Hispanidades

La voz femenina en la historia del español: el inicio de la lírica popular romance en las jarchas andalusíes. Por Michelle Rodríguez Chiw

 

 

 

 

 

 

 

La voz femenina en la historia del español:

el inicio de la lírica popular romance en las jarchas andalusíes

 

 

Michelle Rodríguez Chiw

 

 

 

Vened la Pasca ayun sin ello.

¡Cóm cande

Meu corachón por ello!

 

 

Los orígenes del español son inciertos en tanto que, a pesar de que se detenta gran bibliografía con indagaciones filológico-históricas que rastrean el punto temporal en donde nuestra lengua poseyó las características necesarias para definirse como un ente independiente del latín, los límites lingüístico-ontológicos para determinar las acotaciones necesarias de un ser idiomático son complicadas tanto para los investigadores del área, como para quienes hablan una u otra lengua. Aventurándonos a trasladar conceptos epistemológicos correspondientes a la filosofía a preguntas que cuestionan las fronteras entre distintos términos y hechos, ¿cuáles serían los fundamentos que reducen al español como español? ¿Qué es lo que hace que una lengua sea una lengua y no un dialecto si la inteligibilidad entre distintos idiomas de una misma familia es también posible?

Ahora bien, fuera de las relaciones conceptuales de la lingüística y las preguntas interminables que, desde un aspecto semántico, son meras abstracciones que buscan asir una realidad que supera las conexiones estructurales, en la actualidad se reconoce de manera generalizada que el origen del español se ubica en el siglo X; sin embargo, la disputa entre las Glosas Emilianenses (consideradas hasta hace unos años como el primer texto en castellano) y la Nodicia de kesos (texto encontrado de manera posterior que pone en duda que las Glosas Emilianenses sean el primer escrito en español) aún no tiene resolución. Lo que sí es un hecho es que ninguno de los dos textos puede catalogarse como literario, ya que responden a necesidades consuetudinarias; el primero a anotaciones de carácter interpretativo y el segundo a un listado de víveres.

El español, como lo ha mencionado el autor Luis Fernando Lara (2009), es una lengua forjada en la escritura; por lo que la importancia de la producción literaria en la misma es la que ha ido construyendo el idioma, la idea que se tiene del mismo y su tradición gramatical de tipo prescriptiva que ha sido promulgada por instituciones como la Real Academia Española, la cual toma como modelo aquellos famosos Siglos de Oro que mostraron el esplendor de una lengua románica que se expandió tiempo antes a través de los diversos continentes a manera de estrategia política. Bien lo dijo Nebrija “que siempre la lengua fue compañera del imperio”. Sin perder la línea temática principal, es de gran envergadura, pues, conocer los orígenes puramente literarios del español con el objetivo de rastrear el lapso y espacio textual en el que germina la segunda lengua con más hablantes nativos del mundo.

Tomando en consideración los prolegómenos anteriores, es conveniente agregar la existencia de las jarchas como un ápice importante en la conformación del español como un romance independiente del latín. Según los autores Rosa María Garrido (1994) y Pedro Martín Baños (2005) estas son las muestras más antiguas de la lírica oral y popular en lengua romance de Europa. La cuestión ha sido estudiada por grandes investigadores como Ramón Menéndez Pidal, Rafael Lapesa,  Margit Frenk, Dámaso Alonso, entre otros tantos, debido a que, al estar escritas en romance andalusí también conocido como mozárabe, poseen rasgos de origen semítico (hebreo y árabe) que construyen una identidad social y lingüística alterna a las lenguas cultas y sus respectivos grupos étnico-sociales que convivían en la península ibérica en una situación de desigualdad que provenía de diferenciaciones jerárquicas obvias.

Antes de proseguir, cabe definir a la jarcha (xarjah) como pequeñas composiciones líricas independientes escritas en romance andalusí con escritura aljamiada y, por tanto, en lengua “vulgar” que fungían como la parte final (o salida, significado de su nombre en español) de los poemas llamados muasajas (moaxajas) escritas en hebreo o árabe culto. Su temática es en casi todas de tipo amoroso, en específico sobre la ausencia del amado. Se considera que las mismas desarrollan una sencillez conceptual y formal que sobresalta respecto a la composición completa. Además, existen jarchas que se repiten en distintas muasajas. El descubrimiento de estas se dio apenas en el siglo pasado; por tanto, las especulaciones en torno a las mismas han desembocado en diversos tratados con tendencias o románticas o arabistas que buscan dar respuesta a muchas cuestiones; empero en el presente nos atendremos a observar la relación entre la voz femenina de las jarchas y la conformación del español como una lengua que no deja de palpitar en un corazón castellano con venas mozárabes.

Desde la introducción de los musulmanes en territorio peninsular en el año 711, se destacaron los bienes tangibles e intangibles que los mismos aportaron al mundo occidental, entre ellos el conocimiento: ciencia, filosofía y literatura. Al inmiscuirse en este aspecto intelectual, la manera en que permeó su literatura en una tierra donde se hablaba latín y donde los sustratos prerrománicos y el adstrato visigótico habían dejado algunas huellas advertibles en topónimos, apellidos patronímicos y léxico diverso, fue contundente. Antonio Alatorre menciona sobre dicho tópico que, incluso, “un Cervantes, un Góngora, un Lope de Vega, sin dejar por supuesto de ser cristianos y españoles, vieron siempre a los moros con un cariño que jamás se tuvo para los godos” (2015, p. 93), debido a aquellos regalos que dejaron en el territorio español y que se han extendido por distintos territorios hispánicos.

La herencia literaria trajo a las casidas, poemas preislámicos que dieron lugar a las muasajas y, por tanto, de las jarchas. Se cree, asimismo, que estos poemas arábigo-ibéricos germinaron del musammat que procede de la escisión interior de la casida (Baños, 2005, p. 20). Lo que destaca a la jarcha respecto a las muasajas es la relación dicotómica que presentan debido a que están escritas en dos lenguas diferentes y cuentan un suceso por medio de dos voces poéticas asaz distintas. Mientras que la muasaja se coloca en los labios de un hombre, la jarcha está en los de una mujer. Esta división del poema representa una separación entre realidades distintas que están influenciadas por el contexto en el que fueron producidas: dos géneros (masculino- femenino); dos estratos (culto- popular, dominante, dominado); dos religiones (cristianismo- islam, ambas religiones abrahámicas) y dos realidades lingüísticas (romance- árabe).

Se considera que de las jarchas surgen otras expresiones de gran importancia en la tradición oral de España, Francia y Portugal: las cantigas de amigo galaico-portuguesas, los villancicos y la lírica provenzal. A diferencia de la casida, la muasaja y sus partes, entre ellas la xarjah, están separadas por estrofas, lo cual ha hecho cuestionarse de dónde se manifestó esta nueva estructura; se ha llegado a la conclusión de que la influencia proviene tanto de la lírica romance preexistente como de la lírica árabe. De este modo, la resonancia del género en la literatura es una muestra de la manera en que diminutas estrofas de dos, tres o cuatro versos dejaron huellas en el español de Alfonso X el Sabio y Antonio de Nebrija. Lo que parece peculiar, tomando como punto de partida las palabras de Rosa María Garrido, es que la voz femenina que destaca en estas composiciones utilice una perspectiva estereotipada al mismo género para representar a la mujer, por lo que, autores como Alan Deyermond enuncian que “Parece difícil aceptar que estas canciones sean puramente miméticas en su origen y que simplemente representen una visión del hombre de cómo una mujer siente y habla” (Garrido, 1994, p. 391). Pese a que no se pueda saber a ciencia cierta si estos versos fueron escritos por mujeres o sólo están colocados en la voz de una, el simbolismo que se dilucida de esta representación es significativo; puesto que se le otorga al género femenino ese poder que, a su vez, se contempla en terminología como lengua materna; se interpreta que son éstas quienes dan difusión directa al hablar un idioma y quienes la transmiten mediante acciones (también estereotipadas) como la crianza, la protección y la instrucción.

 

Y como sucede en todo proceso de reabsorción de una forma lírica por otra, en la que se da una evolución del romance al árabe coloquial, pasando por una mezcla de ambos, la jarcha da a la muasaja su métrica silábico-acentual, desconocida por la poesía árabe, y recibe de ésta el tópico del amor cortés, ajeno al mundo latino y germánico. (López Castro, 1999, p. 213)

 

Considerando una perspectiva de género: “La muchacha que canta la jarcha, en la sociedad árabe de al-Ándalus, estaba doblemente oprimida por su situación de mujer y de cristiana y muy lejos de la condición del poeta culto que la escuchaba” (Garrido, 1994, p. 394). Estos poemas orales, entonces,  podrían ejemplificar las cualidades clónicas que se le adjudican a la mujer: irremediable sentimentalismo, sumisión, abnegación y un desarrollo intelectual subalterno al hombre quien ha servido como sinécdoque para representar a toda la humanidad. De esta manera es que, aun con los marcados prejuicios de lo que es ser mujer en una sociedad patriarcal con miles de años de antigüedad, nace una clase de cantos femeniles de trascendencia extraordinaria para la gestación de un nuevo idioma. La voz del género se levanta en un asta de desigualdad; no obstante, logra penetrar de manera cautelosa en aquel castellano de Burgos.

La expansión del castellano en la península fue paulatina y ascendente; sin embargo, su encuentro con el resto de romances ibéricos fue resolutivo; mientras que fue avanzando, absorbió de forma parcial a variantes como el aragonés, el leonés y, por supuesto, al mozárabe. Tomó de éstos, componentes lingüísticos que se ven reflejados en los textos de varias épocas. Asimismo, comenzó un estado de convivencia con otras lenguas: el euskera, el gallego y el catalán. Esta mezcolanza, estructuró lo que hoy día es nuestra lengua. En un idioma en el que los arabismos se emiten con más frecuencia de lo que se creería, hubo un precedente: la muasaja y la jarcha que, por medio de una oposición figuraron como el sincretismo de una época con erudito fulgor. El registro del léxico de origen árabe se enlista desde tiempos antiquísimos y, por medio de Joan Corominas, recibe el protagonismo correspondiente al validar la etimología de palabras tan comunes como aceite; en contraposición del atípico pero latino óleo.  Es pertinente agregar que en Toledo, ese lugar que tomó Alfonso X a manera de modelo para normalizar el español, se utilizó el árabe durante los siglos XII y XIII en documentos notariales (Abad, 1992, p. 520); se expone la cercanía entre estos sistemas de comunicación y su lazo reiterativo con los libros.

En consecuencia, la jarcha perennizó al romance andalusí al llevar la palabra emitida a la tinta y el papel. Parte segmentaria del español tiene su influjo de la evolución e integración de la voz femenina que se emplea en la lírica románica, de la cual manarían años más tarde escritos con relación al amor cortés. En la voz femenina no sólo se forjó un idioma, sino que a través de la misma se erigieron representaciones culturales que perviven hasta el presente siglo y mediante las cuales somos capaces de vivir experiencias tan abrasadoras como la idea del amor romántico. Todavía le cantamos a ese habibi; pese a que el apelativo ha mutado a expresiones coetáneas ad hoc a la época en que existimos.

Las figuras femeninas en la historia han sido colocadas de manera subordinada a las de los hombres (si no es que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizadas) por quienes relatan los acontecimientos del pasado; es decir, aquellos hechiceros de la cronología que mantienen vivo el atractivo que trae consigo el sabio delito de la nostalgia. El pasado nos seduce en tanto que es lo más cercano a un sueño. La literatura, de este modo, es una manera de llegar al mismo para extraer elementos importantes que compongan y recompongan la historia universal. El que la voz femenina prevalezca en la lírica romance de la que surge la lengua española posiciona a la mujer en un intervalo preciso dentro de una larga línea de tiempo correspondiente al mundo hispánico. Lo mencionado le devuelve al género su carácter de sujeto histórico, el cual participa, de la misma manera, en la metamorfosis secular.

Las mujeres, cristianas o no, existieron en el al-Ándalus, produjeron textos literarios y cánticos de los que han manado diversas variantes orales y escritas. Fueron más que hermanas, madres, esposas o hijas; son el canto eterno de un instante prolongado por casi ocho siglos. Entre la algarabía de las tazas, aún se escucha un “Non me mordas ya, habibi” que nos remite indubitablemente a los orígenes semíticos del español. Un eco nos traslada a Damasco, nos presenta ante Granada y nos regresa al minuto en que leemos cómo se reescribe el hallazgo femenil del canto popular mediterráneo. ¡Ay, mío Cid!

 

 

 

 

 

 

Bibliografía

 

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Michelle Rodríguez Chiw. 1995. Amante de la literatura y apasionada de la lingüística. Es Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara; además, estudió en distintos lapsos en la Virginia Commonwealth University y en la Universitat de Lleida. Ha participado en diferentes congresos nacionales e internacionales como el CoLiCo por la UNAM y el Congreso Internacional de Lingüística Coseriana organizado por la Universidad de Cádiz. Se ha desempeñado como docente de español; asimismo, trabajó en el área de lingüística de la Editorial Larousse. Actualmente es Jefa de Redacción en la Secretaría de Infraestructura y Obra Pública de Jalisco. Entre sus principales temas de interés e investigación se encuentran la literatura árabe y hebrea; la norma y la normatividad en lingüística; la historia de España y la historia del español.

Correo electrónico: mdrchiw@gmail.com

 

 

 

 

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