación Ciudadana del H. Ayuntamiento de Veracruz, declarado "Hijo Adoptivo del Pueblo de Tolome", su nombre figura en monumentos y placas cuya investigación y colocación ha promovido durante años, recibiendo además muchos otros reconocimientos y honores a su actividad profesional.